Capítulo 2
—Susanne, ¿de verdad no ha llegado correo para mí?
Vane insistió en lo mismo que llevaba haciendo desde hacía ya unos días. Durante la primera jornada se lo había tomado con relativa calma, incluso agradecido. Al pobre se le podía notar que llevaba mucho cansancio acumulado y necesitaba un respiro. Disfrutó con Ottilie de un bonito paseo por los parques de alrededor, comieron juntos, estuvieron mucho tiempo en la cama... Fue un día realmente delicioso que cada poro de su piel había agradecido. Al segundo día ya paseaba intranquilo por la casa, miraba cada dos por tres por la ventana a la espera de que llegara algún carruaje y preguntó un par de veces si había llegado alguien, alguna carta o habían dejado tarjetas de visita en el recibidor.
Sabía que estaba insoportable, incluso Ottilie empezaba a estar un poco harta por la actitud que estaba teniendo. Pero no podía evitarlo, ¿qué iba a hacer si de la noche a la mañana la alta sociedad de Londres había dejado de confiar en él para sus misterios de hogar? Faltar no faltaría el dinero, porque por suerte Ottilie ganaba lo bastante para ir acomodados, pero él no quería sentirse como que dependía de que su querida mujercita se agotara física y mentalmente por los dos mientras él estuviera con una mano sobre otra sin hacer nada. Si al menos tuvieran hijos, podría dedicarse a cuidarlos y educarlos... Sí, aquello también lo estaba pensando mucho durante esos días de tiempo muerto.
Por eso, aquel tercer día sin ningún caso en el que trabajar, a pesar de estar de los nervios y preocupado, Vane pudo entender la mirada furibunda que le dedicó Susanne en cuanto las palabras salieron de sus labios.
—Te aseguro Vane, que seré la primera en lanzarte a la cara cualquier tipo de tarjeta o carta con tal de que te calles de una maldita vez y te tranquilices.
Sí, sin duda se había extralimitado con sus nervios. Ni Susanne, aunque fuera un poco seca con él a veces, llegaba a hablarle de aquella forma normalmente. Agachó la cabeza y se pasó una mano por el pelo, revolviéndolo todavía más. No dijo ni una palabra y volvió sobre sus pasos, para meterse de nuevo en el despacho. Escuchó como la puerta de su casa se cerraba; Susanne volvía a la casa del té para ayudar a Ottilie. Las dos no volverían hasta muy, muy tarde.... ¿Podría soportar el aburrimiento? Echaba de menos a su querida Ottilie.
***
La noche cayó sobre la ciudad y Vane se sentía un poco mejor al poder estar con Ottilie. A pesar de estar cansada por todo el trabajo que tenía en la casa del té haciendo dulces, tratando con las señoras distinguidas y llevando a rajatabla los números, su querida mujer estaba radiante y seguía teniendo fuerzas para acompañarlo mientras estaban delante de la chimenea y hablaban tranquilamente. En un rincón más apartado — pero no mucho, pues hacía frío — Susanne estaba bordando.
Vane había conseguido calmarse. Era más bien resignación, lo llevaba lo mejor posible pensando que era un golpe del destino que le pedía que parara de trabajar durante un tiempo. Era un pensamiento algo infantil, pero le ayudaba a estar tranquilo y no sentirse mal consigo mismo. Mientras hablaba con su querida mujer de todo lo que había pasado en su negocio, Vane cada vez se sentía más y más relajado, incluso amodorrado. No le gustaba mucho, llevaba meses en una constante tensión y aquella calma le producía urticaria. Aunque también era verdad que todos los casos que estaba teniendo desde que le dieran la licencia de detective eran tonterías que se arreglaban en dos o tres días. Incluso en uno. No le apasionaban, a pesar de que para sus clientes eran cosas muy importantes y debía estar a la altura de sus expectativas. Un cliente importante contento era sinónimo de tener más casos y, en un futuro, poder trabajar en uno realmente interesante.
Ottilie le estaba explicando lo que cierta condesa le había contado sobre una cantante de ópera a la que admiraban los dos, cuando alguien llamó a la puerta de la casa. Su mujer calló y miró a Susanne, que había dejado la costura de lado y también la observaba de forma interrogativa. Vane miró el reloj y vio que eran casi las nueve. Era una hora muy extraña para hacer una visita. Pocas personas se animarían a salir a las frías calles de Londres con aquel clima y a aquellas horas. Solo conocía a una que lo haría, porque estaba loca; Rosslyn SinClair, pero era improbable porque estaban en una época del año en el que la escocesa no podía dejar de lado a su gente yéndose de viaje.
Fue a levantarse para ir él a abrir la puerta, curioso por lo que pudiera encontrarse tras ella. Susanne fue más rápida y con paso decidido se dirigió a la entrada de la casa. Se escucharon algunos murmullos, y a los pocos segundos su amiga volvió a aparecer junto con un caballero de buena posición. Vestía como si acabara de llegar de un baile o de la ópera tal vez, su rostro reflejaba preocupación y miedo. Era mayor, al menos estaría en la cincuentena. Espigado, bien vestido, pelo rubio ceniza bien peinado, alguna marca en el rostro y manos por alguna enfermedad pasada... Podría ser perfectamente un habitante de la esplendorosa Belgravia.
Su intuición le dijo que aquel hombre iba a devolverle la chispa que necesitaba.
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