8. YO QUIERO SER UNA PERSONA DE BIEN.
Nota:holaaaaaa mis amad@s lectores!!.
Dios los bendiga.
Pido perdón por la tardanza del capítulo, lo que pasa es que estaba trabajando y un poco agotada de sueño.
Pero ya he vuelto y después de orar está mañana, me puse a terminarlo.
Así que sin más preámbulos, disfruten la historia.
Ah por cierto, la promoción sigue en pie jejejeje.
Aaaaaaahhhhhh, también quiero extender mis saludos a mis lectoras fieles que son las causantes de que me halla puesto las pilas a escribir este libro, ella son:
Ericka Quispe y Mara Ríos.
De verdad una vez más gracias por estar ahí y hacer de esta historia algo posible.
De no ser por ustedes, está historia vendría avanzando cuando terminara todas las historias de los J5.
Pero gracias a su apoyo las cosas cambiarán.
Además han hecho posible que escriba dos libros al mismo tiempo 😊😊😊.
Santa Biblia Reina Valera 1960 - Salmos 55
6 Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma!
Volaría yo, y descansaría.
7 Ciertamente huiría lejos;
Moraría en el desierto. Selah
8 Me apresuraría a escapar
Del viento borrascoso, de la tempestad.
Inmediatamente corre hacia mi con una gran sonrisa.
Me quedo en mi lugar y solamente lo miro.
Trae un buso negro el cual tiene una gran calavera dibujada, lleva un jean azul claro, de su pecho cuelga una gran cadena de oro la cual trae un díje de calavera, en su mano también tiene una anillo el cual es una calavera.
—mirate nada más —comenta sin dejar de sonreír —por poco y no te conozco, te vez bien.
No le digo nada, solo me quedo en mi lugar mientras el me mira de pies a cabeza como si fuera alguna mercancía.
—y pensar que te tenía por muerto, —continua diciendo —definitivamente la suerte está de mi lado, ni siquiera te andaba buscando, pero te encontre —con sus dedos me jala los cachetes —pero hasta gordo estás.
Quito sus manos de mi rostro con asco de un solo manotazo.
—pero que agresivo —comienza a reír —¿Acaso se te olvidó que solo eres un mal**** perro y que yo pague un precio por ti?.
No le contesto nada.
Levanta su mano con la intención de golpearme pero al ver personas, lo único que hace es despeinar mi cabello.
—camina conmigo como si nada, nos vamos a casa —me ordena.
Él comienza a caminar, pero yo no me muevo de mi lugar.
—¿No piensas venir conmigo? —me pregunta.
Yo niego con la cabeza.
—¿Que paso con las aspiraciones de matar? —pregunta —¿Ya no quieres aprender?.
Yo niego.
La verdad es que a pesar de todo lo malo que me han hecho, me he dado cuenta que no tiene sentido vengarme, además yo no quiero hacer lo que aquella voz malévola me dice.
«Yo quiero ser una persona de bien».
—¡Pues me importa un carajo lo que piensas! —dice alterado —sino te vas conmigo, de todas formas yo te buscaré y mataré a todos los que te están ayudando.
Inmediatamente pensé en Ricardo y Felicia.
«Ellos no tienen que pagar por mi».
Me quedé callado ante sus palabras sin saber que responder, por una vez en la vida quise hablar, ya que me importaba la vida de estás personas, pero lo único que hice fue quedarme en shock.
Cuando reaccione ya era demasiado tarde, aquel sicario había desaparecido de mi vista.
Comienzo a mirar para todas partes para saber dónde está.
—¡Mibsan! —escucho que me llaman.
Volteo a ver y es Ricardo.
—¡Vámonos!.
Me bajo del anden en dónde estoy sentado y voy corriendo hacia el auto.
Me subo y cierro la puerta rápidamente como si así me fuera a librar de aquel sujeto.
Durante todo el camino no paraba de pensar en él, tenía mucho miedo de que apareciera de la nada y matará a Ricardo.
Tenía miedo de que aquellas pesadillas se hicieran realidad.
—¿Que tal tu primer día? —pregunta Ricardo de manera despreocupada mientras busca una emisora en el radio.
Si supiera que la muerte lo ronda y todo por mi culpa, no estaría tan relajado.
Él y su esposa lo único que han hecho es ayudarme y por eso les va a pasar una desgracia.
Empuño las manos con fuerza.
—¡Oye! —Ricardo me mueve.
Volteo a mirarlo.
Él vuelve su mirada al frente porque el semáforo cambió de color.
—te hice una pregunta —dice.
«Oh, lo había olvidado».
La verdad es que eso no es lo importante ahora, pero no sabría explicarlo.
—prefiero no hablar de eso —respondo.
—okey —pone música a todo volumen.
Mientras él va conduciendo y cantando, lo único que hago es tragarme las lágrimas, para que él ni Felicia lleguen a sospechar algo, ni siquiera sé cómo decirles esto.
Si les cuento, tendré que contarles toda mi desgraciada vida y no quiero hacerlo.
Tiempo después.
Ya ha pasado aproximadamente dos meses según mis cálculos desde la vez que ví a ese sicario.
Fueron muchas las noches que pase en vela pensando que en cualquier momento iba a aparecer, pero es como si la tierra se lo hubiera tragado.
Aún así no tengo paz y en todo momento vivo con desconfianza.
Me encuentro pensativo con él lápiz en la mano viendo el cuaderno con las tareas que me han dejado.
—¿Todo bien? —pregunta Felicia sentándose a mi lado.
Yo asiento en silencio.
—si necesitas mi ayuda, me avisas.
Nuevamente vuelvo asentir en silencio.
Acaricia mis cabellos y me da un beso en la frente poniéndose de pie.
—te quiero —dice antes de caminar hacia la cocina.
Me quedo mirándola y no me explico cómo es que quiere a una persona extraña.
Ni siquiera mi propio papá se preocupa por mi para que lo haga ella y Ricardo, es extraño.
Decido no echarle cabeza a eso y me concentro en la tarea.
Unos toques en la puerta me hacen levantar la vista del cuaderno.
Me pongo de pie con la intención de ir a ver quién es, pero Felicia me sale adelante.
—descuida, yo abro. —camina hacia la puerta.
—¡Nooo! —grito.
Ella se detiene de golpe y me mira sorprendida ya que son pocas las veces que hablo, además mi voz la mayoría de veces es casi inaudible y ahora estoy gritando.
—no vayas —bajo la voz —dejame a mi hacerlo.
Ella frunce el seño.
—pero tu estás haciendo tareas —rebate.
—dejame hacerlo —pongo mi mejor sonrisa.
La verdad es que tengo mucho miedo de que sea ese sicario, sé que ya han pasado dos meses, pero aún así tengo desconfianza.
—esta bien —se rinde —ve.
Corro y abro la puerta tantito con desconfianza.
Saco mi cabeza para ver mejor pero no veo a nadie.
«Que extraño».
Cierro la puerta.
Felicia está apoyada en la mesa y me mira a la espera de saber quién es.
—no era nadie —le digo.
—¿Y los toques? —pregunta.
—posiblemente eran los perros —respondo como si nada.
Doy un paso hacia su dirección cuando vuelvo a escuchar la puerta.
«No otra vez».
Siento un escalofrío recorrer mi ser, me doy la vuelta lentamente y abro la puerta teniendo los nervios de punta.
—¡Buuu! —me asusta.
A pesar del susto tan terrible que me dió al principio, respiro con tranquilidad al ver que solo es el hijo del líder de la iglesia.
Es un joven, incluso me atrevería a decir que es un poco inexperto, pero le encanta esas cosas de Dios y a pesar de ya estar grande tiene un corazón de niño o eso es lo que aparenta ser.
—¿Cómo estás? —me pregunta con esa sonrisa que siempre lo caracteriza.
Le doy mi mejor mala cara, aunque no es lo suficiente mala porque la vez pasada que estaba enfadado, Felicia dijo que me veía tierno, así que tengo que aprender a hacer mejor cara mala.
—no debería de hacer eso —le digo molesto —hay muchos asesinos esperando detrás de una puerta.
Él me mira un poco sorprendido, sin saber porque le dije eso.
Solo yo sé el transfondo de aquellas palabras.
Me doy la vuelta dejándolo ahí parado, ni siquiera me tomo la molestia de invitarlo a pasar, paso por el lado de Felicia la cual también me está mirando y me encierro en mi habitación.
Me acuesto en la cama y me quedo mirando el techo con mis manos detrás de la cabeza.
Después del terror tan terrible que sentí al pensar que era el sicario, hasta se me olvidó que tenía que hacer tareas.
Pienso en ir por los cuadernos a la sala, pero recuerdo que allá está ese chico y me ahorro la fatiga.
Escucho a Felicia saludar al joven y darle la bienvenida.
—siga, siéntese —le dice.
Hasta me lo imaginé caminando hacia la sala.
«Que no toque mis cuadernos y todo estará bien».
—¿Por qué dijo el niño eso? —pregunta el joven curioso.
—no lo sé —responde ella.
Se siente tan bien escuchar de aquí como si estuviera allá con ellos.
—se ve que es bastante raro —comenta él.
No hay respuesta alguna de Felicia por unos cuantos segundos.
—él no es raro —le aclara con tono serio.
Después de eso comenzaron a hablar de algunas cosas de la iglesia, mientras yo solo escuchaba en silencio, considerando que no tenía más que hacer.
Minutos después.
—hasta luego hermano Faver —se despide amablemente Felicia. —Dios lo bendiga.
—igualmente —responde él.
Escucho la puerta cerrarse.
Me pongo de pie para salir por los cuadernos cuando escucho nuevamente la puerta.
Posiblemente a Faver se le olvidó algo, siempre es así, no deja la cabeza porque la tiene pegada.
Escucho a Felicia devolverse a abrir.
—¿Que se le olvidó hermano Fa...? —la pregunta queda incompleta.
Me quedo estático y miles de cosas pasan por mi mente.
Una de ellas y de la cual estoy muy seguro es que ese no es Faver.
—muy buenas tardes —escucho una voz bastante familiar.
Solo la oí una vez, pero la puedo reconocer perfectamente.
Es la voz del sicario.
«Sabía que el cualquier momento iba a venir por mi».
—muy buenas tardes —saluda Felicia con normalidad —¿En qué le puedo colaborar?.
Eso me da a entender de que aparentemente vino en son de paz.
Siempre pensé que cuando llegara por mi, llegaría con un arma disparando a todo el mundo, pero afortunadamente no fue así.
O al menos eso es lo que creo.
—lo que pasa es que estoy buscando a mi hijo desaparecido —responde, su voz se quiebra al final.
Inmediatamente comprendo todo.
—¿Cómo es su hijo? —pregunta Felicia después de unos cuantos segundos.
—espere le enseño una foto —responde él.
Es ahí cuando comienzo a caminar lentamente hacia la puerta.
«Mis días de bendición, han culminado».
A mí mente vienen las palabras que me dijo aquel día y sé que no tengo opción.
Abro la puerta de mi habitación y camino hacia la sala, desde ahí logro a verlo.
Me asombro un poco al ver que ya no luce desaliñado como la última vez que lo ví.
Trae una camisa blanca de manga larga con un pantalón negro clásico y unos zapatos bien lustrados.
Busco aquella cadena que tenía en su cuello pero no hay rastro de ella, tampoco veo el anillo en su dedo.
Veo a Felicia la cual sostiene una foto en sus manos y la mira en silencio, su rostro luce triste.
Apenas el sicario me ve, sonríe de manera macabra.
Esa sonrisa me recuerda mucho a un ser que por veces he visto en mis continúas pesadillas.
Luego cambia su sonrisa a una amable.
—¡Hijo! —grita Feliz.
No sabía que aparte de matar, lo de actuar se le diera tan bien.
Intentó correr hacia a mi, pero Felicia lo detuvo en la puerta.
—¿Él es en verdad tu padre? —me pregunta.
«Ni siquiera nos parecemos».
Me quedo mirándola y por un momento quisiera decirle la verdad de todo.
Pero al ver la mirada amenazante que me dedica él, sé que no es tiempo para ponerme a llorar.
Tengo muy claro lo que puede llegar a pasar en dónde me pase de listo.
—si —miento.
Me da tanta rabia tener que mentirle a una de las personas que más me ha ayudado, pero no me queda opción, lo hago porque a pesar de que no la quiero como mi madre, ella me ha hecho mucho bien.
Me mira de manera dudosa, no muy convencida de mi respuesta.
—¿De verdad? —vuelve a preguntar.
«¡No, no es verdad, él solo me quiere hacer daño!».
Quise decirle eso, pero no tenía sentido hacerlo, a menos que quisiera que él la matará.
Asiento con la cabeza.
Ella sigue sin creerme.
—¡Ven aquí! —el sicario abre sus brazos sin dejar de sonreír.
Él si se ha metido en su papel de padre.
Quise fingir de la misma manera y hacer del hijo feliz que se reencuentra con su padre, pero mi cuerpo no se movía de su lugar.
Eso hace que Felicia desconfíe más, mira de manera desconfiada a él sicario.
—supongo que está sorprendido de que lo halla encontrado —dice el sicario como para aligerar el momento incómodo.
Es verdad, estoy muy sorprendido, solo que no de la manera a la que él se refiere.
—que extraño —comenta Felicia sin moverse de la puerta —lo más es que cuando me vio a mi y a mi esposo en el hospital, corrió a abrazarnos y según tengo entendido sus padres estan muertos.
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