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66. ¡¡DIOS PIENSA EN TIIII!!.

2 Samuel 12

1 Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre.

2 El rico tenía numerosas ovejas y vacas;

3 pero el pobre no tenía más que una sola
corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija.

4 Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él.

5 Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte.

6 Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia.

7 Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl,













Parpadeo varias veces tratando de que mi imaginación no me juegue una mala pasada.

Pero Mibsan se ve muy real, su voz también se escucha bastante real.

—¿Que... que estoy haciendo aquí? —pregunto con dificultad ya que tengo la garganta muy seca y me duelen los músculos de la boca —¿Que... me pasa?.



Mibsan suspira mientras se acerca más a mi, toma una jarra de agua que hay en una pequeña mesa, sirve un poco en un vaso de cristal y lo acerca a mis labios.



«Definitivamente si es real».

Pienso al sentir el agua refrescar mi garganta.

Me quedo mirándolo mientras él está concentrado en darme de beber.

Muchas emociones surgen dentro de mi.

Siento confusión al estar en una habitación de paredes blancas sola con él.

Pero también me siento feliz de volver a verlo.

También siento una especie de molestia al recordar que está comprometido y ni hablar de todas las preguntas que han surgido.


—te traeré algo de comida —rompe el silencio alejándose de mi y saliendo de la habitación.


Abrí mi boca para decir algo pero una punzada de dolor en la cabeza lo único que hizo fue hacerme quejar.


De repente todo lo que tenía en mente desapareció quedando totalmente en blanco sin siquiera saber que decir.

Es como si mi disco duro, osea mi memoria se estuviera reiniciando.



Cierro los ojos tratando de soportar el dolor.



—tranquila —escucho nuevamente la voz de Mibsan —no esfuerces tu mente y todo va a estar bien.


Abro los ojos y él está sentado en una silla cerca de mi cama con una bandeja en la cual hay una pequeña tasa con un caldo de pollo.


Apenas siento el aroma mi estómago se comienza a revolver con ganas de trasbocar.


Mibsan pone la bandeja en la pequeña mesa y pasa su brazo por detrás de mi espalda ayudándome a sentar.

A pesar de lo mal que me siento puedo sentir mi corazón latir más y más rápido.


—come —dice Mibsan acercando la cuchara a mis labios.


Niego con la cabeza apretando los labios.



—llevas tres días sin comer, —me dice —sino comes será peor.

Sigo negando con la cabeza.

—solo un poco —insiste.


—no —digo con dificultad.

—unas cuantas cucharadas —vuelve a decir.


—no —contesto mientras siento la cabeza a punto de estallar.

—okey —se pone de pie.

Me sobresalto un poco al escuchar el duro sonido cuando puso la tasa en la mesa.

—sino quieres por las buenas, entonces por las malas.


Se acercó más a mi y sin darme tiempo asimilar sus palabras me tomo del mentón y abrió mi boca.

Quise cerrarla pero para ese entonces ya tenía una cucharada de caldo en mi boca.


Trago y me doy cuenta que no sabe tan mal.


—no es tan difícil —dice soltándome. —¿Quieres seguir comiendo así?.

Niego con la cabeza.

—me parece bien.

Toma su lugar de nuevo y me da otra cucharada.




...



—¿Que me pasó? —pregunto al ver que lo único que recuerdo es que iba a casarme.

Recuerdo que estaba en una habitación vestida de novia e incluso todavía estoy vestida así.



—tienes que descansar —dice Mibsan ofreciéndome un vaso de agua.



Intento recibirlo pero las fuerzas no me dan.


Él lo acerca a mis labios, también me ofrece una pasta, me rehusó a tomarla aún sabiendo que me la puede dar a la fuerza.

Una suposición atraviesa mi mente.

«Sería que él me secuestro».

—es para el dolor de cabeza y las náuseas —me dice —cuando te la tomes responderé a tus preguntas.


Obedezco.


—bien, —dice él volviéndose a sentar —¿Que era lo que querías saber?.


—¿Por qué estoy aquí? —pregunto con dificultad mientras siento todos mis músculos adormecerse.


—estas aquí porque...

Trato de concentrarme en oírlo pero cada vez lo escucho más lejos y mis párpados empiezan a pesar demasiado.

Hago lo posible por mantener despierta pero es imposible.

Creo que me ha sedado.











Narra Mibsan:






Acomodo a Gracia en la cama poniendo una almohada bajo su cabeza para que cuando despierte no esté adolorida, luego la miro por unos momentos.


«¿Quien se iba a imaginar que iba a terminar estando a cargo de ella?».

Tuve que sacarla del país para que pueda estar segura.

Incluso tuve que borrar su identidad.



Salgo de la habitación echándole seguro por si acaso y me dispongo a salir del pequeño apartamento en donde nos estamos quedando.

Por estos momentos tengo que manejar un bajo perfil.

Pareciera que fuera un profujo pero en realidad la que tiene que esconderse es Gracia.





....





Camino por las calles tranquilamente como un transeúnte más.

Las personas pasan por mi lado.

Unas felices.

Otras afanadas porque llegan tarde al trabajo.

Algunas mamás llevan sus niños al colegio.



Entro a un supermercado y comienzo a comprar todo lo que necesito en el departamento.



«Supongo que esto también se requiere».


Tomo unas toallas higiénicas.


Después de concluir mi compra me acerco para pagar, afortunadamente solo hay un pequeño grupo de personas así que no tengo que esperar demasiado en la fila.



—hola —me saluda la mujer que va delante mío en la fila.


Decido ignorar su saludo.

Por la forma en que me mira se que quiere coquetear.


—¿Eres nuevo por acá? —me pregunta.


Ella intenta acercarse un poco, pero yo instintivamente me alejo.

Siento como mi estómago se comienza a revolver.

Le doy la mejor mirada que tengo.


—¿Tienes algún problema con eso? —le pregunto serio.

—osh, —se queja —pero que mal genio.


—su compra —habla la chica del mostrador.

La mujer se vuelve al frente, paga en la caja y finalmente se va.


Pongo mi carrito ahí y la chica empieza a verificar los precios.

Yo siento que se está demorando una eternidad.


Suspiro agobiado tratando de mantener la paciencia.



—ya está —dice al final.


Pago, tomo las bolsas y me voy de ahí.



No pierdo mi tiempo sino que camino directamente hacia el apartamento pero un aroma llamó mi atención.

A mí nariz llegó el delicioso aroma del café.

Yo no soy adicto al café pero está vez sentí un vivo deseo de tomar café.

Ahora que lo recuerdo no he comido nada, solo le dí de comer a Gracia, supongo que el hambre me está jugando una mala pasada.





Entro a la pequeña tienda, las pocas personas que están sentadas fijan su mirada en mi.

Me imagino que en este pequeño pueblo todo mundo se conoce así que saben perfectamente que soy nuevo.


Busco la mesa menos llamativa y me siento a esperar el pedido.


Por una vez en la vida parezco alguien normal, sin preocupaciones de que lo vayan a matar.

Aunque es inevitable pensar como estará todo.

Deje a uno de mis hombres a cargo del negocio y me fuí.

Está es la hora que ni ellos, ni nadie sabe de mi paradero con Gracia.

Escogí este pueblo porque es un pueblo demasiado recóndito en el que casi nadie fija su mirada.

Para que encuentren a Gracia tardarían demasiados años, sus perseguidores jamás se imaginarán que ella esté acá.



—¿Que deseas guapo? —llega una rubia hacer mi pedido.


—cafe sin azúcar —respondo seco.


—eres nuevo ¿Verdad? —pregunta sin dejar de sonreír.


Ruedo los ojos.

—¿Que con eso?.

No me imaginé que fuera llamar tanto la atención.

Aveces la buena apariencia trae desgracia.



—¿Solo o comprometido? —tiene el descaro de preguntar.


Finjo mi mejor sonrisa.

—felizmente casado —le muestro el anillo que hay en mi dedo.


Ella se aleja de ahí.



Supongo que eso de estar casado es una buena técnica.


Se preguntarán en que momento me casé.


Eso fue como hace dos días.

Mi esposa es Gracia.

Si lo sé.

Suena increíble.

Además la pobre ni siquiera lo sabe y no tengo idea de cómo decirle.

Fue la única manera de crear su visa en este país recóndito en el cual es un problema vivir sino estás legalizado.


Ahora bien, no es un matrimonio real, solo es un acuerdo en el cual el único que tomo la decisión fui yo porqué ella se hallaba inconsciente.


Fue una larga historia de la cual prefiero no hablar.


—aquí está su café sin azúcar —dice la chica poniendo la bandeja en la mesa —acompañado de unos cuantos pastelitos.

—yo no pedí pastelitos.

—cortesía de la casa —me guiña un ojo. —por cierto dígale a su esposa que lo cuide más, no sea que se lo roben.


Ruedo los ojos mientras pienso en como quitarla de mi.

Está es una de las razones por las cuales no me gusta salir.

Todas las mujeres quieren ligar conmigo como si yo tuviera un letrero en la frente en el que dice que estoy a la orden.


—por cierto soy Sara —me extiende su mano la cual no recibo —salgo de trabajar a las nueve de la noche por si deseas algún día ir a tomar algo, este es mi número —pone un papel sobre la mesa.


—¿Quieres dejarme disfrutar el café? —pregunto molesto.

—okey guapo —se va permitiéndome descansar.

Finalmente pude respirar con normalidad.

Temía que si olía su perfume en cualquier momento iba a vomitar.




Comencé a disfrutar del aroma del café sin probarlo, incluso me dí el lujo de cerrar los ojos sin siquiera preocuparme por un atentado.

No quiere decir que porque estoy en un pueblo olvidado, no deba de tener cuidado.

Pero aún así me di el lujo de olvidarme de todo.

Hacer de cuenta que era una persona normal, sin tanta maldad encima.


Se sentía súper bien hasta que de pronto escuché la campanilla de la puerta sonar.


Abrí los ojos de inmediato y lo pude ver.

Era el pastor.

El pastor con él que me encontré hace unos meses atrás.

Su rostro jamás lo olvidaría.



«¿Que hace acá?».


En ese momento anhele tener un periódico para cubrir mi rostro de él.

La verdad es que me aterraba que me viera.

Aún recuerdo perfectamente lo que pasó desde mi primer encuentro con él.

Sinceramente no era para nada agradable.

Además habiendo tantos lugares a donde ir, justo a ese hombre le da por venir aquí.


Quise creer que esto solo era más que una casualidad.

Pero al ver cómo me miró fijamente y camino hacia mi dirección, supe que no era una coincidencia.



Miré a mi alrededor y afortunadamente ya no había nadie en la cafetería.

Ni siquiera la mesera se veía a la vista.

Supongo que es mi día de suerte para acabar con su vida.

Para nada me conviene que él sepa mi paradero.


Llegó hasta mi mesa y tomo lugar frente a mi.


—Dios te bendiga hijo —saludó.


No sé porque pero esa última palabra me afectó.

Era como si lo dijera desde su corazón cuando ni mi propio papá lo ha hecho.


—¿Que quiere? —pregunto con indiferencia.


Aún recuerdo aquellas palabras que me dijo por el teléfono de uno de los hombres que mandé para que lo mataran.

«—pues déjame decirte que mi muerte no la decide un hombre, la decide Dios y tú tiempo ya está contado, más vale que regreses a Él, antes de que no haya esperanza».


Hasta escalofríos me da recordarlo.




—quiero contarte una historia —habla con toda la paciencia del mundo.


—pues yo no quiero escuchar su historia —sigo con mi indiferencia.

Sin perder más el tiempo decidí mandar mi mano a la cintura para sacar el revolver aunque un sentimiento de culpa me invadió, pero lo ignoré.


Toqué el revolver, más no lo pude sacar porque mi mano se quedó inmóvil.

Fue ahí donde me di cuenta que algo andaba mal.

Quise ponerme de pie, pero tampoco pude, era como si me hubieran pegado a la silla.


—¿Que es lo que me pasa? —pregunte viendo cómo mi cuerpo empezaba a temblar.



Él pastor suspira.


—hace muchos años atrás distinguí a un joven el cuál era bastante fiel a Dios, —comienza a decir ignorando mi pregunta —a ese joven Dios le dio la oportunidad de casarse con una gran mujer, la cual amaba la obra de Dios, —sonríe ampliamente —pero cuando yo le pregunté que si quería servirle a Dios, él se negó porque no quería que su esposa sufriera, a este joven Dios le dio unos hermosos hijos —sigue contando —entre ellos había uno especial, uno con el cual Dios se trazaba cosas grandes —me miró fijamente.


Sabía perfectamente que estaba hablando de mi.


Un fuerte fuego comenzó arder en mi corazón.

Era algo a lo cual yo no me podía resistir.



—Dios quería hacer de ese niño un gran instrumento suyo, un siervo para la honra y gloria de su nombre. —me sigue hablando.


Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin que yo las pudiera controlar.

Es verdad Dios quería hacer muchas cosas grandes conmigo.

Pero yo me desvíe, me convertí en un completo desastre.

Pero no es mi culpa.

Yo no quería ser así.

Dios sabe que luché con todas mi fuerzas para no ser así, pero siempre el mal me persiguió y me alcanzó.


—Satanas sabía de los grandes planes de Dios para con ese niño —me sigue diciendo —es por eso que se levantó contra él y lo convirtió en uno de los peores asesinos, para impedir que se acercara a Dios.


No sé en qué momento sucedió.

Pero caí de la silla arrodillado en el suelo pidiendo misericordia a Dios.

Aunque en lo profundo de mi ser, sabía que ya no tenía esperanzas.

Yo había hecho demasiadas cosas malas como para que Dios todavía pensara en mi.



—pero déjame decirte —dice aquel anciano poniéndose de pie e inclinándose hacia mi poniendo su mano en mi hombro la cuál me quemaba —¡¡DIOS PIENSA EN TIIII!!, ¡¡DIOS TODAVÍA CUENTA CONTIGO PARA AQUELLO GRANDE QUE QUIERE HACER, ÉL NO TE HA DEJADO NI TE VA A DEJAR!!, ¡¡PORQUE ÉL TE AMAAAA!!













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