58. LA QUEMÉ.
Jeremías 36
23 Cuando Jehudí había leído tres o cuatro planas, lo rasgó el rey con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el brasero había.
—uumm, —me quedo asimilando las palabras de la hermana —entiendo.
Hago mi mayor esfuerzo por no dejar que me afecte.
Pero siento un nudo muy grande en la garganta que me quiere cortar la respiración.
Para colmo de males me duele el corazón.
Es como si un pedazo hubiera sido arrancado de él y se hubiera ido con Mibsan.
No entiendo porque me afecta tanto, si simplemente fue un paciente.
Incluso me indigno conmigo misma al ver lo poco profesional que fui al apegarme a él.
—entonces ya me voy —le informo —Dios la bendiga hermana Alice.
—toma, —me extiende un sobre —él te dejo esto.
—gra...gracias —lo tomo de sus manos —que tenga una buena noche, descanse.
Me apresuro a salir de la mansión.
Apenas lo hice, las lágrimas se comenzaron a salir de mis ojos.
Bajo mi rostro para que los escoltas no lo noten y me subo al auto rápidamente.
Apenas él auto se pone en marcha, me suelto a llorar con libertad.
—¿Que sucede señorita? —pregunta Darco asustado.
—nada, —respondo tratando de controlar el llanto —es que me duele mucho el corazón.
«Ni siquiera un adiós».
«Al menos me hubiera esperado para despedirse».
«¿Que le costaba hacerlo?».
«—tal vez pensó lo mismo que tu».
Me dice una voz interna.
«—¿Para que debería de hacerlo?, no tiene nada que ver contigo».
«Es verdad».
«Yo no soy nada para él».
«Cómo para que se despidiera».
Aprieto el sobre en mis manos con fuerza.
«Tal vez él piensa que el dinero lo es todo».
Me indigno conmigo misma al ver lo mucho que me afectó que él se fuera.
Me indigna porque esto no debería de importarme o afectarme en lo más mínimo.
«Si tan solo le hubiera preguntado que quería decirme aquel día».
Me sigo lamentando pero ya es tarde.
....
Apenas llego a la casa, me apresúro a ir a mi cuarto.
No me siento de humor para ver a Annie.
Pero es la primera persona que me encuentro.
Está caminando por la sala con sus audífonos puestos.
Apenas me ve, se detiene y me analiza.
—pero, ¿Que te paso? —pregunta como si de verdad le importará —¿Acaso ocurrió un terremoto halla fuera, que vienes toda destrozada?.
La ignoro y sigo mi camino.
No estoy de humor para recochas.
—dejame adivinar, —se ríe —el tal pastor ese te terminó.
—ja, ja, ja —rio con sarcasmo —ojalá fuera eso.
Al instante me arrepiento de dejarme llevar por sus palabras.
Sigo mi camino.
—¿Fue por mi hermano, cierto? —pregunta de repente haciendo que se me detenga el corazón por unos milisegundos.
Cuando me doy cuenta he detenido mis pasos justo cuando iba a subir el primer escalón.
—seguramente ya se fue, ¿Verdad?. —se acerca a mi.
Yo asiento en silencio.
—y tu estás dolida por eso. —acierta otra vez —aunque te duele admitirlo, tu querías que él siempre estuviera ahí, supongo que lo que más te indignó es que se fuera sin decir nada.
—exacto —le doy la razón —¿Cómo se va a ir así?, ¿Que le costaba despedirse?.
—él es así —responde ella.
—es un chico sin sentimientos. —decreto.
—te equivocas —la volteo a mirar. —aunque parezca increíble, mi hermano tiene sentimientos y por esos sentimientos decidió irse, él no quiere llegar a lastimarte, supongo que incluso varias veces te dió señales para que te alejaras de él.
Eso de que si tiene sentimientos, hizo que se alegrará mi corazón.
Incluso recordé aquella vez que dijo que su corazón estaba acelerado por mi.
Aún recuerdo aquella mirada tan penetrante.
Su mirada es algo que jamás voy a olvidar.
—¿Osea que solo me quiere proteger? —pregunto un poco incrédula.
—efectivamente, mi hermano no es de esos, pero contigo hizo la excepción.
No sé porque pero siento que está vez Annie está siendo sincera conmigo.
—¿Estás queriendo decir que él por mi tiene sentimientos? —pregunto ilusionada.
Siento que el corazón se me va a salir de la felicidad.
—así es —lo confirma. —¿Cómo es posible que no te hallas dado cuenta?, él es bastante reservado, pero eso es más que obvio.
Dejó a Annie ahí y me voy corriendo escaleras arriba.
Me encierro en mi cuarto y sin perder tiempo, busco su número en mi teléfono y le comienzo a llamar con la esperanza de que ya me halla desbloqueado.
La llamada suena y suena, pero nadie contesta.
Eso hace que mi corazón se entristezca
«¿Y si lo voy a ver?».
Me dirijo hacia la puerta para ir a preguntarle a Annie en qué parte de París vive exactamente.
Pero apenas tocó la manija, me detengo de golpe.
«¿Que rayos voy hacer?».
«¿Acaso estoy loca?».
«¿Cómo se me va a ocurrir ir en busca de un hombre?».
«¿En dónde está mi amor propio?».
«¿Acaso se me olvidó que soy cristiana?».
Y lo más importante.
«¿Acaso no recuerdo que él no conoce a Dios?».
Doy media vuelta y me tiró a la cama.
—perdoname Señor, no sé que fue eso.
Recordé mi compromiso de orar con él hermano Héctor y hasta me sentí culpable.
Me sentí traicionera.
Miro el sobre que Mibsan me dejó, el cual todavía está en mis manos.
No sé porque lo hice, pero lo tire.
Ahora me doy cuenta que todo este tiempo que estuve con él.
Ni siquiera lo hice por dinero.
Lo único que gane fue terminar enredada en sentimientos.
No me enamoré de un hijo de Dios, para terminar enamorada de un hijo del diablo.
Me levanto y me arrodilló a orar para descansar.
Horas después.
Luego de haber orado y pedido perdón a Dios, me sentía un poco más tranquila.
Me acosté quedando profundamente dormida.
Día siguiente.
Estoy secando mi cabello en el tocador mientras miro fijamente el sobre tirado en aquella esquina.
De pronto veo que algo más, aparte de dinero sobresale de ese sobre.
Solté el secador de pelo y camine hasta ahí.
Me incliné y saque lo que había.
Era una nota.
Una carta por así decirlo.
Mi corazón inmediatamente se emociono.
Incluso una gran sonrisa apareció en mis labios.
«¿Cómo es posible que me alegré más eso, que él dinero?».
Desdobló el papel y comienzo a leer.
Las letras que hay ahí son letras legibles y muy hermosas.
Jamás había visto algo así.
Es como si hubieran sido escritas con una pluma con punta extremadamente fina.
La carta decía:
Hola Gracia.
Creo que esto es algo muy loco.
No debí haber escrito una carta.
Debí de haber dejado un mensaje.
Pero ya está.
Ya la empecé a escribir y no voy a desistir de lo que he comenzado hacer.
Primeramente que todo quiero darle las gracias a Dios.
No puedo creer que lo esté haciendo.
Pero estoy más que seguro que Él fue el que te envío a mi vida.
Gracias por estar ahí para mí cuando prácticamente me estaba muriendo.
Gracias por hacerme ver la vida de una manera diferente.
Por hacerme ver una razón más para vivir.
Gracias.
De verdad que aprecié cada momento a tu lado.
También lamento los malos momentos que te hice pasar.
Pero creo que lo mejor es que estés lo más lejos de mi posible.
Te dejo está carta porque posiblemente por teléfono nunca me vas a poder contactar.
Y en persona jamás me verás.
A menos que yo acceda hacerlo, pero me obligare a no hacerlo...
—su desayuno —habla una de las empleadas sacándome brutalmente de la lectura.
Fue impactante el susto que me dió.
La miro un poco molesta al ver que abrió la puerta sin siquiera tocar.
Por cierto no la había visto antes.
—¿Dónde está mi desayuno? —pregunto al ver que no trae la bandeja.
—lo deje abajo en el comedor —responde —usted siempre come abajo.
—yo no la había visto antes, ¿Eres nueva? —pregunto.
Ella sonríe.
—ya llevo un año aquí —responde —es solo que soy la encargada del aseo, está vez se me encomendó la cocina.
—um ya —asiento. —al rato bajo a desayunar.
—pero se enfría —insiste ella.
«¿Cómo le explico que quiero terminar de leer la carta?».
Me pongo de pie.
Dejó la carta en el tocador y bajo a desayunar.
Siempre acostumbro a tomarme mi tiempo para desayunar, pero está vez lo hice a tiempo récord.
Solo quería ir a leer la carta y quizás volverla a releer.
Eso era todo.
Apenas terminé, subí rápidamente las escaleras.
—como que alguien está feliz —comenta una Annie recién levantada que sale de su habitación.
No contesto nada, solo voy a mi cuarto y me encierro, está vez le pongo seguro para no ser interrumpida.
Voy hacia él tocador.
Mi corazón se detiene al no encontrar la carta.
«¿Dónde está?».
«Yo la dejé aquí».
Comienzo a desordenar todo.
Pero no hay nada.
Absolutamente nada.
Salgo de la habitación y busco rápidamente a la empleada.
Afortunadamente la encuentro en la cocina charlando con las demás.
Las otras inmediatamente se ponen de pie apenas me miran.
—¿Viste la carta que tenía hace un momento? —pregunto.
Ella asiente con una sonrisa.
—yo la tomé —responde.
—¿Por qué? —pregunto indignada.
—pensé que era basura —responde como si nada.
La frustración se comienza a apoderar de mi.
El solo hecho de pensar que la haya leído, me molesta en gran manera.
—¿Dónde está? —le preguntó tratando de mantener la calma y no alzar la voz.
Jamás había tenido un choque con una empleada.
Supongo que siempre habrá una primera vez.
Pero justo tenía que ser está.
—la quemé. —dice como si nada.
Cómo si hubiera sido cualquier papel.
La miro con supremo enojo.
—estas despedida —es lo único que logro articular antes de irme.
A mis espaldas escucho a las otras murmurar.
—¿La despidió solo por un papel?.
«No era un simple papel».
—wooo —me encuentro con Annie a la entrada de la cocina —eso fue cool.
Camino hacia el baño de la primera planta, me encierro y me pongo a llorar de la rabia tan grande que tengo.
Narra Mibsan:
Llegó a la mansión de París y desciendo del auto.
Me tomo unos minutos para observar mi palacio que no tiene nada asombroso a primera vista, pero adentro...
—¿Cuales son sus órdenes? —pregunta el hombre que dejé a cargo.
Me quito el abrigo y la bufanda que me están sofocando.
Él sujeto se apresura a recibirme las prendas y se las entrega a otro.
Este es tan torpe que deja caer mi bufanda.
Inmediatamente cae de rodillas ante mi.
—lo siento señor, lo siento —se disculpa —por favor perdóneme, no quise hacerlo —suplica —tengo una familia y...
Le descargo una bala en la cabeza.
Me choca que la gente comience a suplicar y meter su familia.
—las primeras órdenes son exterminar a los traidores, —respondo a su pregunta —que comience la tortura.
...
Después de un relajante baño, baje al sótano insonorizado, para desestresarme.
—¡¡Aaahhh!! —gritaba de manera desgarradora el sujeto al cual se le estaba extrayendo algunos órganos.
Lo bueno de estás cirugías es hacerlas con la persona conciente.
El sudor corría por su frente debido al dolor tan terrible que experimentaba.
Su mirada era suplicante.
—mateme, por favor mateme, —me rogaba sin fuerzas —pero no me haga sufrir más.
Yo sonrío de manera siniestra.
Los otros hombres que esperan por su turno, también suplican mientras que luchan en vano por liberarse de las cadenas.
Creo que su peor desgracia, es mi llegada.
Pero yo no tengo la culpa de que ellos me hayan traicionado.
Me acerco a otro sujeto y con una navaja comienzo a extraer uno de sus ojos.
No hay palabras para describir sus gritos.
—jefe —entra otro de mis hombres al sótano.
Lo miro molesto.
—¿Acaso no ves que estoy trabajando?. —le pregunto concentrado en lo que estoy haciendo.
—la madrina está aquí. —me informa.
«Esa mujer no me deja descansar».
—dile que espere afu...
—¡Bestia, bestia! —la escucho gritar emocionada.
Entra al sótano y viene corriendo hacia mi y me abraza.
—cuidado —le digo.
Trae puesto un vestido bastante provocador, su rostro está cargado de maquillaje.
—ash, —se queja —estas lleno de sangre.
—sube arriba, —le mando —ahora estoy trabajando.
La verdad es que me molesta su sola presencia y no es nada personal.
Me molesta la presencia de toda mujer.
Bueno, casi todas.
—no pasa nada —contesta —ya me acostumbré a esto.
No digo nada y continuo con lo mío.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
—bien. —respondo a la misma vez que él sujeto grita.
—¿Que? —pregunta.
—que estoy bien —repito mientras él sujeto sigue gritando.
—no sería mejor taparle la boca. —propone.
No digo nada y sigo en lo mío.
—¡Aaahhh! —grita ella tapándose los ojos al ver como le he sacado un ojo —¡Asqueroso!.
—ponlo en la bandeja —le paso el ojo.
Ella niega.
—creo que voy a vomitar —sale corriendo del sótano.
«Mujeres».
Ruedo los ojos ante su actitud.
«Y así quiere casarse conmigo».
Fin de la narración.
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