5. LA MISERICORDIA DE DIOS.
Nota: hola, hola!!.
Una vez más estoy por aquí extendiendo mis saludos.
Dios te bendiga MaraRios y EricaQuispe por hacer posible la publicación de este nuevo capítulo.
También quiero decirles que la promoción del capítulo pasado es la misma para este si desean uno más.
Está es la primera vez que me arriesgo a escribir dos libros a la vez, pensé que no lo lograría pero Dios me ha estado dando la inspiración.
Otra vez muchas gracias por apoyarme, las llevo en el corazón.
Dios les bendiga 😊😊😊.
Santa Biblia Reina Valera 1960 - Salmos 138
8 Jehová cumplirá su propósito en mí;
Tu misericordia, oh Jehová, es para siempre;
No desampares la obra de tus manos.
—si quieres las cosas por las malas, entonces serán por las malas —dice saliendo de aquella habitación.
Mientras tanto yo hago mi mayor esfuerzo por no quejarme.
El dolor es mucho, pero trato de pensar en algo lindo.
Pienso en mi hermana.
Recuerdo su adorable e inocente sonrisa, de cómo jugábamos hasta cansarnos.
Recuerdo nuestros intentos fallidos por robarle galletas a mamá.
Es ahi donde mamá invade mi memoria y sus recuerdos son tan dolorosos para mí.
Es cuando deseo que todo esto solo sea parte de un horrible sueño.
«Deseo que nada de esto sea verdad».
«Anhelo poder despertar».
Aquel sujeto vuelve a entrar con una bolsa en la mano.
—¿Ves esto? —la pone frente a mi.
Yo la miro en silencio.
—son medicinas para el dolor —logro a entender.
Las deposita en una mesa.
Me tomo un momento para analizarlo y no parece del todo un asesino.
Siento que es más humano que la bruja esa juntamente con Zoar, pero las apariencias muchas veces engañan.
Es un hombre bastante joven, yo diría que tiene aproximadamente unos treinta años.
Sus rasgos faciales no demuestran más edad, pero si se ven bastante endurecidos.
Lleva puesto un buso gris, junto a unos jeans que están llenos de rotos sus rodillas.
Dejó de observar y vuelvo mi mirada a su rostro.
—veremos que tanto puedes llegar a vivir —dice antes de caminar hacia la puerta —por cierto —se detiene y me mira —no voy a estar en casa.
Sé levanta el buso y deja ver dos pistolas.
No me asombro en lo más mínimo porque a Zoar le ví una, lastimosamente la vez que fui a buscarla esa bruja me sorprendió y después de una paliza terminé encerrado en la misma asquerosa posilga de siempre.
Saca una y la tira en la cama.
—si llega visita, haces esto —toma su arma y dispara dejando un hoyo en la pared.
Yo asiento.
Esto de tener un arma en mi poder es bastante nuevo para mí, definitivamente nos vamos a entender a la maravilla.
—al último chico que tuve antes de ti, le dije esas palabras antes de irme —rie —pero cuando volví estaba muerto, veré si tienes suerte y sobrevives —fue lo último que dijo antes de salir y cerrar la puerta de aquella habitación.
Apenas se retiró, me comencé a mover lentamente tratando de ignorar aquel terrible dolor que me hacía tragar grueso.
Estiró mi mano y tocó el arma.
Sé siente fría y suave a la vez.
Jamás imaginé que se fuera a convertir como en mi tercer mano.
Ese objeto se volvió indispensable para mí.
La levanté con dificultad ya que a pesar de todo era pesada, la acerqué a mi rostro y deposite un beso en ella, mientras me imaginaba matando a diestra y a siniestra.
Recordé a mi padre.
De verdad que se merece un tiro por lo que nos hizo a mí y a mis hermanos.
Pongo el arma en mi cabecera, me estiró un poco y alcanzó la medicina.
Abro la bolsa y me encuentro con unas pastillas y una botella de agua.
Me tomo dos pastillas con abundante agua.
Es tanta la sed que me terminó aquella botella de agua.
Luego el sueño llega haciendo que mis párpados se comiencen a cerrar de lo pesados que están.
Al final caigo en un muy profundo sueño.
Un sueño que me hace olvidar de todo mi dolor.
«Definitivamente esas pastillas tenían algo».
Narrador omnisciente:
Efectivamente Mibsan tenía razón.
Eso no eran pastillas en si, era droga que te privaba y te hacía olvidar el dolor.
Pero cuando despertase su dolor volverá y una vez más tendrá que recurrir a aquella droga para calmar su dolor, es así como aquel niño con tan solo seis años de edad, puede terminar siendo un adicto.
Lo que no sabía aquel pequeño y aquel sicario, es que Dios ya tenía un plan de antemano.
Las cosas no serían como Mibsan creía o como aquel hombre estaba seguro que serían.
Ese sujeto salió sin saber ni tener siquiera asegurada su vida, pues era un sicario y tenía muchos, pero muchos enemigos que darían lo que fueran por su cabeza.
Entre ellos estaban una chica y un chico los cuales querían su muerte por cuánto él les había quitado su padre cuando eran pequeños.
Aquellos hermanos se habían entrenado muy bien para esta venganza y estaban más que seguros que hoy lo conseguirían.
Entraron en aquella casa de madera sin hacer ruido alguno.
—para ser todo un sicario sabe encubrirse bien —comento en voz baja aquel joven al entrar en la casa.
Solo se miraba el degeneró de aquel varón, a leguas se notaba que aquella casa no la había pisado nunca una mujer.
La chica miro todo aquello e hizo una cara de asco mientras le hacía señas a su hermano para que se callara, no quería que aquel plan se echara abajo.
Muy silenciosamente caminaron por la casa con sus armas en alto listas para disparar en cualquier momento.
Después de registrar los alrededores, fueron por la habitación que era lo último que faltaba.
Efectivamente ahí estaba acostado en la cama.
Él joven sonrió con satisfacción al sentir que por fin saciaría su sed de venganza.
Sin mediar palabra alguna le disparo a aquel sujeto acostado en la cama.
La persona que había en la cama ni siquiera se inmutó, la droga era bastante fuerte.
—¡Espera! —dijo su hermana pero para ese entonces ya era muy tarde —ese cuerpo es demasiado pequeño para ser ese hombre.
Se acercó con un poco de miedo y destapó el cuerpo.
—¡¡Aaahhh!! —soltó un grito de horror —¡¡Es un niño, es un niño!!, ¡¡Le acabamos de disparar a un niño!!.
Lágrimas de culpabilidad comienzan a rodar por sus mejillas.
Habían matado a alguien inocente.
Él joven se manda las manos a la cabeza horrorizado.
Ese no era el plan, ellos iban por él sicario.
—lo podemos salvar —dice la chica tocando el pulso del niño —todavía está vivo.
—¡¡Nooo!! —contesta el joven mientras la toma del brazo y la saca de ahí apresurado.
—¡¡Está vivo!! —grita ella desesperada mientras él la saca de rastra —¡¡No podemos dejarlo ahí!!, —dice llorando mientras aquel niño se desangra —¡¡No somos unos monstruos!!.
Él chico la ignora, aunque su conciencia también le grita que lo salve, pero siente que lo más importante es librar sus pellejos.
Ya lo habían echado a perder todo, ahora solo les quedaba escapar por sus vidas.
No sabían quien era aquel niño, tal vez si lo ayudaban el sicario llegaría y acabaría con ellos sin darles tiempo de nada.
Lo mejor era escapar, aunque su conciencia dijera lo contrario.
Fue así como tomó a su hermana a la fuerza, la subió al carro y se fueron.
Definitivamente no fue buena idea haberla traído.
La chica al ver que no podía hacer nada por ese pequeño niño, saco su teléfono e hizo una llamada anónima a la policía y al hospital para que mandarán una ambulancia en esa dirección.
Tal vez para cuando llegarán él ya estaría muerto.
Pero el hacer eso de alguna manera aliviaba su conciencia.
Días después.
Narra Mibsan:
Abro mis ojos lentamente sintiendo mi cuerpo muy pesado.
Es como si de alguna manera este no fuera mi cuerpo, me siento muy extraño.
Poco a poco me voy acostumbrando a la luz y comienzo a ver claramente mientras me siento totalmente sumido en un gran silencio.
Desde aquella explosión, todo ha sido silencio y más silencio en mi vida.
«Quien me diera el privilegio de poder escuchar».
Me asusto al darme cuenta que no es la misma habitación en dónde me quedé dormido.
Además me encuentro lleno de cables y un poco adolorido.
Trato de pararme pero las fuerzas no me dan, además mi cuerpo está extraño.
La habitación se abre y entran unas mujeres vestidas de blanco.
Eso hace que me asusté más.
«¿Que es lo que está pasando?»
Una sonríe, mientras la otra me mira espantada.
A medida que las observo me doy cuenta de que estoy en un hospital.
La que está sonriendo se acerca a mi y con una pequeña linterna me alumbra los ojos.
Luego me mira y comienza a hablar.
No escucho nada, pero miro sus labios.
—¿Cómo estás? —pregunta amablemente.
Yo solo me limito a mirarla.
Ni siquiera hice el más mínimo intento de hablar.
La verdad es que no quiero hablar con nadie, aunque muero por saber que rayos fue lo que me pasó.
Sigo sin entender como es que me dormí en una cama normal y desperté en una habitación de hospital.
—¿Te sientes bien? —pregunta nuevamente.
Yo niego con la cabeza.
¿Que clase de pregunta es esa?.
Mi cuerpo ni siquiera responde a mi, y está enfermera pregunta si me siento bien.
La otra mujer que aún no sale de su asombro se acerca también.
—es un milagro que no halla muerto —le dice a la otra —sigo sin entender porque no murió después de aquel disparo, si cuando lo trajeron aquí, ya estaba prácticamente sin sangre.
—pues los milagros existen —dice la otra feliz —y él es la evidencia.
Ellas continúan hablando pero yo ya no les presto atención.
La verdad es que yo no creo en los milagros como tal.
Si así fuera, mi mamá estubiera viva.
Después de hablar un rato, llega un hombre y revisa todo mi cuerpo.
Es ahí cuando me doy cuenta de que me han cocido el vientre.
Tal parece que si me dispararon, lo raro es que no sé cómo fue.
Aquel hombre limpia la herida haciendo que tenga mucho dolor, pero aún así no me quejo.
—eres muy valiente —me dice.
Yo ruedo los ojos mientras aprieto los dientes con fuerza para no gritar.
—¿Recuerdas quién eres? —pregunta.
No le digo nada.
Él hombre suspira.
—ojalá que cuando ya esté recuperado, podamos dar con sus padres —comenta antes de salir.
Un nudo se forma en mi garganta al recordar que no tengo padres.
Solo soy un huérfano nada más.
Que después de tenerlo todo, termino sin nada.
Así fueron pasando los días.
Lamentablemente el tiempo en un hospital es eterno y doloroso.
Aunque afortunadamente con los medicamentos que me dieron, me fui recuperando.
Aparte de eso la enfermera sonriente siempre estaba ahí para mí y todas las noches me hacía dormir con una historia bonita.
Un mes después.
Me despierto y veo como las enfermeras hablan entre si.
—ya ha pasado más de un mes —dice la que no se agrada mucho de mi —y no se sabe nada de su familia, lo más seguro es que sea un huérfano.
Camila, la enfermera que siempre me cuenta cuentos en la noche, niega con la cabeza.
Yo bajo la mirada por un momento porque aunque me duela, lo que esa otra enfermera dice es la verdad.
—yo pienso que antes de tomar cualquier decisión deberíamos esperar un poco más —contesta Camila.
—nadie vendrá por él —habla la otra mientras me mira con desprecio —miralo, al parecer es un sordo mudo según los análisis del doctor —decreta.
Si, el doctor al ver que no hablaba decidió decir que soy mudo y después de ver mis oídos dijo que tenía los tímpanos rotos.
Ahí fue donde me enteré que jamás voy a poder volver a oír, ni siquiera un poco.
Camila me dedica una mirada tierna al ver que desperté.
Por ratos me recuerda a mamá y eso duele demasiado porque ella ya no está.
Ahora es cuando más la necesito, cuando necesitó sus abrazos, extraño demasiado sus besos, y aquellas oraciones que siempre hacía por mi en las noches para que no tuviera pesadillas, ahora ni siquiera dormir en paz puedo.
—no digas esas cosas delante de él —dice ella volviendo su mirada a la otra enfermera.
Aquella mujer se encoje de hombros.
—da igual, ni siquiera oye.
«Creo que ya la estoy comenzando a odiar».
La puerta se abre dejando ver a un nuevo doctor el cual comienza a revisar mi cuerpo.
—¿Siguen hablando de lo mismo? —pregunta mientras me pone un aparato en el corazón.
Ellas asienten.
—pues les tengo la solución —dice aquel hombre apartándose de mi —llevenlo al orfanato de la señora Ogla.
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