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Sueños ◇7◇

Hobi se tíró hacia adelante y apagó el motor.

–Peligro de envenenamiento por intoxicación de monóxido de carbono –dijo con tono de inteligente, como si no estuviéramos bien jodidos y congelados a dieciséis kilómetros de casa–. ¡Salgamos por detrás! –ordenó, y su actitud autoritaria me tranquilizó.

Jk se movió como pudo hacia el baúl y abrió la puerta de atrás. Salió disparado. Hobi lo siguió, y luego yo, que salí sacando los pies por delante. Como ya había logrado ubicarme, fuí capaz de expresar con elocuencia mi parecer sobre la situación.

–¡Mierda, mierda, mierda, mierda! –Le di una patada al parachoques trasero de Zoe y me cayó toda la nieve en la cara –. ¡Qué idea tan idiota, Dios, qué idea tan idiota! ¡Dios! ¡Mis padres...! ¡Mierda, mierda, mierda!

Jk me puso una mano en el hombro.

–Todo irá bien.

–No –dije. No saldrá bien. Y ya sabes que no saldrá bien.

–Sí, sí, irá bien –insistió Jk– ¿Sabes qué? Saldrá todo bien porque voy a desenterrar el coche de la nieve, y pasará alguien, y ellos nos ayudarán, aunque sean los gemelos. Es decir, los gemelos no van a dejarnos aquí tirados para que muramos congelados.

Hobi me miró y sonrió con suficiencia.

–Si me permites hacer un comentario, ¿cuándo vas a arrepentirte por no hacerme caso cuando te he dicho que te cambiaras de calzado mientras estábamos en casa?

Miré los copos de nieve que me caían sobre las Puma e hice un gesto de disgusto.

Jk seguía animado.

–¡Sí! ¡Va a salir todo bien! Dios me dio estos brazos fuertes y los pectorales por algo. Para poder desenterrar tu coche de la nieve. Ni siquiera necesito que me ayuden. Ustedes hablen un rato y dejen que Hulk obre su magia.

Miré a Jk. Debía de pesar unos sesenta y cinco kilos. Las ardillas tenian una musculatura más impresionante que la suya. Pero Jk se mantenia impávido. Se bajó las orejeras del gorro. Metió las manos en su ceñidisimo enterito para la nieve, sacó unos guantes de lana y regresó al coche. No tenía intención de ayudarlo, porque sabía que era imposible. Zoe estaba enterrada bajo un monticulo que me llegaba casi hasta la cabeza, y ni si quiera teníamos una pala. Me quedé en la ruta junto a Hobi, secándome el mechón de pelo que me asomaba por debajo de la gorra.

–Lo siento –le dije.

–Eh, no ha sido culpa tuya. Ha sido culpa de Zoe. Tú estabas girando el volante. Zoe no te ha escuchado. Sabía que no tenía que quererla. Es como todas, Taehyung; en cuanto le he confesado mi amor, me ha abandonado.

Me reí.

–Yo nunca te abandonaré –dije, y le di unas palmaditas en la espalda.

–Sí, bueno. Primero, a ti nunca te he confesado mi amor.

–Estamos jodidísimos –dije, como ausente, me di vuelta para mirar a Jk y vi que estaba abriéndose paso hacia el coche a través de un túnel, en dirección al asiento del conductor. Avanzaba como un topo y lo hacía con una eficacia sorprendente.

–Sí, ya empiezo a tener frío –contestó Hobi–, se puso a mi lado y pegó su costado al mío.

No lograba entender cómo podía tener frío con el grueso abrigo para la nieve que llevaba, pero no importaba. Su gesto me recordó que no estaba solo ahí afuera. Levanté una mano y le moví un poco el gorro al rodearlo con un brazo.

–Hobi, ¿qué vamos a hacer?

–No lo sé, pero seguro que esto es más divertido que estar en la Waffle House –respondió.

–Pero en la Waffle House está Niki –bromeé–. Ahora ya sé por qué has aceptado venir. ¡No tenía nada que ver con las hash browns!

–Todo tiene que ver con las hash browns –replicó–. Como dijo el poeta: «Es tanto lo que depende de las doradas hash browns, fritas con aceite, con su acompañamiento de huevos revueltos...».

No tenía idea de qué estaba hablando. Me limité a asentir en silencio, levanté la vista hacia la ruta y me pregunté cuándo pasaría algún coche para rescatarnos.

–Ya sé que es un asco –volvió a hablar–, pero sin duda es la Navidad más aventurera que hemos vivido jamás.

–En efecto, y es una buena explicación de por qué estoy en contra de vivir aventuras.

–Correr unos cuantos riesgos de vez en cuando no tiene nada de malo –repuso Hobi, mirándome.

–No puedo estar más en desacuerdo, y lo ocurrido confirma lo que pienso. He corrido un riesgo, y ahora Zoe está atrapada bajo un banco de nieve, y yo estoy a punto de ser repudiado por mi familia.

–Te prometo que todo saldrá bien –dijo con tono atento, sereno.

–Te sale bien –comenté. Lo de decir cosas sin sentido de una forma que logras que me las crea.

Se puso en puntitas de pie, me agarró por los hombros y me miró, tenía la nariz roja y húmeda por la nieve, y acercó mucho su cara a la mía.

–A ti no te gustan los que animan. Crees que son tontos. Te gustan las chicas emo, las chicas simpáticas, las chicas divertidas con las que te encanta pasar el rato.

Me encogí de hombros.

–Si, lo que tú digas... Eso no ha funcionado, no –dije.

–Maldita sea. Sonrió.

Jk emergió de su túnel, se sacudió la nieve del enterito y anunció:

–Taehyung, tengo una mala noticia, pero no quiero que te la tomes muy a la tremenda.

–Bueno –dije, nervioso.

–En realidad no se me ocurre una forma suave de decirlo. Hummm... En tu opinión, ¿cuál sería el número ideal de ruedas que debería tener Zoe en este momento?

Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás; la luz del farol era tan intensa que me atravesaba los párpados, la nieve me caía en los labios.

–Porque, para ser totalmente sincero –prosiguió Jk–, creo que el número ideal de ruedas seria cuatro. Y ahora mismo hay tres ruedas físicamente conectadas a Zoe, una cantidad inadecuada. Por suerte, la cuarta no está muy lejos, pero, por desgracia, no soy un experto en poner ruedas.

Me bajé la gorra para taparme la cara. Fui consciente de lo profundamente jodido que estaba, y, por primera vez, sentí frío, frío en las muñecas, en el punto donde los guantes no llegaban a juntarse del todo con el puño de la campera; frío en la cara y frío en los pies, donde la nieve fundida empezaba a calarme las medias. Mis padres no iban a pegarme, ni a marcarme a fuego con un gancho metálico, ni nada por el estilo. Eran demasiado buenos para ser crueles. Y ese, precisamente, era el motivo por el que me sentía tan mal; no se merecían tener un hijo que hubiera perdido una rueda de su querida Zoe por ir a pasar unas horas de la madrugada de Navidad con catorce animadoras.

Alguien me levantó la gorra de la cara.

–Espero que ahora no pongas como pretexto que no tenemos coche para acudir a la Waffle House –dijo Jk.

Hobi, que estaba apoyado sobre el baúl parcialmente visible de Zoe, se rió, pero a mí no me hizo ninguna gracia.

–Ahora toca hacer chistes malos a mi costa, ¿no?

Se puso más erguido, para recordarme que era un poco más alto que yo, dio dos pasos hacia el centro de la calzada y se situó justo debajo del farol.

–No estoy para bromas repuso. ¿Es un chiste malo creer en tus propios sueños? ¿Es un chiste malo querer superar la adversidad para conseguir que esos sueños se hagan realidad? ¿Fue un chiste malo que miles de hombres y mujeres dedicaran sus vidas a la investigación espacial para que Neal Armstrong pudiera enrollarse con unas animadoras en la luna? iNo! Y no es un chiste malo creer que en esta maravillosa noche de milagros, nosotros, tres hombres inteligentes, ¡debemos avanzar como podamos hacia la luz amarilla del cartel de la Waffle House!

–Personas inteligentes, si no te importa –replicó Hobi con desinterés.

–¡Oh, vamos! –exclamó Jk–. ¿No van a decir nada? ¡¿Nada?!

Ya había empezado a gritar para que se lo oyera a pesar de que la nieve amortiguaba su voz. En ese momento, la voz de Jk me parecía el único sonido del mundo.

–¿Quieren más? Tengo más. Caballeros, cuando mis padres se fueron de Corea sin otra cosa que la ropa que llevaban puesta y la considerable fortuna que habían amasado gracias a su empresa de transportes, tenían un sueño. Soñaban con que algún día, en medio de una tormenta, su hijo perdería la virginidad con una animadora en el baño de las chicas de la Waffle House que está justo a la entrada de la interestatal. ¡Mis padres han sacrificado mucho por ese sueño! ¡Y por eso deberían seguir con nuestro viaje, a pesar de todas las dificultades y obstáculos! No por mí, ni siquiera por la pobre animadora en cuestión, sino por mis padres y, en realidad, por todos los inmigrantes que llegaron a esta nación con la esperanza de que, algún día, sus hijos pudieran tener lo que ellos mismos jamás consiguieron: sexo con una animadora.

Hobi aplaudió. Yo me reía, pero asentí mirando a Jk. Cuanto más lo pensaba, más estúpido me parecía ir a pasar el rato con una banda de animadoras a las que ni siquiera conocía, y que, en todo caso, solo estarían en la ciudad una noche. No tenía nada en contra de las animadoras, y eso que contaba con cierta experiencia en ese campo, y aunque era divertido, no era motivo suficiente para plantearme avanzar como pudiera por la nieve para llegar hasta allí.

No obstante, si seguía adelante, ¿qué podía perder que no hubiera perdido ya? Solo la vida, y tenía más probabilidades de sobrevivir caminando los cinco kilómetros hasta la Waffle House que los dieciséis que me separaban de casa. Me metí como pude por la parte trasera del SUV, agarré unas cuantas mantas, me cercioré de que todas las puertas tuvieran el seguro puesto y cerré a Zoe con llave. Apoyé la mano sobre el tablero y dije:

–Volveremos por ti.

–Eso es –dijo Hobi para tranquilizar a Zoe–. Jamás dejamos a nuestros caídos en el camino.

Habíamos avanzado apenas treinta metros desde la curva cuando oí el rugido de un motor.

Los gemelos.













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