Hobi y Hope ◇9◇
Hobi y Jk hicieron unos tiempos magníficos en su recorrido de la calle; Aunque no corrían, sí caminaban rápido. Yo tenía los pies congelados y estaba cansado de haber llevado a Hobi, por eso me quedé un poco rezagado. Sin embargo, el viento, que no paraba de soplar, me permitía oír su conversación, aunque ellos no pudieran oír nada de lo que yo decía.
Hobi estaba diciendo (otra vez) que lo que hacían las animadoras no era un deporte. Como respuesta, Jk lo señaló con el dedo y lo miró con seriedad negando con la cabeza.
–No quiero oír otro comentario negativo más sobre las animadoras. De no ser por ellas, ¿quién nos indicaría cuándo estar contentos o no durante los eventos deportivos? De no ser por las animadoras, ¿cómo harían las chicas más lindas de Seúl el ejercicio necesario para mantenerse saludables?
Avancé como pude para ponerme a su altura e intervenir aunque fuera con una frase.
–Además, sin las animadoras, ¿qué sería de la industria de las minifaldas de poliéster? –pregunté. El simple hecho de poder hablar hacía que la caminata no fuera tan dura y que el azote del viento no resultara tan desagradable.
–Exacto –dijo Jk mientras se limpiaba la nariz con la manga del pijama de mi padre–. Por no hablar de la industria de los pompones. ¿Te das cuenta de cuánta gente tiene un puesto de trabajo gracias a la fabricación, distribución y venta de pompones?
–¿Veinte? –aventuró Hobi.
–¡Miles! –respondió Jk–. ¡El mundo debe de contener millones de pompones, adheridos a las manos de millones de animadoras! Y si está mal desear que esos millones de animadoras froten sus pompones en mi torso desnudo, entonces no me interesa tener razón, Hobi. No me interesa tener razón.
–Eres un payaso sin remedio –dijo él–. Y también un genio.
Me quedé detrás de ellos, pero caminaba todo lo rápido que podía. Mis amigos, ni payasos molestos ni genios pedantes. Era siempre un placer escuchar a Jk haciendo gala de su ingenio y escuchar a Hobi contestándole.
Tardamos quince minutos en dar el rodeo para regresar hasta Zoe por un camino que nos evitara el paso por Sunrise (y el encuentro con los gemelos, o eso esperábamos). Entré en el coche por el baúl y agarré el Enredados. Luego saltamos una cadena que limitaba una propiedad y atravesamos el patio trasero de una casa para ir en línea recta hacia el oeste, en dirección a la autopista. Supusimos que los gemelos tomarían el camino por el que habíamos ido nosotros la primera vez.
Ese camino era más corto, pero todos estuvimos de acuerdo en que no habíamos visto que Beomgyu y Soobin llevaran un Enredados en las manos, así que no nos importaba que llegaran antes que nosotros.
Caminamos en silencio durante largo rato mientras íbamos dejando atrás las casas de madera con las luces apagadas, y yo llevaba el Enredados sobre la cabeza para evitar que me cayera mucha nieve en la cara.
Los fríos copos habían formado grandesñ montones que llegaban hasta los picaportes de las puertas a un costado de la calle, y pensé en lo mucho que una nevada transformaba el paisaje. Siempre había vivido en aquel lugar. Había paseado y conducido por el vecindario miles de veces. Recordaba aquella ocasión en que todos los árboles murieron por una plaga y cuando plantaron los nuevos a lo largo de toda la calle. Mirando por encima de las cercas, veía una manzana más allá de la calle principal y sabía que era incluso mejor: conocía todas las galerías de artesanías típicas para turistas, todos los negocios abiertos a la calle que vendían aquellas botas de senderismo que hubiera deseado llevar en ese preciso instante.
Sin embargo, con la nieve, todo parecía nuevo, todo estaba cubierto por una capa tan blanca y pristina que no resultaba amenazador. No había calles ni veredas bajo mis pies, no había bocas de incendios. No había nada que no fuera el blanco omnipresente, como si todo el lugar estuviera envuelto en ese color, listo para regalo. No solo se veía distinto, también olía distinto. En el ambiente se percibían el frío intenso y la húmeda acritud de la nieve. Y ese silencio espeluznante... Solo se oía el ritmo constante de nuestras pisadas aplastando la nieve. Perdido en esa blancura, ni siquiera oía lo que estaban diciendo Jk y Hobi apenas unos metros delante de mí.
Me habría convencido del todo de que éramos los últimos supervivientes de no haber visto las intensas luces del almacén Hobi y Hope al doblar por la Tercera y adentrarnos en Maple.
Hobi tenía ese apodo por una vez que fuimos al Hobi y Hope estando en octavo. En ese almacén, cuando desprendes buenas energías, tipo de siempre andar de amor y paz, los empleados tienen que llamarte «Hobi» o «Hope».
A lo que iba, Hobi tardó un poco en participar a la fiesta hormonal de la pubertad y, por si fuera poco, siempre llevaba jeans y gorras de amor y paz, sobre todo en la primaria. Por eso ocurrió lo más previsible: un día fue al almacén Hobi y Hope a comprar chicle Big League Chew o Mountain Dew Code Red o la marca que comiéramos esa semana para cariarnos los dientes y, cuando pagó, el chico que estaba en el mostrador dijo: «Gracias, Hobi».
Y se quedó con el apodo. Que conste que una vez en noveno, creo, durante la hora del almuerzo, Jk, Yoongi y yo nos ofrecimos para empezar a llamarlo Hoseok. Pero él dijo que odiaba su nombre. Por eso nos quedamos con Hobi. Le pegaba. Su actitud era excelente, se comportaba como un individuo que brinda esperanza en momentos críticos, y tenía muchas otras cualidades.
Mientras nos acercábamos a Maple, me di cuenta de que Jk empezaba a frenar para situarse a mi altura.
–¿Qué pasa? –dije.
–Oye, ¿estás bien? –me preguntó. Se acercó, me quitó el Enredados y se lo metió bajo el brazo
–Este... ¿Si?
–Es que vas caminando como... No sé. Como si no tuvieras ni tobillos ni rodillas.
Miré hacia abajo y era verdad, sí estaba caminando de forma muy rara, con las piernas muy separadas y como giradas, y las rodillas dobladas. Parecía un vaquero tras haber montado a caballo durante horas.
–Sí... –dije mientras contemplaba mi curioso andar–. Hummm... Me parece que tengo los pies congelados.
–¡Parada rápida de emergencia! –gritó Jk–. ¡Tenemos un posible caso de congelación!
Negué con la cabeza, en realidad me encontraba bien, pero Hobi se dio vuelta, me vio caminando y dijo:
–¡Al Hobi y Hope!
Ellos se largaron a correr y yo seguí caminando como un pato. Llegaron al almacén mucho antes que yo, y cuando por fin entré, Hobi ya estaba en el mostrador, pagando un paquete de cuatro pares de medias blancas de algodón.
No éramos los únicos clientes. Mientras me acomodaba en el compartimento de la diminuta cafetería del almacén, miré hacia el asiento del fondo: allí, con una taza humeante delante, estaba sentado Tio de Aluminio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro