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Traídas por el mar

Mientras era observada, muy de cerca, por una mujer de aproximadamente unos treintaiseis años, una niña de cabello castaño y rizado, dormía con una mueca de incomodidad y dolor en su pequeño rostro, marcado de heridas y rasguños. Este era su tercer día de sueño profundo y todavía, no daba indicios de querer despertar.

Tres días atrás, en las costas de la ciudad sureña de Dublith. Una pareja de jóvenes esposos, realizaba una caminata por la playa, tomados de la mano.

-Querido, creo que es demasiado tarde. Ya es tiempo de volver a casa, ¿No crees?-

-Izumi, después de todo lo sucedido con los hermanos Elric en Ciudad Central, creo que te mereces descansar y disfrutar del atardecer...-

-Quizás tengas razón, cielo. Pero no dejo de pensar en esos dos- suspiró, pensando en sus discípulos -¿Cómo creés que estén? ¿Habrán vuelto a Resembool?-

-No lo sé, pero tendrán una vida normal a partir de ahora- asintieron a la par.

-Tienes razón, ambos tendrán una...-

Sus palabras quedaron inconclusas, junto con una mueca de asombro en su rostro. A unos pocos metros de ellos, se encontraba un pequeño cuerpo descalzo y enfundado en un hermoso vestido azul, acurrucado sobre la arena.

Así fue, como la pequeña desconocida de aproximadamente unos diez años, víctima de un posible naufragio, llegó a ellos. Era tan bella y pequeña como un botón, pero su inconsciencia de tres días, era extremadamente preocupante para la mujer.

-Vamos, cariño- murmuró, acariciando el cabello de la pequeña -Tienes que despertar. Te ves tan indefensa en esa cama y eres tan pequeña- rogaba que abriera los ojos -¡No te rindas! ¡Vamos, despierta!-

Su esposo había ingresado a la habitación y la observaba, detenidamente. Sus ojos expresaban una profunda ternura.

-Izumi, ve a descansar. Yo me quedaré con ella esta noche. Has estado tres días velando su sueño y aún, no da indicios de querer despertar- aferró sus hombros y la encaminó a la puerta -Anda, ve y duerme un poco-

La aconsejó, intentando que saliera de la habitación.

-Estoy bien, cariño- volteó a verlo -Sólo quiero estar aquí cuando despierte- indicó, mirando a la pequeña -Es simplemente, por su seguridad- suspiró agotada. Pero no quería irse -No quiero que se asuste al despertar sola, en una habitación con un hombre tan grande y tan apuesto como tú-

-Pero cielo, entiende que...- replicó.

Mientras mantenían esa charla, la pequeña extraña, se removió de manera incómoda y comenzó a abrir sus ojos, muy lentamente, que resultaron ser de un hipnótico color avellana.

-Lo sé, lo sé. Pero quiero quedarme con ella un poco más y luego me iré a descansar. Te lo prometo-

-Está bien- cedió -Dos horas más y...-

Sus palabras quedaron interrumpidas por una pequeño quejido y una dulce voz infantil.

-Me duele... Me duele la cabeza ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?-

Ambos voltearon a verla, entre sorprendidos y asustados.

-Hola, al fin despiertas, ¿Cómo te sientes, cariño?-

La mujer, le habló dulcemente, mientras se acercaba y se sentaba con cuídado, en la cama.

-No lo sé...- respondió con su pequeña voz rasposa -Pero, me duele aquí...- señaló, tocando con su pequeña manito el lado derecho de su cabeza -¿Cómo llegué aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¿Son mi mamá y mi papá?-

-Bueno, yo soy Izumi y el hombre grande y apuesto que ves ahí, es mi esposo Sig- sonrió, ya que se veía un poco asustada -Te encontramos inconsciente en la playa y te trajimos a nuestra casa, para cuidar de ti- explicó tranquila, sentándola en la cama -Estuviste durmiendo durante tres días seguidos. Ahora dime, cariño ¿Cómo te llamas? ¿Qué fue lo que paso contigo?-

-No lo sé, no lo recuerdo. Pero mi nombre...- un pequeño recuerdo fugaz, en forma de susurro infantil, llegó a su mente -Mi nombre... Mi nombre es Gaia- murmuró.

Todo le daba vueltas. No estaba despierta, pero su conciencia, estaba a dos luces. Tampoco podía abrir sus ojos, aunque lo intentará, su cuerpo le pesaba y le dolía mucho.

La voz de una joven se escuchaba cerca de ella, aunque era imposible reconocerla. Sabía muy bien, que no era la voz de su madre y mucho menos, la voz de Gaia, su hermana.

¿Dónde y con quién estaba? Eso no lo sabía ¿Qué había pasado con ella? ¿Con Gaia? ¿Y con sus padres?

Imágenes. Imágenes difusas y confusas invadieron su mente. Un barco, una tormenta, gritos, fuego, una explosión, el llanto de Gaia y su voz diciendo que no tuviera miedo, que todo estaría bien. Luego de eso, sólo sintió oscuridad, mucho frío y nada más.

-¡Maestro! ¡Maestro Hartia!- Llamó la voz de la joven - ¡Se está moviendo entre sueños, otra vez! ¡Pero parece que aún no quiere despertar!-

-¡Baja la voz, Eris!- La regañó él -Solo los Dioses saben, la clase de tormentos que ha sufrido esta criatura a merced del mar. Como para terminar siendo arrastrada hasta la isla de Valtandhers... Déjala descansar-

-Lo siento, maestro- Dijo ella, en un tono de voz más bajo -Pero tuvo suerte de que la hayamos encontrado inconsciente en la orilla. Posiblemente, hubiera muerto de frío o ahogada al subir la marea-

-Si, tienes razón ¿Cuál creés que sea su nombre?- indagó, interesado en la pequeña -Aparenta unos nueve o diez y por su aspecto, podemos decir que, no es de este continente o de Amestris-

Ambos la observaron, detenidamente. La niña tenía el cabello castaño e indomable con pequeños rizos, nariz redonda y estrecha, ojos almendrados y pestañas muy espesas. Una pequeña y hermosa criatura, a pesar de los raspones y moretones en su rostro.

-¿Qué haremos con ella, maestro? ¿La llevaremos a la torre?- volvió a cuestionar la muchacha.

-Por supuesto que sí, Eris. Al rescatarla y llevarla en mis brazos, pude detectar en ella un posible potencial mágico- aseguró, volviendo la vista al camino frente a ellos -Le propondré ser mi nueva discípula, una vez que despierte y recupere la salud-

Lentamente y sus espaldas, ella fue despertando y volviendo a la conciencia, poco a poco. Se sentó, a pesar de las nauseas y el dolor insoportable de su cuerpo, en la improvisada cama donde se encontraba. Intentó hablar, lo que le causo un gran daño a su garganta, pero aún así, lo hizo.

-Ho...Ho...Hola-

Pronunció su voz aniñada, áspera y adolorida, al verlos delante de ella en esa carreta en movimiento.

No sentía miedo de esos extraños, ya que la habían rescatado de una muerte segura y sabía que, si querían hacerle daño, ya lo hubieran hecho.

Alumna y maestro, dieron un brinco por el susto y la impresión, pero se recompusieron, inmediatamente. Voltearon lentamente para ver a la niña sentada en su sitio, observándolos, con sus preciosos ojos hechiceros y de color avellana.

La muchacha se adelantó, presentándose, efusivamente.

-¡Oh! ¡Al fin despiertas, pequeña! ¡Creímos que nunca despertarías! ¡Llevas tres días inconsciente desde que salimos de la isla!- Se acercó a ella con emoción -Dime, ¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿De dónde vienes? ¡Mire, maestro! ¡Tiene unos ojos muy bonitos!- señaló, con la misma actitud anterior.

Cansado del parloteo incesante de su alumna y observando la expresión abrumada de la niña, el maestro hechicero, interrumpió con cara exasperada.

-¡Basta, Eris!- exclamó, perdiendo la paciencia -¡La estás asustando con tantas preguntas! ¡Tu amistad por correspondencia con Cleo, está haciendo estragos en tu mente y comportamiento! ¡Ahora, silencio!-

Su discípula, totalmente avergonzada, guardo silencio y permitió a su maestro interrogar a la pequeña desconocida sin nombre.

-Disculpa su comportamiento, pequeña. A veces, no sabe como reaccionar ante ciertas situaciones que necesitan un poco menos de efusividad y tacto- Dirigió una mirada fulminante a su alumna -Ahora bien, dime ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo fue que terminaste siendo arrastrada a una isla tan lejana?-

-Bu-bueno...m- mi nombre es Dea Fleming...Tengo diez años. Viajaba con mis padres y mi hermana Gaia, hacia el continente donde se encuentra Amestris, dónde viven los alquimistas- retorcía sus ámbitos, nerviosa -Ya que la familia de mi padre, era de ese país- agregó, con su voz quebrada y sus labios temblorosos -Pe-pero en el medio del océano, algo nos atacó, no estoy segura que...Pero, el barco explotó y ahora...ahora estoy sola y perdida-

Sin poder impedirlo, rompió en llanto y cubrió su rostro con sus pequeñas manos magulladas. Eris corrió hacia ella y la abrazó tan fuerte, que la niña se consoló sin problemas.

-No, no, no, Dea. No estás sola. El maestro Hartia y yo, vamos a cuidar de ti en la torre y también, si tú quieres, puedes quedarte con nosotros para aprender magia- mencionó, acunandola en sus brazos.

-¿Magia? Pero la magia no existe- mencionó entre hipitos, frunciendo en ceño - Sólo existe la alquimia- aseguró con lagrimitas en su carita -Aunque nunca la he visto, sé que existe. Mi papá me lo dijo-

-Claro que existe la magia, mi pequeña- a penas la conocía y ya la adoraba. Iba a velar y cuidar de esa niña, por el resto de su vida -Al igual que la alquimia, pero ambas, son muy diferentes- se acercó , despeinadole el cabello -La alquimia, se basa en la descompresión y reconstrucción de la materia. La magia o hechicería, sigue el mismo principio, pero utiliza la energía en vez de la materia. Usarlas juntas, sería terriblemente destructivo- explicó, sabiamente -Ahora, ¿Qué dices? ¿Vendrás con nosotros?-

Maravillada por la explicación del maestro, no le costó mucho tiempo tomar una decisión. Además, tampoco tenía a donde ir.

-Claro que sí, maestro Hartia- respondió con emoción -Me quedaré con ustedes para convertirme en hechicera. Mis padres ya no están en este mundo y no tengo a dónde ir- lágrimas de tristeza salieron de sus ojos -Pero siento en el fondo de mi alma, que mi hermana Gaia está viva y se encuentra bien- limpió su pequeño rostro -¡Aunque me lleve toda la vida, la encontraré! ¡Lo juro!-

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