UN VUELO FANTÁSTICO
Cuento de navidad
23 de diciembre. 20:45 Horas.
Hace frío. Más frío de lo que debería, ya que afuera está a bajo cero, sin nieve. Debe ser por esas enormes ventanas que dejan ver los vuelos que han llegado en los aeropuertos; y el de Atlanta Georgia, no es la excepción. A través de ese cristal, la noche no se ve negra, sino de un azul marino oscuro y pesado con el viento soplando, helado y constante.
Como si fuera otro mundo, el interior está un tanto más cálido, más iluminado y también más alborotado con los altavoces sonando la clásica "Jingle Bell Rock" por encima de los coléricos murmullos de los pasajeros, que acaban de recibir la noticia de que sus vuelos se han retrasado. Y entre estos, se encuentra Karla, cubriéndose con el abrigo negro que comprara en Nueva York.
Sola y apartada, mira a través de la ventana en espera que un milagro haga llegar el avión a la salida A7 de su vuelo a México; a casa, donde le espera su familia para celebrar la navidad. Y al pensar en esto, la joven atleta de cabello negro, se lamenta, pero solo un tanto.
—Sí, claro — se dice, hablando consigo misma —. ¿Ir a Nueva York a la competencia? Claro. Estaré de regreso para antes de navidad.
Mira hacia el mostrador de atención, donde una asistente de vuelo pálida, delgada, de cabello cenizo y mirada distraída; contesta las preguntas inútiles de los pasajeros impacientes. Atrás y sobre esta, el letrero electrónico parece haberse congelado en el mismo mensaje:
FLIGH 3045 ATL — MEX — DELAYED
Al volver a verlo, Karla chasquea la lengua, se acomoda lo mejor que puede en la silla recta y se aferra a su abrigo. Cierra los ojos y decide no preocuparse más. "Lo siento mamá, estoy en mi propia pesadilla antes de navidad".
No recuerda cuanto tiempo ha pasado cuando siente que el largo asiento se sacude. A lo lejos, algo apagado se escucha el tema "Santa Claus is comming to Town" y Karla de pronto teme de haber perdido el vuelo. Siente sus mejillas tan frías como si tuviera una mascarilla de helado. Mira a su alrededor y para su sorpresa, ya no está en la salida A7 del aeropuerto; sino afuera de este.
"¿Estoy afuera?"; piensa asustada. "¿Qué pasó?"
—¡Ah! Por fin despertaste, Karla — Le dice una voz gruesa y animada.
—¿¡Qué es esto!? — pregunta Karla confundida —¿¡Estoy en un trineo!?
—Síp — contesta el alto y rechoncho hombretón a un lado del trineo; de mejillas redondas y rosadas, que se asoman por entre una espesa barba blanca que anuncia como si fuera una fanfarria —. EL TRINEO DE SANTA.
Los ojos de Karla están abiertos como platos limpios. Aquel hombre desconocido viste un enorme saco crema, bajo el cual se asoma un elegante traje negro, camisa blanca y corbata roja en cuya punta, se ven copos de nieve. Y a la chica, sólo se le ocurre hacer lo más razonable.
—¡Auxilio! — Grita a todo pulmón —. ¡Me han secuestrado!
El hombre retrocede un paso y levanta las manos.
—¡Tranquila, tranquila! — Dice por entre los gritos de Karla —. No pasa nada. Soy Santa Claus.
—¿!Que me tranquilice¡? ¡Usted no es Santa Claus! ¡Auxilio! ¡Pervertido!
—Espera, espera — dice — Es que esta vestimenta es para andar por el mundo de incógnito. La corbata me la regaló mi esposa. Pero si hago esto...
El hombre asoma su dedo índice, se toca un lado de la nariz y hace un guiño. Del suelo brota una pequeña luz que como una estrella se mueve girando a su alrededor, dejando atrás una estela brillosa que forma una cortina y que lo recorre y cubre, de pies a cabeza.
Al llegar a la cabeza la estrellita se pierde en el cielo y una vez se despeja el brillo, una sorprendida, impresionada, anonadada Karla, ve que la vestimenta ha cambiado. Ahora viste una camiseta rojo oscuro, con pantalón y botas negros y un cinto como de seda, que parece papel para regalos con un largo abrigo rojo de bordes lanudos sobre todo el conjunto.
Estirando los brazos, el hombre que dice ser Santa Claus, deja que Karla contemple su vestimenta.
—Ese no es el traje de Santa — replica Karla con escepticismo.
Los orgullosos hombros de Santa se bajan como si se desinflaran.
—No sé qué hacer contra la publicidad de un refresco — replica mientras se acerca y se sube al trineo en el asiento delantero —. Jörk dice que los demande, pero no tengo corazón para eso.
—Pero... pero; ¿qué es lo que hago yo aquí? — pregunta Karla más tranquila al ver la magia con sus propios ojos — ¿Y quién es Jörk?
—Jörk, es uno de los elfos asistentes — responde el Santa con tono despreocupado —: Y en cuanto a qué haces aquí...
Hace una pausa dramática tomando uno de esos sombreros rojos largos con lana en el borde y una bola de lana en la punta. Carraspea un poco, mira directamente a Karla y pronuncia solemne:
—Karla M. Vélez. Has sido elegida este año, para ser la pequeña ayudante de Santa — declara poniendo el sombrero lanudo sobre la cabeza de la joven.
—¡No! Espera, tengo que llegar a casa — Replica ella viendo que su celular marca las 23:55 del 23 de diciembre.
Santa se encoge de hombros.
—Ah. Esto es como cuando te eligen de jurado. No puedes negarte — dice Santa y se deja caer en el asiento, lo que provoca que todo el trineo se sacuda violentamente.
—Y... de todos modos, no hay renos en este trineo —replica Karla con sarcasmo.
—Pero niña. ¿Acaso no escribes sobre magia y esas cosas de fantasía? Por cierto, muy buen libro. No puedo esperar a que lo sigas.
—No me alague — responde Karla un tanto enojada cruzando sus brazos.
—Ja, ja, ja... — La risa de Santa se escucha con una profunda voz de tenor.
—¿Qué pasó con el Jo, jo, jo?
—Yo no digo jo, jo, jo — se apresura a corregir Santa.
Suspira desanimado por la pregunta.
—Necesito un relacionista público — dice tomando las riendas del trineo.
—No hay renos — insiste Karla aún con los brazos cruzados.
—¿Alguna vez has visto renos en el aeropuerto?
—Claro que no — responde rápidamente la chica que se ajusta el sombrero porque acepta que le da un agradable calor.
—No hasta que hago esto.
Santa levanta las riendas y las sacude, a la vez que comienza a llamar a sus renos.
—¡Avancen Dasher, Dancer, Pranzer!
A tiempo que pronuncia los nombres, los renos aparecen como si todo el tiempo hubieran estado ahí, solo que invisibles.
—¡Avancen Vixen, Comet, Cupid!
Si no lo estuviera viendo con sus propios ojos, Karla no lo creería.
—¡Avancen Donner, Blitzen!
Los renos patean en el suelo impacientes y Santa llama a su último reno.
—¡A volar, Rudolf!
Un pequeño reno se hizo presente al frente y al centro de los demás. Y sí, efectivamente su nariz brilla con una intensa luz roja. El pequeño Rudolf, mueve sus patas e imitado por los demás comienzan a deslizarse. Antes de que Karla se diera cuenta, remontaban el cielo.
El trineo da un giro en el aire y la chica mira por el borde viendo como el aeropuerto de Atlanta, se hace cada vez más pequeño.
—¡A dónde vamos! — grita Karla para hacerse escuchar.
—¡Canadá!
—¿Y yo que hago?
—Repartes los juguetes, claro.
—¿No que tú los repartes?
—Para eso eres la ayudante.
—No voy a entrar en ninguna casa — se queja Karla —. Eso es allanamiento de morada.
—Eso también son cuentos — dice Santa.
—¿Entonces?
—Mete la mano en el saco que tienes a tu lado.
Titubeando un poco, Karla mete la mano en el saco rojo adornado con tiras de seda verde. Y aunque parecía estar lleno, dentro había un extraño vacío, hasta que siente que algo ha tocado su mano. Toma lo que siente y saca un regalo ya envuelto.
—¡Rápido o nos pasaremos! — Grita Santa.
—¿Pero ahora que hago?
—Sólo tíralo — responde Santa —. Él sabrá dónde ir.
Muy extrañada, Karla obedece y lanza el regalo. Pero lejos de quedar atrás el paquete da vueltas alrededor del trineo, de pronto se sacude y se lanza en vertical a la tierra. Con los ojos bien abiertos, Karla logra ver como el paquete dibuja una curva y se dirige por su cuenta a una casa y entra por la ventana.
—Bien hecho Karla Vélez — La felicita Santa — Ahora más rápido.
El trineo hace otra curva y Karla mete la mano en el saco una vez más. Siente el regalo caer en su mano y lo lanza al aire. Curiosa por ver el efecto con más regalos, la chica mete una y otra mano sacando varios regalos envueltos en papel de colores intensos, flores de pascua, árboles de navidad, esferas de adornos, rojos, verdes, dorados; largos, cortos, anchos y delgados.
Sólo se detiene para ver la gama de coloridos paquetes, cayendo y repartiéndose por sí mismos en las casas donde entran uno, dos y hasta tres regalos, en fila india muy ordenados.
Y así cubrieron Canadá de obsequios y pasan a Estados Unidos. Ya más talentosa en su deber, la joven comienza a arrojar los regalos en tropel. De norte a sur, de este a oeste, el trineo se desliza por el aire, tirado por los renos que mueven sus patas apoyándolas en la nada y sacudiendo los cascabeles pegados a sus arneses.
Cuando llegan a México, se repite el proceso y es entonces que Karla reduce su entusiasmo.
—¿Qué pasa? Estás lenta— Pregunta Santa.
—Tengo hambre.
Santa mueve su cabeza como si hiciera un cálculo rápido en su mente.
—De acuerdo, tenemos tiempo de hacer una parada.
Haciendo giros cada vez más cerrados, el trineo desciende a tierra. Los cascos de los renos, chocan con el terreno y luego de deslizarse brevemente, el trineo se detiene.
Emocionado, Santa saca una pequeña bolsa dorada, envuelta con un listón verde brillante. De su interior, saca una gran galleta y se la ofrece a Karla.
—¿Galleta de jengibre? — Pregunta —. La señora Claus las hace y son las mejores de todo el Polo.
—Preferiría algo caliente primero — responde Karla con sus manos en el estómago.
—Ah. Sí. Espera — dice Santa metiendo la mano en el pequeño saco dorado, saca un plato cubierto con una tapa de plata, adornada con una ramita de muérdago del mismo metal.
Santa se la ofrece y al retirar la tapa, Karla sonríe con el exquisito aroma que acentúa su deseo de comer.
—El mejor fetuccini Alfredo, hecho por Sven, el elfo chef.
Para qué negarlo, no todos los días come su comida favorita preparada por un elfo. Y ella la disfruta saboreando cada bocado.
Mientras come, se fija en el panorama que curiosamente, le parece conocido.
—¡Estamos cerca de mi casa!
Santa deja de tomar de su largo vaso de leche para responder.
—Ah. Sí. Hacia el sur, en esa dirección.
Sin pensarlo mucho, Karla se levanta y de un salto, sale del trineo.
—Bien, gracias por traerme Santa — dice comenzando a caminar.
—¡Espera! Faltan muchos regalos.
La joven se voltea a verlo poniendo su cara más triste.
—Estaba atorada en ese aeropuerto... prometí llegar antes de navidad... Así que, gracias Santa.
Santa Claus, se limita a ver a la chica sonreír con sus mejillas rosadas por el frío y sus adorables hoyuelos.
—Bueno. No sabía que resultarías ser una grinch — dice Santa con un tono derrotista.
Por respuesta, Karla cruza los brazos y mira hacia el camino que la llevaría a su casa.
—Entiende. Prometí estar en casa para navidad — replica ella con cierto sentimiento de culpa.
Santa se queda tranquilo y levanta la galleta que tiene en la mano.
—Es lo mismo que le prometo a la señora Claus, todos los años — responde con un suave tono —. Y cada año lo cumplo.
La joven mira una vez más el camino, luego hacia el trineo. Los renos sacuden sus cabezas haciendo sonar los cascabeles, la nariz de Rudolf, tilita a un ritmo lento. Ella lo sabe. Sabe que será difícil para Santa repartir regalos y conducir el trineo. Muchos niños y niñas los esperan.
Al final, Karla patea el suelo y regresa al trineo.
—¿Prometes que estaré a tiempo en casa?
—Si no. Juro que comenzaré a reír con ese "jo, jo, jo".
El comentario de Santa la hizo reír.
—Nada más por ver eso, valdría la pena llegar tarde — dice.
Una vez que Karla ocupa su lugar, Santa sacude las riendas, llama a sus renos y estos remontan el cielo a toda velocidad llenando el aire de los rítmicos chasquidos de cascabeles.
En cuestión de minutos, México queda atrás, Guatemala, Belice y El Salvador, están cubiertos por los coloridos regalos envueltos. Honduras, Costa Rica, Panamá.
—Cuidado en Suramérica, hay que dar muchas vueltas — aconseja Santa tirando de uno y otro lado de las riendas.
—Entendido — responde Karla.
Venezuela toma tiempo, pero Guyana, Surinam y la Guyana Francesa, pasan en un suspiro. De Colombia a Brasil; Ecuador y el Perú son recorridos por el trineo con velocidad, mientras Karla se enfoca en su labor. Mete las manos, saca un regalo y lo lanza tras sus hombros con habilidad.
—Andamos un tanto retrasados — dice Santa —. ¿Puedes acelerar un poco?
—Lo intentaré — responde la pequeña ayudante, moviendo sus manos más rápido.
—Tal vez esto ayude — dice Santa tocando unos botones en el panel frontal del trineo.
El aire se llena con música rock de canciones navideñas.
"¿En serio?; se pregunta Karla al ver que la música sale por unos altavoces de la parte trasera del trineo. Motivada, la chica acelera su labor.
Al llegar a Bolivia, Karla lleva un buen paso al ritmo de "Feliz navidad". Pero al tirar rápida y violentamente de un largo regalo, nota que algo cuelga de este. Al verlo, se fija que se trata de una pequeña criatura.
La cabeza y el torso son casi del mismo tamaño y redondos. El rostro está todo cubierto de pelos enmarcado entre dos largas y puntiagudas orejas, con unos grandes ojos brillantes que la miran; y su boca se abre para pronunciar, con una vocecita fina, algo estridente que parece una voz grabada y acelerada.
—¡Wik, wik pás mastú larte kat tú — dice el pequeño ser, al que sólo se le nota enfadado.
—¿Qué es esto? — Pregunta Karla impresionada.
Santa voltea para ver.
—¡Ah! Hola Ramminstein — dice Santa tranquilo — Es un elfo.
Un segundo después cae en cuenta de lo que sucede.
—¿Qué haces aquí Ramminstein? — Pregunta Santa con sorpresa.
—Vera ka rope ma tac chama — responde el elfo señalando con rabia a Karla con dos manitas igual de peludas.
—Ramm, no es culpa de Karla, no soltaste el regalo a tiempo — replica Santa —. Sigue su ritmo.
—¡Lat ka ez paradek masle! — se queja Ramm.
—No. Tú sabes cómo es esto. Regresa al taller.
—¡Aaahhh! Seka enti pelek — Grita el elfo comenzando a caminar hacia el saco.
—¡Ramm, cuida tu vocabulario! — lo regaña Santa — Hay una dama presente.
Por supuesto que, midiendo apenas unos quince centímetros con piernas tan cortas le tomará toda la noche llegar al saco.
—Espera, yo te ayudo — dice Karla tomándolo como si fuera un muñeco.
Una vez sobre la boca del saco, el elfo le mira con sus enormes ojos.
—Mez tatek — dice
A la vez que se señala sus verdosos ojos y luego la señala a ella. Gesto de que la estará vigilando.
Karla le deja caer dentro del saco de regalos y el elfo se pierde en su interior, lanzando un grito.
—¡Ups! — dice la chica con una sonrisa pícara. Luego comenta —, nunca imaginé que los elfos de Santa tuvieran ese mal humor.
—Por lo general Ramm es muy tierno. Es el estrés — responde Santa.
Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay completan el continente y Santa toma curso al norte para cruzar las Antillas. Desde Trinidad y Tobago, pasando por Grenada, Martinica, Guadalupe, San Tomas, Santa Cruz, las Antillas menores.
Puerto Rico, La Española y Cuba las mayores, una vuelta por Bahamas y completan las américas para girar hacia a Europa.
Karla deja caer regalos sobre Islandia, Irlanda, Reino Unido. Finlandia, Noruega y Suecia, le enseñan a la joven que hay lugares todavía más fríos y alterna las manos para continuar con su tarea mientras cubre la otra dentro del abrigo.
Francia, España y Portugal, son cruzados bien, luego Karla procede a bañar con regalos la Europa central. Alemania, Austria, Suiza. Nota que varios regalos se dirigen al Vaticano, cuando pasan por Italia y no pudo evitar comentar sorprendida.
—¡No mames! ¿El Papa?
Santa se limita a encogerse de hombros.
—Escribió su carta — dice.
Pronto cruzan a África, donde las cajas son más grandes.
—¿Qué tienen éstas? — pregunta Karla al ver el tamaño de las cajas y sentir su peso.
—Ayuda humanitaria — responde Santa — No todo tiene que ser juguetes. Una vida digna tiende a ser un mejor obsequio que dibuja una sonrisa en los rostros.
Karla lo comprende y se apura en realizar su tarea de lanzar los regalos con cierta alegría en el corazón.
Ya están sobre el medio oriente y Karla saca un curioso regalo que no está envuelto del todo. Se trata de un peluche con la forma de un pulpo púrpura, que lleva una bonita cinta con moño entre la cabeza y los tentáculos.
—Que tierno — dice ella deseando tener uno.
—Es para una niña que vive en el desierto — comenta Santa —. Nunca ha visto el mar. Pero conoce muchos animales marinos por los libros. Y el pulpo es su favorito.
—El mío también — Comenta la chica.
—Entonces te dará más gusto repartirlo.
—¿Cómo se llama la niña? — Pregunta Karla.
—Fátima Al Saîd.
Karla ve por última vez el peluche, lo acaricia y siente muchas ganas de quedarse con él. Se vería tan lindo sobre su cama para recibirla al llegar de la universidad. Pero al final, hace lo correcto. "Cuídalo bien, Fátima"; dice en su mente soltando el juguete al aire.
Rusia, Mongolia y China, son los que más tardan por la cantidad de personas. Y luego el este de Asia incluyendo Japón.
Las islas del pacífico es otra odisea, porque a Santa no le es fácil ubicarlas, por lo vasto del océano. Pero en cierto archipiélago, la joven Karla aminora su reparto.
—¿Otra vez tienes hambre? — Pregunta Santa al notar que los obsequios caen a un ritmo más lento.
—No, es que esto es lo más cerca que he estado de Hawaii — responde ella lanzando y asomando la cabeza para ver las playas, y montañas del lugar.
Al terminar con Australia, ya no salían más regalos.
—Terminamos — sentencia Santa.
—¿En serio? — Pregunta Karla con voz extenuada.
—Puedes descansar mientras te llevo.
—¡Oh, claro que sí! — exclama la joven tumbándose en el asiento arropada con su abrigo y no tarda en dormirse.
El gélido viento ya no es una molestia simplemente se queda dormida apoyando su cabeza del saco de juguetes.
No sabe cuánto tiempo ha transcurrido, cuando escucha que la llaman suavemente.
—Señorita, señorita — dice la asistente de vuelo —. Vamos a aterrizar. Debe ponerse el cinturón.
Para su sorpresa, Karla se ve a sí misma sentada en el asiento del avión. Se había quedado dormida con su cabeza apoyada sobre una señora, envuelta en una manta roja con bordes de blanca lana.
—Perdone Señora — le dice la chica.
—No es nada querida — responde la señora de cabello blanco como algodón, que le sonríe con una mirada dulce.
En el monitor frente a ella se lee:
FL3045 ATL — MEX
24 DE DICIEMBRE; 01:23.
Karla no recuerda cuando fue que abordó el vuelo, pero se siente feliz de ver que llegará con tiempo para navidad.
—¿Galleta de jengibre? — le pregunta la señora ofreciéndola a Karla que la acepta gustosa, dando las gracias.
Una vez que el avión aterriza y los pasajeros pueden sacar sus bultos de mano, Karla busca el suyo y este cae sobre el asiento abriéndose: mostrando en su interior un peluche con forma de pulpo color negro, con ojos amarillos y una cinta dorada rematada en un moño entre la cabeza y los tentáculos. Una sonrisa se dibuja en el rostro de la joven. "Magia de navidad"; se dice.
Saliendo, se topa con el hombre bien vestido que resultó ser Santa en... ¿el sueño? Y no pudo evitar que su rostro reflejara una gran sorpresa.
Por respuesta, Santa elegantemente vestido, con su traje negro, camisa blanca y corbata roja adornada con copos de nieve en la punta; se lleva el dedo índice a los labios y hace un guiño.
FIN
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