CAPITULO 49
Apenas había amanecido.
Era inhumano para alguien como él si quiera estar despierto y cambiado a aquella hora del día.
Pero era inevitable hacer aquello.
Esperando en su despacho, con la mirada perdida en los eventos que tenían lugar fuera de la ventana, inspirando el aire que se daba a aquella hora del día.
No pensaba quejarse de aquello, pues era gratificante.
Era como recibir algo que debía ser suyo desde siempre.
La velada de los Winchester era algo que lo había molestado más de lo que debería, el solo recordarlo hacia que su ser enfurecía.
Más debía ser indulgente con aquella criatura, era una mujer después de todo.
Era tonta, frágil e influenciable.
Se había dejado deslumbrar por alguien como Saint Albans.
El pobre de Saint Albans, tenía sangre noble corriendo por sus venas, un linaje que debería de ser comparable con que él poseía, una sangre pura, pero era un muchacho que se estaba echando a perder. Era... Era demasiado común.
Tenía entendido que trabajaba hasta cierto punto y que tenía burgueses por amigos, todo ello solo rebajaba su nivel. Y por ende los rebajaba a ellos que eran superiores.
Ellos que no debían hablar con aquella vulgar cantidad de personas para más que darles indicaciones sobre cómo limpiar sus desperdicios. Ni siquiera deberían hacer aquello, era el deber de ellos saber esa parte de su trabajo, de su existencia. Darles alas a los siervos solo producía la propia ruina de ellos, generarles ilusiones de grandeza solo provocaría sufrimiento en sus vidas, vidas que estaban destinadas para solo servir y agachar la cabeza de manera servil. Vidas para las que habían nacido destinados.
Además, tenía entendido de que hablaba sobre reformas en la cámara de Lores.
Sobre temas como que los niños no debían de ser esclavizados por los nobles ya que aquello disminuía su vida.
Una tontería de las más grandes que había oído.
Si ellos no lo hacían ¿quién lo haría?
Si tenían hambre debían de ganarse el alimento que llevaban a su boca, y para ello ¿no era acaso trabajar necesario?
Lo que Saint Albans y su grupo promovían solo eran estúpidos idealismos.
En definitiva era un solo un duque bobo. No tardaría mucho en golpearse con la realidad.
Pero él debía darle un empujón, en especial se lo debía ahora. Era personal.
Como se había atrevido a hablar con Regina, con la que sería su esposa. Como se atrevía a intentar engatusar a esa inocente criatura. Los había visto hablar juntos por unos segundos antes de que el desapareciera por completo de la velada. Demasiado sonrientes, compenetrados, absortos el uno en el otro, todo aquello solo aumento su ya eminente furia.
Derivó sus pensamientos, ya que sintió el sonido de la puerta del despacho abrirse.
Formó una pequeña sonrisa, ni siquiera tuvo que obligarse a formarla. Fue algo que apareció en su rostro de manera natural e instantánea al recordar quien debía ser y que ganaría él con su presencia.
— Tardaste en venir. — dijo con la mirada aún fija en la ventana, como si tratase de controlar todo lo que pasaba fuera de su residencia, de su fortaleza.
— Lo siento, lamento haberle hecho esperar.
— No te preocupes pequeña, hoy es un día tan bonito. Además, yo nunca me enojo contigo, no si tú no me das motivos. No me harás enojar ¿verdad?
— No — dijo rápidamente — no haré nada malo. No te hare enojar.
— Te portaste mal la vez anterior. — le recordó con voz tan calculada, tan serena, que contrarrestaba su mirada. Una mirada que la hizo helarse de miedo, los viejos recuerdos cayeron sobre ella como si de pesadillas se tratasen, salvo que no lo eran. No eran pesadillas, eran recuerdos, unos horribles y dolorosos recuerdos que ella desearía poder borrar.
— Yo, lo siento. Lo siento mucho — dijo conteniendo las lágrimas. No quería llorar, no podía llorar, si lloraba todo sería peor.
— Estaba muy molesto sabes. Me causaste problemas. Ellos se molestaron mucho, se atrevieron a intentar levantarme la voz, se atrevieron a amenazarme.
— Pero ellos fueron malos. Fueron...
— Shh — dijo poniendo un dedo sobre la boca de ella. De manera tan delicada que hasta resultaría tierno, resultaría tierno si su sola presencia no le causase tanto terror. Si aquella calculadora y terrorífica mirada no estuviese dirigida hacia ella — ya no estoy molesto. Todo está bien. Ya me deshice de ellos, ya no serán malos.
— Gracias.
— Ya sabes lo que tienes que hacer — susurro suavemente cerca de ella mientras le ponía una mano sobre la cabeza, brindándole suaves palmaditas, como si de un niño pequeño se tratara. Como si aquello fuera todo el confort que necesitase para realizar bien su tarea. — No me decepciones otra vez.
— Yo, lo haré bien esta vez... Lo hare bien esta vez padre...
...
Aquel día se le presenta extrañamente prometedor, lo suficiente como para haber logrado dormir una cantidad bastante notable de horas.
No había soñado con nada, o si era así no lo recordaba. Más lo que si tenía implantado en su memoria era la noche que él y Regina habían pasado juntos en el baile de los Winchester.
Todo parecía ser un bonito sueño, un sueño que él pensaba volver realidad de manera veloz y efectiva.
Sabía que tal vez a Regina le pareciera apresurado y probablemente al hermano de ella también se lo pareciese, y estaba más que seguro que estaría más que gustoso de decírselo. Pero para él era algo necesario, ya había esperado demasiado tiempo.
Demasiado tiempo.
Era irónico que el que por tanto tiempo había rehuido al matrimonio, ahora contase el tiempo para este sucediera. Para que este evento llegase a su vida, junto a ella.
Cómo punto contrario y a la vez a favor, estaba la presencia del vizconde de Tompred, tenía la desgracia de conocerlo y el placer de haber estado en la misma estancia con el los treinta segundos reglamentarios de la buena etiqueta.
El hombre era un pomposo y arrogante, no es que él no lo fuera en ocasiones, muchas si era preciso en ello.
Pero su ego distaba mucho de asemejar el tipo de arrogancia descomunal que el vizconde había desarrollado en él, como si se tratara de una parte primordial de su existencia.
Su aire de superioridad era más de lo que el ansiaba ver todos los días, pero si era preciso, no dudaría en reducirlo sin contemplaciones.
No le había gustado verlo hablar con Regina aquella noche. Mucho menos le había gustado observar la mirada que este le lanzaba a ella.
Aquel hombre no le causaba buena impresión en lo más mínimo, y esto no aumentaba dado su nuevo y estrenado sentido de la territorialidad que había empezado a brotar recientemente.
En otras palabras "celos".
Injustificados celos, eso ya lo sabía. Pero no era algo a lo que él pudiera ponerle la vaya simplemente por decírselo. Aunque más que celos, esto era una especie de irritabilidad.
Le fastidiaba la idea de que alguien así pudiese mantenerse cerca de Regina, más aun si se resaltaba el hecho de que ella no ansiaba su compañía de ninguna manera.
Se había enterado que él era el albacea de los bienes, en pocas palabras, el tutor de Regina y de su hermano. Aquella situación no le gustaba en lo más mínimo.
Y podría jurar que a los dos implicados la idea tampoco les hacía demasiada gracia.
Edwards, así se llamaba el hermano de Regina. Su pequeño hermano al que había tenido el placer de conocer, tal y como él se lo había especificado de manera muy clara la tarde anterior.
Un chico de suponía trece años, demasiado perspicaz. Muy perspicaz y listo para su edad. Y poseedor de un ego y sarcasmo que solía usar de manera inteligente. Su ego parecía estar bastante cerca de compararse con el suyo. En otras palabras, era un buen hermano para Regina.
Eso no debía de ser un problema él también era encantador, de alguna manera lo sobrellevarían.
Edwards lo había estudiado como si de un espécimen distinto se tratase, su mirada era analítica y calculadora, nada que hubiese podido imaginarse encontrar en lo que él consideraba un infante.
Aquellos ojos le habían parecido fríos como el hielo por unos instantes. Más todo el teatrillo que armo se vio un poco magullado cuando Regina entró a la habitación, con su sonrisa cálida y su clara seguridad.
Una en la que claramente no se había enterado de la pequeña lucha de miradas que había tenido lugar en su salón. Junto a unas cortas, pero certeras palabras.
Flash Back
La tarde era lo suficientemente fresca como para que cualquier persona ansiase un cómodo paseo para lidiar con el día, o aquella era su pequeña excusa que había usado para marcharse de su club, dejando tras el a sus tres confiables y modestos amigos.
Si era honesto consigo mismos caería en cuenta de que ellos no habían creído una sola palabra de él aquella tarde, pero era algo a lo que por el momento prefería restarle importancia.
Al igual que le restaba importancia al hecho de haber tomado un carruaje hasta Mayfair cuando había declarado sus inevitable necesidad de dar un paseo y estirar las piernas.
Al igual que casualmente el carruaje se había detenido frente a la residencia de la bella dama poseedora de todos sus sueños.
Simple casualidad.
«Destino»
Al igual que también era obra del destino que se hubiese hallado rápidamente custodiado por Lady Rinstoner y dejado con suma facilidad en una habitación junto a un jovencito, uno que se le hacía demasiado familiar.
La misma mirada, los mismos rasgos.
Era indudable confirmar quién era aquel niño con solo verlo.
Más aun cuando su distraída mirada recayó en el, cambiando al instante por una mirada más fría y hasta cierto punto calculadora.
Tras unos instantes de tenso silencio, junto a la indiscutiblemente varonil lucha de miradas. Ambas partes habían tenido que dejar sus papeles por la llegada del único motivo por el cual sus caminos se cruzaban.
Regina.
Allí lo comprendió todo de manera mucho más clara. Al ver la mirada y las facciones del joven conde suavizarse y tomar brillo y color.
Era un buen chico, uno más que notable, con una renovada mirada pudo apreciar a una velocidad avasalladora que se había esforzado por ignorar en un comienzo el increíble parecido que los hermanos compartían. Sin duda alguna Edwards sería un rompecorazones cuando llegase el momento.
Pero se sintió aliviado, ya que su hasta cierto punto calificable como huraña mirada, no se debía a él en especial.
Derivaba del simple y llano hecho de la preocupación que sentía porque estuviese revoloteando cerca de su preciada hermana.
A la que estaba seguro que Edwards amaba e idolatraba profundamente.
Comprendía y alababa él sentimiento del chico y hasta cierto punto lo compadecía en su dolor, él sabía lo que era tener una hermana. Y no era una situación nada fácil.
Parecía dispuesto a cuidar a Regina sin importar que y alejar a todos aquellos que pudiesen hacerle daño.
En definitiva parecía digno de ser el hermano de Regina, aquella sensación de seguridad que irradiaba, la seguridad de ser capaz de protegerla. Sólo por aquello último ya se hacía más que digno de su confianza plena.
Se podía decir que él estaba en una especie de fase de prueba en aquel momento.
Ya podría arreglar los problemas con su futuro cuñado luego, tal vez con un día de cabalgar o llevándolo a algún club de esgrima pese a su edad, estaba seguro de que a él le sentaría bien aquello.
Pero por ahora tenía otro problema. Un gran problema.
¿Cómo debería iniciar todo?
Ya había olvidado como planeaba hacerlo la vez anterior.
Era la primera, la última y la más especial vez que pensaba hacer aquello, así que no podía permitirse arruinarlo.
¿Cómo debería decirlo?
Encontrar las palabras adecuadas parecía ser algo totalmente abrumador para él, quería expresar tanto, pero a la vez aquellas palabras que retumbaban en su alma de manera efervescente parecían ser completamente insuficientes para expresar todo aquello que el albergaba, en sus pensamientos, en sus sueños y en su corazón. Tal vez debería decantarse por un sencillo.
«Cásate conmigo»
Espero que les guste el capítulo, después de tanto tiempo 💕 los adoro gracias por su apoyo y sus bellos comentarios.
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