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CAPITULO 29


¿Debería enviar una nota? ¿Pedirle que regrese con premura? ¿Advertirle para que se mantuviese alejada?
O solo callar, y esperar pacientemente que las cosas tomasen su curso de manera natural. Resignarse a solo presenciar las escenas en un silencio propio de un espectador.

Todas aquellas preguntas, recorrían la mente de la señorita Prudence Brown, mientras recorría lentamente los pasillos de Wartonn House.

— Vamos no eres muy diferente... — escucho que una rasposa voz mencionaba a la distancia. Era claramente la voz de un hombre mayor. No se consideraba una cotilla, más algo la movió a buscar el lugar de donde dicho sonido provenía. — seré bueno contigo, si cooperas.

Volvió a escuchar el irritante sonido que producía aquella voz que se le hacía tan horriblemente conocida. Parecía provenir de uno de los antiguos salones.

Un amplio lugar donde se guardaban una gran cantidad de estatuas antiguas, muchas de ellas provenientes de Grecia. La madre de Regina había sido lo más parecido a un erudito, respecto a ellas.

Se contaba que antes de casarse con el conde le dejo bastante claro que sus estatuas estaban incluidas en aquello. Este solo habría sonreído y aceptado aquello con filosofía.

Se acercó más entre abriendo la puerta ligeramente, procurando no hacer ruido.

— Por favor mi Lord, déjeme — decía una inquieta Merry, alejándose lo más posible del bien educado Lord Tompred.

— Vamos, no te hagas la decente. Seré un buen protector para ti — comentaba acercándose y tomándola por el brazo antes de que esta pudiese hacer nada.

— Por favor... — suplico con los ojos empezándosele a llenar de lágrimas.

— Te gustara...

— Mi Lord — dijo fuerte y claramente Prudence ingresando a la habitación. Este se quedó estático por unos instantes, más segundos después pareció recobrar su pose natural y se giró verla con una pose bastante altanera. Claramente no había esperado ser visto por nadie en aquel lugar — Merry necesito que vengas conmigo, ahora — aquella última palabra fue sin dudad alguna una orden, una que ni siquiera el vizconde espero escuchar — espero que no le importe que tome prestada a mi doncella — añadió acallando anticipadamente cualquier posible protesta que pudiera surgir de los labios de aquel noble.

— No, no tiene importancia — contestó con petulancia, soltando la mano de la asustada muchacha, solo después de evaluarla nuevamente con la mirada, pareciendo satisfecho con el descubrimiento que tenía frente sí. — ya nos veremos otra vez, muchachita — susurro cerca de ella, impidiendo que Prudence logrará oír aquella nefasta frase.

Merry sólo pudo dar un ligero temblor. Miedo.
Era lo único que sentía en cada partícula de sí.

— Merry, vamos — la invito Prudence esperando en la puerta de la habitación. La joven se apresuró a colocarse a su lado cuando pudo controlar los temblores que amenazaban con azotar su cuerpo.

Salieron de la estancia rápidamente, ninguna habló hasta que se encontraron dentro de la habitación de Prudence.

— ¿Estas bien? ¿No te hizo nada? — Preguntó Prudence desesperada, tomándola de los hombros e inspeccionándola, como si buscase algún indicio, algún indicio de que no había llegado a tiempo. De alguna manera había mantenido un rostro impasible frente a aquel hombre, más había estado aterrorizada por dentro.

— No señorita, no me hizo nada — contesto Merry, tratando de formar una sonrisa tranquilizadora en sus temblorosos labios.

— ¡¿Que no te hizo nada?! — Grito furiosa Prudence — como puedes decir algo así cuando ese asqueroso vizconde estuvo por vi...

— ¡No! — Exclamo interrumpiéndola — no lo diga, por favor. — suplico, sus ojos estaban levemente irritados, como si hubiese estado reteniendo las lágrimas. Como si se obligara a si misma a ser fuerte, sintiéndose indigna de derramarlas en aquella situación o en cualquier otra. Ella no era libre para hacer tal cosa, no después de lo que hizo — No pronuncie esa palabra, no es algo que una dama como usted debiese pronunciar, más aun no debería ni saberlo.

— ¿Porque Merry? — la cuestiono con una mirada dura — Porque no debo pronunciar aquella palabra, si es la única que encaja en la situación ¿desde cuándo decir la verdad es algo que una mujer no puede hacer? ¿Desde cuándo?

— Desde siempre, mi señora. Desde siempre. — respondió con una mirada compasiva. Ella lo había comprendido hace ya demasiado tiempo, así era el mundo y era impensable cambiarlo. El mundo tenía sus propias reglas y el deber de ellos era solo seguirlas.

— Así que, esa es la respuesta — susurro Prudence para si — ¿qué pasa si no estoy de acuerdo con eso? ¿Si no estoy de acuerdo con callar?

— Eso depende mi Lady. Usted sabe las consecuencias de aquello tanto como yo — dijo mirándola con lastima — para alguien de mi clase decir la verdad podría suponerme no conseguir un lugar donde dormir, comer e incluso seria morir.

Pero para alguien como usted, hacer ademán de tal destreza, provocaría la ira y desprecio de la sociedad. Aun mas, aquella desgracia no solo caería sobre usted sino también sobre toda su familia. Los escándalos destruyen las frágiles vidas de los nobles, haría bien en tenerlo en cuenta. Lo más recomendable es fingir ignorancia, olvide lo que ve y escuche. Solo siga adelante.

— Lo siento, pero hacer lo que me pides es impensable. — murmuro para después dirigirse hacia la puerta de la habitación.

— ¿Piensa huir nuevamente? ¿Piensa huir de todo aquello que sienta que está contaminado? — pregunto con tristeza.

— No, no pienso huir Merry. No huiré otra vez — dijo finalmente saliendo de la habitación y cerrándola tras sí. Ya había tenido suficiente de huir. No volvería a escapar de una situación que se pintase desfavorable, debía enfrentarse a ello. Eso es lo que había aprendido en aquel tiempo.



...


— Señora Davis — la llamo Prudence, al verla sentada cómodamente en uno de los saloncillos más pequeños de la casa. Era uno que estaba destinado a ser usado por el ama de llaves y el mayordomo. Como una pequeña salita de descanso. La señora Davis se paró rápidamente como si hubiese sido atrapada en una situación comprometedora. Posiblemente eso significase para ella aquello.

Un ama de llaves perfecta, como tanto le gustaba presumir, jamás era atrapada en algún descanso.

— Se le ofrece algo señorita Prudence — dijo hablando con rapidez, como si quisiese borrar de la mente de la joven la forma en la que la hallo.

— Puedo preguntar ¿cuantas jóvenes trabajan en la casa?

— Supongo que aquello depende — comento de manera pensativa, alegrándose internamente porque esta no hubiese hecho algún tipo de comentario sobre su persona — tenemos a dieciséis muchachas que trabajan con nosotros de manera permanente, en ocasiones especiales solemos pagarles a mas jovencitas del pueblo para que vengan a atender la mansión.

— Pero en este momento ¿cuantas hay?

— Veinte, tenemos a veinte jóvenes. Desde la pequeña Meld de catorce, hasta su doncella de veinticinco— respondió, no pudiendo evitar fruncir ligeramente el entrecejo. Preguntándose porque la señorita Prudence preguntaba por aquella irrelevante información de manera tan repentina.

— Reúnalas a todas y pídales que abandonen la casa por unos días, hasta el regreso de Lady Regina y Lady Rinstoner

— Aunque sea una petición suya señorita Prudence, no puedo hacer eso. — Respondió entre impactada y molesta, luchando por decidirse cual expresión debería mostrar su rostro en aquel momento — el joven Edwards, ¿debería llamarlo conde? — Pregunto momentáneamente más para sí misma que para Prudence — necesitara atención, además de usted y el vizconde Tompred.

— Entiendo su posición señora Davis, pero créame que no se lo pediría si no fuera por circunstancias un tanto "especiales".

— ¿Circunstancias especiales? — pronuncio, más al ver la mirada de la siempre tranquila Prudence se dio cuenta de cuál era el motivo de aquella extravagante petición. — de acuerdo señorita, entiendo bien. Yo también deseo evitar que suceda cualquier incidente. Más no puedo echar a todas, aunque sea por unos días. Algunas de estas jóvenes no tienen un lugar donde quedarse. No tiene familias o si las tienen se encuentran demasiado lejos de Hampshire.

— Entiendo, en todo caso le pido que todas aquellas que tengan un lugar donde quedarse se tomen unos días de descanso.

— No se preocupe señorita, yo junto a la señora Smith nos haremos cargo de atender personalmente al vizconde. Las jóvenes que se queden se les pedirán permanecer en la cocina la mayor parte del tiempo, o las mandaremos en grupos de dos o tres a realizar sus labores. — dijo aquello con tal convicción y facilidad, que Prudence estuvo completamente segura que no era la primera vez que tomaba esas medidas. Las medidas usadas en circunstancias especiales.

— Confío en usted señora Davis. Confío en usted...



...


— ¿Qu...que intenta hacer? — preguntó Regina después de unos instantes. Verse aferrada entre el abrazo protector de aquel hombre la había descolocado por completo. Le costó encontrar su voz.

— Nada, no intentó hacer nada — respondió el sujetándola con más fuerza, negándose a dejarla alejarse. — sólo quiero que te quedes a mi lado.

— Esta loco, ¿qué pasa si alguien nos ve? — preguntó de manera impaciente. Porque Harry hacia más difíciles las cosas.

— No me importa, ¿que sería lo peor que podría pasar? — preguntó recostado su mentón sobre ella, no pudiendo evitar aspirar su aroma. Tranquilidad, y miedo. Eso era lo que sentía cada vez que estaba con ella.
Su corazón parecía estar en paz y feliz a su lado, más sentía un miedo atroz a perderla que parecía destrozar todo aquello con relativa facilidad.

— Lo peor... — pronunció levemente, luchando por concentrarse, por ordenar sus pensamientos. Pero vaya que era difícil en aquella situación. — sería un escándalo.

— Me gustan los escándalos — contestó el con una sonrisa, ella no pudo verlo, pero estaba segura de que así había sido.

— Podrían malinterpretarlo, ¿sería una deshonra? — continuó ella, sus palabras eran cada vez más desesperadas.

— Entonces estaré gustoso de resarcirla mi Lady, ¿no se casaría conmigo? — preguntó de manera juguetona, más ambos fueron conscientes de que aquellas palabras no eran una broma de ningún tipo. Se encontraban impregnadas de seriedad.

— Casarme... — repitió, lo había pensado. Había anhelado escuchar aquello en Francia. — No, no me casaría con usted excelencia.

— ¿Porque no? — preguntó el, luchando por contener la indignación. Si bien aquello no había sido una propuesta formal, jamás espero ser rechazado de manera tan tajante por la única mujer a la que se lo había insinuado. Si fuera otra, lo más probable es que hubiese hecho cualquier cosa con tal de obtener una promesa de aquellas palabras.

— Quiere que responda con sinceridad — contestó logrando que el la soltase, si bien no del todo, por lo menos ahora podía ver su rostro.

— No esperaría menos de ti.

— No sé si podría considerarse un sueño, un anhelo o tal vez sólo una fantasía. — Empezó diciendo — Pero si es posible deseo tener la clase de matrimonio que mis padres tuvieron, uno feliz y lleno de amor y dedicación mutua.

— ¿Que intentas decir Regina? Crees que conmigo no tendrías esa clase de matrimonio.

— Creo que usted conoce la respuesta mejor que yo.

— ¿Por qué? ¿Que nos faltaría? — Pregunto frunciendo el ceño — Te puedo dar un título, una buena posición, jamás te faltaría absolutamente nada, y sobre todo te amo. No es esa suficiente razón para aceptar estar a mi lado.

— Se muy bien lo que puede ofrecerme, sin duda alguna sería bastante tonta en opinión de cualquier miembro de la sociedad si rechazará la proposición de alguien de esas características. Seguridad, dinero y una buena posición, es más de lo que muchas consiguen. Es más de lo que muchas madres anhelan para sus hijas. Pero si me conoce debería saber que eso dejo de ser importante, hace ya bastante tiempo.

— Lo sé, sé que eres lo suficientemente lista como para conseguir aquello tu sola. Pero sentía que debía decírtelo. Debo añadir que no has mencionado al ¿amor?

— ¿Amor? ¿Está seguro que me ama?

— Te lo diría si no estuviese seguro.

— Lo siento, pero no puedo creerle. — Contesto con una triste sonrisa — Aunque me gustaría, no puedo creer en aquellas palabras.

— ¿Porque? ¿Porque no puedes creer en mis palabras? ¿Porque no crees en el amor que siento por ti?

— Una vez alguien me dijo, que el amor es algo sincero. Los sentimientos son tan frágiles y fuertes como uno desee. Si me amara, estaríamos juntos.

— ¿Que no es eso lo que eh estado intentando todo este tiempo? — dijo con exasperación.

— Lo siento, pero no soy lo suficientemente fuerte como para aceptar de usted solo una parte. Me gusta, y justo por eso quiero tenerlo por completo. Sería muy doloroso, vivir a su lado y sentir que no está a mi lado.

— ¿Que intentas insinuar? ¿Qué no te amo? O ¿que no sería capaz de mantener mis votos?

— Veo que ya encontró la respuesta.

— ¿De qué hablas? ¿Cuándo te eh dado alguna razón para que pienses aquello?

— Por favor Harry, no necesitas seguir fingiendo que no lo sabes. Yo lo sé.

— ¿Que se supone que debo de saber? ¿Cómo se supone que eh de saber aquello que tú sabes y te has negado a decirme?

— Lorraine... Se sobre tu y Lorraine...


Fin del capítulo, espero que disfruten de la historia. Eh pasado momentos duros en esta semana, lidiar con ello ha sido difícil. Pensé que no iba a poder escribir porque no me sentía bien en ningún sentido. Más de alguna manera ahora me siento mejor después de escribir. Los quiero, gracias por leer y apoyar la historia ❤️

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