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CAPITULO 14

—Cavender ¿qué haces aquí?, te imaginaba muy ocupado en tu despacho — preguntó Francis alejándose del grupo que hasta hace unos instantes habían sido sus compañeros de juego.

—Muy gracioso—contestó secamente, al parecer su suerte no mejoraba en lo absoluto.

— ¿Quieres empezar una partida de póquer?—Preguntó con una sonrisa ladina inundando su rostro — después de todo, siempre viene bien tener a alguien extra a quien desplumar.

— ¿Qué te hace pensar que podrías ganarme? — inquirió frunciendo el ceño.

—Oh, pero si es la señorita Brown — dijo con sorpresa, causando que su amigo voltease con premura a ver en dirección a la calle. Descubriendo que no había nadie allí más que un miembro del club, ingresando.

—Eres un...

—No, ahórrate lo que ya sabemos. Que ya lo eh escuchado de muchas personas —añadió con jovialidad —¿te unes a la partida? —preguntó divertido.

Al final había terminado por marcharse del club, viendo la espantosa cara de incredulidad y satisfacción cubriendo el rostro de su amigo, si es que podía considerarlo de esa manera.

Ahora que el club quedaba descartado como lugar de entretenimiento, de momento lo único que le quedaba era ir a la fábrica y ver cómo iban las cosas.

Había escuchado de ciertos problemas que surgirían, aunque no solo para él. La situación de Francia distaba mucho de ser perfecta desde la caída de Napoleón y la restauración en el trono de Luis XVIII junto a la posterior muerte de este hace ya un año. La situación era meramente viable para las personas con cierta posición. Hasta el momento él no había tenido inconvenientes, pero la burguesía local estaba empezando a ponerse nerviosa, había escuchado hablar sobre la antigua revolución que se dio en su momento. La aristocracia parecía temer que algo así volviera a suceder. Aunque aun así, lo disfrazaban bastante bien con fiestas llenas de fastuosidad y opulencia.

Ni siquiera aquel tema tan inquietante, podía hacer desaparecer de su mente a aquella mujer.

Regina... Cuanto ansiaba su presencia. Nunca se imaginó en tal situación.

El anhelando la compañía de una dama... Vaya que estaba mal. Comprendía el porqué de las burlas de Francis.

Si alguien se lo hubiera dicho, el no habría dudado en burlarse de aquella persona y asegurarle que él no estaría en aquella situación nunca.

Probablemente si su madre y su hermana lo vieran así, o aún peor sus otros amigos supieran de su situación no dudarían ni un segundo en divertirse a costa suya. Aunque estaba seguro de que Francis estaría maravillado de contarles todo aquello con bastante detalle apenas tuviese oportunidad.

Debía estar pensando demasiado en ella, demasiado anhelo podía ser malo. Había escuchado que muchos perdían la cabeza y el no deseaba incluirse en aquel grupo. Aunque al parecer ya estaba empezando con los primeros síntomas. Las alucinaciones.

Porque eso debía ser.

De lo contrario que haría alguien tan respetable como Regina saliendo de un edificio acompañada por un hombre, sola.

Quiso acercarse y quitar las dudas de su mente con rapidez. Más la poca cordura y paciencia que le quedaba le indico que no era lo correcto. Pues ¿qué podía decir? ¿Porque habría de reclamarle?

No podía hacer ninguna de aquellas cosas por más que lo deseara, él y Regina. No, él y la señorita Brown no tenían nada que los uniera. No tenían ningún compromiso. Ella podía hablar con cualquier caballero y él no tendría derecho alguno de interponerse a ello.

Esa era la verdad, no tenía ningún derecho. Pero aun así, alguna clase de instinto primitivo se negaba a hacerle caso a lo que dictaba la razón, alguna clase de bajo instinto repleto de posesividad luchaba ferozmente por salir.

Si bien no tenía ninguna razón para interponerse, entonces la solución era sencilla, solo debía de crearla.

Ya encontraría la manera.

Pero por ahora bastaba con aplicarse a los buenos valores, después de todo él era un caballero. Aunque lo fuera la menor parte del tiempo, aun así lo era.

Y era su deber como tal, escoltar a una dama como Regina hacia brazos más seguros, como los suyos.

...

—Y esa es la situación mi Lady, lamento que todo este resultando de esta manera — pronunció finalmente el señor Laughton notándose la clara mezcla de insatisfacción que adornaba sus facciones. Una insatisfacción producto de la culpa de no haber cumplido su propósito en aquel lugar a pesar de haberle dado su palabra al difunto conde Wartonn, un hombre que en su opinión siempre sería intachable.

—No debe culparse señor Laughton, esta situación no es algo que podrían haber imaginado usted y mi padre — contestó después de haber escuchado detalladamente la situación.

Si bien era cierto que las mujeres no eran dadas a la política, a los negocios ni a ningún tema que se le acercase. Y que sin duda alguna, muchas de las damas de su posición ni siquiera se atreverían a leer el periódico más allá de lo que estuviese escrito en sociales. Ella era diferente, su padre había avivado su lado intelectual desde muy joven, animándola a expresar sus opiniones frente a él, a cultivar una opinión propia pese a que aquello no sería ni bien visto por la sociedad, ni algo que les gustaría a la mayoría de los caballeros encontrar en una mujer. Por lo menos, no en una que quisiesen convertir en su esposa. Después de todo, la mayoría parecía creer que una perfecta dama inglesa debía ser tan delicada como una rosa, mas no debían tener nada más fuera de aquello. Parecía que lo único que le importaba a la sociedad era verse envuelta en un juego de apariencias eternas, en el que las mujeres solo debían tomar el rol de brillantes objetos, sin más uso que el de embellecer.

Pero aun así, de alguna manera el corto tiempo que pudo participar en la temporada había sido bastante exitoso. Las personas parecían pensar en su inteligencia y en ocasiones irreverencia como una nueva chispa de juventud, que no hacía más que animar las veladas. Al parecer la belleza por la que siempre era alabada, acompañada de su increíble o puro linaje al que todos parecían admirar junto a su gran dote eran más que suficientes para que incluso las personas más conservadoras de la sociedad londinense pasasen por alto aquello y lo tomase como algo de "excentricidad" en una joven bella, algo perfectamente aceptable.

Por lo que de alguna manera término convirtiéndose en la incomparable de la temporada, algo por lo que su tía Charlotte se había mostrado más que satisfecha y orgullosa. Algo que sin duda ella consideraba digno de alardear.

— Tratare de pensar en algo antes de irme —dijo finalizando la conversación, y siendo acompañada por el señor Laughton hacia la salida.

—Desea que mande a que le busquen un carruaje mi Lady — sugirió al llegar a la entrada del lugar.

—No es necesario señor Laughton, eh de encontrarme con mis acompañantes cerca de aquí, pero ha sido una oferta muy amable.

—Está bien —accedió el hombre con cierta duda — espero verla pronto mi Lady — se despidió al fin, ingresando al edificio una vez que ella se marchó del lugar.

...

—Mademoiselle — dijo un empleado entregándole su postre, acompañado de una sutil reverencia hacia ella.

Aquello le resultaba un poco difícil, su francés distaba mucho de ser tan bueno como el de Regina. Y eso de alguna manera le hacía perder la confianza y firmeza que solían caracterizarla. Detestaba profundamente aquello. A sus veinticuatro años ya era alguien que mantenía un carácter moral bastante alto, como haría cualquier matrona bien entrada en años.

Tenía sus reservas, respecto a si había tomado la decisión adecuada al dejar a Regina en aquel lugar, sola.

Parecía que no hacía más que dejarse llevar por la corriente en el último tiempo. Se puso especialmente nerviosa cuando estuvieron en Escocia, por más que intento ocultarlo aquello no dio resultado.

Pese a la juventud de Regina, era alguien muy perspicaz. Sin duda alguna se había dado cuenta que algo no estaba bien, pero había callado. Se había limitado a decirle «Todo estará bien» acompañado de un «Creo que ya hemos visto suficiente de Escocia, vayamos a otro lugar».

Aquellas palabras fueron un verdadero bálsamo para ella. Más estaba segura de que no eran ciertas ya que Regina parecía encantada con el lugar.

Eso la hizo sentirse culpable por privarla de algo que deseaba hacer. Regina no sabía su situación por completo, pero imaginaba que ya debía tener una idea. A pesar de la ya conocida inmensa curiosidad que poseía, no había hecho preguntas al respecto. En secreto, ella agradecía silenciosamente aquello.

—Señorita, ¿está bien que yo esté aquí? —le pregunto la joven Merry a su lado en aquel majestuoso lugar.

—Por supuesto, ¿porque no debería estarlo? —preguntó consciente de la respuesta que pasaba por la mente de la muchacha.

—Es que yo... No quisiera incomodar —agregó finalmente la joven con un leve sonrojo acompañando su rostro.

—No veo porque deberías hacerlo Merry — respondió tranquilizadora, en cierta manera aquella muchacha le recordaba un poco a su antiguo yo. Al yo ingenuo que antes solía acompañarla día a día. — solo disfruta, el tiempo que nos queda es bastante corto. En menos de un mes estaremos regresando a Inglaterra.

—Lo dice de verdad señorita — dijo la muchacha con jovialidad, dejando a relucir un poco de su acento. El cual se había esforzado por cubrir.

—Sí, tenemos asuntos que atender en Londres —respondió escuetamente.

—Usted cree que podría ir con vosotros — preguntó tímidamente. Podía sentir el temor que acompañaba su voz.

Aquella joven, pensaba que antes de irse la despedirán. Cosa que sin duda sería la medida más rentable y fácil de llevar acabo. Pero estaba segura que Regina no tendría el corazón para dejarla sola en Francia, luchando por conseguir la manera de mantenerse. Si hicieran eso, no serían muy diferentes a la antigua familia a la que sirvió.

Esta situación la hizo recordar aquellas palabras con las que conoció a su joven amiga.

"No me avergüenzo de mi linaje, pero tampoco lo alabó. Creo que la aristocracia está sobrevalorada, aunque tal vez solo sean los pensamientos fútiles de una joven sin sentido. Si tenemos la oportunidad de ayudar a los otros ¿porque no hacerlo? Después de todo los aristócratas no podríamos mantener nuestro estilo de vida sin ellos"

Aquello se lo había dicho cuando la conoció, logrando desechar por completo la imagen de una joven engreída y superficial que había ideado. Consternándola en sobremanera, llegando a hacerle pensar que tal vez no todas las damas inglesas carecían de sentido.

Aún con su corta edad parecía ya tener formada cierta percepción de la vida, que a ella misma se le dificultaba concebir.

Sin duda alguna, la joven Regina había madurado con el tiempo. Volviéndose más y más atractiva. Cuando se presentó a la sociedad no dudo ni por un segundo que sería un éxito.

Lady Ringston, la tía de Regina. Una noche antes de la presentación de su sobrina a la sociedad, le confesó en privado que se sentía bastante insegura sobre cómo fueran a salir las cosas.

Según las palabras de Lady Ringston.

«La belleza de Regina atraerá a todos con facilidad, su gracia y delicadeza los hechizara. Pero, sus pensamientos reformistas sin duda serán un gran problema»

En otro momento de su vida, ella se habría mostrado de acuerdo con aquella percepción. Una dama debía ser aquello, una dama. No preocuparse por temas tan banales como la política, negocios u otros derivados. Ellas debían encargarse de obras de beneficencia, bailes, grandes cenas.

Pero por alguna razón, mientras más tiempo había compartido al lado de Regina. Más había empezado a ver el mundo de una manera distinta.

Empezó a cuestionarse.

¿No habrá algo más? ¿Algo más allá de los salones? Algo más que la perfección y la reputación.

Se atrevió a soñar. Sería un paraíso posible. Uno en el que ellas fueran capaces de tomar decisiones por sí mismas. Decidir cuándo y con quien casarse. Poder trabajar sin ser objeto de críticas por la sociedad. Tener la libertad de hablar sin contenerse para no dañar las sensibilidades de los caballeros que las rodeaban, para mantener el estigma de que ellas carecían de intelecto. ¿Sería eso posible?

—Por supuesto, Merry. No deberías haberlo dudado ni por un instante — respondió finalmente.

...

—Señorita Brown —pronunció deliberadamente cerca de ella. Le había costado echar mano de toda su fuerza de voluntad para no echarse a correr tras de ella. Por el contrario, se acercó con pasos largos pero aun así propios, esforzándose por no hacer ruido y sorprenderla de alguna manera, ansiando que aquellos brillantes ojos esmeralda le dieran un poco de su luz.

Por las expresiones que acompañaban el rostro de la bella dama, estaba seguro de haber conseguido su propósito, sorprenderla.

—Se... Señor Cavender —contestó ella, cuando pudo recomponerse del sobresalto. Había estado tan hundida en sus pensamientos, que no lo había notado hasta que estuvo a su lado.

—Espero no ser inoportuno — se disculpó, más su mirada no denotaba ni el más mínimo rastro de arrepentimiento.

—No, de ninguna manera. Solo estaba dando un paseo. — atino a responder aun algo desconcertada.

—No puedo dejarla sola señorita Brown, me permite acompañarla — se ofreció, en un gesto que pretendía ser caballeroso. Más a los ojos de cualquier dama o por lo menos de cualquiera que ya haya tenido cierta proximidad con él, ese gesto no era más que una treta, era un juego evasivo pero a la vez dulce y muy atrayente. Como si de una reacción instantánea se tratase. Era una manera en la que pretendía marcarla como suya.

—Si, por supuesto. — se obligó a si misma a responder tomando el brazo que este le ofrecía. Pese a que todo lo que habría querido, es no verlo más. Porque cada vez que lo veía parecía hacerse más y más difícil alejarse.

—Si no es indiscreción me gustaría saber, por que toma un paseo por estas calles tan lejanas a su hogar — pregunto pese a que sabía que no era algo que debiera interesarle. Mas su curiosidad fue mayor. Más aún que sus ganas de interrogarla, de preguntare porque se había encontrado a solas con un hombre. Con uno, que no era él.

—Si le dijera que si es una indiscreción, me permitiría no responder — contesto no pudiendo evitar que una sonrisa acompañara a su rostro. Sonreír, eso era. Parecía que lo único que hacia cerca del señor Cavender era sonreír tontamente. Dejando de lado otra parte de sí.

—Si yo fuera un caballero debería dejar de preguntar. Más mi curiosidad supera esta faceta — contesto con picardía.

—Sé que de alguna manera terminare por decirle, así que nos evitare a ambos el esfuerzo ¿que desea saber?

— ¿Que hace sola, por las calles parisinas? — pregunto deteniéndose cerca de una angosta calle bastante solitaria.

—No estoy sola — respondió, negándose a aceptar lo evidente.

— Me hace muy feliz que me considere compañía apropiada, pero sabe a lo que me refiero sin dudad alguna— indago, negándose a desconocer el mas mínimo detalle que tuviese algo que ver con ella.

— Vine a hablar con el administrador del negocio del que le hable y para esto yo era suficiente — contesto.

— Se refiere a los perfumes — pregunto sintiéndose torpe. Sonaría tonto, pero no pudo evitar sentir alivio al escuchar que aquel sujeto solo era el administrador. Y no ningún amante por el que ella hubiese decidido viajar toda esa distancia.

—Sí, las cosas no marchan tan bien como lo tenía previsto — le confió tímidamente— o tal vez son aun peor— Hablar sobre aquello no era algo sobre lo que se sintiera capaz de decir libremente ni a Pru ni a nadie más, pero sorprendentemente a el señor Cavender sí. Era como si una conexión existiese entre ellos desde siempre. Como si se conocieran de toda la vida. Algo que era sin duda inconcebible dado el relativo tiempo de coexistencia que habían tenido. Dado las escasas palabras que habían tenido uno con el otro. Más parecía haberse convertido en alguien con quien había compartido más miradas y pensamientos honestos pero involuntarios.

El primer beso. Sus inseguridades. Su miedo a que la considerasen débil.

—Así que ya está enterada de la situación de Francia — empezó a decir — me gustaría brindare palabras reconfortantes, y decirle que no sucederá nada mas allá de las especulaciones que nos acompañan, pero no insultare su inteligencia con aquello. Siendo honesto, yo mismo me encuentro considerablemente preocupado. Pero aun así no podemos darnos el lujo de deprimirnos, lo único que nos queda es buscar una solución adecuada.

— Gracias — fue la respuesta que recibió.

— ¿Porque? — pregunto, un poco confuso por aquella palabra que salió de los labios de su amada que para él fue como tocar el mismo cielo por un segundo, mas no se sentía merecedor de haberlas escuchado.

— Por ser sincero, cualquier otro habría preferido negar la realidad y de alguna manera conseguir más de mí, pero usted no lo ha hecho.

— No me malentienda señorita Brow, soy incapaz de disfrazar la verdad para usted. Dado que sería como cometer un crimen contra su inteligencia. Pero yo sin duda quiero mucho más de usted... 


Espero que el capítulo haya resultado de su agrado. Disculpen que me haya tomado tanto tiempo actualizar la novela . Nos vemos pronto ️ espero vuestros comentarios con ansias 😍

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