7-Fresas y hayucos
Sigo a la chica rubia hacia una puerta de madera que da paso a un pequeño recibidor acristalado. Hay multitud de zapatos, botas de nieve y un par de esquíes colgados de la pared.
La cocina resulta estar a la derecha, la chica me sonríe y me indica que pase.
—Sit down please.
Señala un par de sillas alrededor de una pequeña mesa de madera pintada de blanco sobre la que reposa un florero lleno de tulipanes de plástico.
Dejo mi mochila en el pasillo y le hago caso. La cocina no es demasiado amplia. Hay una vitrocerámica junto a una encimera en un lado, un fregadero lleno de platos sucios en el otro, y una nevera enorme situada en el fondo.
—Sorry, I hadn't time to clean the dishes.
Me mira un instante y luego esquiva mis ojos.
—It doesn't matter.
Parece aliviada con mi respuesta. Aparte de la vajilla todo está limpio y ordenado, impoluto. La chica me da la espalda y enreda con una pequeña máquina de café que comienza a vibrar. Creo que es algo mayor que yo.
Contemplo cómo las gotas caen dentro de la taza. El aroma tostado invade mis fosas nasales. La chica se gira y busca algo dentro del bolsillo de sus vaqueros azules.
—Wanna smoke? —pregunta sonriéndome.
—No, I don't, but I don't care if you do.
Me vuelve a sonreír. Saca un mechero azulado y prende el cigarro. Las volutas de humo se elevan hacia el techo. Se encarama sobre mí y abre la ventana a mis espaldas. Sus pechos generosos rozan mi hombro. Huele a perfume de jazmín y a tabaco. Sonríe de nuevo. ¿Habrá sido sin querer? ¿Por qué sonríe tanto?
Se escucha el sonido del café rebosando por la taza. La chica se acerca a la máquina de un salto y exclama algo en francés. Suena a maldición.
—Sorry, I'm going to prepare you another one.
Un par de minutos después estamos sentados frente a frente con sendas tazas de café humeantes entre nuestras manos. Sus dos ojos azules me vuelven a estudiar. Tanta atención me hace sentirme algo incómodo.
—So, where are you going to? —pregunta. Sopla dentro de su taza como para enfriar el líquido y toma un sorbo.
—Well, actually I'm going to a rainbow encounter. I'm not sure if you know what it is.
—No, tell me. —Vuelve a sonreír.
A ver cómo le explico en inglés para que se entere. Tomo un sorbo de mi café. Está muy amargo. Intento no fruncir el ceño.
—It's like an encounter of people in the nature to celebrate the moon.
—The moon?
Debo haber sonado un poco ridículo. Un rainbow es un encuentro de hippies y no tan hippies en la naturaleza para compartir experiencias, montar talleres, contarse cuentos y vivir de manera comunitaria por un cierto período de tiempo, en general un ciclo lunar. ¿Cómo se lo explico a esta chica sin que crea que soy un bicho raro?
—Yes, it's a celebration of..., of people in the nature.
¡Dios! Lo estoy enredando aún más.
—It sounds great. —Sonríe de nuevo—. I'm sorry, but i can't take you there. I have to work in..., in less then one hour.
Me termino el café de un último trago.
—Well, it doesn't matter. Thank you anyways. I'm sure there are plenty of people going in that direction. Thank you for the coffee.
Me levanto y dejo la taza en el fregadero. Al volverme me doy cuenta de que me está mirando todavía.
—Are you leaving allready?
Su voz apenas pasa de un susurro. Está sentada con las piernas cruzadas, con la cadera ligeramente inclinada en mi dirección. Levanto mi vista hacia su rostro, se humedece los labios. Me sonríe. Su cara parece deformarse, se ha vuelto más redonda, sus ojos han cambiado de color. Es de noche, estoy de vuelta en el pueblo. Una repentina ráfaga de viento alborota su larga melena oscura iluminada por las luces de las farolas. Sonríe. Suspira, sus labios carnosos buscan con ansias otros labios, otros labios que no son los míos. Un escalofrío relampaguea por mi espalda. Doy un paso atrás.
Choco contra algo duro y me tropiezo. Parpadeo y el recuerdo estalla en mil pedazos. Vuelvo a estar frente a la rubia.
—Sorry, yes, I have to go...
Me giro al cruzar la puerta, sigue mirándome. Acelero el paso.
Dos horas después sigo caminando por la carretera dirección Quillan. No pasan apenas coches y ninguno hace ademán de parar, pero no me importa. La temperatura es muy agradable a estas horas de la mañana. Luce el sol y para mi deleite la orilla de la carretera está plagada de fresas silvestres, hayucos y moras; aunque estas últimas todavía necesiten madurar.
No he visto hayas desde mi temprana niñez en Austria antes de mudarnos a España, donde solo crecen en el norte y desde luego no en las zonas en las cuales vivíamos. Aún recuerdo su sabor, algo comprendido entre las pipas de girasol y los cacahuetes crudos. Salgo de la carretera para recoger todas las que puedo entre las hojas y la hierba que cubre el suelo. Algunas están ya rancias, pero la mayoría parecen comestibles todavía. Tengo tiempo.
Ya que ha salido el tema del rainbow te diré por qué me dirijo allá. Cada año se celebra uno en casi cualquier país del mundo. No me interesa mucho el encuentro en sí, ya he estado en un par. Aunque al principio me parecieron una experiencia interesante, enseguida me han acabado por resultar monótonos. Resulta que en uno de ellos conocí a Amelie, una chica francesa que nos invitó a mí y a varios de los amigos que estaban conmigo en ese momento a trabajar en la empresa familiar de sus padres que se dedican al cultivo del melocotón, albaricoques y otras frutas en algún lugar del sur de Francia. Mika me contó una vez que ella siempre viene al encuentro de Francia que este año se celebra aquí cerca, en los Prepirineos. Por eso tengo pensado ir allá para encontrármela.
La oferta de trabajar una temporada en Francia resulta muy atractiva. Los salarios son bastante más altos que en el pueblo donde vive mi madre. Allí, dado que la economía con el pasar de los años se ha ido centrando poco a poco en la construcción y el turismo; en el momento en el que estalló la burbuja inmobiliaria y empezó la crisis, se han destruido casi todos los puestos de trabajo.
Para los jóvenes es aún peor. Como no tengas algún familiar que pueda ayudarte a conseguir empleo, casi solo tienes oportunidad de trabajar en negro recogiendo higos, pimientos o tabaco para alguno de los empresarios del sector agrícola de la zona y que muchas veces casi te pagan menos que el salario mínimo interprofesional. La posibilidad de trabajar en Francia con el doble de sueldo y alojamiento incluido es algo que no quiero desaprovechar. Sé apañármelas sin pasta, pero tampoco viene mal tenerla si quieres viajar más lejos y sin preocupaciones innecesarias.
Estoy a menos de cien kilómetros del lugar en el que se celebra el rainbow y todavía faltan al menos diez días para que este termine. Tampoco hace falta tener prisa por llegar.
Al acercarse el mediodía comienzan a pasar más coches. Una furgoneta se detiene a mi lado. Un hombre barrigón vestido con un mono azul y briznas de hierba pegadas sobre su jersey de lana me sonríe. Debe ser un agricultor local. Empieza a hablarme en francés sin parar. Imposible comprender algo.
—¿Quillan? —Se calla y me mira, parece confuso. ¿Cómo rayos se pronuncia ese nombre?
—¿Cuiyan? ¿Kiyan? ¿Kiyon?
—¿Killa'? —me interrumpe.
—Oui, oui, Killa'. —¡Por fin!
Empieza a gesticular con grandes aspavientos. Me dejo caer sobre el asiento del copiloto. Un pequeño perro me saluda desde atrás con un ladrido y después me olfatea a través de la reja que nos separa. Huele a heno fresco. Todo el maletero está lleno. Empezamos a rodar de nuevo. El hombre empieza a hablarme sin parar, casi no toma ni aire.
—Oui, oui. —Es mi única respuesta. No sé si se da cuenta de que no entiendo ni papo. Bueno, mientras te lleven donde tú quieres no te vas a quejar. Logro acercarme a mi destino más rápido de lo que hubiera creído posible en un principio. A este paso igual incluso llegaré al encuentro hoy mismo. Bajo la ventanilla para dejar que el viento me acaricie. El hombre se calla un instante y después retoma su charla monótona. Las palabras parecen difuminarse en mi mente hasta convertirse en una parte más del decorado, como la televisión que siempre está prendida en los hogares de tanta gente sin que nadie escuche lo que digan.
El paisaje va cambiando poco a poco, de los hayedos pasamos a bosques de pinos cuya fragancia resinosa amenaza con despejarme los pulmones a la fuerza. Luego los pinos se pierden en la distancia y empiezan a aparecer extensas llanuras doradas en las que los rayos de sol maduran los primeros granos de trigo contenidas en las espigas. Aún falta tiempo para la época de la cosecha.
Me pregunto cómo será el lugar donde se celebra el rainbow. Lo más probable es que sea un bosque en alguna zona alejada de la civilización, siempre buscan ese tipo de sitios.
Llegamos a Quillan y me despido del hombre. El perro me dedica un último ladrido amistoso. Luego el coche retoma la marcha haciendo chillar las ruedas. Vuelvo a caminar.
Un par de horas y un par de viajes compartidos después, he pasado dos pueblos más llamados Axat y Puilaurens o algo parecido. Salgo de la vía principal para adentrarme en una estrecha carretera de montaña. Creo que no me he equivocado sobre cómo será el lugar de celebración del encuentro. Vuelve a haber bosques y cada vez estamos a más altura sobre el nivel del mar. Avanzo despacio caminando sobre el asfalto agrietado.
Al caer la tarde, otro par de aldeas pequeñas ha quedado atrás. No ha vuelto a parar ningún coche.
Las vistas son impresionantes y hay multitud de pájaros cantando. Hasta puedo ver unas cuantas ardillas y hace un rato sorprendí a un zorro correteando a través del bosque. Me siento ligero, ya me he vuelto a acostumbrar a cargar con el peso de mi mochila en el tiempo que llevo viajando y el ejercicio respirando aire puro me anima. La tarde sigue cayendo. Creo que no llegaré a mi destino hoy. Será mejor salir de la carretera y buscar un sitio para pasar la noche.
Veo un pequeño arroyo en el fondo de un valle. Salgo de la carretera y bajo el trecho que me separa de él. Sus aguas son cristalinas. Parece un buen sitio para acampar, pues queda escondido a la vista. Hay hierba y musgos que ofrecen un buen lecho donde echar mi saco de dormir y el cielo está azul brillante sin ninguna nube en el horizonte. Llevo un plástico para protegerme de la lluvia si fuera necesario; aunque no sirve de mucho ante tormentas fuertes, prefiero no tener que usarlo. Dejo mi mochila sobre el musgo, me descalzo y meto mis pies dentro del agua. Está algo fresca, sienta genial. Subo un tramo por la orilla del riachuelo para buscar un sitio donde el agua sea más profunda.
Encuentro una poza circular y pego un alarido de alegría. Me desvisto como un rayo y me lanzo de cabeza. Un par de peces me esquivan. Tengo la costumbre de bañarme todo el año por mucho frío que haga. Te eleva las defensas o eso he leído en alguna parte. Debe ser cierto, pues rara vez me suelo enfermar. Después del sudor de la caminata es un lujo poder lavarse antes de cenar y dormir.
Vuelvo al lugar donde dejé mi mochila. Comparo mi mapa con el plano que me he dibujado en mi cuaderno y diario de viaje. Solo me quedan unos veinte kilómetros hasta el lugar de encuentro. Mañana llegaré a mi destino.
Tengo muchas ganas de volver a ver a Amelie. Es una chica muy maja de ojos verdes traviesos, pelo corto, cara de manzana sonrojada y carácter despreocupado. Además, espero conocer mucha gente nueva interesante. Siempre te llevas sorpresas agradables en un rainbow, suelen ir personas muy diversas.
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