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Capítulo 1: Bienvenidos a la jungla



La primera mañana en la casa Calloway comenzó exactamente como lo había imaginado: incómoda, brillante y demasiado silenciosa. Estaba acostumbrada al sonido del tráfico afuera de mi ventana, al crujir de los escalones viejos de nuestra casa y a los golpes ligeros de mi mamá intentando preparar café sin despertarme. Aquí, lo único que escuchabas era el zumbido lejano del aire acondicionado central y, ocasionalmente, el canto de algún pájaro demasiado fancy para el lugar donde solía vivir.

Me desperté en una habitación que no sentía mía. Era casi imposible conectar la cálida y ligeramente caótica casa que compartíamos mi mamá y yo con esta mansión impecable, donde todo parecía diseñado para ser fotografiado, no vivido. Las paredes eran de un blanco tan perfecto que resultaba intimidante, la cama era absurdamente grande, los muebles modernos parecían sacados de una revista, y las ventanas eran tan enormes que dejaban entrar una cantidad de luz innecesaria para las siete de la mañana. Pero lo peor, lo que realmente me ponía los pelos de punta, era el vestidor.

Estaba repleto de ropa nueva que Alec había insistido en comprarme para que "encajara". Vestidos de diseñador, jeans que probablemente costaban más que todo lo que teníamos en nuestra vieja casa, y zapatillas tan blancas que daba miedo mirarlas, como si ensuciarlas fuera un delito. Era como si alguien hubiera decidido que, para encajar en esta nueva vida, tenía que abandonar cualquier rastro de quien era.

Finalmente, me arrastré fuera de la cama, recordándome que no podía esconderme ahí todo el día. La escuela era obligatoria, y aunque mi primer instinto era fingir una enfermedad, sabía que mi mamá no lo permitiría. Frente al espejo, una rápida inspección confirmó lo que ya sabía: no iba a cambiar por encajar aquí. Mi cabello, una maraña de ondas castañas claras y oscuras, estaba igual de enredado que siempre, y las ojeras bajo mis ojos verdosos seguían ahí, cortesía de noches de sueño inquieto y el estrés acumulado. Esto era yo, con mis defectos, y no iba a perderme en este mundo solo para complacer a otros.

Bajé a la cocina, arrastrando los pies, solo para encontrarme con la escena más surrealista del mundo: mi mamá y Alec Calloway cocinando juntos. Bueno, intentando cocinar. Alec, con su impecable camisa de lino remangada y una sonrisa tan pulida como el mármol de la encimera, sostenía un sartén como si nunca antes hubiera visto uno. Alice, en cambio, parecía estar en su elemento, guiándolo con paciencia mientras él hacía bromas ligeras que la hacían reír.

—Buenos días, Bree —la voz de Alec era amable, pero tenía ese toque de formalidad que me recordaba que, aunque ahora era mi padrastro, seguía siendo básicamente un desconocido.

—Hola —respondí, mientras me servía un vaso de agua y trataba de evitar cualquier conversación que involucrara "adaptarnos" o "nuestra nueva familia".

Y entonces, apareció Ethan. Bajó las escaleras con la misma actitud con la que probablemente se había levantado: como si el mundo entero le perteneciera. Su cabello castaño oscuro estaba desordenado de una forma que parecía intencional, y llevaba una camiseta gris que se ajustaba lo suficiente como para recordarme que debía dejar de mirarlo.

—Mañana intensa, ¿eh? —comentó, lanzándome una mirada mientras se servía un café.

—Alguien tiene que levantarse temprano para vigilar que no me robe los cuadros de la sala —repliqué, bebiendo mi agua como si no acabara de iniciar la guerra.

Ethan sonrió, esa media sonrisa que parecía ser su marca registrada, revelando unos dientes blancos y perfectamente rectos. Sus hoyuelos se asomaron por un momento, dándole un aire aún más desinteresado mientras se apoyaba casualmente en la isla de la cocina, como si nada en el mundo pudiera perturbar su calma.

—Los cuadros no son mi preocupación, Bree. Aunque ahora que lo mencionas, tal vez debería revisar tu bolso.

Alice suspiró, ignorando el intercambio mientras terminaba de servir huevos revueltos.

—¿No sería genial si los dos intentaran llevarse bien? —preguntó con ese tono de esperanza maternal que siempre lograba despertar una pizca de culpa en mí, mientras su nuevo anillo de compromiso brillaba bajo la luz del sol que entraba por la ventana.

—Claro —respondí, al mismo tiempo que Ethan decía:

—No prometo nada.

Luego de esta pequeña discusión, Alec y mi mamá intentaron una pequeña charla, pero yo estaba demasiado ocupada mentalizándome para el día que tenía por delante. Finalmente, Ethan agarró las llaves de su coche y me miró con esa mezcla de diversión y aburrimiento que parecía ser su expresión predeterminada.

—¿Lista, hermanita?

—No me llames así.

Él solo sonrió y salió, y yo lo seguí, porque no tenía otra opción.

El trayecto a la escuela fue incómodo. Ethan encendió la música, alguna banda de rock que probablemente usaba para impresionar a las chicas, y no dijo una palabra. Yo miré por la ventana, preguntándome cómo iba a sobrevivir mi primer día.

Cuando llegamos, me encontré frente a un edificio que parecía más una universidad que una secundaria. Era enorme, con una arquitectura moderna y estudiantes que parecían modelos de catálogo caminando por todas partes. Las chicas llevaban faldas perfectamente planchadas y camisas blancas inmaculadas, mientras que los chicos parecían haber salido directamente de una película adolescente.

Ethan no perdió el tiempo en desaparecer, dejándome sola en medio de un mar de caras desconocidas. Me tomó exactamente tres segundos darme cuenta de que estaba siendo observada. Las miradas eran rápidas, pero inconfundibles. Las chicas me estudiaban con curiosidad, probablemente evaluando mi ropa y decidiendo si era digna de su atención, mientras que los chicos simplemente me ignoraban.

Encontré mi casillero después de lo que pareció una eternidad. Justo cuando estaba intentando abrirlo, una voz detrás de mí me sobresaltó.

—Eres la nueva, ¿verdad?

Me giré para encontrarme con una chica alta, con cabello rubio recogido en una coleta alta y ojos azules que parecían atravesarte. Llevaba el uniforme con una confianza que me hizo sentir como si estuviera en pijama a su lado.

—Sí, soy Bree.

—Soy Harper. Bienvenida al infierno.

No estaba segura de si estaba bromeando, pero su sonrisa me hizo pensar que tal vez tenía un aliado. O al menos alguien que no quería enterrarme viva.

Harper me llevó a mi primera clase, lo cual agradecí porque probablemente me habría perdido. El aula era espaciosa, con escritorios perfectamente alineados y una pizarra digital al frente. Me senté en una de las mesas del fondo, tratando de evitar llamar la atención.

No funcionó.

—¿Tú debes ser la hermanastra de Ethan, verdad? La nueva adquisición de la familia Calloway —dijo un chico mientras se dejaba caer en el asiento junto a mí, provocando que apretara los dientes y murmurara "encantador" en mi mente con todo el sarcasmo que pude reunir. Era alto, con cabello oscuro desordenado y unos ojos cafés que destilaban diversión, como si siempre estuviera en medio de una broma que solo él entendía.

—Sí, pero no es algo que me guste anunciar.

Él rió.

—Soy Liam. Ethan y yo jugamos en el equipo de fútbol juntos.

—Qué bien por ti.

Liam parecía agradable, pero también tenía ese aire de confianza que parecía ser un requisito para existir en esta escuela.

La clase comenzó, pero no podía concentrarme. Sentía las miradas de los demás y escuchaba los susurros, aunque intentaran disimularlos.

El resto de la mañana fue un torbellino de clases y presentaciones. Conocí a más personas, pero sus nombres se mezclaron en mi cabeza. Harper me acompañó a la cafetería, donde descubrí que había un sistema jerárquico más complicado que el de una corte medieval.

—Allí están los deportistas, obviamente —Harper señaló una mesa llena de chicos que parecían competir por quién podía ser más atractivo. Ethan estaba entre ellos, riendo por algo que Liam había dicho.

—Y allí están las reinas del drama —apuntó hacia un grupo de chicas que hablaban en susurros mientras miraban sus teléfonos.

Me senté con Harper en una mesa al lado de la ventana, sintiéndome completamente fuera de lugar.

—No te preocupes, te acostumbrarás —dijo Harper, como si pudiera leer mi mente.

—¿A qué? ¿A ser un espectáculo ambulante?

Ella rió.

—A sobrevivir.



[...]


La tarde pasó lento, y para cuando llegó la última clase, estaba agotada. Ethan me esperaba afuera, apoyado contra su deportivo negro, con su uniforme escolar desaliñado: la camisa blanca remangada y arrugada, la corbata colgando floja, y su cabello oscuro despeinado, cayéndole algunas hebras sobre su frente pálida, dándole un aire despreocupado. Me lanzó esa sonrisa perezosa que ya empezaba a detestar.

—¿Lista?

—¿Tengo opción? —respondí, cruzándome de brazos mientras me subía al asiento del copiloto y veía como él arrancaba el coche.

El camino fue silencioso al principio, lo cual agradecí. Pero, como era de esperarse, no duró mucho.

—Entonces, ¿cómo fue tu primer día? —preguntó finalmente, con ese tono casual que siempre me ponía a la defensiva.

—Maravilloso. Todo un sueño hecho realidad —mi sarcasmo no lo desanimó; de hecho, parecía disfrutarlo.

—¿Sabes? Pensé que serías más... tímida.

—¿Por qué? ¿Porque no tengo una cuenta de Instagram con mil seguidores?

Ethan soltó una risa baja y negó con la cabeza. Aunque no lo soportaba, tuve que admitir que su risa tenía algo un poco contagioso.

—No, porque pensé que te intimidarías más fácilmente.

—Lo siento por decepcionarte.

El resto del trayecto fue en silencio, pero esta vez, no fue incómodo. Había algo en la manera en que Ethan se comportaba, algo que me hacía sentir que, por mucho que me irritara, también me retaba. Y aunque no estaba lista para admitirlo, esa chispa de desafío era algo que no había sentido en mucho tiempo.

Cuando llegamos a la mansión, Ethan salió del coche y me lanzó una última mirada antes de desaparecer dentro.

—Bienvenida a la jungla, Bree.

No respondí, pero mientras subía las escaleras hacia mi habitación, no pude evitar pensar que, tal vez, esta nueva vida no iba a ser tan predecible como había imaginado.

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