8: Heridas
¿Podían dejar de aparecer a mis espaldas todos los enemigos acérrimos que poseía?
Ya había tomado la decisión de no volver a separarme jamás de la pared en los próximos bailes.
Vi como una gran mano con la que, para mi desgracia, ya estaba bastante familiarizada se extendía de manera cordial, expectante de un apretón de manos. Desvié la mirada hacia la izquierda y fui espectadora de la grandeza de aquel hombre, poseedor de la sonrisa del diablo. Su semblante parecía amistoso, pero su mirada decía otra cosa. Noté como lord Bairon se achantaba, qué cobarde había sido siempre.
—George Bairon —se presentó a la vez que correspondía el gesto—. Un placer.
—Eric Beckford, lo mismo digo —respondió y seguidamente puso fin al apretón.
No pasó desapercibido ante mi sagaz mirada como lord Bairon abrió y cerró la mano con sutileza, confesando en silencio que Eric se había excedido con la presión ejercida en el saludo. Me disgustó el hecho de que eso me causara tanto placer.
—Si no les importa que me una, ¿sobre qué discutían? Desde fuera lucía un coloquio la mar de interesante. —De nuevo, aquella sonrisa lobuna que hubiese sido capaz de desatar una gran catástrofe se pintó sobre sus labios.
—Si no recuerdo mal, lord Bairon se estaba despidiendo —en esta ocasión, fue Wendy la que tomó la palabra—. Algo sobre unos asuntos pendientes, ¿no es así?
Si el semblante de Eric era aterrador, el de Wendy, pese a ser una chica tan menuda, era apabullante.
Lord Bairon analizó la escena minuciosamente, enmudecido, supuse que sabía que no volvería a contar con una oportunidad tan brillante como aquella para poder asaltarme.
—La verdad es, señorita, que tampoco me apremia tanto la necesidad ahora que lord Beckford se nos ha unido —sus palabras fueron dichas con desparpajo, sin embargo, para cualquiera que supiese mirar más allá, podía saberse con echar un simple vistazo que aquel hombre estaba atemorizado.
—Por si se le ha olvidado —tomé el turno de palabra antes de que mis perros guardianes se lanzaran a la caza—. Ya le he dicho que no me interesa nada que salga de sus labios, milord.
Y, haciendo acopio de todas mis fuerzas, le sostuve la mirada sin vacilar. Aquel hombre no iba a salirse con la suya siempre que le conviniese; estaba cansada, harta incluso, de que solo por su sexo tuviese el privilegio de llevar la voz cantante en todas las interacciones sociales.
Le había dejado claro sin ningún tipo de reparo que no quería charlar con él y, si me hubiese sido posible, hasta habría manifestado el disgusto que me producía tan siquiera compartir el mismo aire. También odiaba que, como siempre, lord Beckford hubiese acudido a mi rescate, como si lo necesitase. Porque eso significaba que, a sus ojos, no era más que otro grácil cervatillo que no era capaz de valerse por sí mismo.
Esa no era yo.
Me sentía orgullosa de ser una mujer capaz de manejar sus propios asuntos, había atravesado situaciones mucho más desgarradoras que una simple confrontación social, por lo que, en aquel momento tomé la determinación de que no volvería a dejar que nadie, ni tan siquiera Wendy, interviniera en mis problemas.
—Margot, no creo que sea apropiado que me hables así delante de...
No le permití terminar.
—Me trae sin cuidado, como si se tratase de la mismísima reina Victoria. —Para mi sorpresa, pude mantener a raya mi temperamento—. Le he dicho que no pienso intercambiar ni una sola palabra más con usted. Y, de nuevo, como se atreva a seguir tuteándome, como si yo fuese algo suyo, no tendré más remedio que formar el escándalo más resonado de toda la temporada. Qué digo, ¡de toda la historia londinense! Porque si me reputación cae, la suya, tenga por seguro, que también.
Y dicho esto, levanté la barbilla de manera altiva.
Los ojos de lord Bairon adoptaron un color negruzco, no supe si por la irá o por el sofoco de ser humillado frente a uno de los hombres más importantes de Inglaterra. Volvió a pasar una mano por su cabello, en un intento desesperado de recuperar la confianza. Su semblante se pintó con la sonrisa más tensa que recordaba haber presenciado en mi vida.
—Les deseo una feliz velada —se despidió antes de dar media vuelta e irse.
Me cabreó el hecho de saber que tan solo había cedido en su empeño por quién se encontraba a mi lado, no por mi amenaza. Una victoria a medias no era más que una derrota edulcorada, pero debía conformarme por el momento. Pese a saber que no había sido un adiós definitivo.
Cuando la adrenalina se empezó a disipar de mi cuerpo, sentí como el pecho me subía y bajaba a una velocidad algo acelerada. Tenía la certeza de que no había alzado el tono de voz y que, para la desgracia de los más cotillas, nadie se había enterado de lo que habíamos estado discutiendo. Sin embargo, cualquier persona que nos hubiera estado observando se habría percatado de la tensión e incomodidad que se respiraba a nuestro alrededor. Me encontraba derrotada ante tanto formalismo.
Percibí como la pelirroja se daba la vuelta y me enfrentaba, sus ojos azules estaban abiertos en un mar de preocupación, conteniendo una tormenta de sentimientos.
—¡Qué caballero tan desagradable! —exclamó—. Le has puesto en su sitio, sin ninguna duda.
Agradecí que Wendy me estuviese tratando como una luchadora que acababa de bajar del ring victoriosa, al menos el entusiasmo era más fácil de tratar que la compasión.
—Volverá —fue la única respuesta que fui capaz de entretejer.
Los delgados dedos de mi amiga se cernieron con dulzura sobre mi antebrazo, los rizos pelirrojos que se le habían escapado del moño le daban un toque maternal que me reconfortó de sobremanera.
—Pues lo volveremos a espantar —dijo decidida—. Un hombre tan simple no es rival para alguien como tú, Margot. ¿No opina usted lo mismo, milord?
En ese momento recordé que, justo a mi izquierda, se encontraba el hombre al que menos me apetecía confortar en aquellos instantes. Antes de poder suprimir mi acto reflejo, me encontré admirando aquellos ojos amarronados que me devolvían el gesto, inescrutables.
Su semblante era serio, provocando que sus rasgos adoptaran un aire más hosco si es que eso era posible. Su mentón estaba tensado de manera sutil, provocando que las aletas de la nariz se encontraran algo hinchadas. Hasta así, habiendo sido poseído por la expresión más apabullante que jamás había contemplado en otro ser humano, si una lady con hija en edad casadera lo hubiese visto, no habría dudado ni un solo momento en que era el hombre más apuesto de toda la ciudad y que era justo lo que había estado buscando para su angelito. Ese era el poder que poseía.
Tras unos interminables segundos, por fin se dignó a responder:
—Más que simple, me atrevería a decir que es bastante astuto. —Posó la mirada en mi amiga un momento antes de dejarla caer de nuevo en mí—. Aun así, no creo que tenga nada que hacer frente a una lengua tan afilada.
No hubo ningún rastro de burla en sus palabras, lo que me dejó totalmente descolocada, ¿acaso eso era un cumplido? Qué mente más retorcida tenía.
Sin embargo, ambos coincidíamos en una cosa, lord Bairon era muchas cosas, pero desde luego, simple no era una de ellas. Era igual de astuto que un zorro. Y eso me perturbaba.
El muy truhan había estado esperando a tener la oportunidad para abordarme con calma, hasta que el momento idóneo se había presentado ante él. Entonces lo había aprovechado. Porque eso era lo que mejor se le daba: sacar provecho de las ocasiones que se le ponían delante, sin ningún tipo de reparo. Dudaba que volviese a aventurarse a hablarme en público, lo que, en vez de tranquilizarme, me inquietaba aún más, tanto que sentí como las náuseas se asentaban en la boca de mi estómago.
Eso significaba que tan solo se atrevería a hablarme en privado.
—Creo que me retiraré por hoy —declaré—. Wendy, espero que me dediques el baile de esta noche —le sonreí.
El ceño de mi amiga se encontraba ligeramente fruncido en desacuerdo, pero, fuera lo que fuese que lo que le molestaba, no lo materializó en palabras. Se limitó a asentir con la cabeza y a devolverme el gesto, pese a que todo su ser gritara preocupación.
—Lord Beckford. —Hice una sutil reverencia con la intención de darme la vuelta e irme.
Mas, la voz profunda de Eric me detuvo:
—Supongo que a mí también me desea el mejor de los finales para esta velada.
Esa sonrisa pícara que se escondía tras las comisuras de sus labios y que tanto lo caracterizaba, había vuelto a florecer, sepultando las emociones que minutos atrás le habían turbado el rostro.
Para mi desgracia, supe que lo que él pretendía con ese comentario era irritarme, provocar que el fastidio volviese a correr por mis venas, revivir ese mal humor que tan solo él era capaz de despertar en mí.
Para mi desgracia, supe que lo estaba haciendo por mí. Para que mi mente no fuese capaz de pensar en nada más que en socavar ese ego rimbombante que se gastaba. Para que el temblor que azotaba todo mi cuerpo se transformara en un incendio de enojo dirigido solo y únicamente hacia él.
Para su desgracia, esa vez, no lo consiguió.
Me limité a sonreír y a marcharme de aquel salón cuyas paredes me estaban ahogando y, una vez cobijada en la seguridad de mi habitación, dejé que todos y cada uno de mis sentimientos afloraran de mi pecho en forma de lágrimas.
Había heridas que ni el más insufrible de los hombres podía hacerme olvidar.
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