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21: Intimidad

Los besos de Eric, ásperos, cada vez fueron aumentando de ritmo, provocando que todo mi interior comenzara a arder en deseo.

Me puse de puntillas para rodear mis brazos sobre su cuello, con el fin de pegarme más a él, de sentirlo más cerca. El cuerpo del conde reaccionó enseguida ante mi demanda, sus manos se cernieron sobre mis caderas de manera posesiva, mientras suprimía los gruñidos de su garganta sobre mis labios.

La tela de la bata se fue escurriendo por mis hombros hasta que sentí la imperiosa necesidad de despojarme de aquella tela que, pese a ser de la mejor calidad, en ese momento, solo constituía un estorbo para mi piel.

Eric pareció leerme el pensamiento, puesto que terminó de deslizar el tejido rosado por mis brazos, provocando que este cayese al suelo. No me dio tiempo a sentirme desprotegida al exponerme frente a él solo llevando puesto un camisón, ya que el conde puso fin al beso con el fin de mirarme fijamente a los ojos, distrayéndome por completo de las cosas que, socialmente, deberían avergonzarme.

—Margot —dijo él, su respiración era agitada—. No creo que esto sea una buena idea.

Fruncí el ceño ante su advertencia. Por supuesto que era consciente de que no era una buena idea. Nos encontrábamos en mi alcoba, en medio de la noche, cualquier empleado, o incluso madre, podría escuchar un ruido y venir a comprobar si todo iba bien. Sabía que no era una buena idea, pero me daba igual.

—¿No crees que es un poco tarde para escuchar a tu sentido común? —pregunté de manera irónica—. ¿Cuál podría ser el precio a pagar si nos atrapan? ¿Casarnos? —Interpuse mi mano derecha entre nuestros rostros, para que pudiese apreciar la joya que desde hacía unas semanas adornaba mi dedo corazón—. Porque, tristemente, ya estamos condenados.

Una sonrisa de medio lado poseyó sus labios. Acto seguido se hizo con mi muñeca y depositó un suave beso sobre ella, provocando que miles de corrientes nerviosas se pasearan por todo mi organismo.

—¿Dónde tenías escondido ese sentido del humor tan retorcido? —rio en voz baja.

—Bueno, no solo sé enfadarme y enzarzarme en disputas —repliqué, algo avergonzada.

Eric, sin despojarse de su sonrisa burlesca, me acarició una mejilla. Sus ojos seguían clavados en mí, como si no hubiese nada más en el mundo a lo que quisiese mirar, y, tras unos instantes, un suspiro escapó de sus labios.

—Pese a que tu razonamiento es indiscutible, sigo pensando que debería detenerme aquí —volvió a tomar la palabra.

Lo miré confundida.

—¿Acaso he hecho algo mal? —El desear a alguien era algo completamente nuevo para mí y no estaba segura de estar actuando de la manera adecuada.

—No —contestó él de inmediato—. Solamente quiero que desees esto tanto como yo lo hago.

—Ya es así —contesté con indignación—. Te deseo con todo mi ser, Eric.

Mis palabras debieron tocar algún punto en concreto de su interior, puesto que lo sentí tensarse por completo.

—Puede ser —murmuró con la mirada entristecida—. Pero creo que se debe más a tu convicción de querer dejar atrás el pasado, Margot.

Intenté no sentirme atacada por sus palabras, sin embargó, no lo conseguí. Me separé de él, despojándome de su tacto, y tomé asiento sobre la cama.

—Detesto solo ser una maraña de tristeza y traumas ante tus ojos —escupí con recelo.

—No vuelvas a decir eso —sus palabras sonaron tajantes y se arrodilló para estar a mi altura—. Deja de presuponer cosas erróneamente.

—¿Qué quieres que piense, Eric? —sollocé intentando no elevar el tono de voz—. Sé que es así. Aprecio mucho que quieras que me sienta segura contigo, pero no soporto la compasión.

Una de las manos de Eric se aferró a mi muslo derecho.

—No te compadezco —musitó—. Margot, entiende, por favor, que llevo ardiendo en deseos por estar justamente en esta situación tanto tiempo... que me parece irreal —confesó empleando un tono tan íntimo que me hizo tiritar—. Y sé que si te toco aquí —La mano que yacía en mi muslo comenzó a desplazarse hasta mis caderas, provocando que todo mi cuerpo se tensase—, o aquí... —La mano que tenía libre se posó muy cerca de uno de mis pechos, provocando que el deseo se prendiera en mí a la vez que un fuerte sentimiento de rechazo comenzó a ulular en mis entrañas—. ¿Te das cuenta?

—No sé a dónde quieres llegar —le dije, aunque por su mirada, supe que él sabía que le estaba mintiendo.

—Quieres que te toque —prosiguió—. Y me dejarías que te tocase, al igual que hiciste el otro día, porque lo disfrutaste, porque confías en mí, pero no estas preparada. —Fui a abrir la boca para llevarle la contraria, mas él se adelantó—. Y no te atrevas a discutirme lo evidente, querida.

Agaché la cabeza mientras sopesaba lo que el conde acababa de decir. Estaba segura de lo que quería, sin embargo, no me había parado a escuchar a mi propio cuerpo, en eso tenía razón.

—Lo siento —fue lo único que fui capaz de decir.

Me sentía tan avergonzada que ni siquiera podía mirarlo a la cara. A veces, me odiaba a mí misma por no poder seguir adelante; otras muchas, por engañarme al pensar que ya lo había conseguido. Me preguntaba si alguna vez yo iba a ser la propia dueña de mis decisiones.

Noté el suave tacto de Eric abandonarme, lo que me hizo sentir aún peor, pues supuse que esa era su respuesta a mi infantil comportamiento, sin embargo, un leve ruido me hizo elevar la mirada. Lo que vi me quitó el aliento.

El conde había decidido, por algún extraño motivo, despojarse de la camisa de gasa que portaba, quedando al descubierto su bronceado y trabajado torso. Estuve segura en ese instante que el pasear mis yemas sobre su piel se sentiría como atravesar un prado en primavera: liberador.

—Eres demasiado testaruda como para entender que nada de esto es culpa tuya —me renegó él con ese tono que tanto tiempo me había pasado aborreciendo y que, en esos momentos, me sabía a la más dulce de las mieles—. Por lo tanto, vamos a dejar de hablar.

Eric tomó asiento a mi lado sin más, parecía relajado, mientras, yo estaba hecha un manojo de nervios.

—Pero si acabas de decir que debíamos detenernos —murmuré confusa.

Los ojos felinos del conde se mofaron de mí en silencio.

—He dicho que yo debía detenerme —sonrió—. No que debas hacerlo.

Aquel hombre iba a acabar con todo el poder de raciocinio del que me jactaba, me era imposible seguirle el ritmo a aquella cabeza maquiavélica llena de pensamientos indescifrables.

—Margot —volvió a hablar, con un tono de voz bajo a la par que peligroso—, quiero que tu cuerpo entienda que tú tienes el poder dentro de esta situación —ronroneó—. Así que quiero que me toques a tu antojo, que explores cada parte de mí que te haga sentir insegura. Yo no pienso ponerte de nuevo la mano encima hoy, por lo tanto, siéntete con la potestad de hacer conmigo lo que quieras.

Su proposición me dejó sin aliento.

—¿Dónde yo quiera? —pregunté desconcertada.

—Y cómo tú quieras —puntualizó.

Jamás nadie me había concedido tanto poder sobre su persona. Con lord Bairon, hasta durante los buenos momentos, siempre había sentido que mis deseos eran totalmente secundarios. Que yo no tenía derecho alguno a decidir sobre ningún aspecto de nuestra relación. Sin embargo, con Eric... era diferente. Quizás nunca había contado con la posibilidad real de poder negarle algo, ya que era de ese tipo de hombres que siempre conseguían lo que querían, pero él me había demostrado que, con un solo «no» pronunciado por mis labios, desistiría en su empeño por completo. Y ese hecho me hacía sentir valorada.

Así que tomé una bocanada de aire y me armé de valor para aceptar su propuesta.

El silencio nos envolvió y la tenue luz que proporcionaba el candelabro nos arropó. Deposité, con cuidado, mi mano derecha sobre el pecho del conde, el cual estaba adornado por una fina capa de vello que le otorgaba un aspecto más varonil si cabía. Pese a que Eric se encontraba en una posición que denotaba calma, percibí como el ritmo de su corazón se aceleraba bajo mis yemas. Aquel hombre debería haberse dedicado al teatro.

Empecé a recorrer una senda imaginaria sobre su pecho, desplazándome hacia arriba hasta llegar a su clavícula; tras esto le acaricié con suavidad el cuello y noté como su piel se erizaba ante mi tacto. Era tan curioso comprobar que su cuerpo reaccionaba de la misma manera que el mío cuando estaba bajo su tacto. Eso me hizo sentir poderosa, menos avergonzada.

No pasó desapercibido para mí el hecho de que la mirada de Eric estaba colmada de un fuego que no supe interpretar, mas, esa era la única parte de su cuerpo que delataba su verdadero estado de ánimo. Todo él no se había permitido moverse ni un centímetro desde que había comenzado la exploración.

La complexión de Eric se hallaba acorde con la grandeza de su cuerpo, no se trataba de un hombre musculoso, sino más bien de un varón fuerte que contaba con una definición sutil, pero tremendamente atractiva. Me pregunté qué es lo que haría para tener semejante físico.

Tras una breve toma de contacto a través de sus robustos brazos, me aventuré a caminar sobre su vientre. Cada músculo que conformaba el cuerpo del conde se estremeció cuando posé mi mano un poco más arriba de donde se hallaba su ombligo. Una fina estela de vello comenzaba bajo este y se perdía en las profundidades de sus pantalones. Me sorprendió no sentir vergüenza al descubrir que quería, más bien, anhelaba ver lo que se escondía ahí. Comencé a descender con mis dedos de manera paulatina.

—Eres más atrevida de lo que imaginaba —murmuró Eric con voz ronca.

—¿Y eso te disgusta? —repliqué sonriendo.

Él me devolvió el gesto, aunque pude ver con claridad como su nuez de Adam se movía denotando nerviosismo.

—No —titubeó—, es solo que jamás pensé que tu gran sentido del decoro te permitiese tener deseos tan inapropiados —se mofó.

—Si lo que pretendes es hacerme enfadar para que me detenga, no lo estás consiguiendo —contesté imitando su tono.

—No quiero que te detengas —gruñó, terminando así de llenarme con la valentía que me faltaba para proseguir.

Deslicé mi mano hasta el botón que mantenía cerrados sus pantalones, no pude evitar percatarme de que una protuberancia se marcaba en ellos, me consoló saber que aquellas caricias tan íntimas que le estaba proporcionando no solo me estaban afectando a mí.

Jugueteé con la hebilla de los pantalones durante unos instantes, mientras me replanteaba si quería seguir adelante, pero las dudas se esfumaron con rapidez. Eric no iba a intentar nada y yo necesitaba hacerlo para poder demostrarme a mí misma que en algún momento estaría preparada para dejar por completo atrás el pasado.

Una vez que le desabroché el botón, tan solo se interponía entre nosotros su blanca ropa interior, de la cual no tardé demasiado en deshacerme. Entonces contuve el aliento.

El miembro de Eric era, por supuesto, tan imponente como él, yendo acompasado con todo su cuerpo. El bullicioso deseo que había estado torturándome durante la velada se metamorfoseó en una súplica que me fue muy difícil ignorar. Quería que me tocase, que me amase, que hiciese lo que quisiese conmigo...

Acaricié con cuidado su rosada punta, descendiendo por el tronco de su dureza con suavidad. Escuché como Eric sofocaba un gemido. El notar que mi movimiento le había causado placer, me impulsó a repetirlo varias veces más; observé como las grandes manos del conde se aferraban con fuerza a mis sábanas.

—Margot —susurró, su voz sonaba sedienta—. No deberías provocarme.

El deseo que goteaba en mi interior se convirtió en un bravo mar que me hizo poner en duda mi cordura. Sin embargo, recordé que Eric siempre me había respetado por lo que yo le debía el mismo hacer. Por mucho que mi lado más primitivo me instigara a seguir llevándolo al límite, él se había prometido no tocarme de nuevo aquella noche y no quería que nos arrepintiéramos de nada; así que me alejé de su zona erógena y volví a acariciarle el torso.

Eric se incorporó un poco con el fin de reabrocharse el pantalón y tras esto posó una de sus manos en sobre mi antebrazo.

—No dejas de sorprenderme —el carraspeó de su tono denotaba un tipo de excitación que no se podía esconder.

—Es tu culpa por concederme libertades —bromeé.

La única respuesta que obtuve por su parte fue un dulce beso.

Por lo que yo le contesté con otro.

Y entre beso y beso sentí como los dedos de Eric estaban por todo mi cuerpo, al igual que los míos por el suyo; no tenía ni idea de dónde terminaba yo ni de dónde empezaba él.

Tampoco quería averiguarlo.

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