Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

19: Hechizo

La mano derecha de Eric se deslizó bajo mis faldas, acariciando con cuidado mi pierna, mientras se abría camino entre ellas. La mano que tenía libre estaba reposada sobre mi cadera, agarrándola de manera exigente. Nuestros labios solo se separaban para tomar aire y mis brazos se hallaban rodeándole el cuello.

Eric olía a cítricos y no pude evitar pensar que ese era el olor característico del verano, por lo que tenía todo el sentido del mundo que él oliese así.

La mano que se encontraba entre mis faldas logró acariciar el centro del calor enfermizo que estaba sintiendo, sin embargo, volví a tensarme instintivamente. Eric se separó de mis labios y me miró, tan fijamente, que sentí que tal vez estuviese echando un vistazo a mi alma.

—No tienes que forzarte a nada, Margot, si no estás preparada...

Lo besé de nuevo, interrumpiéndolo.

—Quiero que lo hagas, pero no puedo evitar sentir rechazo —confesé algo avergonzada, mi voz sonó algo entrecortada debido a la agitación del momento.

Los ojos del conde brillaron con picardía. Sus dedos viajaron hasta aterrizar sobre mi torso y su rasposo tacto comenzó a acariciarme de manera suave.

—Vamos a ir paso a paso —susurró—. Prometo borrar cualquier rastro con el que ese bastardo haya podido mancillar tu cuerpo...

Tomó uno de mis brazos y comenzó a besarlo lentamente, desde la clavícula hacia abajo, a la par que se iba agachando. Una vez arrodillado, comenzó una nueva senda de besos a través de mi pierna izquierda.

—¿Qué haces? —le pregunté recelosa.

Él elevó la mirada desde su posición, sin despegar sus labios de mi pantorrilla, y una sonrisa animal se dibujó sobre sus labios.

—Tu cuerpo me rechaza porque no sabe lo que es el placer. —Depositó un beso algo más arriba—. Por lo tanto, estoy a punto de demostrarle lo maravilloso que puede llegar a ser que te toquen donde tú quieres que te toquen cuando tú quieres que te toquen. —Levantó aún más mis enaguas y depositó otro beso.

—¿Pero agachado? —dije alterada, intentando no pensar en las olas de calor directo que sus besos me estaban enviado a mis partes bajas.

Sentía que, si no me tocaba pronto ahí, desfallecería.

Los ojos de Eric se contrajeron como los de un felino.

—¿No crees que soy menos amenazante desde esta posición? —bromeó—. No seas impaciente, querida, pronto lo vas a entender.

Y no me permitió seguir interrogándolo, pues continuó trazando un delirante camino con sus labios sobre mis muslos. Cuando mi pierna llegó a su fin, besó el centro de mi ropa interior, mandado una excitante sensación por todo mi cuerpo. Iba a preguntarle, de nuevo, qué se disponía a hacer, cuando sentí como echaba a un lado las enaguas, exponiendo por completo mi sexo. Volví a tensarme, a modo de rechazo, sin embargo, en esa ocasión Eric no se detuvo y, simplemente, depositó otro dulce beso sobre él.

Ese gesto causó que un gemido escapase de mis labios.

—¿Te ha gustado? —su voz ronca consiguió introducirme aún más en el trance.

No tuve que mirarlo para saber que estaba sonriendo de la forma en la que siempre lo hacía cuando ya sabía la respuesta a su propia pregunta.

—Sí —respondí.

—¿Quieres que lo vuelva a hacer?

—Sí —no me sentía con fuerzas para hilar una frase más coherente.

—Pídemelo —musitó.

Sentí mis mejillas enrojecer, pero no me achanté.

—Vuelve a hacerlo —susurré—. Por favor.

Un gruñido gutural escapó de su garganta a la vez que se disponía a obedecerme, a complacerme.

Volvió a depositar un beso sobre mi sexo expuesto, luego otro y luego otro. En todo momento sentí cómo las pausas entre beso y beso eran intencionadas, dándome la oportunidad de detenerlo si así lo necesitaba. Tenía la certeza de que él haría todo lo que yo le pidiese y eso me llenaba de confianza, me hacía querer sentir más.

Nada de lo que hubiese experimentado antes se podía comparar con eso.

Llegó un momento en el que los besos fueron más continuos, hasta llegar a no separarse de mi vulva, lamiéndola con dulzura. Todo movimiento que Eric hacía con su boca mandaba una placentera corriente nerviosa que poco a poco fue relajando mi cuerpo, permitiéndome disfrutar del momento.

Instintivamente posé las manos sobre su lacio cabello dorado, queriendo sentirlo más cerca, más rápido. Él pareció entenderme e hizo exactamente lo que quería que hiciese; los círculos de su lengua se intensificaron y tuve que morderme el labio para evitar dejar escapar los gemidos que trepaban por mi garganta. De repente, sentí como si algo se fuese a romper en mi interior y me asusté, sin embargo, al sentir como la mano de Eric cogía la mía para tranquilizarme, decidí confiar en él. Me había prometido que pararía cuando yo quisiese, por lo que estaba dispuesta a darle el beneficio de la duda.

Eso que avisaba con rasgarse en mi interior, cedió finalmente ante los curtidos movimientos de la boca de Eric. Cerré los ojos y sentí una ola de placer intensa sacudir todo mi cuerpo, la cual se prolongó durante unos segundos. Tuve que morder una de mis muñecas para evitar gritar.

Los labios de Eric se separaron de mi sexo y vi, desde un plano cenital, como se limpiaba la boca con su dedo pulgar. Se dio cuenta inmediatamente de que lo estaba mirando, por lo que me dedicó una peligrosa sonrisa de medio lado. Estaba harta de que cualquier pequeño movimiento que él hiciese tuviera un efecto tan arrollador sobre mis sentidos.

Se incorporó y se puso sobre mí, sosteniéndose sobre sus manos. Yo me hallaba recostada sobre el piano, apoyada sobre mis codos, con la respiración agitada y el vestido desaliñado.

—Pensaba que todo lo que podía despertar en ti era repulsión —se mofó, escondiendo una sonrisa.

Levanté una ceja, detestaba su prepotencia.

—No deberías sacar conclusiones precipitadas —repliqué—. Porque eso es exactamente todo lo que suscitas en mí.

—Te creería si mi lengua no acabase de hacerte llegar al clímax —ronroneó mientras se acercaba peligrosamente a mis labios.

Sentí como el calor taladraba mis mejillas, ¿cómo podía sentarle a alguien tan bien la indecencia?

—Eso no cambia nada entre nosotros —espeté, siendo consciente del juego tan peligroso en el que nos estábamos sumergiendo.

Los ojos de Eric se encontraban turbados por el ansia. En un movimiento brusco me atrajo hacia él, causando que sintiese su deseo palpitar entre mis piernas.

—Eso lo cambia todo entre nosotros —susurró de manera prometedora.

El sonido de la puerta principal abriéndose nos catapultó sin compasión fuera del trance. El corazón se me aceleró, sin embargo, antes de que pudiese darme cuenta, Eric ya me había ayudado a bajar de la tapa del piano y se había comenzado a arreglar el cabello y los ropajes.

Me dispuse a hacer lo mismo y comencé a acicalarme guiándome por el reflejo que el espejo de la sala me brindaba. El pelo, gracias a dios, no se hallaba demasiado enmarañado, por lo que me centré en las faldas de mi vestido, las cuales no tenían demasiado arreglo.

La reconocible voz de Wendy resonó por el recibidor, sabía que contaba con menos de un minuto antes de que entrase en el salón. El conde había vuelto a tomar asiento y me hizo un gesto para que lo acompañase. Lo obedecí con rapidez y me hice con una taza de un té ya helado.

—Margot, como te atrevas a volver a hacerme pasar una tarde así, te juro que te quedarás sin dama de honor... —las abruptas palabras de la pelirroja que, como siempre, había irrumpido en la estancia con la fuerza de un huracán, se vieron interrumpidas a causa de la inesperada compañía.

—Señorita Fernsby —saludó Eric con encanto.

Me fijé en que, menos por unos rebeldes cabellos que acariciaban su frente, se las había conseguido apañar para ocultar a la perfección cualquier prueba que pudiese delatar lo que había ocurrido entre nosotros hacía solo unos escasos minutos.

Las rojizas cejas de mi amiga se fruncieron, denotando que sabía que algo raro estaba sucediendo ahí.

—Lord Beckford —correspondió a su saludo con fingida amabilidad—. No sabía que habían quedado hoy.

—Bueno, es que no llegué a avisar a Margot de mis intenciones —aclaró con desparpajo—. Debíamos discutir algunos asuntos sobre la fiesta postceremonial.

—Ah —fue su única respuesta.

Un silencio incómodo se hizo en la habitación. La azulada mirada de Wendy viajaba sin descanso de Eric a mí y viceversa.

—Debería marcharme —dijo por fin el conde, notablemente abrumado por la impasible presencia de la pelirroja.

Se puso en pie con elegancia y se encaminó hacia la puerta.

—Ya terminaremos de discutir el asunto en otro momento —aseguró.

Esas prometedoras palabras me hicieron temblar de placer.

Una vez que se escuchó cerrarse la puerta principal, Wendy me señaló con el dedo.

—Eres una persona maquiavélica —me acusó—. ¿Cómo te atreves a tan siquiera denominarte mi amiga?

Parpadeé un par de veces, anonadada, antes de responder.

—No sé de qué me hablas.

—¡Oh! —exclamó ella enrabietada—. ¡Por supuesto que lo sabes! Te has atrevido a hacerme malgastar una tarde entera de mi vida observando lirios, tulipanes y rosas de todos los colores, solo porque querías estar a solas con tu, supuestamente, nada deseado prometido.

Pese a saber que era imposible ocultarle nada a Wendolyn Fernsby, hice un último y desesperado intento de convencerla.

—Jamás me aventuraría a hacerte algo así.

—Pues lo has hecho. —Tomó asiento a mi lado—. Y encima tienes el cabello mal peinado, el vestido arrugado y los labios hinchados —observó—. Si pretendes engañar a alguien con estas mentiras tan obvias, ten por seguro que no va a ser a mí.

Suspiré, rindiéndome.

—Vale, sí, me había citado con él con anterioridad, ¿satisfecha?

Wendy negó con la cabeza mientras el azul exigente de sus ojos me perforaba por completo.

—No me pienso ir hasta que me expliques qué ha ocurrido aquí —declaró con firmeza.

—No ha pasado nada —respondí de manera refleja.

Me avergonzaba demasiado el recodar lo que Eric me había hecho sentir y, mucho más, la posibilidad de tener que manifestarlo en voz alta.

—Margot Rose Darlington —sentenció—, si no quieres que el titular del periódico de mañana sea: «Señorita es forzada a hacer jardinería por un día para que su amiga pueda besuquearse con su prometido a escondidas», te aconsejo que empieces a hablar.

Pese a la seriedad y el enfado latentes en sus palabras, no pude evitar que su comentario me causase la mayor de las gracias. Expuesta y extorsionada por mi única amiga, quién me lo iba a decir.

—De acuerdo —accedí—. Pero subamos a mi cuarto, madre estará a punto de llegar.

Si mi apariencia no había logrado engañar a la avispada intuición de Wendy, estaba segura de que tampoco podría conseguir pasar airosa ante los vetustos y entrenados ojos de mi madre sin levantar sospecha.

La pelirroja accedió y nos encaminamos escaleras arriba una vez que abandonamos el salón principal. Al entrar en mi habitación, Wendy tomó asiento en el borde de la cama mientras yo me senté en el tocador contiguo a esta con el fin de arreglar, concienzudamente, mi aspecto. Al mirarme en el espejo de cerca, entendí por qué no había tenido tan siquiera la oportunidad de convencer a mi amiga.

—Nos hemos besado —comencé a explicar mientras intentaba deshacerme de la vergüenza que hervía dentro de mí.

—No hace falta ser un genio para deducir eso —comentó—. Y dudo mucho que os hayáis limitado solo a eso.

A veces Wendy era demasiado astuta.

—No —concordé con ella y me armé de valor para hacer la siguiente declaración—: Me ha besado por todas partes.

Sabía de primera mano que Wendy era una fanática empedernida de las novelas de romance y que, gracias a algún que otro libro, ella entendía más sobre la intimidad que compartían un hombre y una mujer que yo. Por lo tanto, no se escandalizó cuando le relaté, sin entrar demasiado en detalles, todo lo que Eric me había hecho y lo que me había hecho sentir.

Al finalizar mi relato, del cual Wendy no se había perdido ni una palabra, ella se limitó a mirarme pensativa durante unos instantes antes de responder:

—¿Tú querías que él te tocara?

Asentí.

—Jamás había sentido una necesidad tan imperiosa por sentir cerca a alguien —confesé—. Ni si quiera cuando creía estar enamorada de lord Bairon.

—Entonces... —Supe por la manera en la que se colocó un mechón rojizo tras su oreja, que estaba a punto de decir algo que sabía que no me iba a gustar oír—. ¿Esta vez sí puedes afirmar que lo que estás?

Por muchos años que nos conociésemos, la franqueza de Wendy siempre me pillaba desprevenida.

—Ni yo misma lo entiendo —titubeé—. Siempre he pensado que era un hombre soberbio y arrogante y, en el fondo, lo sigo creyendo, sin embargo...

—¿Qué? —me apremió mi amiga.

—Sin embargo, estoy segura de que lo amo, Wendy. —El corazón se me desbocó en el pecho al pronunciar tal afirmación—. No sé qué tipo de hechizo ha lanzado sobre mí, pero solo soy capaz de pensar en la manera tan desesperante que tiene de sacarme de quicio y en cómo, de cierta manera, no me siento capaz de concebir la vida sin sus impertinencias.

La expresión facial de la pelirroja cambió por completo al escucharme. Una gran sonrisa poseyó sus labios y el azul de sus ojos resplandeció.

—Margot, no sabes cuan dichosa me hace escuchar que por fin has decido sincerarte contigo misma.

Wendy se marchó de mi casa un par de horas después, no sin antes haberme sumergido en una larga e intensa charla sobre sentimientos, por lo que el cansancio se posó sobre mis hombros como un frío tonel de hierro.

Cuando me disponía a subir a mi alcoba, con el fin de ponerme ropa cómoda y descansar, Cedric, el mayordomo, me detuvo.

—Señorita, su prometido le ha dejado una nota antes de partir —me informó, tendiéndome un pequeño trozo de papel que contaba con varias dobleces.

—Gracias —dije al cogerlo.

Esperé a llegar a mis aposentos antes de atreverme a leer lo que fuese que Eric había decidido escribir en aquel papel. Al abrirlo y ver su contenido, el corazón dejó de latir dentro de mi pecho:

«Deja abierta tu ventana mañana por la noche.

E.B.»

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro