Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

17: Danzas

El resto de la velada consistió en un desfile interminable de caras desconocidas que se dedicaban a felicitarme por mi reciente y público compromiso. No recibí ni una sola disculpa por parte de nadie.

Lord Bairon se había esfumado del lugar tan pronto como la noticia lo había eclipsado.

Madre no había dejado de sonreír ni un solo momento, pese a que, al conocerla, supiese que tras su rebosante felicidad por ver cumplido uno de sus mayores deseos; se escondía una amarga charla que no estaba preparada para tener.

Wendy no era capaz de despegar su azulada mirada de mí, intentando discernir si había perdido por completo la cabeza o si, de verdad, sentía algo por el hombre al que me hallaba agarrada que a ella se le hubiese pasado por alto.

Eric, por supuesto, se encontraba haciendo un magistral despliegue de modales frente a todas las parejas, lores y ladies que se pavoneaban a nuestro alrededor. No comprendía cómo era capaz de guardar las apariencias incluso cuando se había sometido, voluntariamente, a aquel suicidio; tampoco entendía el afán de heroicidad que lo poseía en los momentos de mayor presión.

Si tan solo hubiese mantenido la boca cerrada, hubiéramos podido resolver la situación de otra manera, sin embargo, bajo su masculino y egocéntrico punto de vista, seguro que ni siquiera había barajado la posibilidad de que yo hubiese sido capaz de idear un plan alternativo.

Bajo su arrogante perspectiva, era mucho mejor arrastrarnos a un matrimonio que ninguna de las partes deseaba. Ni siquiera me había concedido la posibilidad de elegir, de decir que no; puesto que, al encontrarme en una situación tan delicada, si lo hubiese rechazado, no hubiese si no reforzado la idea de que los rumores de lord Bairon eran genuinos.

Debía admitir que el anillo que en ese momento decoraba el dedo, que había comenzado desnudo la velada, era precioso. Pese a esto, el dorado metal que enmarcaba la gema ardía sobre mi piel, al no ser capaz de verlo de otra manera que como una sentencia de muerte. Además, la incertidumbre de por qué Eric, tan convenientemente, había llevado encima tal joya me estaba desgastando los nervios.

—Margot, déjame explicarte... —susurró mi acompañante, en un vergonzoso intento de llamar mi atención.

—No hay nada que explicar —le interrumpí de inmediato, sin dejar de proyectar la inmensa felicidad que me causaba el estar a su lado—. Y, por favor, no pierda las formas conmigo, milord.

Todo su gran cuerpo se tensó al escuchar la última palabra salir de mis labios.

Permanecimos en un tenso silencio, que solo era interrumpido cuando alguien charlaba con nosotros, hasta que los invitados comenzaron a marcharse de la casa de lady Norfolk. Entonces, mi madre, que se había mantenido al margen, se acercó a nosotros.

—Supongo que la noticia le ha pillado tan de sorpresa como a nosotras, lord Beckford. —Sus verdosos ojos resplandecieron, a la vez que elevaba la barbilla con sutileza, indicando que no estaba del todo satisfecha con la situación—. ¿Le importaría acompañarme un momento para charlar?

El cuerpo de Eric se convirtió en mármol mientras asentía de manera cordial, impidiendo que su rostro expresase el desasosiego que sentía. No tardaron mucho en alejarse de mí, bloqueando todas las posibilidades de poder escuchar sobre lo que estaban debatiendo.

—¿Debería felicitarte o ayudarte a trazar un plan de fuga? —la reconocible voz de Wendy se alzó a mi lado, invitándome a mirarla—. Te prometo que puedo hacer pensar a media Inglaterra que has sido asesinada, mientras te dedicas a vivir apaciblemente en una casita de campo, lejos de esta demente sociedad.

Sonreí, sin permitir que el gesto trepara hasta mis ojos.

—Creo que la idea de que hagas desaparecer a mi amado prometido me resulta mucho más atractiva —le respondí, con fingida emoción en mis palabras.

Una de las rojizas cejas de mi amiga se alzó.

—¿Por qué has aceptado algo que, claramente, no quieres hacer? —inquirió.

—Y qué debería haber hecho, ¿rechazarlo enfrente de todo Londres y casarme con Bairon en su defecto? —repliqué, intentando que el congojo no me poseyera.

Wendy me analizó con cautela.

—Si le hubieses dicho que no, el escándalo no hubiese sido tan grande —comenzó a explicar—. Podrías haber aclarado que planeabas elegir marido a lo largo del último mes de la temporada. Todo el mundo sabe que tienes una interminable lista de pretendientes, hubieras podido...

—No —la corté—. Quizás eso hubiese servido para alguien como tú, Wendy, que no arrastra con las cadenas de una reputación dudosa, ni se ha visto nunca envuelta en un escándalo... Pero para mí... Era la única opción viable para dejar de mancillar el apellido y el título de mi padre.

La pelirroja enmudeció, cosa inusual en ella. Los segundos en los que permaneció en silencio se me hicieron eternos, provocando que me replanteara si mis palabras o el tono que había empleado le habían podido llegar a molestar.

—Si hubiese sido otro caballero el que se hubiese arrodillado frente a ti hoy y te hubiese pedido la mano delante de todo Londres, como bien dices, ¿también habrías aceptado la propuesta? —preguntó, muy inteligentemente.

—Por supuesto que... —No fui capaz de terminar la frase.

¿Lo hubiese hecho? No estaba segura.

Si la escena se repitiera de manera exacta, pero, en vez de Eric, cualquier otro hombre lo sustituyera, intentando sacarme del apuro, lo más posible es que lo hubiese rechazado de inmediato. También sopesé que ningún otro varón poseía una mente tan descabellada e inconsciente como la de Eric, por lo que, de otra manera, no hubiese sido posible que alguien me hubiese pedido matrimonio en aquella fiesta.

Entonces, ¿había aceptado por la situación o por quién la había provocado?

—Me tomaré esa respuesta como un «me lo tengo que pensar, querida amiga» —volvió a hablar Wendy, con suficiencia—. Lo único que puedo decir es que, os he estado observando durante los últimos tres años, Margot, y, no es por poner en duda tu buen juicio, pero tengo la impresión de haberlo entendido todo mucho antes que tú.

La miré, sin tener claro si quería seguir indagando en aquella conversación.

—¿Y de qué te has percatado? —me atreví a preguntar.

El interminable azul que habitaba en los ojos de la pelirroja me envolvió por completo.

—Lo dejaré en un: te gusta —habló con cautela—. Aunque, no creo que lo que sientes se limite a ese verbo.

Tensé la mandíbula.

Iba a contestarle con la negativa más rotunda y contundente que pudiese expresar, mas, vi como madre se acercaba a nosotras bajo el brazo del tema de conversación, por lo que tuve que morderme la lengua. Un escalofrío me recorrió al percatarme de que el mal humor de Elisabeth Darlington había sido sustituido por una resplandeciente dicha.

Aquel hombre era capaz de endulzar el carácter de cualquiera que se propusiese.

—Margot, querida, deberíamos irnos —dijo madre, resuelta—. Debes descansar, puesto que vamos a tener unas semanas bastante ajetreadas.

Fruncí el ceño, pero no repliqué. Miré a Wendy por última vez, antes de despedirme, y pude percibir en ella una preocupación diferente a cualquiera que ella hubiese podido expresar con anterioridad. Supuse que, gracias a su carácter, no iba a ser capaz de dejarlo pasar, por lo que volvería a traer la conversación a flote en cuanto tuviese la ocasión.

Le dimos las gracias a lady Norfolk por la fiesta, mientras ella nos afirmaba que había sido una de las veladas más interesantes de su vida; tras esto, pusimos rumbo hacia el carruaje.

En todo momento sentí la mirada de Eric, el cual había permanecido a nuestras espaldas, cosida a mi desnudo cuello. No entendía muy bien cuál era el propósito de seguirnos tan de cerca, sin embargo, empezaba a sospechar que cierta persona había confabulado en mi contra por lo que, pronto, saldría de dudas.

Cuando estuvimos frente al carruaje en el que habíamos venido, él alzó la voz:

—Si no es mucha molestia, lady Darlington, ¿podría escoltar a su hija a casa? —El pulso se me aceleró.

—Supongo que ahora que os habéis prometido no hay ningún problema —aceptó con gusto madre—. Pero, si no le importa, mi carruaje irá detrás del suyo, para evitar demoras innecesarias.

Cerré los ojos con fuerza un instante ante la insensatez que acaba de escuchar, aunque no me tomó por sorpresa.

—Eso debería decidirlo yo, ¿no crees, madre? —dije con el enfado implícito en mis palabras.

—No seas mezquina, Margot, seguro que tienes mucho de lo que hablar con él. —El tono que utilizó dejó claro que no pensaba ceder en su empeño, ¿qué diablos le había dicho Eric para convencerla?

Miré fijamente al huracán de problemas Beckford, el cual se limitaba a guardar las formas de manera soberbia y solemne. Un tenue atisbo de súplica brillaba en sus pupilas. Respiré hondo, en verdad sí que quería conversar con él, pues necesitaba dirigir la inmensa furia que ardía en mis entrañas hacia su persona.

Una fingida sonrisa se instauró en mi rostro.

—Será todo un placer que me acompañe, milord —espeté, trasmitiéndole de manera silenciosa que era la peor ocurrencia que había podido tener.

La nuez de Adam de mi oponente se movió sutilmente, denotando nerviosismo.

Me subí por cuenta propia al carruaje de Eric, el cual se trataba del mismo que nos había traído de vuelta a Londres, y él tomó asiento enfrente mío.

El ruido de los cascos de los caballos chocando contra el suelo fue lo único que nos envolvió durante los primeros minutos de trayecto, hasta que el conde se dignó a comenzar la batalla.

—Por lo que he podido comprobar, le apasiona el silencio. Qué vida tan apacible nos espera —se mofó.

Por su reproche, supe que él también estaba enfadado, hecho que avivó aún más la lava que me recorría por dentro. No tenía ningún derecho a estarlo.

—No tendrá el placer de compartir una vida apacible conmigo, milord —le dije sin despegar la mirada de él—. Me aseguraré de convertir en un infierno cada una de sus jornadas, no se preocupe.

Ambos tensamos la mandíbula, en un gesto desafiante.

—Si tanto le disgusto podría haber dicho, simplemente, que no —replicó con un fastidio burlesco que prendió los últimos resquicios de autocontrol que me quedaban.

—¡Oh, no me malentienda! —exclamé con diversión—. No es que me disguste, es que me repugna.

El fuego poseyó la mirada felina de Eric, el cual, en cuestión de segundos, se transformó en un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa. Sin embargo, me prohibí acongojarme, no estaba dispuesta a permitirle que tuviese más poder sobre mí.

—Dudo mucho que esté diciendo la verdad —respondió él mientras una confianza oscura inundó su semblante.

—Por supuesto, por lo que he podido comprobar —comencé a parafrasearlo—, le apasiona ignorar las opiniones y deseos de los demás.

Una sonrisa lobuna, arrogante y maligna se dibujó sobre sus labios. Se inclinó levemente hacia delante, desconcertándome.

—Su discurso sería irrebatible si hace una semana no me hubiese suplicado que la besara —escupió sin ningún tipo de remordimiento.

La palma de mi mano tomó vida propia e intentó arremeter contra el rostro de Eric, mas, la mano de este me lo impidió, cerniéndose con una suave fuerza sobre mi antebrazo.

—¡Cómo se atreve! —protesté, sin estar muy segura de si me sentía herida o terriblemente indignada.

—Es usted la persona más insufrible que he conocido en mi vida, Margot Darlington. —Si su voz no hubiese sonado tan contundente, hubiera jurado que lo sentí temblar bajo su tacto—. Es mezquina, infantil, arrogante y altiva. Desde el primer momento que la vi supe que debía mantenerme alejado de usted, ¡y mire cómo hemos acabado!

—¿Yo? ¿Y qué me dice de usted? Es el hombre más hipócrita que he conocido jamás —reí, a la vez que intentaba zafarme de su electrizante agarre—. Si no quería casarse conmigo debería haberse ahorrado esa proposición falsa y barata.

Las aletas de su nariz se hincharon.

—Si solo te dignaras a dejar a un lado, por un instante, toda esta patraña de desorbitado orgullo. —Percibí como su gran cuerpo titubeaba—. Si tan solo te dignaras a hablar conmigo, Margot, sabrías que...

—¡¿Qué, Eric?! ¡¿Qué sabría?! —Mis sentimientos se descontrolaron—. Lo único que sé es que llevas meses jugando conmigo. —Me señalé el pecho con la mano que tenía libre—. Con mis sentimientos, con la situación... Solo ves a las personas como un mero entretenimiento, te encanta divertirte a costa de los demás, eres insufrible, eres...

No pude terminar de explosionar ya que Eric tiró de mí y me besó.

Fue un beso rudo, exigente, como todo él. Sus labios embarcaron a los míos en un baile acompasado que prendió un fuego, diferente al que estaba acostumbrada, en mi interior. Una de sus manos, áspera, se colocó con dulzura sobre mi nuca, obligándome a acercarme, aunque, al ver que no cedía lo suficiente, fue él el que acabó con la distancia entre nosotros, aprisionándome entre la pared del carruaje y su gran cuerpo.

Mis manos dudaron, pero al final, descansaron sobre el terso pecho de Eric.

Perdí por completo la noción del tiempo mientras me encontraba sumida en la impasible danza de ese beso, sin que se me concediera ninguna tregua de por medio.

Al sentir el calor del conde abandonarme, poniendo fin al compás de nuestros labios, sentí como si una parte de mí, que había permanecido oculta por mucho tiempo, se fuese con él. Eso me hizo sentir una extraña tristeza.

El rostro de Eric aún se hallaba peligrosamente cerca del mío, la agitación se podía palpar en cada una de sus facciones, mientras que sus pupilas se habían dilatado tanto que su mirada ambarina había adoptado un profundo negror.

—¿Ya no te doy pena? —ataqué de manera rabiosa sin haber conseguido recuperar el aliento por completo.

Los rasgos de Eric se endurecieron.

—Me has hecho sentir muchas cosas a lo largo de los años, Margot —susurró con voz ronca—. Y te puedo asegurar que pena sería la última palabra que utilizaría para describirlas.

—Si es así, ¿por qué no me besaste el otro día? —Sentí como las lágrimas se acumulaban en mi lacrimal—. Te detesto tanto, Eric. Detesto tanto no poder tener el control de la situación cuando estoy contigo, detesto tanto no ser capaz de escapar de tu juego...

—Para —me ordenó seriamente—. No pienso seguir escuchándote. —Posó su mano derecha sobre mi rostro, quemándome con las yemas de sus dedos.

Le dediqué una mirada de verdadero dolor.

—Por supuesto que no te besé, y no me arrepiento de no haberlo hecho —retomó la palabra—. Llevaba tanto tiempo fantaseando con ese momento que no podía permitir que se convirtiera en un remordimiento para ti, Margot.

El corazón se me detuvo, a la vez que tensé la mandíbula. No daba crédito a lo que acababa de oír, no podía ser cierto.

—Mientes —musité incrédula.

Los ojos de Eric se clavaron en mí, indescifrables.

—No te suplicaré que me creas —contestó con calma—. Tan solo te puedo afirmar que jamás me hubiese arrodillado frente a alguien, si esa persona no consiguiese nublar por completo mi juicio. Si esa persona no consiguiese alterar hasta el último de mis nervios con su simple existencia. No me hubiese arrodillado jamás si esa persona no fueses tú, Margot.

El traqueteo del carruaje cesó, avisándonos de que habíamos llegado a nuestro destino. Eric puso distancia entre nosotros y se adecentó la camisa. El cochero abrió la puerta, madre ya estaba esperando fuera. Me puse en pie y me dispuse a abandonar el vehículo, no sin antes mirar al conde por última vez.

El brillo veraniego, peligroso y amenazador, que tanto lo caracterizaba había vuelto a iluminar su tez.

—Te escribiré —afirmó con una sonrisa de lo más cortés.

Una vez en mi habitación, me percaté de lo dichosa que me había hecho sentir esa última promesa.

Quizás podría perdonarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro