16: Purgatorio
Los rumores son la pólvora más inflamable con la que cuenta el ser humano.
Existen diferentes tipos, algunos no son más que unos imperceptibles murmullos que, ni con el fuego de mil candelabros llegarían a explosionar, mientras, otros son una maraña de dañinos chisporroteos que no decrecen el ritmo hasta haber formado el espectáculo pirotécnico más nefasto, descarrilado y dañino que la humanidad haya contemplado nunca.
La falsa noticia de mi inminente boda con lord Bairon pertenecía a la segunda clase.
Todo tipo de teorías desacertadas habían rondado a mi alrededor, como buitres que andan a la espera de que la presa, por fin, fallezca. Por ejemplo, la familia Krinstoll afirmaba que se habían percatado de nuestros paulatinos acercamientos, por lo tanto, la noticia no les había tomado por sorpresa; por otro lado, muchos lores decían comprender ahora mi reiterada resistencia a encontrar marido, puesto que aún seguía prendada de mi primer pretendiente. Aunque, por supuesto, la joya de la corona se la había ganado lady Harston, que nunca decepcionaba cuando el asunto trataba de inventar falacias y hundir reputaciones. Ella estaba empecinada en querer demostrar que esa boda sobre la que se rumoreaba tenía un vínculo directo con el escándalo de hacía tres años, el cual, desde su perspectiva, no era otra cosa que cierto.
Lo más desgarrador era que no le faltaba razón alguna.
Madre, que era una mujer a la que ningún imprevisto podía sobrepasar, ya se había puesto manos a la obra trazando una defensiva digna de admirar. Había contactado con una de sus amistades más influyentes, la condesa viuda de Norfolk, que casualmente era la tía de Wendy, para explicarle la situación. No tuvo que desarrollar la historia demasiado para que su antigua amiga decidiera brindarle ayuda de buena gana, por lo que, en esos momentos me hallaba en mis aposentos, con un corsé demasiado apretado, a punto de desplegar el vestido que había mandado hacer para el baile de esa noche.
Repasé el plan mentalmente una vez más mientras admiraba el trozo de tela negra, que, sin duda, daría de que hablar durante la velada. Debía aparentar sorpresa si alguien me preguntaba por el tema, haciendo de notar que no estaba enterada de tal escándalo, si tenía suerte, eso conseguiría esparcir el rumor de que algo no encajaba. Por otro lado, en el momento en el que lord Bairon llegase a la velada, no debía tan siquiera dedicarle una mirada. Necesitaba conseguir que ninguna parte de mi cuerpo reaccionara ante su presencia, de esta manera la incertidumbre calaría en lo más hondo de la gente. Sin duda, esa era la parte que más me reconcomía por dentro, pues el miedo no era un sentimiento fácil de ocultar. Pese a todo, era el último movimiento del plan el que me había tenido en vela toda la noche: desvelar que tenía intenciones de casarme con otro caballero, sin decir nombres, aunque hacer tal declaración supusiera empezar a tener citas con mis nada interesantes pretendientes. Al menos, de esa manera, tendría algo de margen para intentar salir airosa de la temporada.
No pude evitar pensar que todo hubiese sido más fácil si aún contara con la ayuda de Eric. Seguidamente, me renegué a mí misma, pues no necesitaba la caridad de alguien que no se había molestado en mandar una mísera carta tras todo lo ocurrido. Hecho que empeoraba cuando recordaba que, por supuesto, él, como todo Londres, estaría enterado del falso rumor que Bairon había esparcido. Y, todavía así, no se había dignado a manifestarse.
Qué ilusa había sido al creer que sentía algo por aquel hombre carente de escrúpulos.
—Margot, cariño, apúrate. Tenemos que irnos —dijo mi madre, desde el otro lado de la puerta.
—Sí, estaré lista enseguida —contesté, preguntándome si de verdad lograría estar preparada para aquella inminente patraña en algún momento de la noche.
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Un silencio cargado de expectación apresó el ambiente en cuanto puse un pie en el amplio salón de la mansión de lady Norfolk. Los ojos de los pocos invitados que ya habían llegado se clavaron en mí sin ningún tipo de pudor, más concretamente en mi dedo anular de la mano derecha, el cual se hallaba desnudo.
Luego, puede que se centraran en el vestido fruncido de color negro que realzaba, de manera intencionada, todos mis atributos, sin llegar a ser indecoroso, pero que jugueteaba con los límites de la etiqueta.
No estaba segura de este último hecho puesto que, para mi desgracia, alguien había atrapado por completo mi atención.
Los ojos ambarinos de esa persona me recorrieron sin discreción alguna, sosegadamente, deteniéndose en cada ínfimo detalle de mi atuendo, como el broche verde, que hacía juego con mis ojos y que se hallaba cosido en la mitad del generoso escote, o los sutiles brillantes que adornaban mi cabello. No pasó desapercibida para mí la manera en la que posó su mirada sobre el carmín que adornaba mis labios.
Me percaté de que hacía el amago de querer dejar la bebida burbujeante que sostenía, a la vez que le decía algo al hombre con el que estaba hablando, sin dejar de mirarme. Supuse que se disponía a reunirse conmigo.
Por lo tanto, hice caso omiso al replicar de mi pecho y corté el contacto visual, a la vez que agarraba el brazo de mi querida madre, la cual levantó una ceja, incrédula, ante la situación que, por supuesto, no había podido pasar por alto.
—No sé si voy a ser capaz, madre —susurré, algo agitada.
Sus ojos, adornados con la sabiduría de la experiencia, se suavizaron ante mis palabras.
—Cariño, has sido capaz de superar situaciones mucho más desfavorables —me intentó tranquilizar—. Esto es solo un pequeño contratiempo.
Asentí, sin estar segura de que se le pudiera denominar contratiempo a algo por lo que me volvía a jugar la reputación. Estaba cansada y harta de las reglas sinsentido de la alta sociedad.
Nos acercamos juntas a la esquina donde se encontraban Wendy y su tía, esperándonos. Lady Norfolk me recibió con una inmensa sonrisa. Pese a no ser familia consanguínea de mi amiga, su parecido era sorprendente, compartían el mismo color de cabello, de un rojizo vivaracho –que prevalecía, incluso en su ya entrada edad–, al igual que el azul resplandeciente de sus ojos. Wendy se asemejaba más a ella que a su propia madre.
—Como me alegro de que hayan podido venir —dijo lady Norfolk, utilizando un tono intencionadamente alto para que los presentes se enteraran—. Señorita Darlington luce usted espléndida, sin duda ha heredado la elegante belleza de su madre.
Me sonrojé ante el halago y sonreí.
—Muchas gracias —hice la sutil reverencia que el decoro exigía y las cuatro comenzamos un coloquio bastante animado y distendido.
Los murmullos nos rodearon de inmediato, sorprendidos por la falta del anillo en mi mano y por la naturalidad con la que me estaba comportando. Intenté no prestarles demasiada atención para evitar distraerme y no dejar que los nervios me poseyeran.
El salón se fue llenando de gente, lo que ocasionaba que cada vez me fuese más difícil obviar que la mayor atracción de la velada no era otra más que yo. Por lo menos, el animado parloteo que Wendy siempre estaba dispuesta a brindarme me reconfortó.
La música de la primera pieza se hizo con la atención de la mayor parte del salón con sus notas musicales, sin embargo, una víbora tomó como pretexto esa nimia distracción para acercarse a nosotras.
—Buenas noches —saludó lady Harston.
Madre la observó con cautela antes de contestarle con una cordial sonrisa.
—Me sorprende que hayan tenido tiempo para asistir al magnífico baile que lady Norfolk ha organizado. —La insinuación no me sorprendió, puesto que no era la primera vez que me enfrentaba a esa gélida mirada.
—¿Y por qué no íbamos a disponer de tiempo, lady Harston? —preguntó inocentemente mi madre, cuyos dotes interpretativos eran dignos de admirar.
Las afiladas facciones de Vanessa Harston se iluminaron con dulce veneno.
—¡Oh! —exclamó, sobreactuando—. Por la próxima boda de su hija, supongo que deben estar tremendamente ocupadas con los preparativos. Cuando escuché la noticia, me alegré mucho de que por fin tuviesen la oportunidad de limpiar su apellido —se jactó, buscando provocar algún tipo de reacción en nosotras y en lady Norfolk.
Esta última, que poseía un temperamento, por lo que me había relatado madre, hosco, pero apacible, le dedicó una mirada peyorativa que provocó que todo color abandonara la tez de lady Harston.
—Querida amiga —le dijo, seguidamente, a mi madre—. ¿Tu única hija se casa y me tengo que enterar por terceros? —Pareció un reproché tan real que hasta yo me sentí avergonzada.
Madre rio, llevándose la copa de champán a los labios.
—Por supuesto que no. —Los ojos de madre resplandecieron con un sagaz brillo—. Yo misma me acabo de enterar de tal noticia. Margot, cariño, ¿es que has aceptado la propuesta de alguno de tus pretendientes?
Levanté las cejas, con fingida sorpresa.
—No, madre —negué—. Al parecer, una no puede estar compareciente por la fiebre más de una semana en esta ciudad sin que se hagan conclusiones desacertadas sobre su vida —hablé de manera alta, para que todo el que se hallara una distancia prudente de nosotras se enterase de la declaración.
Se trataba del primer paso del plan, causar confusión, combatir los rumores con más rumores.
Lady Norfolk lució complacida ante mi respuesta.
—¡Qué me va a decir! —clamó—. Cuando yo gozaba de juventud también me convertí en el punto de mira de esta venenosa sociedad por un tiempo.
Jamás había presenciado un despliegue de modales tan elegante como el de aquella mujer, ya entrada en años, la cual estaba consiguiendo que lady Harston quedase en la peor posición posible dentro de la conversación.
—Jamás lo habría imaginado, tía —se unió Wendy—. Supongo que la envidia es algo que prevalece a lo largo de los años en el corazón de las personas.
Vanessa Harston desplegó el abanico, denotando que la charla, que se había vuelto en su contra y de la cual no sabía cómo escapar, le estaba causando un sofoco inaguantable. Me disponía a añadir algo más en mi defensa, cuando mi peor pesadilla se hizo realidad.
—Disculpen la interrupción —su voz sonó más profunda que de costumbre, provocando que una serie de escalofríos treparan por mi espina dorsal—. Me gustaría saber si la señorita Darlington sería tan amable de concederme la siguiente pieza.
Giré la cabeza para enfrentarlo y su sempiterna sonrisa burlesca me recibió con gracia. Aquel hombre tenía mucha fe si pensaba que podía pretender que nada había ocurrido y que le iba a seguir el juego de buena gana.
No se había molestado en mandar ni una simple nota.
—Lo siento, milord, pero justo me encuentro envuelta en una agradable conversación con la anfitriona de la velada, los buenos modales de los que dispongo dejarían de enorgullecerme si aceptase su encantadora invitación —le contesté, volviendo a posar mi atención en el círculo de mujeres en el que me encontraba.
—Comprendo —Eric se colocó a mi lado—. Entonces, no supondrá ningún problema que me una a este agradable coloquio, ¿verdad, lady Norfolk?
Le dediqué una mirada de súplica a la susodicha, gesto hecho en vano, puesto que la diversión reflejada en los ojos de su sobrina y su vieja amiga, habían calado mucho más hondo en su caprichoso temperamento.
—Por favor, no se atreva a rechazar la proposición de un caballero tan apuesto por la insulsa compañía que una anciana como yo le pueda ofrecer. —Tal declaración me colocó en una posición delicada.
Si no aceptaba la oferta de Eric se podría considerar una ofensa a la anfitriona, teniendo en cuenta que lady Harston estaba presente; mientras que, si cedía, solo se avivarían aún más los rumores que se cernían sobre mí.
Suspiré, derrotada. Ni siquiera el pretexto de que mi reputación estuviese bailando sobre una fina cuerda floja, les valía como excusa para darme un respiro.
Acepté la mano que el conde me brindaba, lo que provocó que un oleaje de sentimientos comenzara a burbujear en la boca de mi estómago.
—Yo también me alegro de verla —habló mi acompañante mientras nos dirigíamos a la pista de baile.
Le dediqué una amable sonrisa.
—No tiene por qué ahogarse en formalismos, milord —dije.
La tonalidad de sus ojos oscureció, aunque solo me pude percatar de ese hecho cuando nos pusimos en la posición adecuada para comenzar el baile, el cual exigía más proximidad de la que me hubiese gustado.
—Señorita Darlington, pensaba que ya habíamos superado ciertos desacuerdos en nuestra relación —intentó que sus palabras sonaran con el desenfado que solían hacerlo, sin embargo, no lo consiguió.
—Y yo pensaba, milord, que nuestra relación, pese a no ser una gran amistad, valía, por lo menos, una disculpa —contrataqué, en el momento en el que escuché la música comenzar a sonar—. Supongo que ambos teníamos una visión desacertada.
Los músculos de Eric, tan bien resguardados bajo el traje de chaqueta negro que vestía, se tensaron contra mi tacto.
—¿Le importaría no usar con tanta frecuencia la palabra milord?
—Lo que usted deseé, milord. —Sabía de sobra que estaba jugando con fuego a la vez que bailaba con el diablo.
Las comisuras de sus labios se contrajeron.
—Si todavía está enfadada por lo que pasó en el carruaje... —Me mordí la lengua.
—Ni se le ocurra —le interrumpí, mientras daba un giro completo—. No se atreva a pensar que usted tiene la más mínima influencia sobre mi estado de ánimo, milord.
El bamboleo de nuestros movimientos había despertado en mí una serie de sensaciones que no estaba segura de que fuese racional sentir y, me frustraba tanto el no poder suprimirlas, que mi única defensa eran las palabras.
—¿Entonces por qué busca una disculpa por mi parte? —inquirió, tras unos instantes, fingiendo desinterés.
La pregunta me pilló con la guardia baja, por lo tanto, no tuve tiempo de volver a mentirme a mí misma. Yendo en contra de todo lo que defendía, no podía seguir negando que todo lo que ese hombre hacía, decía o pensaba me afectaba, me dolía.
—No me ha escrito —confesé, en voz baja.
—No creí conveniente hacerlo —espetó, provocando que el corazón se me encogiese en el pecho, aunque, por supuesto, no iba a permitir que lo notase.
—Es usted el ser más insensible que he conocido nunca —las palabras salieron de mí cargadas de resentimiento—. Entiendo que no quisiera saber nada más de mí, pero ¿no dignarse a pronunciarse aún sabiendo lo que ha pasado? ¿Aún habiéndome ayudado con el tema con anterioridad? No le tenía por un hombre malvado, milord.
La música cesó.
Eric me observó taciturnamente.
Yo tampoco me digné a proferir palabra, pese a permitirle que me acompañara fuera de la pista. Su tacto era la mayor tortura a la que había estado expuesta nunca, era igual de doloroso el sentirlo, como el pensamiento de dejarlo ir.
No me di cuenta, hasta que Eric se detuvo en seco, de que alguien se había interpuesto en nuestro camino hacia el círculo que seguían conformando las mujeres que me habían arrojado, sin remordimientos, hacia el león.
El cuerpo de mi acompañante adoptó, de forma sutil, posición de combate.
—Lord Beckford —saludó alegremente el intruso—. Qué alegría volver a verlo, mi prometida no podría estar mejor acompañada —vociferó, intencionadamente.
Eric palideció ante esa declaración y entonces me di cuenta: no lo sabía. Desconocía los rumores que esa sabandija había esparcido, por esa razón no me había escrito. Apreté mi agarre sobre su brazo, intentando trasmitirle que lo que había escuchado no era más que una sarta de mentiras.
—¿Prometida? —repitió, todavía sin salir de su asombro, el conde.
Abrí la boca, con el fin de aclarar todo aquel asunto, aunque eso supusiera arruinar el plan que tan meticulosamente habíamos confeccionado. Sin embargo, no podía permitir que el hombre que yacía a mi lado lo creyese a él, a la vez que odiaba, detestaba, que su opinión sí que surgiera un efecto inmediato en mí.
Mas, no fue mi voz la que se alzó, capturando la atención de todos los presentes.
—No puedo creer, lord Bairon, que, a su edad, todavía disfrute con el placer de causar discordia. —Los mordaces ojos de Eric parecían augurar la prematura muerte de su adversario.
Lord Bairon, al estar rodeado de gente, no se achantó.
—No sé a qué se refiere —dijo, fingiendo inocencia—, ¿acaso no se lo has contado, Margot? No está bien jugar con los sentimientos de...
Un golpe resonó por todo el salón, lo siguiente que vi fue a lord Bairon en el suelo, con la mano derecha sobre uno de sus ojos.
—No es la primera vez que le digo que no se atreva a tutearla, por lo tanto, no prometo que pueda seguir guardando las formas —escupió con odio, mientras sacudía la mano con la que había asestado el golpe, sin perder la elegancia en ningún instante.
Tras esto me miró, un brillo temeroso se instauró en sus pupilas y supe que estaba a punto de cometer una insensatez.
—Señorita Darlington, no pensaba hacer esto de manera tan abrupta, pero al ver que, los rumores de un hombre sin honor, ni valor alguno gozan de más credibilidad que los hechos —al decir esto, paseó su mirada por la habitación, gesto que hubiese podido mandar a todo ser presente al infierno para ser juzgado por lucifer—. Y, como sé de primera mano que el compromiso sobre el que se ha estado especulando no es más que un último intento desesperado por parte de este cazafortunas arruinado, el cual recurriría a cualquier truco barato para conseguir lo que desea...
La habitación comenzó a dar vueltas a mi alrededor en el momento que lo vi arrodillarse enfrente mía, mientras reposaba su peso sobre la pierna izquierda y acercaba una de mis manos enguantadas a su frente.
No, no, no.
—Margot Darlington, ¿me concedería el honor de convertirse en mi esposa?
El corazón dejó de latir dentro de mi pecho.
Mis ojos se clavaron en reluciente anillo que me ofrecía, presidido por una esmeralda, el cual no tenía ni idea de dónde había salido.
La tristeza me envolvió, sin remedio, ni cura.
—Sí —musité, con expresión austera.
Los aplausos nos envolvieron, ahogando así los desgarradores aullidos de mi alma partiéndose en dos.
Eric me miró, con el perdón esculpido en cada curva de su anatomía.
Él sabía lo que acababa de hacer y, por otro lado, yo era consciente de por qué lo había hecho; sin embargo, no era una excusa que estuviera dispuesta a aceptar como expiación.
Acababa de arruinar toda confianza que pudiese tener en él.
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