7
Con un movimiento rápido y silencioso me deslizo al interior de la habitación de al lado, que, por suerte, tiene la puerta abierta.
Trato de calmar mi respiración agitada para que no me delate mientras me cuelo en la habitación a oscuras. Escucho como crujen las sillas donde los gobernadores estaban sentados hace tan solo diez segundos, en la sala contigua.
Cuando escucho cómo sus pasos se acercan a la puerta de su sala para salir, me doy cuenta de que me he dejado la puerta entreabierta...
Basta con una mirada rápida para ver mi silueta aquí, apretada contra la pared.
Habrá que confiar en la suerte.
Dos pares de botas suenan contra el suelo de madera del pasillo y escucho dos voces masculinas confundidas.
–Debe de haber sido un sirviente. –dice mi padre, aunque su tono no es del todo despreocupado.
Me pego a la helada pared de mármol todo lo que puedo y me mantengo quieta como un muerto para que mi vestido azul no haga ningún ruido.
–Tal vez, pero no podemos ignorar la posibilidad de que alguien nos estuviera escuchando. –responde Darian. Maldito sea Darian. Por un momento pensé que dejarían pasar lo que había ocurrido.
Trago saliva lo más silenciosamente que puedo mientras escucho como un par de pasos se acercan hacia la puerta detrás de la que me encuentro.
Escucho el crujir del traje militar de Darian cada vez más cerca de mí, supongo que inspeccionando el pasillo en busca de algo.
–No hemos dicho nada que comprometa nuestra posición. –insiste mi padre con firmeza, bajando un poco la voz.
Sus pasos se acercan hasta donde está Darian, y por un momento pienso que van a abrir la puerta.
No, no, no.
Ni siquiera me doy cuenta de que estoy apretando los ojos con fuerza cuando los pasos se separan de donde estoy, como si mi padre hubiese tirado del gobernador de Lucerna.
Me asomo cautelosa por la rendija de la puerta, para ver que los dos se alejan lentamente de nuevo hacia la habitación contigua.
–Deberíamos regresar antes de que alguien note demasiado nuestra ausencia. –dice mi padre.
Es bien sabido que en todas estas fiestas entre reinos los gobernadores se juntan para hablar, ya sea sobre novedades o sobre problemas, pero nunca se ausentan demasiado tiempo.
Ahora, con pasos más briosos, los dos hombres se dirigen hacia el barullo de nuevo, murmurando por el pasillo algo que no llego a escuchar.
Espero hasta que han girado la esquina y dejo de escuchar sus pasos para salir de mi escondrijo.
Sacudo la parte baja de mi vestido, que se ha llenado de polvo. Ni siquiera sé qué era esa sala, pero por el polvo, nadie había entrado allí en años. No debería estar abierta, esas habitaciones nunca lo están.
Una pequeña bendición del destino.
No debería haber encontrado esa puerta abierta, y sin embargo, aquí estoy.
Quien sea que maneje el mundo me ha concedido un regalo.
. . .
Mientras camino por el pasillo me empiezan a llegar los sonidos de las risas de los invitados. Las palabras de los gobernadores aún me rondan la cabeza, pero me sacudo esos pensamientos mientras me cuelo de nuevo entre los grupos de gente.
Esta vez no miro los vestidos de las damas.
Ya puedo ver a Indy y a mi hermano desde aquí, pero no hay rastro de Liora.
Justo cuando tengo que pasar de lado entre dos corrillos de chismosos invitados, Liora salta delante de mí.
Pego un bote del susto que me ha dado y casi tropiezo con ella. Sus ojos azules me contemplan brillantes y una sonrisa asoma en su boca rosada.
–¡Liora! No hagas eso, casi me caigo. –le reprendo.
–¿Podemos ir ya a los jardines? –ya me ha tomado del brazo y tira insistentemente de mi manga para que la saque de aquí–. Esto es aburrido.
Xander y Indy se nos han acercado, y los invitados han echado un paso atrás para dejarnos más intimidad. Sabia decisión.
–Los jardines están oscuros –mi hermano enarca una ceja, mirándonos a Liora y a mí–. No es exactamente el lugar más seguro.
–Oh, vamos, Xander. ¿Qué crees que va a pasar? –Indy mira divertida a mi hermano mientras hace girar el líquido en su copa–. ¿Que una flor asesina las ataque?
Liora resopla, tirando de mi brazo, mientras los ignora.
–Vamos. Por favor, Zaya. –no puedo resistirme a esos ojos enormes de cachorro abandonado.
–Está bien, pero no nos alejaremos mucho. –Yo también necesito un respiro de toda esta gente... Sobre todo para reflexionar sobre lo que he escuchado.
. . .
Los jardines están en calma, en total contraste con el bullicio alegre de la fiesta. La brisa nocturna acaricia nuestra cara, acompañada del aroma de las flores y la hierba húmeda.
Las hojas de los tulipanes brillan con el rocío y apenas puedo distinguir sus colores con la luz blanca de la luna.
Nos alejamos de las luces cálidas que salen de las ventanas del castillo para adentrarnos en los senderos que se extienden por el terreno como un laberinto.
–¿No es bonito? –pregunta Liora mientras revolotea entre los caminos de tierra, iluminados muy tenuemente por antorchas a los lados.
–Si, pero no te alejes demasiado. –digo, consciente de que no me escucha.
Liora va parándose cada rato a acariciar las flores o a coger piedras del suelo. Camino tranquilamente unos metros por detrás de ella, saboreando el silencio, aunque sin quitarle un ojo de encima.
Cuando la alcanzo, Liora está parada frente al borde del pequeño bosque que hay dentro de las murallas.
De pequeña, me encantaba venir aquí. Es un sitio que sigue estando protegido por el muro pero es a la vez un poco más salvaje que los jardines perfectamente cuidados.
Antes venía mucho. Antes de descubrir el otro bosque. Ahora, esto me parece una muestra de lo que verdaderamente hay ahí fuera.
Aunque supongo que a Liora no.
Me mira un segundo, sus ojos suplicantes entre la negrura y yo asiento con la cabeza. Esboza una ancha sonrisa y se pone a dar saltitos entre los árboles, entrando al bosquecillo, iluminado solamente por la luz de la luna.
Los pocos sonidos que quedaban de la fiesta se desvanecen del todo, reemplazados por los crujidos de nuestros zapatos contra la tierra. De vez en cuando, las ramas susurran con el viento, componiendo una sinfonía tranquila.
Mi vestido azul contrasta con el follaje anaranjado de las hojas otoñales, mientras que el tono marrón claro del de Liora se ajusta perfectamente.
Casi puedo ver a Amara caminando a mi lado, agachándose a recoger plantas medicinales para abastecer a su reino.
Liora camina unos pasos por delante de mí, deteniéndose a examinar cada mínimo detalle que los demás dejan pasar. Lo mira todo como si fuese la primera vez que ha estado aquí, aunque se que no es así.
Cada vez que se detiene a examinar un tronco, una hoja o una seta me detengo yo también, dejándole el espacio que sé que quiere. Y lo sé; Lo sé porque lo que estoy viendo ahora mismo es un reflejo de mí misma.
La contemplo largamente, ni siquiera parece molestarle. Su pelo dorado reluce con la luz de la luna y su piel blanca parece brillar. Simplemente admiro la sencillez en ella, todo lo que los demás no ven. Tal vez incluso añoro estos momentos en los que me enseña como es realmente. Cómo es realmente la heredera de Lucerna.
–¿Alguna vez te parece que los adultos nunca están realmente aquí? –dice de repente, con la mirada fija en un tronco torcido unos metros más allá.
Esto es lo que yo estaba esperando. Esta niña, no tan niña, que se oculta tras la fachada que le ha construido su padre. Su pregunta me hace replantearme cuán infantil es realmente.
–¿A qué te refieres? –respondo, tratando de seguirle el hilo.
–A todo esto –hace un gesto amplio con los brazos que abarca el bosque y más allá, como si se refiriera a todo el mundo conocido–. Siempre están ocupados pensando en algo: en guerras, alianzas, en quién gana y quién pierde... Pero nunca se detienen simplemente a... estar.
La seriedad en su tono y la sabiduría de sus palabras no corresponden con alguien de diez años. Siempre acaba impresionándome... La veo cada poco tiempo, pero siempre acaba saliendo esta faceta suya.
–Supongo que tienen que hacerlo –digo, aunque las palabras suenan huecas incluso para mí–. Es parte de sus responsabilidades.
Liora frunce el ceño y se detiene junto a un árbol grande, acariciando la corteza con su mano delicada.
–Pero si esas responsabilidades siempre terminan haciendo que alguien salga herido... ¿De verdad valen la pena?
Me quedo sin palabras por un momento. La brisa nocturna sacude las hojas secas de los árboles sobre nuestras cabezas, como si el bosque esperase mi respuesta.
–No todos los adultos son así. –intento decir, aunque cierta duda se cuela en mi voz.
¿Y quienes no lo son? ¿Mi padre? ¿Darian? ¿Los nobles que llenan el salón con sonrisas fingidas y promesas vacías? Quizás algún sirviente, alguien ajeno a las intrigas y el poder... Pero incluso ellos tienen sus propias luchas, sus propias cargas.
Me esfuerzo por encontrar una imagen clara, una figura adulta, que no esté marcada por ese peso, pero mi mente se queda en blanco.
La pequeña se gira hacia mí y sonríe, pero no es una sonrisa ligera. Es un gesto de alguien que sabe mucho más de lo que aparenta.
–Tú no eres así –dice con firmeza mientras palpa una a una las elevaciones del tronco–. Es eso por lo que me gustas, Zaya. No intentas impresionarme con palabras difíciles ni con promesas que nunca vas a cumplir.
Su declaración me desarma, pero también me hace sentir una calidez que llevaba demasiado tiempo sin ver.
–¿Quién te ha enseñado a pensar así? –pregunto, retomando el paso junto a ella.
–Mi madre dice que siempre debo mirar más allá de lo que me muestran –responde con un leve encogimiento de hombros–. Pero no es ella quien me lo enseña. Es algo que noto.
–¿Notar? –repito, curiosa por sus palabras.
–Sí –dice mientras continúa andando, ahora un par de pasos por delante de mí–. En cómo la gente habla. En lo que no dicen. O cuando sonríen, pero sus ojos no lo hacen.
Camino en silencio, asimilando sus palabras.
–¿Y qué ves cuando me miras a mí? –pregunto con voz gutural.
Se da la vuelta y sus ojos azules parecen engullir la oscuridad. Un rayo de sol... La heredera de Lucerna es un rayo de sol en medio de las multitudes monótonas.
–Veo a alguien que está buscando algo que ni siquiera sabe que ha perdido.
Un nudo se forma en mi garganta. Su respuesta es tan directa que me deja sin palabras.
Antes de que pueda decir algo, Liora vuelve a su sonrisa infantil, como si ese lado suyo hubiese regresado de pronto. Corre hacia un grupo de árboles cuyas raíces forman una especie de trono natural.
–¡Mira esto! –exclama riendo, mientras trepa con agilidad.
Le sigo, pero su respuesta se queda conmigo, ahora clavada para siempre en un lugar en mi mente del que nunca la podré sacar.
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