11
Esos ojos azules se detienen frente a mí, su presencia tan gélida como siempre. Hay algo en su mirada diferente a los demás, algo que me aterroriza. Es como si quisiera –más bien como si pudiera– atravesarme y descifrar cada uno de los pensamientos que trato de mantener ocultos. Como si oliese mi miedo.
Mi respiración se vuelve más lenta, pero no porque me haya calmado, sino porque trato de no dejar que se note lo mucho que su proximidad me inquieta. Mis músculos se tensan de inmediato e involuntariamente aprieto la mandíbula.
–Veynar. –su voz serena e intimidante a partes iguales atraviesa el bullicio a nuestro alrededor como una daga bien afilada.
Por un momento, todo parece detenerse a nuestro alrededor. Como si hasta el tiempo mismo quedase rendido ante la voluntad de Isendra. Con el rabillo de ojo puedo ver que todos los miembros de mi equipo se han tensado tanto o más que yo, adoptando expresiones tensas.
Isendra deja que su mirada nos recorra, deteniéndose un poco más de lo normal en mí, como si quisiera medir mi reacción. Sus ojos se clavan en los míos con una intensidad abrasadora, con un fuego que no debería ser real en una persona. No sé que quiere encontrar, pero no estoy dispuesta a dárselo tan fácilmente.
Siento como si una mano invisible me apretase el pecho y tirase de mí hacia abajo. Respiro hondo, mantengo su mirada y levanto el mentón todo lo que me atrevo, aunque mi corazón late tan fuerte que si quisiera podría oírlo.
Finalmente, después de lo que me han parecido siglos, sus labios esbozan una mueca casi imperceptible, como si aprobara –o desaprobara– lo que ha visto en cada uno de nosotros.
–Usted y vuestro equipo son exploradores. –dice con voz firme.
Me toma un momento procesarlo. Exploradores. Mi mente se inunda de las imágenes que llevo toda la mañana intentando bloquear: nosotros en los barrancos, nosotros enfrentándonos a criaturas salvajes, nosotros en el borde de un desfiladero demasiado estrecho...
Un escalofrío me recorre la espalda.
De pronto, tal vez demasiado tarde, recuerdo que Isendra sigue delante de mí, evaluándome. Enderezo los hombros y hago un leve movimiento de cabeza. Ella recorre a los demás de nuevo con una mirada fría. Acto seguido, se da la vuelta y se aleja con pasos briosos hacia la tarima de nuevo.
Su ausencia deja un vacío extraño en el ambiente, aunque no le echo de menos.
–Exploradores –murmura Ethan unos segundos después–, suena... interesante.
Beatrice le fulmina con la mirada.
–Interesante no es la palabra que yo usaría
–Al menos no somos guardianes –dice Nash, mirando el lado bueno–. Prefiero enfrentar tormentas que a otros equipos.
No estoy segura de qué opción es mejor, porque técnicamente nosotros también vamos a enfrentar a otros equipos.
Levanto la mirada en busca de Xander o Indy, esperando encontrar algo de consuelo al verlos entre las filas de sus equipos, pero no les veo por ninguna parte. Lo que me encuentro, en cambio, son los rostros de Los Tres cubiertos ahora por unas telas color café, solo dejando ver sus ojos.
El estómago se me encoge como si la mano invisible lo estuviese retorciendo. Algo no está bien.
Isendra gira la cabeza hacia mí, como si percibiese mi mirada y sus labios se curvan en una sonrisa. Una sonrisa diabólica.
Noto como se me hiela la sangre.
De pronto, noto como un olor penetrante me llega a las fosas nasales. Algo similar al romero, pero mucho más intenso, con un toque amargo. Un calor extraño empieza a recorrer mi cuerpo, como si pequeñas agujas ardientes estuvieran arrastrándose bajo mi piel. Siento un hormigueo que se extiende desde mis extremidades hasta mi pecho.
El suelo parece tambalearse bajo mis pies, como si todo se estuviese cayendo hacia la izquierda. Algo que creo que es la voz de Ethan me llega, pero se distorsiona a medio camino, alargándose y luego desvaneciéndose por completo, dejándome sola, sumida en un silencio espeso.
Y después, la oscuridad.
. . .
En algún momento indefinido, escucho una voz que no reconozco.
–Nunca falla. –dice una voz de hombre.
Luego escucho pasos y sonidos extraños como si algo se estuviera arrastrando por el suelo.
Alguien hace una pregunta, algo imposible de entender, y yo trato de mover los labios para contestar. Para decir algo, ni siquiera contestar.
Mi lengua no se mueve, siento los labios como si fueran de plomo. Parece que estoy viéndolo todo a través de unos ojos que no son míos, pero puedo sentir mi cuerpo. Es una sensación muy extraña, como si pudiese moverlo todo pero en el momento en el que lo intento todo se volviese en contra de mi voluntad.
El latido de mi corazón se convierte en un tambor sordo en mis oídos. El mundo entero parece apagarse, los colores volviéndose grises y negros hasta desaparecer en el fondo, como si algo los absorbiese.
En medio de la oscuridad, percibo un reflejo verde, algo que se mueve con libertad.
–Duérmete, Zaya. Déjalo estar. –una voz cálida que tampoco conozco me habla, como si me invitase.
Entonces, cierro los párpados que en algún momento se han vuelto pesados y dejo que todos mis problemas se los lleve el viento.
. . .
Lo siguiente que recuerdo es el frío. Un frío áspero que te araña la piel, dejándola ardiendo. Me despierto con un jadeo, como si emergiera de un lago helado y llevase todo este tiempo sin respirar. Mis ojos se abren y lo primero que veo es un cielo gris, tan nublado que no puedo distinguir donde está el sol.
Intento moverme, pero mis brazos parecen algo muy lejano. Miro hacia abajo y veo que mis extremidades están atadas con una cuerda áspera. El suelo debajo de mí está frío y las pequeñas piedrecitas que hay esparcidas se me clavan en la espalda.
Mis sentidos vuelven lentamente, aunque todo me parece distante todavía, como si estuviera atrapada en un sueño. Mis dedos hormiguean como si la sangre estuviera comenzando a fluir nuevamente. No me doy cuenta hasta unos segundos después de que alguien está hablando. Tengo que concentrarme en escuchar porque como me desvíe un segundo pierdo el hilo.
–¿Estás despierta? –la voz de Nash, tan solo un susurro, me alcanza desde mi izquierda. Giro la cabeza y le encuentro en una posición similar a la mía, con los tobillos y las muñecas atados. Tiene el rostro pálido y el cabello revuelto, pero sus ojos marrones reflejan la misma confusión que los míos.
Me siento con las extremidades aún atadas y observo mi alrededor.
Nos encontramos en un pequeño lugar semejante a una cueva, abierto por el techo, resguardados del fuerte viento de la costa. Un sendero se abre un poco más adelante, siguiendo el trazo de una pequeña cornisa hasta llegar a una especie de valle entre dos elevaciones rocosas. Lo poco que veo a través de esa rendija entre las piedras son rocas y más rocas anaranjadas, pero ninguna señal de vida de otros equipos.
Beatrice forcejea a mi lado con las cuerdas, intentando soltarse, gruñendo entre dientes
–¿Alguien más siente que lo ha atropellado un carruaje? –murmura Ethan por detrás de mí.
–Un carruaje con ruedas cuadradas. –responde Mirabel, todavía tumbada boca arriba en un rincón.
–¿Qué era eso que olía como el romero? –pregunta Beatrice intentando mirar a su alrededor sin mover demasiado la cabeza.
–¿Romero? Eso no era romero –protesta Syrena al lado de Nash, sentada sobre el suelo–. Era más como... no sé, romero que ha pasado semanas metido en un barril con olor a pies sudados.
Beatrice hace una mueca exagerada.
–Gracias por esa imagen, Syrena. Realmente lo necesitaba.
–¿Podemos centrarnos en lo importante? –intervengo yo. Aunque me ha hecho gracia lo que han dicho, no estamos para bromas–. ¿Alguien sabe qué demonios nos han hecho?
–Oh, claro, Zaya –responde Ethan con sarcasmo–. Dejaron una lista detallada en mi bolsillo. Déjame buscarla... oh, espera, estoy atado.
–¿Y qué tal una nota que diga "Bienvenidos a los Barrancos. Disfruten de su estancia"? –Bruno suelta una risita, pero enseguida emite un quejido–. No debería haberme reído. Me duele todo.
Jack pone los ojos en blanco.
–Deberíamos estar buscando una forma de salir –murmura–, no intercambiando bromas estúpidas.
–Bueno, Jack –dice Mirabel–, si tienes una forma mejor de pasar el tiempo mientras que esperamos que un milagro nos desate, soy todo oídos.
Jack bufa y se concentra en sus cuerdas, examinando los nudos.
–De hecho sí la tengo –exclama de pronto–. ¡Desátame tú primero!
Mirabel le mira con falsa incredulidad.
–¿En serio, Jack? ¿Otra vez con el "hazlo tú"? ¿Alguna vez has escuchado la palabra "equipo"?
–Claro –responde él sin inmutarse–. Significa que tú haces el trabajo duro mientras que yo superviso.
Bruno suelta una carcajada, pero enseguida se queja.
–Ay, no, no me hagáis reír. Me duele todo.
–¿Hay algo peor que esto? –pregunta Nash a mi lado, levantando las manos atadas.
–Definitivamente podría ser peor –responde Ethan–. Podríamos estar rodeados de... serpientes.
–O hundiéndonos en arenas movedizas –añade Mirabel con un tono teatral.
–O atrapados en una agujero lleno de babosas gigantes –dice Beatrice poniendo los ojos en blanco, aunque sin poder evitar que una sonrisita se le dibuje en los labios.
–O... –comienza Jack, pero antes de que pueda terminar intervengo yo.
–O podríamos simplemente estar aquí, atados y escuchando las idioteces que decís hasta que envejezcamos.
Ethan se ríe entre dientes.
–A mí me suena como un día promedio.
–Un día promedio contigo, querrás decir. –contesto yo, al borde de la risa.
Por un momento, mi equipo se queda en silencio, hasta que Ethan lo rompe.
–Entonces... ¿qué hacemos si esto es el fin? ¿Alguien tiene algún talento escondido? Creo que yo podría improvisar una canción de despedida...
–Solo cerrad el pico e intentad desatar las cuerdas antes de que de verdad tengamos que oírlo. –digo yo.
A regañadientes, todos comienzan a examinar sus nudos, aunque con una sonrisa que hace que la situación parezca menos grave.
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