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Capítulo 13: Sentimientos irrefrenables

— ¿Qué te ha pasado con Senren?

Derius se detuvo, una fina capa de sudor cubriéndole la piel del rostro, brazos, espalda, pecho y piernas bajo unos pantalones y una camisa sin mangas de entrenamiento de lino. Dejando que la punta de la lanza, con la cual se había estado ejercitando, apuntara al suelo, se volvió hacia Mileak.

— ¿Por qué supones que nos ha pasado algo?

Su segundo al mando, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, alzó una ceja; haciendo con ello que destacaran varias de las cicatrices de su rostro, las cuales pasaban bastante desapercibidas en contraposición a la que le cruzaba parte de la mandíbula.

— Porque Senren siempre está pegada a ti cuando de reuniones de Estado se refieren. Aunque solamente con la indumentaria que has ido exhibiendo durante toda la mañana... Nunca te habría dejado ir por los pasillos como si fueras un vulgar granjero, menos a una reunión con tus consejeros.

Derius le dedicó una mirada afilada sin mover ni un músculo del cuerpo, inmóvil como un poste. Solo algunos mechones de su cabello argénteo se mecían por la ligera brisa que soplaba aquella tarde. Pronto finalizaría la primavera y llegaría el sofocante verano húmedo tan típico de Nersem, y las brisas serían muchísimo menos agradables.

— Los granjeros no son vulgares — musitó contrariado con el ceño fruncido — y todo mi consejo está harto de verme vestido de forma humilde, cómoda, y a veces hasta lleno de sangre y vísceras.

— Pero ahora eres rey y, como bien dice Senren, debes actuar y vestir como tal sin importar con quién estés. En estas paredes eres Derius III, el rey de Nersem y el próximo Rey Supremo. Que no se te olvide.

Derius dibujó una sonrisa y, con un movimiento vertiginosamente rápido, giró sobre sí mismo junto con la lanza y colocó la afilada punta bajo el mentón de Mileak, justo en la base de su cuello.

— Si quieres que me comporte como el supuesto rey que soy, deberías tratarme como tal — le dijo a su compañero con una sonrisa sardónica.

Mileak, que no se había asustado ni inmutado, acostumbrado a las extrañas salidas de Derius; amando cuando se comportaba de forma impredecible, le devolvió la sonrisa.

— Y así lo hago, majestad. Cuando es necesario — y le hizo una reverencia apartándose de la hoja metálica de la lanza.

— ¡Ja! Cuando es necesario — repitió negando con la cabeza el monarca, pero soltando una risita divertida mientras volvía a poner la lanza en ristre.

— Es que ahora estoy hablando con mi amigo, no con mi rey.

— Así que ahora sí que puedo dejar de lado mi papel como rey.

— A veces es sano.

— O un error. Ven, hablemos.

Haciéndole una seña para que se sentaran en aquella parte del jardín que Derius había elegido como su zona de entrenamiento personal, lejos del campo de entrenamiento donde se ejercitaban tanto los soldados que lo habían seguido hasta aquí como los guerreros que ahora formaban también parte de su ejército por derecho de conquista.

Dejando la lanza en uno de los expositores que había hecho llevar hasta allí, colocado bajo una construcción básica de madera para que todo el arsenal ahí reunido no se estropeara por las inclemencias del tiempo y estuvieran bajo techumbre, Derius se sentó en el único banco que había y en el que cabían dos personas sin problemas. Mileak lo siguió y se sentó a su lado.

— Ayer le dije algo que no debía a Senren — confesó finalmente con la vista fija en sus manos entrelazadas sobre las rodillas.

— ¿Qué le dijiste?

Derius apretó los dedos. Si tuviera las uñas más largas, estas se le clavarían en la piel.

— Le dije que necesitaba su apoyo para el próximo Consejo.

Mileak, que miraba hacia el jardín, respondió con la voz calmada, esa voz serena que había ayudado a Derius tantas veces a calmarse, a serenarse, a no derrumbarse.

—Eso no es algo malo. Ya me habías comentado que pensabas hacerle esa propuesta si las cosas con Karhés no tenían solución.

— Fui cruel y ruin cuando se lo pedí. Le di a entender que solamente la había traído conmigo para que fuera la nueva Archiduquesa de Karhés.

—Pues discúlpate. Ambos os queréis y todos cometemos errores. Ella lo entenderá.

Esas palabras, esa solución tan simple, encendieron la rabia de Derius quien se volvió hacia Mileak y le clavó su mirada oscura. Parecía tan sencillo simplemente levantarse e ir a pedirle perdón a Senren. Pero ¿merecía ese perdón cuando una parte de él sí que había actuado de forma interesada con ella?

— ¡No puedo! ¡Porque lo pienso, Mileak! Realmente pienso lo que le dije y una parte de mí la quiso y la quiere a mi lado por quién es, por su linaje. ¡La he utilizado y la voy a seguir utilizando lo mismo que os utilizo a todos!

Ante aquel arrebato de sinceridad, Derius cerró los ojos con miedo a la reacción de su amigo, de su segundo. Porque si él también se alejaba...

— Todos servimos para un propósito, Derius — habló Mileak sin alzar la voz, mirándolo con dulzura y amabilidad; aquella que le tenía reservada a él y solo a él por los sentimientos que albergaba en su corazón. Unos sentimientos que Derius sabía y no aceptaba, pero de los que se aprovechaba. Sí, realmente era ruin. Mucho. Demasiado —. Senren y yo, todos los que estamos a tu lado, sabíamos a qué nos teníamos cuando decidimos unirnos a tu causa. No serías un buen general, un buen rey, si no utilizaras todas las herramientas a tu alcance.

Se hizo el silencio entre los dos, la brisa soplando y refrescando la piel todavía caliente de Derius después del entrenamiento.

— Haces que suene demasiado fácil — musitó sin apartar la mirada de Mielak. Este, sin dejar de sonreír, alzó una mano para acariciarle la mejilla.

— Es que lo es.

La mano de Mileak en su mejilla era tan extraña, tan ajena, después de haber probado el tacto de Virlik que Derius sintió una extraña vorágine de sentimientos en la boca de su estómago.

Hacía escasas horas del encuentro con Virlik en su despacho, de sus palabras, de sus manos sobre su cuerpo. De sus labios contra su boca.

Solo habían sido besos y caricias, pero todo en Derius ardía después de que Virlik se hubiera ido para cumplir con sus deberes de capitán y él se quedara solo, con una buena erección y con ganas de mucho más. No le quedó otra que reunir todas sus fuerzas para calmarse y, después de comer algo rápido, había ido a entrenar para descargar toda la tensión sexual y los sentimientos que Virlik le había despertado.

Porque le había pedido que no se alejara.

¡Que no lo alejara!

Después lo había besado con ardor, con la misma pasión de la noche anterior.

Virlik no lo odiaba. No sentía que había cometido un error.

¿Era un sueño? ¿Era real? Todavía no sabía si podía confiarse, pero él tampoco quería apartarse ni apartarlo. Fuera lo que fuese lo que se había detonado la noche anterior, quería mantenerlo.

— Anoche no viniste.

La voz de Mileak lo sacó de su ensoñación y, sin comprender qué acababa de decir su amigo, articuló:

— ¿Qué?

— Anoche fue luna nueva. No viniste a verme.

Alejándose ahora sí de su tacto, Derius apartó la mirada. No esperó ese cambio de tema.

— Después de mi discusión con Senren... En fin, no estaba de humor y las sombras...

— Precisamente por eso deberías haber venido. Puede que te sientas mejor y veas las cosas más claras si....

— ¡No! — gritó horrorizado.

Esa negativa dejó anonadado a Mileak que, confuso, lo miró como si acabaran de apuñalarlo. Un silencio pesado y sofocante cayó sobre ellos. Porque ese simple "no" era un rechazo contundente. Era una declaración.

— Estuviste con él — rugió Mileak con los ojos inyectados en sangre, la rabia brillando en sus iris —. Te acostaste con ese.

— ¿Y qué si así fue? — No valía la pena negarlo, es más, Derius no quería negar lo que había pasado entre Virlik y él después de que el capitán fuera a buscarlo. Después de los besos y las caricias que le habían dado una esperanza con la que jamás se había atrevido a soñar —. Te recuerdo que tú y yo no somos nada, Mielak. No eres mi pareja ni yo la tuya. Solo follamos para desahogarnos.

— El único que se desahoga eres tú, Derius. Yo nunca te he follado. Yo siempre te he hecho el amor.

— Oh, qué poético — bufó Derius con ironía.

La cara de Mileak se tornó como la grana, morada por la ira creciente que estaba despertando en su pecho.

— No te burles de mí.

— ¡Ni tú te hagas el ofendido y la víctima, Mileak! Siempre has sabido que no siento por ti el amor que tú quieres que sienta. Para mí solamente existe él.

— No es de fiar.

—Me salvó de Karhés.

— Quiere engañarte. ¿¡Es que no lo ves!?

— Él no es así.

— ¡No lo conoces de nada, Derius! — gritó airado, levantándose y mirándolo desde arriba con rabia y dolor —. ¡Lo único que haces es aferrarte a un recuerdo tergiversado por tu propia mente, por tu trauma y por tus deseos! ¡Ni tú ni él sois los que erais cuando os conocisteis! Él ni siquiera sabe que eres ese esclavo miserable al que rescató de la muerte.

Esas palabras hicieron que la llama de la rabia de Derius volviera a encenderse. Y esta vez no era contra sí, sino contra Mileak. Él también se levantó, encarando a su segundo.

— Y así quiero que sea. Si me entero de que le has dicho algo...

— Te hice una promesa — le recordó —. Nunca rompo mis promesas.

Era cierto.

— También me prometiste que jamás me echarías en cara si me acostaba con otros. Me prometiste que acatarías mis deseos y condiciones.

— Él nunca estuvo en esa promesa.

— Pues ahora lo está porque así lo dice tu rey. ¿No has dicho que todos sois herramientas? ¿Mis herramientas? Pues limítate a cumplir con tu función, soldado.

Un nuevo silencio.

Una risotada herida salió de la garganta de Mileak antes de que este hiciera una reverencia pronunciada y claramente burlona.

— Como dictamine, su majestad.

Tragando saliva, con la boca amarga y un dolor punzante en el corazón, Derius no se movió, los labios fuertemente apretados.

Sin nada más que decir, Mileak se dio la vuelta para marcharse. Pero pareció pensárselo mejor porque se detuvo y, sin volverse, dijo:

— Hagas lo que hagas, siempre estaré de tu lado.

Reanudando la marcha, Mileak se fue, dejando a Derius nuevamente solo y con una nueva herida en el corazón. No solamente había alejado a Senren de su lado por querer conseguir su propósito, sino que ahora, por egoísmo, había herido y apartado a su mejor amigo; a un hombre bueno que lo amaba de verdad y que merecía que lo amasen.

Mileak se merecía algo mejor que estar ahí. Derius no merecía sus desvelos, ni su amistad, ni su lealtad.

Tampoco su amor.

¿Eres consciente de lo que nos estás pidiendo, humano? ¿Estás dispuesto a pagar el precio por ser nuestro huésped?, le habían preguntado los obscuros.

Solo ahora, siete años después, se preguntaba si realmente había sido consciente de sus actos y de si podría pagar realmente ese precio.

***


No había podido sacárselo de la cabeza en todo el día.

Era como si tuviera tatuado el tacto de su piel, sus caricias.

El sabor de sus labios.

Le había costado apartarse de ese cuerpo letal que, entre sus brazos, era tan suave y maleable como la cera caliente de una vela. De esa boca jugosa de labios tiernos y más dulce que la miel.

Virlik no podía recordar quién fue el que arrastró al otro contra el escritorio, quién inclinó a Derius hasta que su espalda quedó contra la superficie de madera, si fueron las manos del monarca quienes lo inclinaron hacia sí o fue el propio Virlik quien se inclinó hambriento en pos de esa boca entreabierta tan deliciosa.

Puede que fuesen ambos quienes, sin que ninguno de ellos se impusiera al otro, con movimientos coordinados sin necesidad de palabras, actuaron siguiendo sus instintos.

Sus deseos.

No supo tampoco cuánto tiempo estuvieron así: Derius con sus piernas enroscadas alrededor de sus caderas, sus miembros rozándose a través de la ropa, adoloridos por el deseo de la libertad y del contacto piel contra piel.

Lo que sí tenía grabado a fuego en su memoria fue el suspiro de frustración que soltó el rey cuando se obligó a apartarlo y lo empujó con suavidad. Le dio la espalda, alejándose unos pasos en dirección a la ventana y recolocándose la ropa. Virlik se pasó una mano por el pelo, también frustrado, pero sobre todo confuso y sorprendido por su falta de control. Por hacer algo que jamás había hecho antes y parecer un adolescente en plena epifanía sexual.

Ni en su adolescencia había sentido tantísima necesidad de estar con alguien, de hundirse en otra persona y perderse en otro cuerpo, otro olor, otro sabor.

Otro calor.

Pero lo más sorprendente era la persona que deseaba. Una que en ningún momento debería haber considerado de ese modo: ni al principio cuando era su enemigo ni ahora que era su monarca.

¿Es que se había vuelto loco?

¿Y cómo no perder la razón ante la belleza de Derius?

Ese hombre estaba hecho para el pecado, para venerarlo de la forma más lasciva posible, para caer de rodillas y esperar gustoso lo que fuera que él quisiera hacerte con esas manos capaces de partirte el cuello o de degollarte.

— Será mejor que te vayas. Yo también debería ir a comer algo.

— Pero... — musitó Vrilik, callándose porque realmente no sabía qué decir. Entonces Derius se giró, los rayos del sol del mediodía iluminando sus mechones argénteos y haciéndolos refulgir como si en su cabeza tuviera una corona de llamas plateadas.

— Esta noche — le prometió y se acercó para darle un último beso antes de dirigirse a la puerta y marcharse él primero.

Después de eso, el día se le antojaba excesivamente largo y la mente de Virlik divagaba en vez de centrarse en lo que tenía delante: presupuestos para reabastecer a los soldados y terminar de repasar la nueva organización de los barracones. A pesar de que eran conscientes de que su capitán tenía la cabeza en otra parte, ni Teleris ni Firlis ni Nirlan le reprocharon nada y le repetían las cosas cada vez que él les preguntaba sobre algo que se había comentado y que, por estar en las nubes, no le había prestado atención. Fue un alivio para todos cuando Virlik, viendo que no iban a ninguna parte, dio por finalizada la reunión y los convocó para la instrucción del día siguiente. Todos los heridos ya se habían recuperado y podían hacer actividades atléticas e incorporarse al día a día de la soldadesca, así que había llegado el momento de que volvieran los entrenamientos habituales. Que se volviera a la rutina, además, sería algo muy positivo para conseguir que los miembros de los nuevos batallones se acostumbraran y aclimataran los unos a los otros.

Regresando más pronto de lo habitual a los apartados aposentos de Su Majestad, Virlik se percató de que sus pies parecían volar por los brillantes pasillos de mármol pulido, recorriendo un camino antes odiado con un ímpetu completamente nuevo y desconocido para él.

Pero quería verlo.

Deseaba verlo.

Apretando los puños para no echarse a la carrera, caminando a paso ligero e ignorando a algunos de los guardias que lo seguían con la mirada, Virlik se adentró en el ala este y algo en su pecho pareció aflojarse cuando, a lo lejos, vio a los guardias de turno ante la doble puerta que custodiaban el área privada del monarca. La zona privada de Derius. La suya.

Deteniéndose ante la puerta, mirando de reojo a los guardias, unos que ya comenzaba a conocer por sus nombres además de por sus rostros, ignorándolo por completo, con la vista al frente, la espalda recta y la mano derecha sobre la lanza; Virlik entró en esos dominios vetados a muchos y solamente permitido a unos pocos.

Aunque era pronto, algo le decía que él ya estaba allí, así que se encaminó hasta los aposentos del rey, pero allí no había nadie.

— ¿Majestad? — preguntó.

No obtuvo respuesta.

— ¿Derius?

Nada salvo el leve chapoteo del agua.

Virlik miró en la dirección del sonido y vio la hoja de la puerta que portaba a los baños privados del monarca entreabierta. Acercándose despacio, colocó la palma de la mano abierta en la superficie de madera y la empujó suavemente hacia adelante. La hoja se abrió mostrándole un baño privado pequeño y acogedor, pero digno de un rey. Una ligera neblina producida por el vapor emborronaba la sala, pero no impidió que Virlik pudiera escrutar el lugar.

Semejante a los baños que el capitán tan bien conocía, los privados del rey eran una réplica en miniatura y más lujosa. Con la piscina situada al fondo, y con un tamaño apto para que cupieran sin problemas dos personas estiradas, los mosaicos que dibujaban las téseras del suelo eran bellísimos, mostrando un jardín de las delicias donde bailaban las tres Diosas: la Madre, la Luz y la Vida. En las paredes, también revestidas con téseras, seguía el dibujo del jardín y le permitían al bañista trasladarse a aquel paisaje bucólico; como si no estuviera dentro de una sala sino en un jardín hermoso y al aire libre. En las paredes había dos tuberías en formas de enredaderas que se confundían con el paisaje de los mosaicos y por las cuales salía el agua caliente que se sustraía de las aguas termales que no estaban muy lejos del Palacio Mayestático. Ese había sido uno de los motivos primordiales por los que se había elegido aquel emplazamiento para edificar el palacio y trasladarse a él hacía más de cien años, cambiando así la ubicación de la residencia real y haciendo a Intera la nueva capital del reino. No era por alardear, pero el sistema de cañerías y tuberías del Palacio Mayestático era de los más impresionantes y modernos de toda Zyrelia.

Y allí, en la piscina, dándole la espalda y con la cabeza apoyada en el borde de oro, estaba bañándose Derius.

— Llegas pronto — escuchó flotar la voz del rey hacia él a modo de saludo.

— Podría decir lo mismo de vos, majestad.

Derius resopló sin darse la vuelta.

— Sorprendentemente, a mí me parece que este día no se acaba nunca.

— ¿Queréis que se acabe?

Ante esa pregunta, Derius se dio la vuelta, colocando su preciosa cabeza mojada encima de sus dos brazos cruzados sobre el áureo borde de la piscina. Sus ojos negros se fijaron en los verdes de Virlik. Las gotas de su cabello plateado empapado comenzaron a caerle sobre la piel.

— Eso no depende de mí — musitó con una ligera sonrisa torcida.

Virlik tragó saliva.

— ¿Os ha pasado algo además de vuestra discusión con Senren?

Su cambio de tema hizo que Derius volviera a resoplar y le diera de nuevo la espalda, todo su buen humor disipado de un plumazo.

Ante su reacción, Virlik se acercó más a la piscina y se colocó en un ángulo en el que pudiera ver el rostro del rey. Porque aunque el estado natural de Derius solía ser el estoicismo, una piedra viviente, con Virlik parecía bajar la guardia y volverse blando; un ser humano con sentimientos capaces de mostrarlos a través de las facciones de su rostro cincelado.

Con el rostro vuelto, sin mirarlo, Derius permanecía en la piscina ignorando a Virlik y este se mantuvo inmóvil sin apartar la mirada del hombre frente a él.

— ¿Sabes? — dijo Derius finalmente, manteniendo la mirada en un punto del mosaico de la pared —. Los obscuros se agitan mucho los días previos a la luna nueva. No sé si lo sabes, pero las noches sin luna son aquellas en las que los hijos de la oscuridad pueden salir sin que la Luz los dañe para alimentarse de esta y de la Vida que mora en las personas. Esos días, las sombras de mi interior se agitan, deseosas de que las libere, que las deje salir de la prisión que es mi carne para poder alimentarse sin restricciones.

» Obviamente, no puedo dejarlas salir, porque me matarían en el proceso si lo hiciera. Me devorarían por completo y, después de mí, a muchos otros sin ningún control hasta el amanecer o hasta encontrar otro huésped en el que poder refugiarse.

» Como no pueden abandonar mi cuerpo para hacer lo que desean, lo que les pide el instinto, se agitan y se excitan. Esos sentimientos son muy fuertes, viscerales, y hacen que yo también los sufra. Imagínate sentir en tu interior un cúmulo de emociones que no te pertenecen, pero que te afectan y que proceden de varios seres ajenos a tu persona.

Deteniendo su relato por unos instantes, Derius dejó de evadirle la mirada y clavó sus iris en los de Virlik.

— He discutido con Mileak.

Otro silencio.

Una gota del cabello de Derius cayó en la piscina con un plop.

— ¿Por qué? — se aventuró a preguntar Virlik sin querer realmente saber la respuesta.

— Porque las noches de luna nueva suelo ir a follar con Mileak para aliviar esos sentimientos que no son míos y que no puedo controlar. Pero anoche me acosté contigo y no con él.

Virlik no sabía qué esperarse, pero aquello desde luego que no.

Qué estúpido.

Se sentía tan estúpido.

¿De verdad pensaba que Derius sentía algo por él? Esa pasión febril en sus ojos... Ese ardor en sus besos... Esa humedad en su cuerpo... Nada había sido por él. Todo había sido producto de unos seres sobrenaturales, no por verdadero deseo de Derius. ¿Pero, entonces, por qué ha dejado que lo besaras antes? — le dijo una vocecita.

Virlik apretó los puños disimuladamente tras su espalda, dejando que su rostro mantuviera la calma y no mostrara la que estaba sintiendo.

— Supongo que no es plato de buen gusto para nadie que un amante vaya a los brazos de otro — comentó como si estuviera hablando de la buena noche que se había quedado, pero sin mirar directamente a Derius. No podía. No quería ver esa verdad en su mirada: que Virlik no significaba nada más allá de una herramienta.

Hasta ahora no lo había pensado, en realidad nunca había querido darle demasiadas vueltas, pero toda su vida había sido una herramienta; alguien a quien utilizar. Tanto de niño en la herrería como cuando entró para ser soldado. La piedra negra de su cuello era la marca de que solamente era una pieza más en el gran tablero en el que jugaba Derius para conseguir sus propósitos; unos que, además, él desconocía por completo. Si la venganza no era solamente lo que buscaba, ¿cuál sería su siguiente paso?

El sonido del agua hizo que Virlik se tensara y que clavara su mirada en el cuerpo desnudo y empapado que tenía a escasos pasos de él.

— Mileak no es mi amante — matizó el rey mientras se pasaba las manos por el cabello para extraer el exceso de agua de sus mechones mojados.

— Pero él os ama — puntualizó él recorriendo ese exquisito cuerpo con la mirada; viendo en esa piel tersa e inmaculada las marcas que le había dejado a causa de la lujuria y la pasión. Marcas que lo marcaban como... ¿Cómo qué? ¿Qué había querido decir Virlik haciéndole eso? A ningún amante anterior lo había marcado de aquella forma tan posesiva, tan evidente.

Derius se quitó el exceso de agua de los brazos y de las manos antes de encaminarse hacia él.

— Y yo también lo quiero, pero lo que siento no es el mismo amor que él me profesa a mí. Él lo sabe — matizó —. No es ese tipo de relación la que tenemos. Yo no le debo nada, en realidad.

Viendo que iba a salir del agua, Virlik tomó la toalla que habían dejado cerca y se la pasó por los hombros cuando Derius ascendió de la piscina y comenzó a secarlo por inercia. ¿En qué momento se había dado entre ellos la confianza suficiente para aquel tipo de intimidad? Es más, ¿por qué a Virlik le salía de una forma tan natural?

— No se fía de ti.

Aquello no lo cogió por sorpresa. Sabía perfectamente que Mileak lo detestaba y no confiaba en él en absoluto, cosa que realmente entendía y alababa, ya que decía mucho de su profesionalidad como soldado. Él tampoco se fiaría de un enemigo de buenas a primeras si estuviera en las botas del segundo de Derius. Aunque, ahora mismo, no entraba en los planes de Virlik traicionar a Derius. Ni de lejos.

Pero no pensaba decírselo.

— No tiene por qué — dijo señalándose la piedra negra del cuello —. Teniendo esto no podría haceros ningún mal ni aunque quisiera.

Y era verdad. Una que Mileak también sabía.

Para su sorpresa, Derius negó con la cabeza.

— No, no es eso. No es que crea que puedes hacerme daño físicamente, porque no puedes — remarcó con un deje letal en la voz —. No se fía de ti porque no se fía de mí.

— ¿De vos? — eso no tenía sentido, ¿no? A no ser que...

Los brazos de Derius le rodearon el cuello y su cuerpo, todavía mojado, se pegó al suyo, haciendo con el movimiento que la toalla cayera a sus pies. Su rostro estaba cerquísima, sus labios a escasos centímetros de su boca.

— De lo que me haces sentir con o sin luna nueva.

Entornando los ojos, con el cuerpo ligeramente tembloroso, Virlik aceptó los labios de Derius y sus manos, como si tuvieran vida propia, le rodearon la cintura y lo alzaron para sacarlo de allí. El rey, para facilitarle la tarea, enroscó las piernas en su cintura mientras se abandonaba más y más en aquel profundo beso que ninguno de los dos pensaba romper.

Esta noche — le había dicho el monarca antes de separarse de él.

Y Virlik estaba más que dispuesto a darle esta y todas las noches. 

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