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Capítulo 9

Chantrea

Louis viene corriendo, es notoria la desesperación en su cara, no tarda en llegar a mi lado para envolverme en un fuerte abrazo, hunde mi cara en su pecho y por un momento no puedo respirar, siento sus brazos temblar a mi alrededor, lo siento derrumbarse en mí, al punto que tengo que dar unos pasos hacia atrás.

Es ahí cuando se vuelve consciente. Me suelta del abrazo, pero sus manos continúan en mis brazos, me observa de pies a cabeza, veo el brillo de tristeza y preocupación en sus ojos.

—¿No te hicieron nada? —pregunta palpando con sus manos cada parte de mi cuerpo. Como si necesitara asegurarse que estoy bien.

Y realmente estoy bien.

Estoy a punto de hablar, cuando Louis se gira hacia Ezra.

—Gracias por ir por ella —Louis está aliviado.

No puedo evitar sonreír mientras veo a Ezra, ¿pero qué carajos le ha contado?

—No fue nada —contesta secamente, me ve solo unos segundos, pero regresa la mirada a Louis.

—¿Qué dijeron los ángeles? —pregunta Louis, envolviendo su mano en mi cintura, jala con fuerza para hacerme chocar a su cuerpo.

Veo como el rostro de Ezra se vuelve tan frío, tan oscuro, tan distante.

—No tenían nada que decir, nada importante, al menos —contesta con una voz profunda—, ya la tienes, ahora cuídala. —y eso suena a advertencia.

—Gracias, hermano —dice Louis y creo que lo dice de verdad.

Ezra asiente, se da la vuelta dispuesto a marcharse... ¿Dispuesto a darse por vencido?

—¿Te hicieron algo? —pregunta Louis, sigue viendo mi cuerpo, buscando una señal de daño, algo que lo alerte, sé que está preocupado.

Pero también sé que no puedo decirle, nada más, pero sí puedo jugar.

—No me hicieron nada para recordar, nada importante —veo como por el rabillo del ojo como Ezra detiene su caminar.

Niega con la cabeza ligeramente, pero continúa su caminar.

Louis pone sus manos sobre mis mejillas, acerca su cara a la mía presiona mis labios con los suyos, se pierde en mis labios, siento la desesperación en su beso, siento la necesidad. Dejo que su lengua juegue con la mía, me permito cerrar los ojos, permito que me bese, que toque mi cintura.

Y de pronto, se siente... insuficiente.

Ezra

Sus manos la tocan, tocan sus mejillas, es ahí cuando se atreve a besarla, une sus asquerosos labios a los de ella, besa los labios que ya me pertenecen, los labios de mi ángel, unos labios que deberían estar repeliéndolo, pero no, ella se lo permite, y hasta amarra sus manos al cuello de él.

Huelen a un cuento con final feliz. A la mierda, ellos no son un cuento feliz, solo tienen demasiados secretos que sostienen lo que sea que creen tener.

Aprieto mis manos, las convierto en puños.

Chantrea está equivocada si cree que después de haberla probado la voy a votar y ya, para nada, simplemente, tendré que cambiar los métodos.

Ya vi que se alteran si mezclo a los ángeles así que es algo que no podré hacer.

Camino saliendo de esa terrible escena. Una escena de mierda. Tengo que ver como puedo hacer para que Louis no vuelva a tocarla, porque no lo hará, no la volverá a tocar.

¿Acaso van a coger?

Volteó de vuelta con la ira cegándome. Ellos ya no están, han entrado al departamento, niego con la cabeza porque ya no estoy pensando con la razón. Pero a la mierda.

Comienzo a caminar hacia la puerta de su apartamento, pero es el rubito y la pelinegra los que interfieren mi caminar. El rubito está sonriendo felizmente, la pelinegra tiene esa cara de pocos amigos que siempre se carga.

—¿A dónde muchacho? —se burla el rubito molesto.

No le contesto, meto las manos a mi bolsillo, viéndolo con las ganas de eliminarlo, de matarlo.

—No sé me debe cuestionar, conoce tu lugar —le reto.

Y el rubito solo se echa a reír. La chica bosteza.

—La cosa, Ezra, es que tú debes acatar las reglas —menciona el rubito.

A la mierda las reglas.

Comienzo a dar pasos para pasar de ellos, pero es la chica quien pone su mano en mi pecho, me hace rebotar y me impresiona su fuerza.

—Si jodes esto, no solo jodes a Louis, la jodes a ella —advierte con toda la seriedad que le cabe en el rostro.

Enarco una ceja.

Con que aquí hay más secretos, vaya, esto parece un cuento de nunca acabar.

—¿De qué hablan? —los confronto.

Ambos se lanzan miradas, cómplices, terminan asintiendo y parece que estoy viendo a unos gemelos. Voltean a verme a mí.

—Es el trato que ellos tienen —sonríe el rubito.

—Es la relación que ellos tienen —agrega la chica, haciendo énfasis en ello.

—¿Relación? —Resoplo—, una mierda —les gruño—, a eso no le pueden llamar relación. —Me cruzo de brazos.

—Ellos tienen una relación, Ezra, tienen una unión, se conocen el uno al otro, conocen su mierda tan bien... —la chica suelta una risa seca—, no hay forma, Ezra en que tú los saques de ahí, pero está bien, puedes intentarlo —ella se quita de mi camino, mueve su mano señalando hacia la puerta—, nosotros llevamos intentándolo desde que la conocemos, así que adelante, Ezra —sonríe y hubiera preferido que no lo hiciera—, ve a jugar el papel de caballero, de héroe, que sabes que no eres.

—Y bueno, antes de que vayas allá a irrumpir lo que sea que no te va a gustar ver, te daré un pequeño recordatorio de las reglas: —se aclara la garganta—. "Si el contratista va en contra de las reglas de su amo y señor, podrá ser acreedor a la pena máxima: pagar con su vida". —Suspira con fuerza—, y aunque no sabemos las reglas que ellos tienen, me imagino que tienen bien cubierta el área de la infidelidad. —el rubito se estira y bosteza—, nos vemos pronto, grandulón —golpea mi pecho, más cerca de mi hombro, para comenzar a caminar hacia el departamento.

La chica me observa unos segundos más, como si se pensará el decirme algo más, aunque al final no dice nada, solo suspira, termina yendo tras el rubito, demasiado fanfarrón y ella demasiado sombría.

Vaya amigos más peculiares que se buscó, Chantrea.

Sonrío porque a ella no le gusta lo normal, ella busca más, no se conforma. Y yo tampoco pienso conformarme.

Dejaré que hoy Louis disfrute su cuentito de hadas que cree tener y la dejaré ganar, le dejaré creer que tiene el control, que me he ido. Y de verdad espero que mi sorpresa le guste porque ya lo tengo todo perfectamente planeado.

Chantrea

Louis vuelve a apretar mis mejillas entre sus manos, sigue inspeccionando mi cuerpo, buscando un moratón, algo que le haga pensar que miento y que los ángeles de verdad me hicieron algo, pero de los ángeles no recuerdo absolutamente nada, más que su voz y aspecto ridículamente dorado.

No estuve en la legión de ángeles, no estuve en la ciudad de cristal ni en la ciudad de plata... posiblemente estuve en el inframundo, aunque tampoco tengo los medios para comprobarlo.

Sé que Louis tiene la idea de que Ezra fue hasta la legión por mí y para mí mala fortuna, yo no puedo mentirle a Louis. Puedo manipular la verdad a mí favor, claro, pero si Louis comienza a preguntar cosas específicas, no sé qué podré contestar.

Y de verdad espero que no se ponga a revisar en la cara interna de mi muslo, donde están las marcas de la fusta. No creo que lo tome a bien.

—¡Chan! —es Max quien entra por la puerta, corre hacia donde estoy, empuja sin cuidado a Louis para envolverme en un fuerte abrazo—, no debí irme, ¡pero me engañaste!, ¡Cómo demonios te atreves! —gruñe y con justa razón.

Pero no pensaba dejar que los ángeles le hicieran daño, eran demasiados, yo no iba a usar mi magia, eso era un marcador en desventaja.

—No había forma que les ganáramos, Max, hice lo que tenía que hacer, no iba a permitir que golpearan tu carita bella, sé lo mucho que la amas. —Le respondo acomodando mi cabeza en su cuello, aferrándome a su abrazo.

Max suelta una risita, me aprieta con fuerza y sé que estamos bien.

—Ser la madre Calcutta no te va, Chan, pero gracias —me susurra.

—Creo que es hora de que te ponga guardias —comenta Louis.

Alzo la mirada de la impresión, Max voltea conmigo para ver a Louis preparar la cafetera.

Niego con la cabeza.

—¡De ninguna manera! —me rehúso.

Louis no me ve, sigue colocando todo en la cafetera.

—No está a discusión, Chantrea —su voz está llena de oscuridad. No sube el tono de voz, pero siento su poder. Su mirada esta seria. Es ahí cuando me voltea a ver—, no me voy a arriesgar a perderte, Chantrea, es una orden —y sé que a Louis le cuesta más que a mí, aceptar que es una orden.

Mi corazón se oprime, siento que el aire me abandona de golpe, lo veo, siento sus palabras... pero no voy a caer, ya no.

Sonrío sin ganas y una risa seca sale de mí.

—Claro, verdad, porque si me pierdes, pierdes tu fuente de poder, sería una pena, ¿verdad? —digo con sorna.

No sé en qué momento ni como, pero llega hasta mí, de pronto su mano está en mi barbilla, tomándola para ayudarme a sostener su mirada. Su mirada está llena de furia, ¿de dolor?

Sus ojos siguen los míos, como si buscará desesperadamente una parte de mí. Como si buscara a esa Chantrea de hace cinco años, la Chantrea que se derretiría por palabrería como esa, la Chantrea que lo seguiría al fin del mundo.

Aún lo sigo al fin del mundo, pero tal vez no por convicción propia, es más como una costumbre. La costumbre de estar con él.

—¿Cuándo vas a entender que te amo, Chantrea? —su voz está plagada de oscuridad.

Y hace temblar a mi corazón, hace temblar la coraza que puse. Cierro los ojos con fuerza, me obligo a recordar lo que hizo. Me obligo a matar todo lo que siento con ese simple recuerdo. Pero ya no duele tanto y de verdad no sé si me sigue provocando la misma repulsión.

No es amor... lo que él siente por mí, no es amor. Es interés. Es necesidad, como ella lo dijo, como su amante me lo restregó en una ocasión. Y de ese modo la furia se enciende en mis adentros.

Me saco su mano de encima.

—Muy bonita tu palabrería —escupo—, una lástima que no surta efecto en mí —paso de él. No puedo seguir aquí. Sé a dónde quiero ir, pero no lo pienso, lo deshecho de mis pensamientos.

Escucho su risa seca tras de mí.

—¿Quieres rosas y flores para entenderlo? —escucho su voz cuando estoy a punto de entrar a mi habitación.

—Quiero que no tengas que preguntarlo —menciono entrando a la habitación, sabiendo que lo que acabo de decir no es mentira... pero tampoco es verdad—, quiero descansar —cierro la puerta detrás de todos.

Y de verdad no sé por qué le acabo de decir eso, de verdad no sé por qué me llena este sentimiento de vacío. Y no entiendo por qué me derrumbo en la puerta, porque me siento tan rota... ¿Por qué estoy volviendo a sentir?

Ezra

Lucifer lleva anteojos, unos muy antiguos debo decir, pero sé que les tiene un apego y aprecio bastante grande. Tiene un par de papeles en la mano y un vaso de whiskey en la otra. Levanta su mirada de los papeles para verme, es ahí cuando una sonrisa se le plasma en los labios.

—Hijo —parece feliz. Deja los papeles en su enorme escritorio de madera donde se encuentra de pie.

—Padre —le vuelvo a conceder el mote que tanto le gusta que utilice.

—Ya recibí las buenas —deja su vaso en la mesa, para salir detrás del escritorio, camina para darme un singular abrazo, que acepto.

—No fue un gran problema —considerando que la maldita bruja de Lilith, la ayudo a escapar.

—Sabía que lo solucionarías. —Sonríe con suficiencia.

Camina hacia su mesa de servicio, toma otro vaso de cristal, vierte el contenido ambarino de su decantador, lo agita un poco hasta dármelo. Lo tomo sin ninguna objeción.

—Aunque tengo mis preocupaciones. —introduzco la semilla que quiero ver germinar.

Es tan fácil manipular, a veces ni siquiera sé por qué me han otorgado el don de la coacción.

Es hora de jalar algunos hilos. Intento evitar sonreír, aunque me muero por ver la cara de Chantrea cuando se entere de esto.

Lucifer enarca una ceja, ya tiene su vaso en su poder, de vuelta, menea el vaso y bebe el contenido.

—¿Preocupaciones? —camina hasta su silla de cuero café, grande y reclinable.

Señala con su mano la butaca acolchada de cuero café que está frente al escritorio. Tomo asiento.

—Esta vez los ángeles pudieron ser controlados, pero ella va a estar en constante peligro, no creo que sea la última vez que intentarán llevársela, dado su maravilloso historial —matar ángeles y salirse con la suya... aún no sé por qué no han hecho nada—, y no creo que tengamos la influencia necesaria si vuelve a pasar.

Lucifer toma otro trago, no deja de observarme. Lo que me recuerda que no estoy con un simple humano, estoy con el creador y señor de la hueste demoniaca. Por eso sé que mi manipulación de verdad debe estar muy escondida.

—Lo que dice es verdad —interviene Belcebú.

Volteó a verlo, está sonriendo con esa singularidad que le caracteriza.

No espera invitación, entra sin ningún problema, va directo al decantador, no toma un vaso, simplemente lo abre y empieza a beberlo.

—¿Y cuál es la propuesta? —Lucifer no lo ve a él, solo a mí.

—Debemos entrenarla —propongo cruzando las piernas, bebiendo un poco de whiskey.

—Louis no quiere que ella use la magia y después de su última masacre... la verdad es que le concedo la moción —inquiere Lucifer. Sé algo de esa masacre, aunque no los datos específicos.

—Entonces entrenémosla para combate cuerpo a cuerpo —sugiere Belcebú. Centra su mirada en mí—, considerando que aquí tenemos al mejor —me señala con la mano—, él se puede hacer cargo.

Y de verdad que no sé a qué está jugando Belcebú, pero es interesante.

—Porque si lo dejamos en las manos de Louis, puede que no la entrene —agrego.

La inquietud de Lucifer va en aumento y sé que es por ese secretito que guardan Louis y él. Ese secretito que tiene que ver con los dioses y Chantrea.

—Haz uso de tu poder, padre, oblígalos a comparecer en el tribunal a ambos —coloco la cerilla para que comience el incendio—, Haz que Louis y Chantrea comparezcan ante ti, ante tu poder —incito.

Lucifer vacila con el vaso rodando por sus labios. Suspira con fuerza.

—Tráiganlos ante mí. —ordena y hago un gran esfuerzo por no sonreír.

¡Nos vamos a divertir en grande!

De verdad que quiero ser yo quien les lleve la orden, pero tendré que abstenerme, hay cosas que debo preparar. 

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