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Capítulo 45

Chantrea

Vuelvo a ver el vestido de novia en el espejo, lo llevo puesto. Han decido cambiar el velo por la misma tela, pero en esta ocasión, la tela cruza mi cuello y termina resbalando por mi espalda desnuda. Tal parece que a Louis no le pareció que mi cuello estuviera marcado, así que decidió ocultarlo.

Las damas que eligió terminan de adecuar el vestido, dejan un buqué de lilis blancas en mis manos. Qué obsesión tiene Louis con las malditas flores que apestan a iglesia. Pero bueno. Démosle el beneficio, después de todo esto no va a suceder. Las chicas me abandonan, todas con los mismos vestidos rosas, cierran las puertas tras ella y yo me puedo permitir soltar un suspiro tembloroso. No sé si estoy lista.

Me veo de vuelta ante el espejo. El vestido de novia es precioso. La nostalgia me golpea. Cuando era niña deseaba este día... de verdad no. Recuerdo el matrimonio de mis padres. Demasiado... complicado. Creo haberme dicho hasta el cansancio que no me vestiría de blanco, que no me casaría, aun así, aquí estoy con este precioso vestido, con el ramo que va a juego con el vestido. Sintiéndome terriblemente mal.

Estoy por caminar al altar con el hombre que no amo.

Pero el hombre que amo... no creo que esté para mí después de esto.

Lo amo. Eso es verdad. Asusta demasiado y duele como no pensé que lo haría.

Tengo miedo. Pero no miedo de Erebos. No lo conozco, aunque las memorias, esas, bueno, si dan terror. Las atrocidades que ha cometido. Solo de pensarlo cierta frialdad se apodera de mi cuerpo como una capa fina. Pero no soy yo, es Alexandria.

No pienso ser su esclava y eso lo tengo más que decidido. Yo no se lo pondré fácil.

El verdadero miedo va de algo que siento que no puedo admitir. Perder a Ezra. Verlo como una realidad. Siento como mis ojos queman, son lágrimas que pretenden salir. No puedo llorar. No en este punto cuando la decisión ya fue tomada. Mi corazón duele. Quiero volver a ser esa persona que no sentía. A esa persona que lo alejaba. Quiero volver a ser nada.

Desde que Ezra supo la verdad, desde que me sentí como una falsa delante de él. Las cosas no se sienten bien. Me siento como una traidora. No quiero ser una traidora, no al menos para él. No necesitaba tener algo que proteger, pero aquí estoy, teniéndolo. Y eso me deja en una clara desventaja.

La rabia de Alexandria explota en mis adentros. Lo que ella quiere es venganza. Lo que yo quiero... de verdad es que ya no lo sé, entiendo lo que ella vivió y lo que las demás han vivido a raíz de eso. Lo que me puede tocar vivir. Pero posiblemente tengamos más opciones.

La puerta se abre, sacándome de mis pensamientos, volteó al tiempo que veo a través del espejo la figura de Ezra. Llegó. Solo basta ese vistazo a esos ojos grises para que me deshaga en sus manos. Suspiró por lo bajo, su sonrisa de lado me saluda.

Él camina tan rápido hacia mí y yo voy a su encuentro.

Ezra

—¿Qué haces...? —dice cuando le quito el ramo de sus manos y lo aviento sin importarme si se deshace. La besó con fuerza, pasión, necesidad.

Me separó para dejarla respirar un poco, para que tome aliento. La necesidad que siento de arruinarla para mi hermanito. Sé que esta boda no se llevara a cabo, ya tengo todo listo para sacarla de aquí. Las tropas están apostadas, mis mejores hombres, nadie se la va a llevar. Pero quiero que el maldito la vea, siendo toda mía. Intentando que lo mío sea suyo.

—Te haré mía aquí mismo —mis manos recorren el vestido, la línea curva de su trasero. El vestido le queda tan bien.

Y creo que ahora tengo una nueva obsesión: verla caminar de blanco por un pasillo hasta llegar a mí. La cargó en brazos sin problemas, ella suelta un pequeño grito de sorpresa, la subo a la mesa de la coqueta de madera, se ve antigua, pero funcionará. Tiro el maquillaje y todas las cosas que estorban. Dejó su trasero ahí, subo el maldito vestido, lo dejo en sus caderas. Le quito la maldita cola.

Ella sonríe mientras sus manos envuelven mi cuello y su beso llega antes a mí, se separa, deja sus labios encima de los míos.

—Pero los invitados y mi novio están afuera —dice lo evidente con esa risilla llena de sorna.

Amo cada cosa de ella.

—Entonces tendrás que guardar silencio —le regalo un guiño de ojo.

Mis manos se van a sus espectaculares piernas, lleva unas bragas blancas de encaje, tan preciosa.

Bien podría no hacer esto y esperarla a donde tienen ordenado llevármela, pero como dije, esto es guerra.

Mis labios van a su cuello, paso mi lengua por su cuello, dejo un pequeño mordisco y ella gime.

—¿Qué dijimos, ángel? —le recuerdo con la voz ya embriagada por el placer.

Ella sonríe juguetonamente, hoy no habrá juego previo, pero haré caso de lo que dijo: "sometimiento"

Saco sus bragas de un tirón, a este punto creo que la dejaré sin ellas y no se me hace mala idea tenerla siempre sin bragas para mí. La hago bola. Mi mano aprieta a los lados de su boca para que la abra. Meto sus bragas dejándolas ahí.

La bajo sin darle mucho tiempo a reflexionar lo que sucede, solo lo hago. Tomo sus manos para apresarlas tras su espalda junto con la falda de su vestido. Mi mano libre me ayuda a ir en medio de sus piernas, dos de mis dedos se deslizan por su entrada, sobando su humedad por fuera, repasando sus líneas.

—¿Querías sometimiento? —gruño sobre su oreja cuando me agacho sobre ella—, lo tendrás, ángel.

Mis dedos siguen inundándose de ella y si no fuera porque tenemos unos minutos antes de que empiecen a notar que no llega al altar, daría más cuidado.

Con mi mano libre y una impresionante destreza, dejo caer mis pantalones y mi bóxer, ya estoy lista para ella, goteo de necesidad por ella. Con ayuda de mi mano coloco mi miembro en su entrada, llenándose de la humedad, ella se arquea casi de inmediato, abre más las piernas. Me ve desde el espejo, sus ojos brillan, su boca tiene todas sus bragas atrapadas, sé que algo me dice, pero en este momento no me importa.

No espero, solo sonrío y me deslizo dentro de ella dando una dura estocada, con fuerza. Ella cierra los ojos con fuerza. Se remueve como si intentara soltarse de mi agarre, pero su creciente humedad me avisa otra cosa. Embisto de vuelta y ella gime ahogadamente por sus bragas, embisto de nuevo, una y otra vez. Loco de deseo por ella. Empujo más y más enviciado por lo apretado de sus paredes, la humedad que no deja de llenarme. Aprieto más sus muñecas con más fuerza. Sé que le duele, que le dejará marca, pero últimamente es todo lo que deseo. Marcarla.

Y debería preguntarme si es porque una parte de mí sigue molesto con ella o solo porque adoro ver mis marcas en mi cuerpo.

No importa. Embisto de vuelta. Más y más fuerte. Quiero entregarle toda mi ira. Ella me recibe tan bien. Sus ojos no me dejan de ver a través del espejo, veo su deseo. Como la amo.

Golpes en la puerta nos avisan que el tiempo ha pasado demasiado rápido para mi mala suerte. Apresuro mi paso. Le sacó las bragas de la boca.

—Grita, deja que te oigan —ordeno.

Embisto más fuerte, rápido, con ira. Ella gime, se deshace, sus jugos me llenan, sus ojos violetas brillan intensamente.

No tardo en vaciarme en ella, en llenarla; después de hoy podré tenerla cuando deseé. Es una lástima que de verdad crea que la dejaré ir. Que me ganará.

Chantrea

Las damas han vuelto a intentar arreglar el desastre que Ezra dejó; sin embargo, es más evidente que me ha tomado, me ha deshecho, ha volcado su enojo y necesidad en mí. Todavía me duele, mis adentros duelen demasiado, siento como si me faltara él.

Camino por la alfombra roja con el ritmo de la marcha indicada para las bodas, tengo en mi mano la pulsera, la que hizo Dantia par a mi con el fin de mantenerlo alejado, pero ya no es necesario. Lucifer tiene mi mano en su guante, ambos sonreímos, aunque mi novio no se ve muy feliz y creo que es por lo que una de las damas le está informando.

—¿Todo está listo? —preguntó a Lucifer manteniendo mi sonrisa.

—Sigo creyendo que es la peor decisión que puedes tomar —dice con la misma sonrisa.

—Cargaré con las consecuencias —admito cuando estamos llegando.

—Solo estás cavando tu tumba, chiquilla estúpida. —gruñe por lo bajo cuando llegamos ante Asmodeo.

Louis me ve con una sonrisa cargada de furia, entera, toma mi mano sin mediar palabra, me voltea hacia Asmodeo. Él lleva un hábito negro como si asemejara ser un sacerdote.

—Diez por tu esfuerzo en el disfraz —le murmuro y él sonríe.

Se aclara la garganta.

—Hermanos y hermanas —comienza—, estamos aquí para celebrar la tragedia del amor —sonríe viéndome solo a mí. ¿Qué broma es esta?

Louis gruñe, pero es ignorado por Asmodeo.

—Una inmortal ha venido aquí a entregar su inmortalidad —me dice y escucho los ruidos de sorpresa, hasta de Louis mismo. Intento mantenerme serena, porque exactamente no sé qué sea esta mierda. Voltea su mirada hacia Louis—, un inmortal, ha venido a entregar ... —Sonríe y espera—, su vida —murmura.

Es el punto exacto en que las puertas por donde he entrado se abren abruptamente, con un estruendo tal que nos toma a todos por sorpresa. Veo como unos tipos se llevan a Louis, lo jalan mientras él lucha. Veo a Bastián correr hacia mí, ponerse frente a mí, me hago a un lado para ver.

Y ahí están, los ojos dorados que tanto me han acosado. Se me corta el aliento, pero no es por mí, es por ella, Alexandria. Paso la saliva de golpe. Viene al lado de la hermana de Ezra y Louis; Gremorian, y con una gran cantidad de hombres.

—Gracias por la invitación —habla él y mi cuerpo tiembla.

Tengo que controlar a Alexandria, no puedo actuar así. Suspiró con fuerza.

—¿Dónde está Ezra? —le pregunto a Bastián quien sigue haciendo de escudo humano.

—No eres bienvenido —gruñe Lucifer. Saliendo para encontrarlo.

Erebos se ríe. Saca una de las invitaciones. La muestra.

—Según esto, sí —sonríe y sé que ya me vio, que ya me encontró.

El nerviosismo me recorre, me siento apresada, me siento mal. No me gusta. Alexandria quiere correr y estoy sintiendo ese impulso.

—¿Dónde está Ezra? —preguntó de vuelta.

—Debería estar aquí —murmura y sé que está enojado.

¡Maldita sea!

Bastián no podrá interferir, él es un ejecutor, aun si lo llaman desertor, él no puede intervenir si la línea está escrita.

—Te encontré, abejita —dice y sé que es Alexandria quien reconoce esas palabras.

Me sale una exhalación, no me permito caer, aunque mis piernas son dos gelatinas. De verdad tengo que callar a Alexandria, controlarla. Yo no le tengo miedo.

Pero le tendrás.

Es algo que me susurra desde mis adentros. Pasó saliva.

Este no era el plan.

—Bastián —murmuro cuando veo acercarse a Erebos. Paso saliva. No hay vuelta atrás—, necesito que le digas a Ezra que estaré bien —le repito. Bastián voltea a verme. Niega con la cabeza.

—Tú le dirás. —gruñe.

—Sabes que no —me sale una risita seca, lastimera con el dolor alanceando mis entrañas—. Debes encargarte que no intervenga, tú y yo sabemos su destino y tu destino si lo intenta —murmuró armándome de valor para salir tras de él.

Él toma mi mano. Me detiene.

—Dile que lo amo —y de verdad me siento mal, me siento mal por no despedirme como se debería.

Debí confesarle lo que siento. Debí decirle te amo de frente.

Paso saliva, volteo a verlo con las lágrimas amenazando con salir.

—Tienes que decirle que de verdad este no era mi plan —murmuro.

—Enana —me detiene cuando doy un paso.

Volteo para verlo.

—No dejes que te toque —me pide. Y asiento.

—Vaya, te ves preciosa en esta presentación, asemejas demasiado a la original —dice Erebos cuando con un solo movimiento de su mano proyecta a Lucifer hacia una esquina—. Buen intento en esconderla, pero es mía y lo has olvidado tremendamente.

¿Suya?

Las arcadas llegan a mi cuerpo. Mi boca quiere hablar, pero es Alexandria quien me lo impide.

No puedo dejar que sepa de Ezra, no puedo permitirme mostrar debilidad.

Él se acerca, intenta tocar mi mano cuando llega hasta mí.

—No pongas tus asquerosas manos sobre mí. —gruño y él se ríe.

—Salvaje —dice—, me han dicho que lo eres, pero puedo domar a todo tipo de bestias.

Paso saliva y agradezco que Ezra no esté aquí. Solo espero que esté bien.

—Llévame ya, no hay necesidad de lastimar a nadie —indico. Y él asiente.

Ezra

¡Maldita sea! Demasiados ángeles, demasiados, más de los que puedo manejar, no sé quién los envió, pero tan pronto acabo con uno otro aparece. No me importa a cuantos tenga que matar, tengo que llegar a ella. Porque está esperando por mí. 

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