Capítulo 44
Alexandria
Pasado
¿El amor? ¿Qué es el amor?
Mientras él se desliza dentro de mí, mientras siento cómo me embiste con fuerza con necesidad, mientras me pierdo en la nada de sus ojos negros. Mis manos anudan su cuello, pero él no se fija en eso, él solo está concentrado en la única cosa para lo que le sirvo. Sigue embistiendo, una y otra vez, perdido en el poder que le doy.
—Te amo —dice cuando apresura el ritmo.
Pero lo de él no es amor. Amor no son cadenas. Amor no es asfixiar hasta matar.
—Te amo —respondo, aunque no es mi sentir, pero no deseo un golpe más en mi cuerpo.
Me he cansado de lucir tantos moretones sobre mi piel.
Termina dentro de mí, sin preguntarme, ya hace mucho que ni siquiera me pide permiso, solo lo hace... hace ya bastante tiempo que me ha dejado como el maldito cascarón vacío que no soy.
Todo empezó cuando me proclamo como suya, cuando no dejo que nadie me tocara, que nadie siquiera se me acercará. Continuo poco a poco, hasta convertirme en lo que soy: Nada. Una mujer sumisa, escurridiza, miedosa, dispuesta.
Pase de ser una mujer libre que decide con quien se acuesta, siendo todo, poder, sexo, pasión a ser nada más que un maldito envase de semen a cambio de poder.
El poder, ese es el peor de los vicios. Te hace creer capaz de todo, te vuelves un ser sin sentido anhelando más, es una droga poderosa de la que no se puede tener suficiente.
Pero el amor es poder, yo me enamoré de él y perdí todo mi poder, todo el poder que le estoy entregando.
¿Si él se enamora, podrá perder? ¿Es capaz siquiera de amar?
Sale de mí sin cuidado.
—Báñate —ordena y lo hago.
¿Cuántos meses de embarazo tengo?
Me pongo de pie, lista para bañarme, escucho cuando cierra la puerta, cuando abandona este sitio y me deja sola.
Dejo que el agua corra por mi cuerpo, dejo que me limpie. Hace tiempo que he dejado de tener fuerzas, que ni siquiera este bebé me mantiene con vida.
Cuando salgo de la ducha. Encuentro a Lucifer sentado en mi cama.
—Alex —murmura y sé que está viendo los moretones que adornan mis brazos.
—Luci —sonrió o lo intento. Si alguien se entera de que ha venido, me dará una golpiza.
—Puedo ayudarte, ¡déjame ayudarte! —ruega.
¿Cuántas veces lo ha intentado?
—Nadie puede ayudarme —digo la verdad. Soy la obsesión de Erebos, si me voy, me buscará, te matará y si te mata, sería lo último que aguantaría, Luci —siento que las piernas me tiemblan, que las lágrimas comienzan a salir por mis mejillas.
Lo veo golpear con fuerza la cama con sus manos hechas puño. Debí elegirlo. Debí enamorarme de él tanto como él está enamorado de mí.
—Pero puedes cuidar a mi hija por mí, cuando llegue la hora, irá a tus manos, cuídala, por favor. —Él niega con la cabeza.
Me acerco a él con todo el temor de que Erebos entre en cualquier instante y deshaga todo esto, lo mate a él frente a mis ojos para que cargue con una muerte más.
Mis manos tocan sus mejillas cuando él se pone de pie. Sé que sigo llorando. Sé que estoy condenada.
—Tienes que irte de aquí, Luci, tienes que hacerlo porque él te va a matar y cuando te vayas, te enviaré a mi hija —murmuro entre sollozos.
—Vámonos juntos —pide con desesperación.
Niego con la cabeza con mi rostro envuelto en lágrimas.
—No puedo, eso fue un bonito sueño, pero los sueños solo eso son —sollozo—. Ahora vete, Luci, vete antes de que se entere que has entrado. —besó sus labios con mi cuerpo entero temblando—. Debí amarte —murmuró sobre sus labios—, vete ya.
Y hace lo que le pido, se va cuando caigo en el piso, cuando las lágrimas no paran, cuando veo de frente mi final, mi destino. Y el suyo.
Maldigo la hora en que se me otorgo el don de adivinación.
Erebos entra a la habitación, porque ya sabe que él estuvo aquí, porque tiene informantes en todas partes.
Ha matado al guardián de guardianes, al Dios supremo. Con mi ayuda. Y este es mi maldito castigo.
—¡¿Dónde está?! —entra preguntando con la mirada alterada. Busca en todos lados, pero en este sitio hay poca privacidad de estar aquí, ya lo hubiera encontrado— ¡Eres una maldita puta! —grita cuando llega hasta mí.
Me toma del brazo para ponerme en pie y lo hace. Ya no tengo nada. Ya soy nada.
—No eres nada de lo que era Alexandria —y tiene razón. Pero él sonríe cuando lo dice porque ese era su objetivo.
Chantrea
Actualidad
Lucifer tiene este cuarto bastante escondido, a su modo, tiene un cuarto similar al de su hermano, Erebos. Con la única diferencia que aquí no hay cuerpos, aquí solo hay objetos, nombres, fotografías, vestidos.
Dos hombres obsesionados con una mujer. La que robo su corazón. La que dio poder.
Siento cierta nostalgia, pero no es mía, es de ella. Este lugar es un cementerio. A mi no me da nostalgia, a mi genuinamente me provoca escalofrío.
—¿Qué haces aquí? —pregunta desde la puerta.
No tardo mucho en llegar, sabía que tenia magia, que este lugar estaba más que cuidado.
No lo veo, le sigo dando la espalda mientras toco cada uno de los muchos recuerdos que ahí aquí.
¿Cuál de estos perteneció a Victoria?
—Observaba —respondo sin ganas.
—No es la respuesta que espero —gruñe.
—Es la respuesta que obtendrás —contesto con mi mismo tono monótono—, vaya cementerio tienes aquí.
No dice nada y aunque no lo veo, casi puedo jurar que su cuerpo se pone rígido.
—Es difícil amar a quien no te ama —murmuro, pero sé que lo escucha a la perfección.
—¿Qué haces aquí? —repite con un tono más agresivo.
—Quiero hacer un trato —me armo de valor para voltear a verlo.
Ahí está, con su perfecto cabello rubio y sus ojos azules, mismos que heredo a su hijo. No sonríe. Esta serio y casi puedo sentir su furia.
Pero yo ya vi lo que paso aquí, sé las palabras que debo elegir y las que no. Porque, bueno, después de todo, con Alexandria de vuelta, un nuevo don acaba de volver a mí. De vuelta, espero no ser obvia.
—¿Trato? —camina con lentitud hasta donde estoy.
Si espera que le tenga miedo. Se equivoca. No soy Alexandria.
—Necesito que detengas la validez de la boda y cualquier cosa que Ezra tenga planeado —no es una orden, pero suena a una.
Él se ríe.
—¿Por qué debería escucharte? —niega con la cabeza—. ¿Quieres que lo haga para que termines en sus garras? —sus manos se apresuran a mi barbilla, la aprieta. Me voltea para que lo vea.
Desinterés es lo que tendrá de mí.
—Sí —contesto con sequedad.
Él se burla.
—Tienes su alma, ni en mil años te dejaré ir con él —aprieta más mi barbilla y veo sus ojos inyectados en sangre.
Sonrío.
—¿Qué crees que piense Louis cuando se entere que tu plan no es para salvarme, que tu plan más bien busca matarme, para dejar el alma de Alexandria en mi cuerpo? —su mirada cambia.
Palidece, suelta mi barbilla. Suelto un sonoro suspiro.
—Sabes, Lucifer —continúo caminando por el cementerio de recuerdos—, todos han hecho muy mal en subestimarme —vuelvo a suspirar—, todos menos Ezra, debo aclarar, es por eso por lo que requiero que lo detengas.
—¡No pienso dejar que ella termine en sus garras de vuelta! —gruñe.
—Lo harás, Lucifer —sonrío—, porque sé tu pequeño y sucio secreto, ese que vale más que todo lo que sientes por Alexandria. En este momento, Max esta ahí, esperando mi orden, así que sí, sí lo harás.
—¡Vete al infierno!
Volteo a ver el lugar y una sonrisa me sale con naturalidad.
—Oh, Lucifer, ¿no has notado que yo soy el infierno? —le regalo un guiño de ojo—, ahora, discutamos mi plan.
Gremorian
—Los ejércitos están listos —informa uno de los comandantes.
Asiento cuando me deshago de la decima carta de Ezra.
—Es hora —informo. Ordeno.
—Tal parece que tenemos que ir a una boda —es la voz de Erebos la que me pone los pelos de punta.
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