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Capítulo 43

Ezra

Todos, incluyendo a Lucifer mismo y mi hermana, abandonan la sala del trono, casi corro cuando la puerta se cierra tras de ellos. Sus ojos violetas destellan y sé que está lista para que la tome, pero tampoco se mueve. Sus piernas siguen cruzadas, su mejilla sigue sobre el dorso de su mano de manera despreocupada. Aunque sus ojos brillan para mí y por mí, ella no sonríe, solo me ve con ese aburrimiento palpado en las líneas de su rostro.

—Hola —me dice con sumo descaro cuando llego hasta donde está.

—Hola —respondo con una sonrisa de lado. Mis manos se van a los reposabrazos del trono, pero no se inmuta.

Una persona normal hubiera recorrido su cuerpo hacia atrás, pero es que mi ángel no es una persona normal.

—¿Qué haces? —pregunta con cierta sorna en el tono de voz.

Alguien quiere jugar. Quiere jugar a pesar de que no tenemos tiempo para hacerlo.

—¿Qué quieres que haga? —murmuro cerca de sus labios sin cortar esa conexión con esos malditos ojos suyos que me dirigen a un abismo lleno de perdición.

Navegar en el violeta de sus ojos, entre sus gemidos, sintiéndola tan apretada por dentro, es todo lo que deseo. Que conveniente que use un vestido tan ligero y de fácil acceso.

Su sonrisa se ensancha y sé que está a punto de sacarme de mis casillas. De volverme su marioneta, su esclavo, de llevarme a la locura en picada, con gusto voy ahí.

—No deberías —ronronea. Su aliento choca con mis labios y creo que soy yo al que le cuesta más trabajo contenerse.

—¿No debería? —muero por probar sus labios, pero no lo hago, no aún, la espera es mejor—, ¿qué no debería?

Ella sonríe tan juguetona y por primera vez rompe el contacto de nuestros ojos, me siento perdido sin ese cálido toque, sin ese color al que me hice tan adicto.

Jala de mi corbata para acercarme, siento sus labios a penas, rozar mi mejilla, llega hasta mi oído.

—Tocar a una mujer que está a punto de ir a buscar un vestido para su boda —me jode. Rudo será.

—No debo, entonces —pregunto y no. Siguiendo su juego, mis manos se van a sus rodillas que están cruzadas—, ¿no debo hacer esto? —pregunto mientras separo sus piernas. Mis manos se posan en sus muslos, en la parte interna, aprieto—, tal vez tampoco deba hacerte esto —digo cuando me hinco en medio de sus piernas.

Cuando la acomodo para mí. Jaló de sus muslos para dejar mi rostro cerca de ese delicioso paraíso que tiene entre sus piernas. Bragas de encaje rojo. Esta mujer me quiere matar. Hundo mi cara en su centro, carajo, huele exquisito. Ella gime cuando mi nariz se hunde en ella, tomando todo.

—Tampoco deberías hacer eso —sigue el juego entre risitas cargadas de pasión.

Separo mi rostro, hago círculos suaves en su centro, comienzo con lentitud, sus bragas ya están húmedas, está tan lista para mí como yo lo estoy ya. Mi dureza duele contra mis pantalones, pero quiero probarla, sentirla. Me he vuelto adicto a estar de rodillas ante ella. Juego con la insulsa tela de sus bragas hasta que de una buena vez las hago a un lado. Introduzco con suavidad un dedo mientras mi pulgar juega con su clítoris. Ella echa la cabeza hacia atrás mientras sus manos aprietan el cuero del reposabrazos.

—Tampoco debería hacer esto —murmuro con la voz ronca, afectada por la necesidad de todo lo que deseo.

Introduzco un dedo más cuando ella comienza a mover sus caderas, coloco sus piernas sobre mis hombros. Muerdo la suavidad de su muslo, quiero dejarle tantas marcas como deseé. Ella gime y esa es mi música, la que más adoro escuchar.

—Creo que me estoy portando muy mal —murmuro ante su movimiento. Mis dedos acarician sus húmedas paredes mientras reparto mordidas y besos. Es una diosa.

Abre su boca cuando muerdo tan cerca de sus labios. Siento sus líquidos aumentar. Su ritmo se enloquece. Sus paredes aprietan. No, aún no. Mi boca comienza a lamer su clítoris, mi lengua lo repasa con cuidado. Mi pequeño ángel gime más, se mueve con más fuerza. Está temblando. Siento como se moja más. Me tiene y la tengo.

Bajo mi lengua para unirme a mis dedos que ya están llenos de ella, repaso su sabor, me hago con sus jugos cuando explota. Pero no se deja de mover, claro que no. Ella me necesita.

Termino de saborearla, de probar el fruto de mi esfuerzo, de su deseo.

—Me quiero portar más mal —dice cuando mis dedos abandonan su centro. Cuando los saboreo en mi boca.

Sonrío para ella.

—¿Cómo planeas hacerlo?

—Siéntese, mi rey —sonríe para mí—, le mostraré.

No me pienso negar a esa oferta, me pongo de pie al tiempo que la ayudo a ponerse de pie. Hago lo que dice, cambiando de posiciones. La veo, la admiro, todo su maldito cuerpo. Ella se coloca a horcajadas sobre mí, no se sienta, al contrario, desabrocha el cinto, me lo quita por completo.

—Te he dicho lo mucho que me encanta que me domines —dice con esa mirada cargada de pasión, mientras juega con el cinto entre sus manos. Tomaré nota.

Deja caer el cinto cuando no obtiene la respuesta que quiere. Sus manos se van al botón de mi pantalón, su otra mano recorre mi dureza que ya espera por ella. Gruñó solo de sentir su suave toque encima de la ropa.

Ella quita el botón, baja el cierre, baja el bóxer con mi ayuda, dejando en libertad a mi creciente necesidad de ella. Veo cómo sus ojos brillan cuando lo ve. Vuelve a ponerse de pie para sacarse las bragas con una lentitud y sensualidad que siento que quiere acabar con mi vida. Cuando por fin se las ha sacado de encima, las toma en sus manos y me las tiende.

—Un recuerdo —sonríe. Las tomo con el placer consumiéndome. Es una maldita diosa.

Vuelve a subirse a horcajadas sobre mí, toma mi miembro con una de sus manos mientras la otra se apoya en mi hombro. Coloca mi miembro en su entrada, siento su humedad, ya estando dentro mis manos se van a sus suaves caderas, la suave tela de su vestido se amolda a su cuerpo, baja con una lentitud mientras su boca se abre.

—Vamos, ángel —invito cuando me saco la corbata.

Su ritmo sube, me siento tan bien dentro de ella, aprieta cuando sube, cuando me va dejando y baja con delicia. Es una diosa. Ya siento el poder que me está entregando.

Llevo la corbata a su cuello, hago un nudo simple mientras ella se desliza en mi miembro, me llena de su humedad, sus gemidos me tienen. Aprieto la corbata en medio de su gemido y ella sonríe, acerco su rostro al mío jalando de la corbata. Beso sus labios, me deshago en ellos. Ella expira con cuidado el aire que le queda. Quiero que le quede la marca de mi corbata, que mi hermano la vea, que sepa que ella es malditamente mía en todos los sentidos.

Ella apresura el ritmo. Sus manos están en mis hombros mientras sube y baja, su aliento se sale de control. Está quedándose sin nada. Maldita sea, está apretando y mojándome, tanto que estoy seguro de que mis pantalones ya se llenaron de ella en su totalidad.

Mientras más se queda sin aliento, sigue dándolo todo. Como amo que me tome, que se adueñe, que marque el ritmo, que se deshaga entera en mí. Aprieto más la corbata y ella suelta un alarido, está demasiado húmeda, escucho el ruido de sus jugos cuando choca con mi base. Se siente tan deliciosa. Libero el nudo de la corbata cuando ella arrecia el ritmo, cuando veo su cara a punto de llegar a ese lugar. Yo mismo estoy conteniéndome. Coloca su boca en mi cuello, muerde con intensidad, me está marcando. Sus manos envuelven mi cuello, jala de mi cabello.

—Mi rey —murmura entre gemidos.

La veo temblar, siento sus paredes, apretarse con fuerza, sube y baja hasta que su humedad me llena, hasta que su ritmo comienza a ralentizarse.

—Eres mía, ángel, mi reina —digo cuando mis manos van a sus caderas cuando la obligo a elevar el ritmo, sé que está destrozada, pero ocupo más.

Deshago las estúpidas agujetas del insulso corsé de su vestido para dejarla su cuerpo en libertad, mis manos van a su delicado trasero, lo aprieto, marco mis manos con fuerzas y ya no se me hace tan descabellado que lleve un tatuaje en sus nalgas, en sus pechos, un tatuaje de mis manos. Mis manos suben por debajo de su vestido hasta su cintura. Adoro cómo una de mis manos puede alcanzar su cintura sola; es tan perfecta. Mis manos la aprietan en todos lados, quiero que haya marcas de quien estuvo, arrecio el ritmo, enloquecido por su cuerpo, por todas las marcas que le estoy dejando, mi boca corre a sus pezones turgentes, muerdo sin suavidad cada uno, sus gritos de placer son mi música favorita, estoy perdido en ella. Mi maldita reina, mi diosa, mi ángel, mi todo.

—Mi demonio favorito —gime deshaciéndose en mí de nueva cuenta.

—Tu único demonio —gruño cuando me libero de la tensión, cuando la lleno y ahora sé que somos un desastre de fluidos.

—Mi único demonio —concede cuando sus labios me besan, cuando juega con mi lengua.

Louis

Chantrea lleva el vestido marfil de corte sirena, con ese corte recto que cubre apenas su pecho, de donde mismo se sujetan las mangas transparentes y brillosas del vestido, en la parte de atrás se desprenden dos finas telas transparentes que se unen formando una ligera cola, tiene un suave corsé y la línea suave del vestido magnifica cada curva de su cuerpo. Es preciosa y sería más preciosa si su cuello no trajera una marca, si no se le escapara una marca roja en su pecho.

—Es hora de que te comportes como la esposa que se supone debes ser —gruño.

Ella sonríe desde el espejo donde se ve el vestido.

—Esto es un mero trámite para salvaguardar mi vida, no es algo real —aclara cuando voltea a verme.

—Entonces cancelemos la boda —la rabia me invade.

Ella se hunde de hombros con una sonrisa.

—Adelante.

Chantrea

Dantia camina delante de mí, está rezando o eso es lo que parece, comienza a girar en torno a mi cuerpo, escucho su voz, pero no sé lo que está diciendo.

—¿Estás segura? —pregunta.

—Estoy segura —aunque de verdad no. 

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