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Capítulo 39

Chantrea

El corazón me da un vuelco, ¿por qué? ¿Por qué carajos él tiene que cambiarme de esta forma?

No me quiero sentir así, no me quiero sentir enamorada, no pienso sentirme vulnerable, es algo que no está en negociación. No quiero volver a pasar lo mismo que pasé.

Pero Ezra no es Louis y lo sé.

Creo que ese es mi mayor terror. Que sé que ya confió ciegamente en él y que sé que no es un error.

Esto, esto que estoy sintiendo, es el miedo de aceptar que estoy jodidamente enamorada de Ezra, que quiero todo con él, porque él acepta todos mis términos y aceptará los términos que vengan. Lo sé. Ezra es un hombre que puede manejarlo. Puede que pueda manejarme, que puede someterme, que me deja someterlo, aun cuando es el maldito rey del inframundo.

Exhaló con fuerza.

—Estoy enamorada de ti, Ezra —confieso con el corazón, latiéndome, con las náuseas en mi estómago y mi cuerpo temblando terriblemente.

Veo sus ojos abrirse tanto como pueden, lo veo clavarse en mi mirada. Y creo que por primera vez desde que lo conozco, Ezra no sabe qué decir o hacer. Lo he tomado por sorpresa.

Tomo una bocanada de aire necesaria. Abre la boca con esa emoción que aún no sé distinguir que es. Muevo mi dedo a su boca para callarlo antes de que diga algo, no quiero que arruine lo que estoy dispuesta a decir y que por alguna estúpida razón me está costando más que aceptar que estoy enamorada de él.

Suspiro con fuerza cuando él parece impacientarse; sus ojos me siguen. Nota mis intentos por hablar que mueren en el instante en que siquiera quiere salir una palabra.

—Me tienes —me sale en un hilo de voz.

Ezra no espera, quita mi mano de sus labios, corre a mis labios con toda la necesidad que sé que ambos sentimos.

Ezra

—Me tienes —dice apenas audible.

Dice después de haber dicho que estaba enamorada de mí. Esta mujer, esta mujer ya me tiene en cuerpo y alma y de verdad son unos idiotas. Si creen que me la van a arrebatar, nunca, nunca lo permitiría.

—¿Sabes lo que acabas de hacer, ángel? —pregunto, la alzó tomándola de la curva de su trasero. Ella enrosca de inmediato sus piernas en mi cintura, sus manos se unen como cadenas a mi cuello, como si nuestros cuerpos estuvieran hechos el uno para el otro.

—¿Qué acabo de hacer, Ezra? —su voz suena tan seductora, tan controlada, esa voz que amo. Sonríe con esa malicia y lujuria que adoro.

¡Dios, amo sacar todos los demonios de esta mujer!

—Acabas de sellar un trato muy peligroso con este demonio —sonrío y ella se pega a mis labios como un imán.

Me siento en la cama con ella a horcajadas sobre mí, ella no tarda en comenzar a mecerse sobre mi miembro que en definitiva siempre está dispuesto para ella. Sus manos corren a mis mejillas, sus besos se vuelven intensos. Mis manos aprietan con todo gusto su trasero, tan delicioso, maldita sea, soy adicto a todo lo que ella es.

—¿Y cuál es ese trato? —pregunta separándose de mis labios apenas unos centímetros para buscar oxígeno, espero a que lo tome, porque de verdad, no pienso darle tregua, va a ser mía enteramente, en todos los malditos aspectos.

—Tienes a este jodido demonio para toda tu vida y créeme que soy una plaga de esas difíciles de eliminar, de mí no te vas a deshacer, porque ni siquiera en la muerte te dejaré en paz, ¿entiendes lo mucho que me tienes? — Sus ojos brillan con intensidad. Y sé que siente lo mismo—, todos los malditos días voy a hacer que te sientas segura, me vas a elegir cada maldito día de tu vida.

La alzó de vuelta, dejo que caiga sobre la cama, no le doy tiempo a que reaccione. Rasgo la falda de su vestido, dejo que la tela caiga al piso, me hinco, abro sus piernas, beso su núcleo que ya está mojado, excitado, gime. Elimino las bragas de un tirón. Mi lengua se inmiscuye en sus pliegues, en su sabor tan especial. Tomo su clítoris, lo lengüeteo y ella arquea su espalda. Su mano va a mi cabello mientras se hunde en el placer. Quiero ser el dueño de cada uno de sus gemidos.

—Y este jodido demonio de ahora en adelante es dueño de tus gemidos —succiono su clítoris—, de tu excitación, —muerdo y ella grita—, de tu placer, de tus gritos, —jalo de su parte sensible viéndola deshacerse, sintiendo su agarre en mi cabello, solo ella me puede tener así, solo ella me va a someter y tocar de ese modo—, de todo, todo. —me saco los pantalones y el bóxer, me quito la maldita ropa que ya me urgía quitarme. No la preparo, solo me meto en ella tanto como puedo, no la dejo acoplarse, la embisto con fuerzas—, y yo soy tuyo enteramente, en alma —embisto—, en cuerpo, —embisto—, tienes a este jodido demonio para toda la vida, a tus pies —embisto—, encima de ti —embisto—, debajo de ti. —embisto—, ¿ya entendiste, ángel?

La siento apretarse, siento sus jugos, llenarme, la tengo. Me tiene.

—Ezra —gime.

¿Por qué es tan perfecta?

La volteó con una facilidad, sus piernas tiemblan cuando queda de vuelta a horcajadas, se acomoda, llevándome hasta su fondo. Ladea su cabeza y su cabello rizado se mueve dejando su hombro desnudo. Quiero su cuerpo completo.

Mis manos se van al corsé, lo tomo de las orillas, lo jalo para desgarrarlo. Y me sorprende la facilidad con la que cede. Lo dejo caer para admirar el cuerpo desnudo de la que ahora es a toda ley; mi mujer.

Mis manos aprietan sus suaves pechos, ella gime, pero no deja su constante meneo, sube y baja con una facilidad, como la diosa que es. Sus gemidos se hacen intensos. Sus manos se apoyan en mis hombros y apresura el paso. Le doy una cachetada en la curva de su trasero, me ve con esos ojos llenos de vicio, llenos de deseo. Siento el poder, siento cómo me concede el potencial de subir. Me vuelvo loco, mis labios muerden, sus puntas rozadas y turgentes, sus paredes aprietan mi miembro con fuerza. Una nueva mezcla de jugos me moja, sus piernas tiemblan, está estallando sin dejar de moverse.

Mis dedos van a su clítoris, juegan con el, gime, mi mano libre se va a su boca, no necesito que grite tanto, aún no insonorizo el cuarto. Es algo que debo hacer.

Ella se destroza, llega al clímax, su cuerpo tiembla, se vuelve lívida entre mis manos, pero yo aún no llego, la voy a llenar toda.

Mis manos se posan en sus caderas, la subo y bajo con fuerza cuando ella está destrozada. Esta es mi posición favorita, donde la veo fuerte, donde me manipula y se deja manipular.

Siento ese calor, me llena y la lleno, nuestros fluidos caen en mi miembro, mezclándose.

Ella acomoda su cabeza en el hueco de mi hombro y cuello, aún sigo dentro de ella.

—¿Ahora ya soy tu esposo? —pregunto sin aliento.

Veo su sonrisa por el rabillo de mi ojo, está exhausta, pero aun así sus paredes me aprietan.

—Necesitas más que esto para lograrlo. —comienza a menearse sobre mí.

No tardo en endurecerme.

—¿Sabes que te adoro, verdad, ángel? —beso su mejilla cuando comienza a levantarse de mi hombro.

Louis

El idiota dijo que solo vendría a hablar con Chantrea, que solo le haría entender por qué era necesario que se casara conmigo. Le iba a contar todo el plan y, en cambio, están teniendo sexo. Maldita sea, la escucho gemir su nombre, la escucho gritar. Y parece que no van a parar.

Bastián está al lado de mí en el sofá, está acostado, fingiendo dormir, pero sé que está escuchando lo mismo que yo escucho.

—Maravillosos sonidos, los de esta noche, ¿no? —se ríe.

Mi pie comienza a moverse con locura y desesperación es que acaso de verdad no entienden el peligro que representa toda esta maldita situación. Suelto un suspiro lento.

—¿Te debe de joder que te la haya quitado? —comienza Bastián.

—Ella volverá a ser mía —le digo con sequedad. Esto solo es un maldito préstamo.

—Aun si él te la cede —deja su postura de dormido para echarse hacia adelante, sus codos reposan en sus piernas, me ve directo—, ella ya no es tuya.

Sonrío sin ganas. ¡Que lo jodan! ¿Quién le da derecho?

—Es mía y siempre lo será.

Él se ríe.

—Ella ya no te elige —su voz se torna fría.

—Está embriagada por el sexo —repito, aunque sé que me miento a mí. Sé ahora, gracias a las ninfas del destino, gracias a lo que pasó, que ella lo ama.

—Dicen que, si te repites mucho una mentira, te la puedes llegar a creer —guiña el ojo—, al fin de cuenta, cada uno lidia con su duelo como puede.

—¿Te crees muy gracioso? —gruño.

Un gemido retumba en la sala. Él se ríe.

—No necesito creerme gracioso porque no lo soy, te estoy hablando con la verdad, Louis, considéralo un favor, te estoy otorgando la verdad, solo eso. —confiesa con toda naturalidad y calidez.

Otro gemido más y mi cabeza está enloqueciendo.

Gremorian

Los ojos dorados del hermano de mi padre me observan, me observan el cuerpo completo y por primera vez siento que mi armadura no me protege. Su piel dorada resplandece ante el brillo del jardín donde estamos. Su cincelada y dura mirada es opuesta a la de mi padre. Su cabello marrón está bien peinado.

Aquí está el rey de reyes. 

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