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Capítulo 35

Chantrea

—No. —me salió del fondo del corazón. Con toda el alma.

Hice al lado todo el terror, todo el miedo que me embargó con esa simple pregunta..., pero el miedo creció cuando una parte de mí quiso gritar que sí.

Solo me sonrío, acarició mi mejilla y sonrío. No se molestó, no pidió, no rogó, solo espero, solo me beso con suavidad.

Ezra

Le di la oportunidad de hacerlo por las buenas, le di la oportunidad de que ella estuviera consiente de lo que pasaría. Pero bueno, ya esperaba esta negativa, ya sabía lo que tenía que hacer.

Deje que se durmiera en mis brazos, que descansará profundamente. Me encantaba verla dormir, es todo lo que estaba bien en este maldito mundo. Así es como se debería ver un ángel de verdad, así es como debería ver un mar en calma. Su boca está un poco entreabierta con ese suave silbidito, sus rizos enmarcan su precioso rostro. Soy un adicto a ella. No concibo otro maldito día sin ella y no pienso dejar que abandone esta casa que ahora es suya. Ella seguirá aquí, aun cuando no esté de acuerdo. Aún sí, tengo que encadenarla o jugarle una pequeña trampa.

Con cuidado muevo su cabeza de mi brazo, lo remplazo por algunas almohadas, ella a penas se mueve. Sé que está cansada y que no ha comido, pero en unas horas solucionaré eso. Es hora de tomar el toro por los cuernos. Louis no volverá a tenerla.

La dejo con cuidado entre un mar de almohadas que acomodo estratégicamente, cobijo su cuerpo desnudo. Me invaden las ganas de quedarme ahí a su lado, aunque sé que no es lo correcto.

Ya habrá más tiempo para seguir durmiendo a su lado.

Salgo de la habitación con todo el cuidado de no hacer ruido. No quiero que piense que me he ido porque no la quiero o que peor, que crea que, con su declaración, con su "me tienes", es suficiente para que la deseche.

Yo sé que mi ángel es fuerte y que esta mierda no la hará caerse, pero sé lo pesada que es la cabeza cuando alguien te ha lastimado y traicionado. Sé lo que cuesta confiar, lo que cuesta apostar por los demás. Pero ella lo está haciendo por mi tanto como yo apuesto por ella. Y su elección no la tiraré a la basura, la atesoraré con mi corazón de ser necesario.

Louis

—¿Dónde está Chantrea, la han traído acá? —le pregunto a Limboa, teniendo cuidado de verla, de verdad no tengo ganas de ver a mi peor temor de frente.

—Se la ha llevado el rey —suelta con esa voz que no es de Limboa, es la que pertenece a mi maldita pesadilla.

A mi propio castigo... porque mi mayor miedo es Chantrea.

—Eso va contra las reglas —replico.

Limboa suelta un resoplido.

—Ir contra la voluntad del rey, va contra las reglas —gruñe sin ganas. Veo sus piernas darse la vuelta para alejarse.

Creo que no puedo contener más la verdad, no puedo negar que esto está poniendo a Chantrea en un ridículo peligro, uno del que, verdad, ni siquiera Ezra con todo su maldito poder, podrá ayudarla. Si él viene por ella... no habrá poder humano ni diabólico que nos ayude a traerla de vuelta.

Tengo que hablarlo con ella, tengo que advertirle.

Ezra

—No —dice Dantia antes de que siquiera habrá mi boca.

Sigue poniendo polvos y esos líquidos babosos en su mortero, no deja de golpearlos y moverlos para darme lo que ocupo, bueno, más bien lo que ocupa Amelia, ya que la última dosis la ha consumido hace dos días y eso nos pone en bastante peligro.

—Ni siquiera he formulado mi pregunta —jugueteo con el resto de polvito que se ha caído sobre la mesa ceremonial.

—Y tú has olvidado que leo, mentes e intenciones —gruñe, pero no para de hacer la mezcla.

Un suspiro lleno de sonido sale de mis labios, veo sus manos mover la roca del mortero, convirtiendo la mezcla verdosa en una negruzca de buen olor. No por nada, Dantia es la mejor bruja del mundo entero. Vendió su vista al Dios de la sabiduría y medicina, aunque supongo que antes ya había sido bendecida con la sabiduría, pues, antes de que Dantia hiciera el trato había desarrollado todos sus sentidos, siempre llevaba una venda en los ojos que le ayudaba a desarrollar su oído, su tacto, su olfato... las intenciones de la gente a través de la voz, hasta que logro inmiscuirse en la mente de todos. Dantia es poderosa, temible, pero a ella no le interesa el poder. Realmente es feliz con lo que hace, para ella es como si lo tuviera todo.

—Es la única manera y tú eres la única que sería capaz de hacerlo —suspiro con fuerza—, es la única forma de que este conmigo y que esa estupidez de las almas se acabe de una buena vez.

Dantia pasa el contenido del mortero a un frasco de vidrio mediano, el contenido negro reluce con brillitos morados y verdes. Esta es la medicina para Amelia. Veo como Dantia pone un pequeño corcho al frasco y lo resbala por la pequeña mesa ceremonial.

—Ella no está de acuerdo, eso va en contra de mis reglas —aclara.

—Lo sabrá, al final de la ceremonia, pero lo sabrá —convengo.

—Pero no es su elección y sabes que aquí se respeta el libre albedrío de las personas —gruñe con justa razón. Sé que no le agrada la idea, pero es el único modo.

—Y sabes que ese es el único modo para que obtenga su libertad sin que ninguno de los dos muera —replico.

—¿Libertad? —resopla—, libertad no es que pasé de Louis a ti, son cadenas al fin de cuentas.

—Si ella me pide su libertad después de eso, sé la daré, te lo juro aquí. —pongo la palma de mi mano en la mesa ceremonia, la volteo para dejar la palma viendo al techo, saco una pequeña daga para hacer un corte—, tal vez no te hayas dado cuenta, pero te lo demostraré, por ella soy capaz de todo, no me quiere, perfecto, no dejaré que me vea, pero no me alejaré, quiere divorciarse de mí, una estúpida corona, lo que sea, lo tendrá.

Volteo la palma de mi mano llena de sangre para llenar la sangre ceremonial.

—Lo he jurado con sangre. —aclaro.

Dantia suelta un suspiro lento.

—Tráela al anochecer —pide—, ahora ve a llevarle el medicamento a Amelia antes de que las cosas se salgan de control.

—Gracias, Dantia, aquí estaremos. —aseguro.

—Ezra —agrega Dantia antes de que me vaya—, ¿estás seguro en que esa es tu elección?

Sonrió con todo y dientes.

—Lo es, Dantia. —aseguro.

Dantia suspira con fuerza. Sé que sabe algo, sé que todos saben algo de Chantrea, algo que yo mismo ignoro, pero de eso me encargaré después.

Chantrea

Unas risitas son lo primero que escucho, lo que entra en mis oídos y lo que me hace despertar. Abro los ojos con cuidado, lo primero que vea es a Ezra sentado en la cama, a mi lado, con un libro en las manos y trae lentes. ¿Por qué se ve tan jodidamente bien, así? Quiero verlo siempre con lentes, quiero que me haga suya con lentes, quiero verlo siempre así. Es más, si lo veo así, creo que podría decirle a todo que sí.

Lo segundo que veo es a su hermana, que está sentada en una orilla de la cama, con esa sonrisa preciosa, su cabello hecho en una corona de trenzas y un pequeño cup cake de chocolate con una velita rosa prendida.

¿Qué día es hoy?

Es, es, carajo, ayer fue, 27, 28, ¿29 de noviembre? Lo que quiere decir que es 30 de noviembre... es mi cumpleaños. Una risita me invade agradablemente con cierto cosquilleo y nerviosismo.

Ezra baja el libro, lo deja en la mesita de noche, sus labios se pegan a mi mejilla y estoy demasiado excitada por verlo así.

—Feliz cumpleaños, ángel —dice con esa voz ronca que me jode dentro de mí.

—¡Feliz cumple, Trea! —La pequeña salta en medio de los dos para poner el cup cake a mi altura—, pide un deseo —me dice.

Mis ojos se deslizan hacia Ezra. Mi deseo, creo que ya no tengo más que desear. Suena muy romántico viniendo de mí, muy idiota si reviso mi pasado, pero aquí, en este sitio, soy feliz. Sonrío porque es la primera vez que alguien hace este tipo de cosas por mí.

—Pide un deseo, ángel —se siente irreal.

Sopló porque no quiero que la vela se derrita sobre las manos de Amelia, pero sin tener un deseo claro, solo con la necesidad de que ellos se queden a mi lado para siempre. Los ojos me pican por la felicidad, la garganta se me cierra y de repente no me siento capaz de decir nada más.

—¡Feliz cumpleaños, Trea! —grita Amelia.

La pequeña Amelia le pasa el pastelito a su hermano, se lo deja en las manos mientras se lanza sobre mí en un fuerte abrazo, uno que respondo. El nudo en la garganta crece, duele, siento como las lágrimas se agolpan en el nacimiento de mis pestañas.

—Gracias —le susurro a ella. Mis ojos se escapan hacía, Ezra y él asiente con lentitud.

Toma a Amelia de la cintura, la arranca de mi lado, la baja al piso con todo el cuidado y le regala la más brillante sonrisa, mis lágrimas están aguantando.

—Ve teniendo todo listo —le dice con cariño, alborota su cabello.

Amelia no reniega, al contrario, sale corriendo de la habitación con la nueva misión que acaba de darle.

Ezra voltea a verme y siento la primera lágrima caer, lo veo paralizarse, no saber qué hacer. Parpadea un par de veces hasta que sus brazos me envuelven con fuerza. El nudo desaparece, las lágrimas no dejan de salir, no quiero sollozar, no quiero hacer ruido, ya me siento muy tonta llorando, pero no puedo evitarlo.

Ezra no me dice nada, solo acaricia mi cabello con toda la suavidad y calma del mundo.

—¿Fue demasiado? —susurra con cuidado.

Niego con la cabeza, no fue demasiado, fue perfecto. De ahora en adelante no esperaría menos.

—¿Por qué? —preguntó en voz baja intentando calmar mis sollozos.

Ezra me aparta con el cuidado, pasa sus dedos con delicadeza por las lágrimas que están por salir, las seca, su sonrisa me conmueve hasta los huesos. Hace que quiera volverme a echar a llorar como una niña que le han regalado aquello que tanto deseaba. No me reconozco. Es como si Ezra trajera una versión mía que me da tanto miedo... una versión que solo puedo ser con él, porque él es quien se la ha ganado.

—No voy a decir "porque te lo mereces", porque espero que eso ya esté más que entendido; que te mereces el maldito mundo y si tú me lo pides, haré que todos se arrodillen ante ti, te adoren, pero no diré eso, hoy voy a decir —sus labios rozan los míos con suavidad, los aprieta con todo el amor—, que es porque te amo, ángel, te amo y siempre lo haré, porque soy un adicto a ti, porque estoy en deuda contigo, esto solo es una de las pequeñas cosas que puedes tener a mi lado, una de esas cosas que tienes porque te tengo, ángel —besa con fuerza mis labios.

Y con solo esas palabras es como si curará todo lo dañado y roto que se sentía mi corazón, todo el daño que cargaba mi alma.

¿Qué hice para tenerlo?

Cuando era pequeña, mis cumpleaños pasaban sin pena y gloria, las personas siempre tenían algo más que hacer, alguien más a quien atender. Me felicitaban, claro que sí, pero hasta ahí, era papá quien insistía a llevarme a comer, quien me llevaba año con año a mi restaurante favorito a comer lo que más me gustaba. Aprendí a no esperar demasiado. A no hacer gran alboroto por mi cumpleaños. Después, con Louis, como le platiqué lo que hacía mi papá, insistió en hacerlo... pero con Ezra, ¿cuándo le dije que era mi cumpleaños?

—Es hora de que te vistas, porque, aunque tengo demasiadas ganas de hacerte mía de mil y un maneras —me lo dice con toda la tranquilidad del mundo—, las sorpresas aún no terminan.

—Con una es más que suficiente —aclaro y él niega con la cabeza.

—No, ángel, conmigo espera mucho más, siempre, ¿estamos? —sonríe de lado mientras soba mis labios con la yema de su dedo.

Se separa de mí y se lo agradezco porque estaba a punto de lanzarme a sus labios. Sale de la cama con esos pantalones de chándal que muestran lo mucho que de verdad me desea.

—Creo que tienes un problema —me burlo señalando su evidente erección.

Él sonríe.

—Bueno, contigo no es el único problema que tengo, ¿verdad? —camina hacia el baño. Lo sigo con la mirada—, ¿ves que tan desesperado estoy? —dice desde el baño—, ¿lo que me haces solo con un maldito beso?

Mis adentros se calientan, necesitando más de él. Todo de él.

No tenemos por qué bajar de inmediato. Salgo de la cama cerrando la puerta que Amelia había dejado abierta, pongo el seguro, corro al baño donde está Ezra lavándose los dientes. Me ve desde el espejo que cuelga en el baño. Me quedo observándolo desde la puerta, recargada ahí, con la insulsa ropa interior negra que traigo. Él escupe la pasta, se enjuaga y ahora sí voltea a verme. Recarga su trasero en el lavabo. Se cruza de brazos.

—¿Qué haces, Trea? —me sonríe de lado.

—Seduciéndote —contesto bajando el tirante de mi sostén.

—Muy mala niña —gruñe, espera ahí.

Dejo caer los tirantes del sostén, llevo mis manos al broche delantero del sostén, lo suelto y dejo caer la prenda negra al piso. Veo como me ve, como ve mi cuerpo, como no se mueve, pero hay algo en sus pantalones que sí se mueve.

Camino hacia él, con calma, tomo sus manos cruzadas, las llevo a mi trasero, lo escucho gruñir.

—¿Sabes que no tienes que hacer esto, verdad, ángel? —entiendo que piense que es un tipo de pago por lo que ha hecho. Pero sé que con él no hay pago suficiente.

Él no es Louis y no está pidiendo nada a cambio. Lo está haciendo porque me ama y se siente tan raro aceptarlo.

Sonrío.

—Lo quiero hacer, Ezra —aseguro cuando mi mano se mete por su pantalón de chándal, toco su longitud y él tiembla ante mí.

Gruñe cuando sus labios se apresuran a los míos, siento sus dientes jalar de mis labios.

—¡Carajo, ángel! —gruñe saboreando la sangre que me ha hecho en el labio.

Mientras mi mano bombea su miembro: arriba, abajo, arriba, abajo, doy vuelta en su cabeza, arriba, abajo, su cabeza, abajo, arriba.

—De verdad que deseo estar dentro de ti, cogerte en todos los malditos lados que pueda, meter mi boca en ese manjar oculto en tus piernas, pero de verdad, faltan sorpresas —me dice entre gemidos que se le escapan.

—Bueno, solo déjame ayudarte —mis manos van a los lados de su chándal, me hinco ante él, dispuesta a usar mi lengua con su enorme amiguito que tan feliz me hace.

Él niega con la cabeza, se vuelve a subir el pantalón.

—Si lo haces no voy a poder parar, amor, y de verdad tenemos que salir de aquí —insiste.

—Haré que pares, pero primero vente para mí —digo antes de que mi boca tenga su cabeza dentro.

Él gruñe, se deshace. Siento lo salado del líquido preseminal que ha salido. Juego con su cabeza, mi lengua le da pequeñas lamidas mientras mi mano continúa bombeando desde su tronco. Comienzo por meter más de él dentro de mi boca, siento como apenas puedo meter una parte de él, no cabe toda, es demasiado, pero obligo a mi garganta a meter más. Juego con mi lengua, no dejo de bombear, muevo mi boca, me resbalo por su miembro. Mi lengua no para, mi mano tampoco. Escucho sus gemidos, alaridos, me dice que soy su diosa y yo pongo más empeño hasta que su mano jala mi cabello, lo saca de mi boca justo cuando se está esparciendo por mi rostro.

—Preciosa —gime.  

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