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Capítulo 27

Chantrea

El agua está bastante helada, cala en mis huesos, entra en mi piel. Ignoró las ganas de correr lejos del frío. Echo mi cabeza hacia atrás, permitiendo que el agua de la cascada me moje. Solo tengo que adaptarme al frío.

Esta cascada era la cascada de mis sueños, donde estaba ese sujeto, pero aquí no está.

Dantia amarró, un rosario de perlas a mis caderas, mismas que comienzan a dejar su color beige, brillando en un tono rojo intenso. Los cascabeles que ato como pulseras a mis manos y pies, vibran con intensidad, suenan, se escucha retumbante en mis oídos, demasiados cascabeles.

Ezra y Dantia me observan desde la superficie del lugar. Esos ojos grises no me dejan, me empiezo hacer adicta a ellos. A verlos con esa mirada lasciva, a ver cómo me persiguen como me cuida. Y tal vez de verdad puedo estar enloqueciendo, tal vez me puedo estar ablandando, pero, me estoy haciendo adicta a todo lo que hace sentir, a todo lo que puedo ser con él.

Cierro los ojos cuando la luz, el agua, todo se vuelve apabullante, tal como lo dijo Dantia, tengo que dejarme ir. Y lo hago, siento cómo caigo, como el agua me envuelve y me llena, pero no me ahoga. Siento la magia, me llené con esa cálida aura que fluye. Dejo que fluya, dejo que me invada, que penetre cada poro de mi piel, que se haga uno conmigo. Parece como si me protegiera. El calor invade cada parte de mi cuerpo. Se concentra en mi abdomen, lo siento en mis brazos, en mis piernas, explota en medio de mis piernas.

¡¿Qué carajos es esto?!

—Alexandria —escucho una voz en la lejanía—, te encontré. —Es la misma maldita voz.

Siento como unos dedos entran dentro de mí, se resbalan, tocan lo que no deben tocar, grito, peleo, no, no, no, no.

Salgo del agua con rapidez, jadeo.

Ya no está Dantia, solo está Ezra esperando en el borde del causal de agua. Con esos ojos grises tan fieles, tan dedicados. Podría perderme en el abismo de esos ojos con una facilidad sorprendente. Camino con el corazón en la garganta, siento mis propios latidos. Mi estómago se estremece.

Camino con cuidado hasta la orilla, los cascabeles me persiguen. Ezra me tiende la mano cuando estoy llegando la orilla, me jala con una facilidad sorprendente pese a la corriente de agua. Caigo de rodillas en tierra firme. Víctima de lo que acaba de suceder, de la magia, de la iniciación, de sus ojos grises, de la maldita necesidad que me está carcomiendo, que se está haciendo.

—¿Estás bien, ángel?

—Bésame —digo con lo último que me queda de oxígeno.

—¿Ángel? —pregunta.

No sé de dónde encuentro la fuerza, me levanto como puedo, voy hacia él, beso sus labios con intensidad, él me recibe, su lengua se siente tan caliente. Me deshago en ella, me uno a él, mis manos tocan su pecho, comienzo a soltar los botones de su camisa.

Me estoy quemando, me estoy consumiendo.

Ezra

—Tengo que irme —dice Dantia—, única regla, Ezra, nada de sexo —me advierte.

Sonrió de lado.

—No me debes recordar las reglas.

Veo como Dantia rueda los ojos.

—No tendría si no me diera cuenta de las miradas que se lanzan cada uno de los dos, recuerda que no veo, pero te siento a ti y la siento a ella.

—¿A ella?

Dantia resopla.

—No te hagas el interesante, Ezra, tanto tú como ella saben cuánto se desean —advierte cuando se está dando la vuelta.

La sigo con la mirada, comienza a adentrarse entre los árboles, parece que tuviera bastante prisa, pues se vuelve humo de un momento a otro, apresurando su paso.

Cuando volteo al lago, el precioso ángel está saliendo del agua, sus ojos brillan con ese tono violeta. Apresura su paso cuando me ve.

¿Carajo?, ¿A quién se le ocurrió ponerle ese simple vestido blanco que nada le cubre? Que deja todo a la vista. Tengo que contenerme. Las reglas, debo seguir las reglas.

La ayudo a salir, y mi mano se posa unos segundos en su cintura. Ella está hirviendo, se desvanece en mis brazos, cae al piso en cuatro, escucho su jadeo.

—¿Estás bien? —tengo que llevarla al médico o con mi madre.

—Bésame —pide casi sin aliento.

No, ángel, no me puedo resistir, no me hagas esto.

—¿Ángel? —repito esperando que no vuelva a pedirlo porque no voy a tener el valor de contenerme.

Una pena por las reglas. A la mierda las reglas.

Ella se levanta en un movimiento rápido, las puntas turgentes de su pecho están dispuestas, no me da tiempo de admirarla cuando corre a mi lengua. No soy capaz de quitármela de encima, no puedo, es imposible. Su lengua se une a la mía, siento su necesidad, carajo, la siento. Mis manos la aprietan contra mi cuerpo. ¡Carajo!, ¿por qué es tan perfecta?

Mis manos bajan a su trasero, ella se está deshaciendo de mi camisa. La voy a coger, maldita sea, no puedo aguantarme.

—Ezra —pide, suplica, cuando su mano soba mi erección. Y es sonido, el modo en que ha dicho mi nombre se convierte en mi sonido favorito.

¡Dioses! ¡Quiero escuchar más de eso!

Su mano sigue sobando mi pantalón, mi erección. Quiero tomarla ya, sin previo aviso, solo hacerlo.

Me separo del beso. ¿Había una razón por la que no debíamos hacer esto?

Ella sigue mis labios.

—Dime qué quieres, ángel, dime a quién quieres. —Pido, necesito, a la mierda, por qué no debía; ya he roto demasiadas reglas, como para pensármelo ahora.

—Que me cojas, Ezra, quiero que me cojas, quiero que me tomes, que me hagas tuya —pide con ese violeta intenso brillando en sus ojos—, quiero que me domines, que me hagas tuya de todas las maneras posibles.

Y el deseo que faltaba se enciende y explota en mis adentros, me deshace. ¡A la mierda todo!

Mi mano corre a su cuello, lo aprieto, lo siento tan suave, gozo de su gemido. Mi mano suelta su cuello, juega en su nuca, tomó su cabello, lo recolectó en una coleta, jalo de él.

—De rodillas —ordeno.

Sé que no lo haré, pero le ayudaré, porque tal parece que soy bastante benévolo.

Obligo a que las sombras envuelvan sus piernas, hasta sus rodillas. La hago caer de rodillas, y ella echa su cabeza hacia atrás.

—Tu boca, ángel, tu boca en mí.

Me desato el pantalón, ella corre a ayudarme, baja mi pantalón y bóxer con una rapidez desquiciante. Mi erección le queda a centímetros de su boca, ella sonríe de lado, el deseo la come, el deseo me come a mí, maldita sea, soy adicto a ella, a cada maldita parte de ella.

Lleva su mano a la base de mi miembro, su dulce tacto, me hace querer joderla entera. Sus manos me recorren, no bombea, solo me recorren. Dos de sus dedos tocan mi punta necesitada de ella. Su boca se acerca, lame por encima y yo exploto en deseo. Y entonces, si comienza a bombear, no deja de poner su mirada en mí y yo no puedo dejar de ver ese hipnótico violeta. Aprieta mi miembro entre su mano, sube, baja, pasa los dedos por mi punta, repite, una, dos, tres, cuatro, carajo, ¿hay algo que no sepa hacer?

—La boca, ángel —digo en un jadeo tembloroso.

Ella sonríe juguetona, no lo hará si no la obligo. Maldita sea. Mi mano corre a su cabello.

—Abre la maldita boca —ordeno cuando jalo de su cabeza hacia mi miembro—, abre bien —gruño.

Mi punta está en sus labios, ella deposita un beso en mi punta. Su boca se abre, me permite entrar. Su lengua saborea mi punta, le da vueltas, baja y sube. Su mano no deja de bombear, me llené de ella, agarró bien su cabello para dictar el ritmo. Más, joder, necesito más. Sé que mi miembro está entrando más de lo que puede y aun así no es mucho, todavía queda mucho fuera de su boca. Sus ojos se llenan de lágrimas, la escucho ahogarse, veo cómo la saliva le escurre. ¡Es una maldita visión!

—¡Chantrea! —gimo, grito.

Si no la quito de mi boca, la voy a llenar y todavía tengo necesidad de estar dentro de ella.

Sé que dije que no iba a entrar en ella hasta que supiera qué me hacía, pero a la mierda, también le dije a Dantia que respetaría las reglas, pero no puedo si se trata de ella.

Jalo su cabeza para que me suelte.

—Vamos, ángel, quiero escucharte gritar y quiero que digas mi nombre cada que entro en ti, cada que te hago mía una y otra vez.

Las sombras la ayudan a ponerse de pie, jalo su cuerpo hacia mí. Mis manos bajan a su trasero, lo aprieto, gimo. ¡Es perfecta!

La alzo con rapidez, camino con ella, con mi miembro hirviendo por ella. Siento su entrada humedecida, se restriega contra mí cuando sus piernas rodean mi cintura. Dejo que su espalda choque contra el árbol.

—¿Qué quieres ángel? —quiero volverla a escuchar—, ¿qué necesitas?

—Te quiero dentro de mí, te necesito a ti —dice hirviendo en placer y yo no necesito más que eso.

Me hundo en ella, en esa profunda humedad, se está deshaciendo en mi miembro, me está llenando de ella. Entro tan dentro como puedo, ella grita, sus manos se agarran a mi espalda, siento sus uñas. Escucho el ruido de sus gemidos, de sus nalgas, pegar contra mis bolas, carajo. Está tan húmeda, tan deliciosa, me aprieta y sus jugos caen sobre mí, la humedad se escucha cada vez que entro.

—¿Escuchas lo mojada que estás? —le digo al oído.

Ella ha acomodado su rostro en mi hombro. Mientras la hago rebotar una y otra vez en mí, destruyo su interior, lo hago mío.

—Ezra —gime y tengo que apresurarme. Nunca había dicho mi nombre.

—Dime, ángel —la voz me tiembla, pero no puedo dejar de verla.

Otro gemido se le escapa de la boca y otro más cuando subo la velocidad, me lleno de ella, dios, estoy desesperado por ella.

—Ezra —gime de nuevo.

No puedo perderme esto.

Obligo a mis sombras a que jalen de su cuello, de su cabello para verla, y ahí está, mi espectáculo visual. Sus ojos vibran con ese violeta precioso, me pierdo en él, me envicia. Sus mejillas están enrojecidas, destila maldita seducción cuando se acomoda, cuando sus ojos se clavan en los míos.

—Me voy a venir, ángel, te voy a llenar tanto —obligo a sus caderas que bajen más.

Ella suelta otro gemido, pero no aparta sus ojos de los míos. Mi propia droga.

Empujo más mis caderas contra las suyas, me hundo hasta el fondo de ella, aprieto con más fuerza sus caderas, ya no puedo entrar más, carajo. Ella se tensa por dentro, abre la boca, siento su humedad derramarse, siento como sus paredes palpitan, como mi pene palpita dentro de ella.

—Ezra —gime tan dulcemente con esos jodidos ojos seductores.

Y la lleno, la lleno completamente. Me deshago en ella y ella se deshace en mí, sigue moviéndose contra mi pene, siento como alza las caderas.

—Soy adicto a ti, ángel —murmuro sobre su cuello.

Vuelvo el rostro a sus ojos, que siguen siendo violetas, tiene esa mirada fría y sobreexcitada que tanto me gusta.

—Demuéstramelo —pide y siento como me endurezco dentro de ella, como sus paredes se vuelven a acomodar.

—Me puedo perder en ti. —murmuro cuando la embisto una vez más.

—Ya lo estás —gime ella.

¡Maldita sea!

Me salgo de ella, robándome un gemido.

—De rodillas.

—¡Basta! —gruñe Dantia...

La diversión se terminó.

Louis

La veo correr, está persiguiendo una mariposa. ¡Qué linda se ve, tan ingenua, tan perdida en su propio mundo! Sonrío cuando voltea a verme con esos ojos grises... los mismos ojos de su hermano. Aquí está la pequeña Amelia. 

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