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Capítulo 23

Ezra

Su madre... su madre es la próxima en mi lista, pero primero dejaré que se explique. No me importa si Chantrea no lo desea, yo no pienso permitir que alguien como ella se atreva a respirar cerca de Chantrea.

Y aunque, Max, fue demasiado escueto con los detalles que me dio. Voy a obtener la verdad. Y sé que la verdad no me va a gustar.

Chantrea se pasea en la habitación, está llena de energía y sé que está intentando evitarme, por eso es por lo que fija su mirada en cada cosa que nos rodea, revisa cada detalle de lo que toca, pero no voltea a verme. No quiere. Y supongo que tiene que ver con la charla que tuvo con Louis. Ese es otro idiota con el que tengo que hablar seriamente. Pero un paso a la vez.

Primero la seguridad de Chantrea.

Tomo un vaso más de ron, no es de mis favoritos, pero tiene un sabor dulce que seduce.

—Amo verte, ángel, pero crees poder tomar asiento, tenemos asuntos que tratar —se lo fría que suena mi voz.

La pequeña cosita violenta voltea con lentitud, tiene una ceja enarcada y esa mirada juguetona que tanto amo, esa mirada que hace que quiera quitarle toda la maldita ropa, no dejar ni un espacio de ella sin besar, recorrerla todo. Pero tengo que concentrarme. Por el bien de ambos. Pero ¿por qué jodidos tiene que ser tan malditamente sexy?

Chantrea camina hasta llegar a mi lado, posa su trasero en el escritorio frente a mi silla, se sube ayudada de sus manos que le sirven de palanca, cruza sus pies delante de mí. Agradezco a quien sea que le haya prestado ese vestido de seda negro, porque luce espectacular.

—¿Qué asuntos? —pregunta ella plantando sus ojos curiosos en mí.

Echa su cuerpo hacia delante, su codo se planta en su rodilla, descansa su barbilla en su mano. Me obligo a llevar la silla hasta donde esta. Ella no sé retira, no se sobresalta, no es temerosa. Mis manos se acoplan a sus muslos, cerca de su precioso trasero.

—Vamos a entrenar tu magia —susurro con melosidad.

Su mirada no tarda en oscurecerse, se niega.

—Sigue soñando —se yergue, sus piernas se descruzan.

Creo que el pequeño y violento ángel esperaba otro tipo de diversión. Una lástima por ella y por mí. Aunque estoy seguro de que soy yo quien lo sufre más.

Está a punto de bajarse del escritorio, pero mis manos son más rápidas, mi cuerpo la absorbe cuando me pongo de pie, cuando me coloco en medio de ella. Obligo a sus piernas que se mantengan a mis lados. Ella usa sus manos puestas en el escritorio para no caer hacia el escritorio.

—No voy a negar que me gusta protegerte, no voy a negar que me encanto trabajar con tu loquito amigo para hacer sufrir a Daphne, para darle a entender que nadie te va a tocar —nuestros rostros están demasiado cerca y de verdad esto pensando en porque demonios no la hago mía de una vez—, y que sería capaz de quitarle la vida a quien tu desees, a quien si quiera intente insultarte. —aspiro su dulce aroma, es una mezcla a fresas, cerezas, demasiado dulce para ella, pero bastante adictivo—, pero no puedo estar siempre tras de ti, aunque así lo deseara —mi voz está afectada.

Necesito liberación, ahí está mi erección, exigiéndola, pidiendo todo de ella.

—No te estoy pidiendo que lo hagas —rezonga y pareciera que la veo hacer un puchero. Pero que malcriada.

Una risa se me escapa y tengo que poseer sus labios. No lo pienso, solo lo hago. Beso sus suaves labios, ella permite el beso, abre su boca para darle espacio a mi lengua. No me puedo perder así. Obligo a mi boca a alejarme de la suya, aunque no quiero. ¡Maldita sea! Esta mujer es demasiado adictiva.

—No se trata de que me lo pidas —murmuro sobre su hombro desnudo. Esas patéticas tiras me separan de su piel desnuda—, lo hago porque no puedo permitir que nadie te toque —beso su codo, mis manos se deslizan hasta su trasero, lo aprieto, la atraigo hasta mi para que sienta como me pone—, y si alguien de verdad llega hacerte daño, Chantrea, te lo juro, su vida se acaba en ese puto instante, ¿entiendes? —susurro sobre su cuello, lo beso, absorbo su aroma, siento como su cuerpo se estremece.

—Soy capaz de cuidarme sola —reniega con la voz afectada.

La risa se me escapa en su cuello y ella se estremece.

—Lo sé, ángel, sé de lo que eres capaz, pero tu defensa personal es muy básica, no te preocupes, que seguiremos trabajando en eso, pero tienes magia, Chantrea, úsala, ¿tienes miedo?, lo entiendo —mis manos suben hasta sus mejillas, para aprisionar su rostro, me obligo a salir de su cuello, a verla—, y de verdad no te estoy obligando, pero me gustaría que pudieras usar todo el arsenal con el que cuentas. Que doblegues a todos a tus pies, que los hagas entender quién manda, quien tiene el control, porque Chantrea, tú puedes hacer eso y más.

Ella me ve a los ojos con cierta indecisión. Ella va a convertirse en la próxima reina del inframundo, no la elegí por ser pasiva, la elegí porque ella es guerra, ella puede hacer explotar el maldito inframundo. No quería a una mujer que me dejará hacer todo cuanto deseo, quiero alguien a mi lado, alguien de verdad.

Sé que su miedo está justificado, sé qué hace tres años, tras el engaño y la manipulación de Louis... y algo más, su magia, ella, se salió de control, termino asesinando a mucha gente, no se sabe el número, pero si se tuvo que manipular grandes cantidades de magia, Lucifer mismo tuvo que usar coacción para borrar memorias... y eso es algo que el odia. Odia convivir con los humanos, ayudar y tenerse que encargarse de basuras así.

Pero yo no soy Louis. Esta más que claro que no pienso permitir que ella se salga de control.

—Si me salgo de control, Ezra —sé que está a punto de pedirme algo, pero no quiero que lo haga, no quiero que me pida que la detenga—, vas a cargar con las consecuencias y te tocará limpiar —eso ultimo me roba la sonrisa, porque no puedo creer que todavía no entiendo que esta mujer nunca hace lo que espero.

—Me haré cargo, pero también te llevaré con una experta.

Ella enarca una ceja.

—¿Celosa? —pregunto cuando corro a sus labios, cuando mis manos vuelven a su trasero. Maldita sea. La voy a hacer mía en cualquier lugar.

Sus manos se enredan en mi cuello, en mi cabello, jala de él.

—Nunca —me murmura sobre mis labios.

Y tiene razón. Ella no tiene ninguna razón para estar celosa. Porque le pertenezco más de lo que quiero admitir. Y de verdad quiero estar dentro de ella, pero no puedo, eso solo me desconcentraría. Cada que estoy de ella es como si un golpazo de adrenalina me tomará desprevenido, mis poderes se salen de control y no sé si solo es la excitación que me provoca, pero no puedo estar desconcentrado, primero tengo que hacerme cargo. Aunque eso no me va a negar darle el placer que se merece, probarla.

Mis manos llegan al final de su vestido, un poco más arriba de sus rodillas, ya está más arriba por lo cerca que estoy de ella, termino de recorrerlo para encontrarme con unas lindas bragas rosadas de encaje, muy lindas. Mis dedos no pierden tiempo necesito más de ella, hago círculos perezosos en su centro, ella muerde su labio, arque a su espalda, deja caer su cabeza hacia atrás y ese simple movimiento hace que uno de los tirantes de su vestido caiga por su hombro. Mostrándome una imagen tan excitante.

¡Carajo, nunca me voy a cansar de ella!

Mis dedos ansiosos hacen a un lado sus bragas, veo su humedad, la siento, hundo mis dedos en ella, su calidez me recibe, mueve sus caderas para mis dedos, tan necesitada, soy su jodido esclavo, su tapete, lo que deseé.

Me hinco ante ella, abro sus piernas, mis dedos siguen jugueteando en sus adentros, que se expanden y aprietan para mí.

—Así, ángel, así, vamos —abro sus piernas, coloco mi rostro en su centro, mi lengua consume su espacio, juega con su clítoris.

Ella gime, dios, se mueve con mayor intensidad. Su mano va a mi cabello, lo aprieta, lo jala, me usa. Soy su maldito juguete, su marioneta y me encanta.

Absorbo más de ella, lamo su humedad. Mi lengua hace círculos perezosos, sabe tan bien, dios, soy adicto a su maldito sabor, a todo de ella, de verdad.

Sus caderas se mueven, sus piernas arriba de mis hombros tiemblan, aprietan, se estremecen.

Mis dedos siguen yendo y viniendo, ella aprieta con fuerza, porque sé que mis dedos son suficientes y de verdad desearía llenarla con más, pero no puedo. No hasta que descubra que jodidos me hace.

Ella se está conteniendo, mi boca suelta un suave suspiro, ella aprieta mi rostro con sus piernas como si quisiera desnucarme, pero entiendo, sé lo que quiere, y se lo daré. Muerdo con suavidad su clítoris, ella tiembla, introduzco un dedo más dentro de ella. Mi pequeño ángel aumenta su velocidad, apresura su cadera para modificar el movimiento de sus dedos. Tomo más de su clítoris, le doy suaves lengüetazos, vuelvo a morderlo cuando ella aprieta mis dedos con fuerza. Gime con fuerza y su humedad resbala mis dedos, sus jugos salen en una descarga que me da lo que busco; su placer y su sabor.

—Lo haces tan bien —retiro mis dedos cuando la veo agitada, deshecha, mía.

Chantrea

—Mira lo que trajo el viento —murmura la anciana cuando apenas se hace visible.

La cueva tiene muy poca iluminación, es demasiado fría, hay demasiados sonidos, mucha oscuridad, mucha niebla. Escucho respiraciones, escucho pisadas, pero no encuentro el lugar de donde provienen.

Las luces verdes que parecen pequeños insectos bailotean por toda la cueva, me ayudan a ver las paredes de la cueva, los símbolos tallados... en lo que bien podría ser sangre.

Paso saliva, no tengo miedo, pero la sensación de no saber que puedes encontrar me afecta a sobre manera.

No me gusta que me priven de los sentidos y uno de mis mejores sentidos es la vista. Pero aquí eso no sirve de nada.

El viento levanta mi cabello, siento un gélido roce en mi cuello, es aquí donde comienzo a dudar que esto que me rodea sea el viento.

—Te engañaron —escucho como un susurro que se desfragmenta, que deja un suave eco—, te destrozaron, como a ella—un suave suspiro me hela la espina dorsal, siento la necesidad de erguirme cuando siento un repiqueteo de dedos en mi espalda—, pero mira quien fue... —chasquea la lengua—, él ya te está buscando y ya lo viste —canturrea. Tengo la plena sensación que la voz está dentro de mi cabeza, que nadie la escucha. Estoy comenzando a hartarme, de verdad.

Una mancha nebulosa, fría, blanca, gris, comienza a formarse delante de mí, en una especie de remolino. El repiqueteo de cascabeles llena el lugar, primero suave, cálido, hasta convertirse en un sonido rápido, apabullante, como si toda la cueva se convirtiera en un mar de cascabeles... de vuelta tengo la sensación de que solo está en mi cabeza, porque más que cubro mis oídos no puedo dejar de escucharlo, es demasiado. Es como si los cascabeles me dijeran algo, pero no entiendo. No puedo.

—Dantia —es la voz de Ezra la que calla de golpe todo el ruido que me está atormentando. Y así de sencillo, el ruido se detiene.

Es justo cuando la nube que tengo delante de mí se deshace y deja ver la figura de aquella... "anciana", su cabello cano y liso cubría hasta el fin de su espalda, su figura delgada estaba escondida sobre un cómodo y suelto vestido de color vino acentuado con una cintilla de cascabeles y perlas a la cadera, su piel clara se hacía notoria en su rostro, brazos y pies descalzos. Su rostro alargado, con visibles arrugas que le daban un toque sombrío, un toque de sabiduría, su barbilla afilada le daba una apariencia avariciosa más que humilde... pero sus ojos, o sus ojos... eran totalmente blancos, con aquella mancha que deja la ceguera. Esta mujer no podía ver.

—No veo físicamente, veo el alma —me contesto.

Di unos pasos hacia atrás con el alma en la mano. No lo había dicho, yo no verbalice que ella no podía ver.

Escucho el suspiro cansado de Ezra, desde ayer, con lo de Daphne, de verdad que no ha mostrado un muy buen genio. Me ha dicho. "Estoy enojado, pero no contigo, así que no te alejes", murmuro cuando quería dejarlo solo. En cambio, él solo me acurruco en su pecho.

Esta mal ablandarme con él. Esta mal ceder ante él. ¿De verdad está mal?

La anciana, se posa ante mí, se acerca contoneando sus caderas, los cascabeles de su cadera suenan cada que se mueve.

Sé que estoy haciendo aquí... aprender de hechicería, aprender de mi magia. Saberla usar. No descontrolarme. No matar a nadie.

—La muerte es inevitable, pequeña —murmura la anciana cuando sus dedos gélidos rozan mi mejilla—, harías bien en recordarlo.

—Eso es muy... grosero de su parte —murmure—, la mente de cada uno es personal.

Ella sonríe con todo y dientes, pasa su vista a Ezra que está a mi lado, asiente hacia él, regresa su mirada a mí. Me observa, sus dedos gélidos vuelven a rozar mi mejilla. Sus ojos blancos, me observan. Una luz comienza a encenderse en su frente. Un ojo se disipa en su frente, es un ojo dorado, un ojo que se está abriendo poco a poco, un ojo que nació de la nada, que se mantuvo ahí. Me pierdo en la luz cegadora de su ojo. Todo se permea de blanco a mi alrededor y es como si mi realidad no fuera mi realidad, mi mano busca con empeño a Ezra, pero no la encuentra, no hay nada más que el blanco que se convierte en una totalidad no tiene inicio, no tiene fin. La paranoia se extiende por mi cuerpo. No me gusta. Lo detesto, detesto sentirme encerrada. Comienzo por moverme, buscando algo, algún indicio.

Es ahí cuando unas risas infantiles rompen el ambiente blanquecino, volteo a buscar el lugar de donde proviene. Soy yo. Son mis recuerdos, montones de recuerdos comienzan a teñir los espacios en blanco: a los lados, debajo, arriba... mis primeros pasos, mi madre, mi padre, mis hermanos, las vacaciones en la playa, en la nieve, el amor de mis abuelos, las risas de las comidas familiares... el vacío de papá; un adicto al trabajo, la poca paciencia de mamá; sus gritos y regaños insensatos. Las voces, las voces de todos aquellos momentos, se mezclan, es demasiado. Mis manos corren a mis oídos, los cubro, pero el volumen es demasiado, sube demasiado, son demasiado, terminó en cuclillas las luces, las imágenes, los sonidos no paran... hasta que lo hacen. Se concentran en un solo recuerdo.

Louis.

Nuestro primer encuentro. Levanto la cabeza, veo como si se tratará de una película aquel recuerdo. Y mi cuerpo tiembla.

Llovía, lo recuerdo, la lluvia caía a torrentes, no veía absolutamente nada, el agua, cubría mi vista, andaba con cuidado, con la cara, con la ropa empapada, estaba punto de cruzar una calle, en la que juraba que no pasaban coches. Eso fue hasta que el pitido del coche me advirtió y una mano que no supe cómo intervino término jalándome hacia él. Y ahí estaba, su cabello rubio bien peinado, sus ojos azules hundidos en una genuina preocupación.

—¡Dioses! ¿Estás bien? —su voz apenas la escucho, no sé si es adrenalina, no sé si es la lluvia o lo perdida que estoy en sus ojos.

Era mi héroe.

Niego y asiento con la cabeza porque estoy atónita, por lo que acaba de pasar... la impresión de casi perder la vida.

Recuerdo mi corazón latiendo con intensidad. Él me ayudó, me llevó a un lugar seco, me dio un café caliente... fue una noche especial, en su casa, sin sexo, sin nada, solo hablando de todo y de nada. Me sorprendió cuantas cosas teníamos en común; los libros, la música, la comida, pasatiempos, todo. Fue fácil coincidir con él, fue fácil amar cada parte de él. Cada una de sus sonrisas, de los buenos momentos, del sexo.

Louis me enseñó a ser libre.

Y eso, eso no le gusto a mi madre... pero Louis me dio el valor para hacerles frente, para alejarme, sin embargo, mi madre no se iba a quedar de brazos cruzados. No, ella necesitaba volver a afianzar las cadenas que tenía sobre mí.

Entonces eso sucedió. Todo fue escalonando. Primero lo perdí a él, después me perdí yo.

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