Capítulo 21
Chantrea
El agua corre en su cauce natural, pero con mayor rapidez, la caída de la cascada es profunda. Salpica y ensordece todo a su paso. Siento la brisa gélida, misma que arrastra las gotas de agua.
Y ahí en el agua, debajo de la cascada hay alguien, ¿me ve?
De verdad no lo sé. Solo sé que está ahí, voltea a verme con esos ojos dorados, tan profundos y brillantes, siento que entra en todos mis sentidos. Es como si me absorbiera, como si le perteneciera.
—Te encontré —murmura entre el agua y el viento ensordecedor—, ven aquí —dice.
Y me veo caminar, me veo obedecer, aun cuando no quiero hacerlo.
Su cuerpo comienza a salir del agua, pero algo me arranca del sueño, me saca del lugar.
Ya no estoy ahí.
El aire me falta, mis manos corren a mi pecho, busco recomponerme, me siento en la cama. Ezra sigue dormido. Mis manos tiemblan, mi cuerpo tiembla.
Trago saliva, intento recuperar el oxígeno. Solo era un sueño, solo era un sueño, debo repetirme... pero y si solo era un sueño, ¿por qué mi ropa está salpicada con agua?, debe ser sudor.
Suelto una respiración temblorosa, un pequeño chillido, que pone en alerta a Ezra, abre los ojos de golpe, me ve, no duda en sentarse a mi lado, no pregunta, envuelve mi cuerpo en sus brazos, me atrae hacia él. Sus latidos se vuelven rápidos, los puedo sentir o solo tal vez, son los míos.
—¿Qué pasa? —me pregunta con la voz afectada por el sueño.
Niego con la cabeza porque no puedo encontrar mi voz. Me estoy quedando sin oxígeno, estoy respirando demasiado rápido, mi cerebro está colapsando, veo todo borroso. Me estoy perdiendo.
Tiemblo en sus manos cuando un sutil tarareo entra en mi sistema, alguien está tarareando una canción. Lo hace bien, mi cerebro toma la información, quiere saber de dónde viene el tarareo, quiere saber que canción es y la recuerdo, solo que no logró recordar el nombre, ¿qué canción es?
El tarareo cesa, y una voz masculina, la voz de Ezra, suena tan grave sobre la suave melodía que ya no estoy escuchando.
—Cu ttuerni cu mie, e tie, ci uei lu core miu stae qquai, basta cu cchiuti l'ecchi e poi, iti me ttruei, cantu e pensu te paru a tie, suspiri e lacrime leu c'amore un ttegnu cchiui, eiri tie lu miu bene... —es corso. Ezra está cantando en corso... mi canción favorita.
—Nuvole bianche —murmuro con la voz rasposa.
Él suelta una risita baja cuando deja de cantar.
—Sigues sin recordarlo —siento sus labios en mi frente.
—Recordar, ¿qué? —siento que mi cuerpo sigue temblando.
—Cuando nos vimos por primera vez —siento sus labios plasmarse sonrientes en mi frente.
Jala de mi cuerpo para volver a acostarnos en la cama, terminamos de frente, demasiado unidos, sus ojos grises brillan gracias a la tenue luz de luna que entra a la habitación.
Lo dijo, si recuerdo que dijo que nos habíamos conocido antes, dijo que lo amenace con patearle el trasero...
—Hace tres años, Chantrea, estabas en una presentación de Einaudi, estabas sola en tu mesa, escuchando con las lágrimas cayendo por tu rostro, creí que te habían dejado, que estabas haciendo drama y que no tenía caso que amargaras una canción tan bonita. Y cuando decidí sentarme contigo, me viste con esos ojos llorosos y con la mirada más llena de ira, dijiste —acaricia mi rostro con esa sonrisilla ladina— "Quita tu patético trasero de mi maldita vista" —suelta una risita—, iba a responderte, a seguirte, pero tenía asuntos que atender y tú te esfumaste. Atesoré la canción, la escuché tanto como pude, aprendí el idioma, algo que me dijera quien eras... y cuando te volví a ver, sabía que te conocía, solo que no recordaba de dónde. —sus ojos me miran con esa profundidad y ese brillo.
¿Qué está diciendo?
Mi memoria busca el momento exacto. No puedo recordar nada de hace tres años... mis memorias de hace tres años no pueden salir. No necesito ir a ese lugar oscuro.
—Es mi canción favorita —solo puedo decir.
—Te encontré en ella, así que se volvió mi favorita también —confiesa.
Y mi corazón reacciona, tiembla, vibra, grita, martillea. No puedo estar reaccionando a él. No puedo caer por cosas tan tontas. No puedo permitirme volver a caer.
—Intenta dormir, ángel —murmura dando otro beso sobre mi frente—, sé que lo que acabo de confesarte es demasiado, que no te gustan las cosas lindas y románticas —sonríe—, pero conmigo solo vas a tener eso, dejaré que te acostumbres, poco a poco.
Abro la boca, pero él propina un beso en mis labios.
—Sé que lo que dirás arruinara esto y aunque amo tu humor, no lo necesitamos hoy, así que ángel, por favor, duerme y quédate con lo que he dicho.
Sabe que tiendo a arruinar las cosas y aun así se queda aquí... está decidiendo quedarse por sobre la hueste, por sobre todas las cosas. Me está eligiendo. Mi corazón martillea con intensidad.
Yo no puedo elegirlo.
Ezra
Lucifer está sentado en el sillón rojo, esquinero de su estudio, tiene los pies cruzados; su pierna arriba de su rodilla, bebé ambrosia pura, sus ojos son dos huecos negros con ese centro rojo danzarín que baila al ritmo de su ira.
Esta de mal humor y ya me lo esperaba.
Mi preciada madre, con su rizada cabellera, está sentada en otro sillón, demasiado lejos de Lucifer, con un libro en las manos, no presta atención a nada de lo que está alrededor. No le interesamos en realidad. Bienvenidos a mi infancia.
Ambos están enfadados. Pero no creo que por el mismo motivo. Ellos nunca convergen en nada. Es por lo mismo que evitan estar juntos.
—Me llego la carta del padre de Daphne —habla por fin.
Sonrío y asiento. No me he acercado a ninguno, así que sigo de pie, viendo solo a mi padre.
—Le envíe tus saludos en mi anterior carta —comento con cierta cortesía y cinismo.
Lucifer arruga el papel en sus manos, la ira florece en él. El papel se quema en sus manos, se deshace. Y cuando se vuelve cenizas estas revolotean por el sitio. Una brisa se las lleva.
—No tolero la insubordinación —ruge con esa voz espectral.
Suspiro con cansancio.
—No hay insubordinación, soy el heredero a la corona, estoy tomando mis propias decisiones —suelto con toda la tranquilidad que cabe en mí.
—La corona aún no está en tu cabeza.
Sonrío con todo y dientes, ladeo la cabeza.
—¿Estas amenazándome, padre? —pregunto con melosidad.
—No puedes romper el tratado que se hizo con la ciudad de plata —gruñe, ordena. El negro de sus ojos está casi completamente consumido por el rojo.
—¿Qué te han contestado, padre? —lo invito a contestar con la información que ya conozco.
Las cartas siempre se pueden interceptar, más si pones a Gremorian a cargo. Me imagino que la pequeña se divirtió acosando a quienes se encargaron de traerla. De verdad espero que sigan vivos.
—Que lo niegan —se atreve a mentirme.
Suspiro con fuerza.
Camino a paso seguro. Llevó tantos años aquí, tantos años conociéndolo. No le tengo miedo. Lucifer es la marioneta de mi madre... y si Lilith dice que no se hace. No se hace y punto. Y sé que Lilith, aun siendo la peor madre del mundo, no dejaría que acabaran con mi vida. Porque me necesita vivo.
Me siento con toda la tranquilidad, en el sillón frente a mi padre, al lado de mi madre, misma que sigue inmersa en su libro.
—Sé que te pidieron que entonces pasará a manos de Louis y yo estoy de acuerdo —concreto lo que no quiso decir.
Veo por el rabillo del ojo una risita de mi madre.
—Chantrea no te pertenece —gruñe mi padre.
Sonrío de lado. Resoplo, Me estoy hartando de todo esto.
—Lo sabrás pronto, padre —cruzo mi pierna, lo imito—, pero vamos padre, dime, ¿qué tanto temes de que este con Chantrea?, ¿qué tanto ocultan?, ¿quién es?
—La última de Alexandria —contesta lo que ya todos saben.
—Sí, la que bendice —repito lo que se sabe sobre su línea sanguínea—, aquella que aumenta el poder de la legión o la hueste dependiendo de a donde quiera pertenecer. Su sangre en nuestra línea es una bendición. Después de que las tres últimas solo hayan elegido a le legión.
—Y a Lucifer le pareció increíble embaucar a la pobre chica con Louis, Louis tenía una misión; enamorarla, y lo logró, ¿no? —mi madre habla sin dejar de leer.
¿Es eso verdad?
Volteo para ver a mi padre con la pregunta enmarcada en el rostro. Sé que Lucifer es un demonio. Sé que es ruin, pero ¿hacer eso?
—Sí —contesta con sequedad—, lo logró.
Una risa seca me sale de los labios.
—Eso es jugar bajo, ella tenía derecho a elegir —gruño con la furia danzándome.
Lucifer niega, avienta el vaso de cristal hacia la puerta, este se estrella y rompe en mil pedazos. Es mi madre la que suspira, soy yo quien se pone de pie. Con enojo, con ira.
—Muy al contrario de lo que puedas pensar, Ezra, lo que hicimos le dio una elección —su voz retumba en el lugar—, elección que estás haciendo que se le vaya de la mano.
—¿Qué hicieron? —Exijo saber—, ¿qué es Chantrea?
—Un veneno al parecer —Lucifer resopla—, mírate, tan embaucado por unas malditas caderas.
—Y guerra —comenta mi madre y esta vez sí me ve a mí.
Sonríe de lado, cierra su libro y sé que eso le ha costado demasiado trabajo. Lo deja en la mesita, acomoda la falda de su vestido azul marino, se pone de pie para caminar a paso lento. Le da la espalda a Lucifer, porque a mi madre le gusta ser insolente, de narices. Toma mi barbilla con cuidado, mueve mi rostro para observarme, hay frialdad en su rostro.
—Te hable de lo peligrosas que somos las mujeres, Ezra —comenta con esa indiferencia, sus ojos me ven tan fijos.
Sé que lo hizo, sé que me hablo de lo peligrosas que son las mujeres, lo bien que pueden dominar, las cadenas que pueden atarte. Y durante mucho tiempo me sometí a su creencia. No tome mujer, me mantuve célibe, hasta que conocí a alguien, pero ella no pudo dominarme y entendí que no todas las mujeres son peligrosas porque no todas conocen el poder que tienen.
—Te hable de las cadenas —continúa—, de lo fácil que puede ser quitar el poder... —sonríe cuando me suelta—, muchas guerras se han dado por un lío de faldas.
—Este no es ningún lío de faldas —aclaro.
Mi madre y padre sueltan una risita.
—Te metiste con la mujer de tu hermano —gruñe mi padre.
—Es un lio de faldas a todas luces. —complementa mi madre.
Niego con la cabeza.
—Ha sido un agradable momento familiar, de verdad que sí, pero tengo otros asuntos más urgentes por resolver. —sonrío con todo el cinismo que me queda.
—Ezra —me detiene mi padre cuando estoy a punto de girar hacia la puerta—, si de verdad quieres a Chantrea, no puedes convertirla en reina. —su mirada esta oscura, su tono no vacila.
Ladeo la cabeza.
—Si me dijeras la verdad podría tomar mi propia decisión —replico.
Lucifer niega con la cabeza.
—Te conozco también que sé de lo que eres capaz —me juzga.
—Lleva a Chantrea con Dantia. —Ordena mi madre—, debe comenzar a preparar su magia si alguno de ustedes quiere tener una oportunidad de vivir —vuelve a sentarse y a tomar su libro—, es una orden, Ezra —me aclara como si no supiera—, y mis órdenes no se ignoran —me recuerda.
Claro, mi infancia se ha basado en ser un niño ignorado y seguir al pie de la letra las indicaciones de mi madre.
—Voy a descubrir la verdad tarde o temprano aun si no me lo dicen —los reto.
Lucifer asiente. Mi madre ya está perdida en su libro. De nueva cuenta.
Es el momento en que entra uno de mis guardias personales.
—Señor, hay problemas —me anuncia—, es la señorita Chantrea.
No necesita decir más. ¡Maldita sea!
Mi madre tiene razón, tengo que obligarla a usar la magia, debe prepararse, tiene que estar preparada para cualquier cosa.
Chantrea
Daphne aventó el cuchillo con el que estaba cocinando. Veo sangre, mis manos tiemblan cuando veo más sangre.
Louis.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro