Capítulo 19
Chantrea
Ahogada, estoy ahogada, no puedo con esto, ya es demasiado. De verdad siento que me ha rebasado.
¿Qué debo decirle a Louis?
No he dejado de ver el móvil con su mensaje de voz, mensaje que me he negado a escuchar. El corazón se me comprime de pensar todas las cosas que él podría decirme.
Meto mi cabeza en el agua de la bañera, aguanto la respiración y dejo de pensar, por esos minutos puedo permitirme no pensar. Solo estoy sobreviviendo y ya.
Salgo cuando me arden los pulmones, cuando mi cuerpo ruega por el tan preciado oxígeno. Pero de verdad quisiera quedarme ahí abajo. Sin pensar en nada más.
El peso de mis decisiones cae como una roca sobre mi cuerpo.
Vuelvo a tomar el móvil con la mano húmeda, mis manos tiemblan.
—Quiero hablar, Antrea, necesitamos hablar, por favor —pide en el audio que ha enviado—, ¿puedo verte en nuestro lugar?
Está preguntando. No me está ordenando. Aun cuando podría hacerlo. Dejo caer el celular y este cae de bruces al piso. Salgo del agua.
¡Estoy cansada! ¡Estoy harta! De que el idiota crea que puede controlarme y hacer lo que se le plazca conmigo. De ninguna manera.
Tomo la toalla roja que Ezra ha dejado, me envuelvo en ella y salgo sin importarme. Ezra no está en la habitación, solo hay varias bolsas de papel con lo que puedo suponer son ropa y zapatos. Salgo de la habitación. Logró escuchar la voz de Ezra, está hablando con alguien. De verdad no me importa. Ya no me importa.
Ezra ha arruinado todo mi plan.
Él debe pagar.
Abro la puerta de lo que parece un estudio y ahí están, él y él... así que es Asmodeo otra vez. Me está cansando que no me deje ver su forma real. Que intente jugar con mis propios deseos. Que crea que sepa que es lo que yo deseo.
Los ojos grises del que sé que es Ezra me voltean a ver, una media sonrisa se le enmarca en los labios.
Asmodeo se acomoda en el sillón.
—¿Quieres tomar asiento? —pregunta Asmodeo.
Sonrío ante él.
—Que tentadora oferta —digo con sorna.
Asmodeo ríe.
—Puedes dejarnos solos —pido viendo solo a Ezra que esta recargado en esa silla de cuero roja detrás del escritorio.
—¿Piensan romper el castigo? —pregunta, burlón. Se pone de pie sin el mayor problema. Camina con las manos en los bolsillos—, adelante, pero tienes solo media hora antes de que llegué el chaperón designado —me regala un guiño de ojo.
Camina a paso lento, ni siquiera se despide de Ezra, solo cierra la puerta una vez sale del lugar.
—¿Qué pasa ángel? —Ezra me obliga a volver la mirada a él.
Veo como me observa, siento su mirada quemarme. Es como si tocara cada parte de mí con esa mirada lasciva.
—Tengo un nombre, Chantrea —hago que suene fuerte y claro—, apréndetelo —gruño.
Su sonrisa se alarga cuando ladea la cabeza.
—Eres mi ángel, Chantrea, te seguiré llamando como quiera. —suelta ignorándome.
Un resoplido que toma la apariencia de risa sale de mi boca.
—Ese es Ezra, él que hace lo que le viene dando en gana solo porque se cree poseedor de todo —niego con la cabeza—, yo no soy tuya, no puedes poseerme, a mí no.
Sus ojos se encienden con esa oscuridad y frialdad que conozco tan bien.
—Ah, ¿sí? —pregunta con burla—, ¿dime por qué no, ángel? —suelta con melosidad.
Sus sombras toman mis piernas, las siento, tan heladas como el viento. Me atrapan en cuestión de segundos. La mirada se le oscurece en segundos y la sonrisa desaparece.
—Atrévete a decirme porque no te puedo poseer. —su voz suena ronca, gélida. Oscura.
—¿Quieres saber por qué? —resoplo. No lucho contra sus sombras. Conozco la oscuridad y no le tengo miedo—, te lo diré, Ezra, y espero que lo escuches fuerte y claro.
Sus sombras se desvanecen.
—Entonces ven y dímelo aquí —señala su regazo.
Sonrió de lado. Es un tremendo ególatra, cínico y un idiota completo.
Caminó a paso lento, él avienta su silla hacia atrás y yo me pongo a horcajadas sobre él. La toalla roja deja una apertura evidente.
Mi mano recorre su pecho, hace camino hasta sus pantalones, donde siento su dureza, sobo por encima de su pantalón, ahí está su estremecimiento.
—Escucha, Ezra —siseo cuando acomodo mi boca en su oído.
Su mano recorre mi trasero.
—Escucho, ángel —ronronea.
Una sonrisa se me escapa de los labios. Su dureza crece ante mis caricias.
—No soy un ángel —le susurro—, fui creada —beso su oído, obligo a mi cuerpo a estremecerse encima del suyo, tomo su mano libre para dirigirla a mi centro, detengo sus dedos ahí—, para mentir —me muevo cuando sus dedos entran en mi—, para entrar en tus sentidos, jugar con ellos —beso sus labios. Él ya está perdido...—, hacerlos míos —su lengua juega con la mía, sus dedos entran más profundo, juegan conmigo, tanto como yo quiero que juegue... y eso es lo que él no entiende—, no soy un ángel, Ezra, no hay halo, no hay corazón —llevo mis manos a desabotonar su pantalón.
Ruge sobre mis labios, mi mano comienza a bombear sobre su creciente erección.
Siento su sonrisa en mis labios, él desata la toalla sin cuidado. Misma que cae. Sus dedos me abandonan. Corren a mi cintura para aprisionarla, me levanta con la facilidad de siempre, acomoda su erección en mi entrada y así de sencillo se desliza dentro de mí, robándome un gemido.
Sus labios corren a mi oído.
—Aquí el maldito demonio soy yo —gruñe.
Obliga a mis caderas a bajar, llenándome, estirándome, duele. Duele sentirlo. Pero el placer, es más. Siento la energía abandonarme. Mis gemidos abandonan mi boca más rápido. No puedo dejar que tenga el control. Aviento mi cuerpo hacia adelante, mis manos se vuelven cadenas en su cuello.
Marco mi ritmo, subo y bajo con la lentitud necesaria, raspa mis adentros, alimenta cada parte de mí, me estremezco con su roce. Mi cuerpo tiembla y siento la tensión acumularse como un suave cosquilleo que no puedo ignorar.
¡Dios!
Quiero hablar, de verdad quiero hablar, pero mi voz está perdida entre los gemidos.
Mi boca corre a sus labios, su lengua se une a la mía en una guerra llena de necesidad. Necesidad de tener el control.
Le sumo velocidad al balanceo, subo y bajo llenándome de su roce, de él. El cosquilleo crece y necesito más. Me pierdo. Maldita sea, es demasiado placer. Él gruñe sobre mis labios.
No quiero esto, pero lo necesito.
Siento el calor dentro de mí. Siento como se acerca, como me mojo más, no quiero, pero lo hago, me vengo en él. Me estremezco con él dentro de mí.
Mi respiración es irregular, mi cuerpo tiembla, pero él no para, no, sus manos aprietan mis caderas obligando y apurando el ritmo, estoy destrozada, no sé dónde empiezo ni donde acabo, pero sí sé lo que quiero decir.
—Eres —embiste—, malditamente, —embiste—, mía, —embiste—, ángel —gruñe.
Siento como se estremece, como llega al pináculo, como me llena por dentro. Como se deshace.
—¿De verdad te crees el demonio? —susurró intentando encontrar la dureza en mi voz.
Él sonríe cuando me separó de él, cuando me pongo de pie. Siento como mi humedad y la suya resbalan por mis muslos.
—No me creo, lo soy —sonríe.
Y es mi turno de sonreír.
—Dime, Ezra, si tú eres el demonio, ¿por qué eres tú el que tiene que rogar? —su rostro se oscurece. Tomo la toalla del suelo—, porque si tú eres el demonio... te he hecho romper las reglas.
—Tú también las has roto —sonríe.
Niego con la cabeza. Una risita sale de mis labios.
—Tú rompiste las reglas... ¿y por qué?, ¿por mí?, alguien que no puedes tener —me burlo—, pero está bien, Ezra, disfruta de estos dos meses, porque después elegiré, y para tu mala suerte, no eres mi elección.
Abro la puerta, salgo con rapidez y la cierro detrás de él. Escucho su risa.
Me apresuró a la habitación, tengo que ir con Louis.
Louis
El dolor es amargo, duele, quema, no sé siente bien. Ahoga de muchas maneras. Rompe de otras. Al final, un corazón roto siempre será destructivo, tanto para el que lo porta como para los que lo rodean.
¿Me había encargado de romper a Chantrea?
Sí, la respuesta correcta es, sí.
Yo la rompí. Yo la hice sufrir... la amé tanto que fui capaz de sacrificar todo cuanto tenía, pero tal vez, amor es lo único que ella requería.
Repaso el estúpido pedazo de papel que tengo en mis manos. La maldita letra de Ezra, lo leo una y otra vez, ya me sé cada maldita palabra de memoria. Pero aún no es momento de usar esta valiosa información. Todavía tengo que esperar.
Después de todo, Chantrea tiene un trato conmigo, después de todo, Ezra no sabe una mierda de ella.
Tomo otra maldita copa de hidromiel revuelta con ambrosía, es lo único que embriaga a los demonios, lo único que puede calmarnos, sedarnos. Justo lo que necesito.
La veo entrar, tan malditamente hermosa, busca en el bar vacío, lleva un precioso vestido rojo, que le sienta tan bien. Sus ojos se posan en mí, no titubea, camina hacia mí como una preciosa alucinación.
Sonrío cuando la veo.
—Antrea —llevo mi mano hacia ella, intento tomar su mejilla, pero fallo.
Ella toma asiento a mi lado.
—Louis —susurra. Y me rompe escuchar su voz.
—¿Por qué? —pregunto.
¿No fue lo mismo que ella pregunto cuando me encontró con Vienne?
Ella niega con la cabeza.
—Tú me pediste que encontrará el punto débil.
La interrumpo con una risa.
—No es lo mismo que acostarte con él, ¿verdad?
Ella se ríe.
—Louis —repite sin ganas. Suelta un suspiro con fuerza.
Y yo volteo a verla. ¿Por qué tiene que verse tan bien?
Mi mano toca su suave mejilla.
—Bésame —ordeno—, bésame, Antrea.
—Estás ebrio, Louis y tenemos que hablar —murmura.
—¿De qué quieres hablar? —bacilo cuando tomo un mechón de su cabello.
—No podemos hablar si estás ebrio —menciona cuando me acomodo en su hombro. Cuando escondo el rostro en su cuello. Huele demasiado bien.
—No voy a dejar de luchar por ti, Antrea —murmuro.
La escuchó suspirar.
—Hablaremos cuando estes desintoxicado.
—Así que si te acostaste con el hermanito —esa es la voz de Vienne.
Alzó mi cabeza para verla. Está de pie, viéndonos.
Chantrea suelta otro suspiro.
—Tal parece que han llegado por ti —se aleja de mi con una facilidad increíble.
—¿Sabes algo de lealtad, Chantrea? —pregunta.
Antrea rueda los ojos. Suspira con fuerza.
—¿Me piensas dar clases de moralidad? —la reta.
Vienne sonríe.
—Tal parece que lo que necesitas es que alguien te baje los humos y con gusto puedo hacerlo.
Chantrea suelta una risita divertida.
—Atrévete a tocarme un maldito pelo —reta.
Y Vienne sabe que tiene prohibido hacerle daño.
Vienne voltea a verme con el rabillo del ojo. Niego con la cabeza y ella retuerce el gesto.
—¿Te crees demasiado importante, Chantrea? —niega con la cabeza—, pero eres una mierda.
—Al menos yo sé que soy una mierda. —gruñe.
—¡Suficiente! —intento ponerme de pie, pero no lo logro.
Chantrea voltea a verme, suelta un suspiro pausado.
—Búscame cuando no este intoxicado.
Y de ese modo pasa de largo, marchándose.
—Y aquí estoy yo... dispuesta a recoger tus malditos pedazos... —murmura Vienne—, ¿no has entendido cuanto te amo, aún?
Pero lo suyo no es amor.
No fue amor cuando me salvo, no fue amor cuando encontró a Chantrea para mí, no fue amor cuando eligió a Chantrea por el poder que tiene, por lo que nos podía brindar... no fue amor cuando me separo de ella.
Pero Vienne no fue la única culpable. Después de todo. Yo decidí... No hacer nada. Porque yo sigo las reglas... yo sigo las órdenes de mi padre.
Ezra
Daphne está aquí. Daphne está aquí, con sus maletas.
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