Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14

Ezra

El cabello rubio y ondulado de Gremorian se mueve cuando ella se acuesta en el trono, sube sus pies sin cuidado a uno de los reposabrazos dejándolos colgados ahí, del otro lado, su codo clavado en el reposabrazos da de soporte a su muñeca que sostiene su cabeza. Me ve con esa indiferencia con la que suele verme. Sus ojos verdes, con ese tono dorado manchando el verde que tiene. Lleva unos pantalones cafés desgastados, un jubón blanco con un par de manchas de sangre.

—¿Cómo está mi padre? —pregunta. Puedo jurar que hace un puchero.

Gremorian es la gemela de Louis, hija de Lucifer. Cuando ambos nacieron, la balanza que tanto cuidan los ángeles y demonios se rompió. Lo que obligó a los dioses, quienes sometieron a Lucifer tras una nada pacifica batalla en donde desafortunadamente, la legión iba ganando. Lucifer tuvo que tomar las riendas del asunto y una decisión. Matar a uno de sus hijos. Pues era eso lo que solicitaban los dioses, pero tras una contra oferta, se le pidió a Lucifer que cediera a uno de sus hijos. El cual crecería en la legión, se usaría su sangre angelical para criarla como un ángel verdadero. Para los dioses era una oportunidad de crear a Lucifer desde cero. Para Lucifer, representó la pérdida de su mayor amor; su pequeña hija. Nadie sabe porque la eligió... pero si uno se pone a observar el comportamiento de los ángeles, se entiende porque fue ella y no Louis, la elegida.

Una mala apuesta para los dioses.

Gremorian no es la redención de Lucifer.

Gremorian es sanguinaria, gusta de las peleas, de la tortura, es salvaje, nadie la controla. Pero también es el mayor tesoro de los ángeles. Pues su agilidad mental para la guerra no la tiene nadie. Así que la han acomodado al cuidado de Leibda, el regente de la ciudad de Cristal, quien la consciente en exceso.

A veces me da la impresión de que Gremorian es una niña que cree que todos somos sus juguetitos, que puede mangonear y manipular como quiera. Todo eso porque nadie la ha sabido meter en cintura, nunca.

—Extrañándote —saco el sobre que Lucifer le ha enviado. Subo la escalinata para que lo tome y me lo arrebata casi al instante, la toma sin cuidado juega con ella en sus manos.

—¿Y esto? —saca la tarjeta negra del sobre. Lee con rapidez la misiva. Enarca una ceja cuando voltea a verme—, Chantrea —saborea su nombre con la lengua.

Asiento. Y ella ensancha la sonrisa.

—La chiquilla con la que te ayudó el bastardo —suelta sin ganas. Hace que la carta se incendie en su mano sin el menor cuidado. El fuego no llega a dañarla. Simplemente se esfuma.

Baja sus piernas para sentarse y ahí obtengo su mirada gélida, ahí obtengo su mirada llena de rabia. Sus piernas están separadas, coloca sus brazos en sus piernas, echa su cuerpo hacia adelante y veo como comienzan a caer orbes de fuego por todo el sitio.

—No me gusta que toquen mis juguetes, Ezra —gruñe con fuerza—, yo no toco a tus malditas marionetas inservibles, yo no toco tu mierda. ¡Tú no putas tocas mis malditos juguetes! —hace vibrar los cristales del palacio cuando sube la voz.

—Hermanita —suspiro intentando sacar toda mi exasperación—, aunque me divierto con tus jueguitos —sobo mi sien—, debes de tener un límite, no me obligues a ponértelo, que créelo, no voy a tentarme el corazón.

La enana, porque sí, Gremorian viene en una presentación compacta. Para su mayor comodidad; es presentación de bolsillo. Se lanza hacia mí. Intenta acertarme un golpe que detengo sin mayor problema.

Vuelvo a suspirar.

Lucifer se equivocó al mandar a este demonio aquí. Ella debería reinar en la hueste. Pero Lucifer fue listo. Por algo este demonio está aquí... y por algo más, Lucifer le quito el poder a Louis y me lo dio a mí. Lucifer tiene planes distintos para su hijo. Algo mejor. Algo mejor para él y Chantrea.

No. Chantrea es mía. Aun cuando ella no lo quiera creer, no lo quiera entender.

Gremorian me suelta una patada con toda la fuerza en la espinilla. El dolor revienta en mis adentros y de verdad que quiero ahorcarla. No grito, no me caigo. ¡Esta maldita mocosa!

—¡Tú no puedes ponerme limites! —sí puedo.

La tomo de la espalda de su jubón, la alzo sin ningún problema.

—¡Deja de ser una enana malcriada! —ella patalea en el aire.

—Suéltame, maldito, estúpido, cabrón —suelta todo su arsenal de insultos, bueno, sé que no es todo.

—¿Vas a comportarte como una persona normal y cuando me necesites me vas a mandar a llamar como una persona normal, con alguna paloma o algo así? —advierto.

Ella refunfuña. Sigue pataleando. Refunfuña aún más.

—Amargado —murmura entre dientes—, le quitas lo divertido a la vida —gruñe.

Sé que es hora de bajarla.

Chantrea

Ezra está observándome, llegó molesto, está molesto, no me ha dirigido la palabra. Es como si estuviera viendo a un león enjaulado, camina de un lado a otro. Ya he esquivado dos de sus golpes, pero casi por nada. Mi respiración está bastante agitada, no me ha dado tiempo para aclimatarme, ha ido directamente por mí.

Sé que me ve como su presa. Pero no soy su presa.

—¿Tienes miedo, ángel? —me regala esa sonrisa de lado.

Observo el balanceó en sus piernas, me está avisando que va a intentar venir hacia mí.

—Nunca —sonrío viendo su vacilación en sus piernas, en su cuerpo.

Aprovecho para moverme a la izquierda. No planeo ir tras él. No soy tan tonta para no conocer mis desventajas en fuerza, comparadas con Ezra que es más alto, que es musculoso.

Yo tengo lo mío y sé usar la fuerza de los demás en su propia contra. Pero el Ezra que tengo enfrente no está jugando. Va en serio. Y yo no dejo de pensar en la estúpida carta que me negué a leer.

¿Qué quería decirme?

¿Por qué no solo me lo decía y ya?

—Estas muy estática, ángel, me haces pensar que si tienes miedo —sisea.

Absorbo un poco de aire por la nariz en un patético intento de recuperar mi aliento.

No tengo miedo. Estoy analizando mis posibilidades. Viendo mis desventajas y mis pocas ventajas.

—Cállate y ataca, Ezra —siseo observando todos sus movimientos.

Él sonríe con dientes y de verdad se ve como un maldito psicópata.

No vacila esta vez, corre hacia mí, lo veo, me doy cuenta de la fuerza y velocidad que se imprime en su movimiento.

Espero que esté lo suficiente cerca para tirarme al piso, es una posición que me deja en desventaja. Pero al menos puedo intentar salir libre. No pasa por alto el movimiento que he hecho. Me arrastro en el piso, repto, gateo, buscó ponerme en pie, cuando él alcanza una de mis piernas, me jala. Pongo resistencia, intento aferrarme al acolchado negro que está en el piso. Siento mis uñas punzar cuando eso no sirve para oponerme a la fuerza de Ezra.

—Has perdido —Ezra me voltea en el piso con una facilidad increíble. Suelta mi pierna—, demasiado débil, ángel.

Intento incorporarme. Planto mis codos a mis lados para hacerme de palanca. Sé que tengo desventajas, pero no pienso usar magia. Ya no.

Mi cuerpo tiembla como una reacción inesperada ante sus palabras. Él me da la espalda, suspira cansado.

Me siento en el piso acolchado, intento acompasar mi respiración.

Él voltea hacia mí. Sigue teniendo esa mirada maniática, sigue viéndose como el maldito captor.

—Te ves tan jodidamente bien, ángel —sonríe. Tiende su mano para que la tome.

No la tomo, me pongo de pie por mis propios medios. Escucho su risita cuando le doy la espalda.

—¿No te gusta perder? —chasquea la lengua.

—No es como que tú seas buen perdedor, ¿verdad?

Camino hasta la barra, subo mi pierna para estirar un poco los músculos. Lo mío es la rapidez, es la elasticidad... y es la magia, pero eso último no pienso tocarlo. No puedo tocarlo.

Su cuerpo se coloca atrás de mí. Me observa con cuidado. Lo observo desde el reflejo en el espejo.

—¿De qué hablas, ángel? —enarca una ceja—, dime, ¿en qué he perdido?

No le digo nada. Solo sonrío, sigo estirándome en la barra.

Él ladea la cabeza.

—Está bien —sonríe tanto como pueda.

Sus manos toman mi cintura. Me arranca de la barra de vuelta con facilidad. Veo como me sube a su hombro. Me veo por el espejo, veo como él vuelve a tomarme por la cintura, me eleva encima de su cabeza. Lo siento y lo veo, siento cuando sus manos me abandonan, veo lentamente como mi cuerpo cae. Siento la gravedad hacer su trabajo. Reclamar mí cuerpo. Siento el golpe en seco aproximarse, cierro los ojos. Pero el golpe no llega, no Ezra me detiene, su fuerte brazo acorrala mi cintura. Me toma, me voltea, mi espalda choca con fuerza contra su pecho musculado, mis rodillas y manos golpean el piso acolchado. Absorbe mi tamaño en cuestión de segundos, su brazo en mi cintura me aprieta, su otra mano va a mi cabello para jalarme hacia él, termino de rodillas, pegada a su cuerpo, sus piernas están a los lados de la mía. Lleva la mano que jalo de mi cabello a mi barbilla, la toma con fuerza.

—Dime, ángel, ¿cuándo he perdido?

Sonrío.

—Porque hasta donde sé, te estoy ganando. —fanfarronea en mi oído.

—¿Ganar, Ezra? —Resoplo—, te he apuñalado, te he envenenado, me has dado lo que quiero; orgasmos... —ladeó mi cara, pego mi cuerpo hacia él. Su rostro se inclina en mi hombro izquierdo, intento voltear hacia él—, orgasmos que también obtengo de alguien más —me burlo. Su agarre en mi cintura me aprieta con fuerza—, ¿qué has ganado?

Gruñe. Me empuja a la colchoneta, mi rostro se aplasta contra la colchoneta, tengo que salir de aquí. Apenas voy a levantarme cuando su brazo se hace de vuelta con mi cintura, me vuelve a voltear con la facilidad. Se abalanza sobre mí, se pone a horcajadas sobre mis caderas, atrapa y aprieta mis piernas con las suya. Toma mis manos con una sola suya, uniéndolas por encima de mi cabeza, su cuerpo se acomoda encima del mío. No me aplasta, pero su rostro está demasiado cerca de mí.

Sus ojos grises gélidos, me golpean, me tienen. Son un abismo, un abismo en el que me puedo caer.

—No, Chantrea —ruge sobre mi mejilla, sus labios besan y se adueñan de mi mejilla. Siento su desesperación. Caigo en ella—, después de mí no va a haber nadie más, ángel, ¿sabes por qué? —llega a mis labios, sus labios rozan los míos. No me besa, exhala sobre ellos—, porque tú no necesitas ningún hombre a medias, tú ocupas alguien que te rete, alguien que luche contigo, alguien que sea tu igual. —Recorre mi cuello con su boca, propina una suave mordida y me muevo debajo de su cuerpo—. Tú no ocupas pasividad, porque eres guerra, eres mi propia guerra, ángel. —Se apodera de mis labios, siento su lengua, juego con ella, con esa humedad hasta que me deja. Sus ojos grises, fríos, me observan—, eres mi igual, eres mía. Ningún adorno, ningún arma, mi igual, mía —vuelve a apoderarse de mis labios. Hasta que de vuelta. Me deja—, ¿no leíste mi carta? —habla con la voz afectada.

No, no la leí.

Él se levanta con una facilidad impresionante. Me deja con la necesidad de él. Me incorporo al ver que se acerca a la puerta.

¿Se va a ir?

Abre la puerta, los guardias de Louis están ahí.

—Nos vemos en tu presentación, Chantrea —me dice sin verme. Solo se va. Me deja ahí.

Toco el papel que he doblado, su carta, que está en el bolsillo oculto del pantalón deportivo. Las manos me tiemblan. Saco el papel, lo veo.

¿Cómo le puedo tener tanto miedo a un pedazo de papel?

Lo desdoblo sin cuidado. Y entonces observó su letra, su caligrafía perfecta.

Querido ángel, no me dejaste responder tu pregunta... pero déjame aclarártelo, ángel. Yo no perderé ante nadie, solo ante ti. Así que si crees que no voy a luchar por ti. Significa que no me conoces. Así que voy a remediarlo. Solo pienso dejarte en claro lo siguiente, ángel, no voy a luchar por ti. Estoy luchando por ti.

Estaré enviándote estas cartas periódicamente y esperaré las tuyas.

Primer dato: Tengo una hermana pequeña, una hermana de sangre. Una pequeña traviesa. Se llama Amelia. Ella es algo que protejo. Mi punto flaco. Te estoy entregando mi mayor debilidad.

¿Entiendes qué tanto pienso arriesgar por ti, ángel?

Doblo la hoja sin cuidado. La guardo en el bolsillo, con las manos temblando, con el corazón galopando. Esto es una mierda.

Esto es una complicación que no necesito.

—Te dio la información que necesitas, ¿verdad? —Es la voz de Max detrás de mí, en cuclillas. Ni siquiera supe en qué momento llegó.

Asiento, aunque no quiero hacerlo.

—Entonces Louis ya tendrá la información que requiere.

—Y ustedes la libertad que merecen —completo.

Tratos son tratos.

Max asiente con una sonrisita. Termina soltando todo el aire.

—Vámonos, Chan —me tiende su mano y la tomo para ponerme de pie.

Ezra tiene razón, tener personas que proteger se convierte en una debilidad. Es verdad. Pero si puedo hacer algo para otorgarles su libertad... si puedo sacarlos de esta mierda. Lo haré. Max exhala.

—Vas a desatar al verdadero demonio, ¿estás lista? —No, no lo estoy.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro