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Capítulo 12

Chantrea

Ezra lleva rato sentado en uno de los bancos de la barra de nuestro modesto apartamento, lleva prestando atención a cada detalle desde que decidió entrar a la fuerza... no quiso esperar a que Louis me recogiera, no, él, de vuelta, decidió traerme a casa y observar todo el sitio.

—Ya deberías irte —le vuelvo a mencionar como por décima ocasión.

Él voltea a verme con esos ojos grises, parece que se clavan en mí. Uno de los lados sé sus labios se eleva.

—Pésima anfitriona, ángel —no deja de observarme, aunque tampoco se mueve.

Me cruzo de brazos.

—Considerando que no te invite y que has entrado a la fuerza, no le veo porque deba ser una anfitriona pacifica —gruño sentándome en el banco frente a él.

Llevo unos veinte minutos de pie, esperando en la sala, cerca de la puerta, a que Ezra decida marcharse. De verdad no lo quiero aquí cuando llegue Louis.

Sé que Ezra es peligroso, su magnífica biografía le precede. No por algo, él, nacido como humano, fue bendecido por la hueste. Ezra se ganó su lugar, no lo heredó.

Pero Ezra debe entender que por mucho poder que tenga, que por más que sea el próximo rey de la hueste, no puede ir en contra del reglamento ya prescrito. No puede ir contra Louis, no puede ir contra las cadenas que nos unen a ambos.

—Dime, ángel —sus ojos me ven, ese gris tan intenso me ve, solo a mí—, ¿cómo es que, de ser una chica buena, terminaste en esta mierda? —señala a mi alrededor y lo siento como un insulto de mil maneras posibles.

Número uno: no soy una chica buena.

Número dos: no puede venir a mi hogar y decir que es una mierda. Porque no lo es. ¡Es mi hogar!

—Nunca fui una chica buena —contesto con el tono más seco.

Él suelta una risita sardónica.

—No tengo dudas. —Coloca sus codos en la barra para seguir viéndome—, pero y si digo que quiero salvarte.

Ni siquiera lo dejo terminar. La risa me gana con ganas. Confronto su mirada con la furia galopando por mi cuerpo.

—No te equivoques, Ezra, yo no necesito un salvador, yo quiero venganza.

Y de verdad que no me aterra aceptarlo. Hace mucho que hice las paces con esa parte de mí.

Esa parte diseñada por los demás donde te enseñan que odiar es malo, que tienes que perdonar, ja, ¿perdonar?, de verdad creen que eso es la respuesta.

Y puede que suene como una persona rencorosa, que acepto que soy, pero uno no está obligado a perdonar, no, uno está obligado a sentir. Y si mis sentimientos por ti son el odio, entonces eso será, eso tendrás.

Nos han hecho creer que el perdón se les da a todos, que si no perdonas no obtienes la gracia de Dios, que la venganza es mala... ¿Pero de verdad es mala? ¿o solo es una mentira bien contada para evitar el daño?

Porque cuando una victima deja de ser victima se convierte en vengadora y la ira es parte del plan.

¿Y si todo fue diseñado para someternos?

No soy ninguna sumisa.

¿Por qué tenemos que dejar a los que nos hicieron daño salirse con la suya?

No, esa no es mi línea, y estoy cansada de que la gente enaltezca aquella que perdona. Pero también estamos quienes no podemos ni queremos perdonar.

—¿Venganza? —su mirada se oscurece y veo como aprieta la mandíbula—, ¿soy tu venganza contra Louis?

La risa me vuelve a ganar.

—Dime por qué es qué crees eso, me muero por escucharlo —digo divertida.

Sé lo que todos creen, sé que todos piensan que mi venganza es contra Louis... y aunque una parte lo es, no es él quién tiene que pagar las cuentas pendientes conmigo. No aún.

—Te sedujo, destruyó tu vida, te engañó con esa amante de cuarta que tiene y te hizo su esclava con trucos muy bajos —justo lo que todos piensan.

Suelto un suspiró pausado.

—No, Ezra, tú al igual que todos sabe una mierda de lo que verdaderamente sucedió —me sale tan frio y seco del alma.

Ladea la cabeza y veo la duda, veo la furia en sus ojos grises y fríos.

—¿Entonces qué ocurrió de verdad?

Sonrío con dientes.

—¿Por qué crees que te lo contaría? —suspiro.

—Puedo obligarte —sonríe con dientes.

¡A la mierda!

Enarco una ceja.

—¿Cómo me obligarías? —pregunto con un toque de ingenuidad.

—Con la coacción.

—Úsala —lo incito. Camino con lentitud hacia él—. Úsala —le repito.

Cuéntame, ángel, que sucedió entre Louis y tú. —usa la coacción.

Sonrío. Me acerco a sus labios, a penas los rozo.

—Una lástima —susurro sobre sus labios—, que tu preciado don no tenga efecto en mí —confieso.

Me alejo de sus labios, de él.

—Pero —intenta buscar los fallos—, haz hecho lo que te he pedido.

Suspiro cansadamente.

—Era para seguirte el juego, muchas de las cosas que hago contigo son para seguirte el juego. ¿Por qué si entiendes que mi prometido comparte la cama conmigo?, ¿si entiendes que vivimos juntos?, ¿si entiendes que yo soy de él tanto como él es mío? —veo la mirada de Ezra oscurecerse, veo como se marcan las venas en sus manos apretadas, veo como aprieta su mandíbula. Pero esto que digo no es más que la verdad.

—¿Y qué pasa si le digo lo que paso mientras estabas secuestrada?, ¿qué si le digo lo que te acabo de hacer hace unas horas? —la oscuridad no se va de él y se nota en su tono de voz.

Suspiro de vuelta.

—Para tu mala suerte, Ezra, él no me mataría si es lo que crees, soy demasiado valiosa para que lo haga —y lo sé. Pero Ezra no sabe una mierda—, aquí la pregunta es; ¿estarías dispuesto a perder todo lo que tanto te ha costado construir por confesar?, ¿por mí? —Sonrío ante él—, yo nunca he tenido nada que perder, y por lo que sé, tu si tienes.

Ezra

¿Es una amenaza?, ¿me está amenazando?

—Has escuchado que las personas que no tienen nada que perder, son peligrosas —suspira con fuerza—, yo no tengo miedo, Ezra, no le temo a la muerte —calla abruptamente cuando la puerta se abre.

Es Louis, trae un ramo de peonias blancas, me ve y sonríe genuinamente. Camina hasta Chantrea para darle el ramo de flores, ella lo recibe con una sonrisa igual de genuina. Louis pega sus labios a su frente en un gesto que hasta podría parecer por tierno.

—Gracias por traerla, Ezra —me concede.

Asiento sin ganas.

—Un placer —me pongo de pie.

Chantrea me ve a los ojos y yo le regreso la mirada como una sutil advertencia.

—Supongo que es hora de marcharme —intento sonreír.

—Espera, ¿cómo fue el entrenamiento? —me detiene cuando estoy a punto de darme la vuelta.

Sonrió ante ella.

—¿Qué te parecieron los entrenamientos, Chantrea?, creo que le fue bastante bien, ¿verdad?, aunque vaya que no paraba de gritar —juego.

Veo la sonrisa de Chantrea caer, termina por rodar los ojos.

Louis enarca una ceja viendo a Chantrea.

—¿Gritaste?

El pequeño ángel sonríe.

—Bueno, tenía que fingir para que Ezra creyera que me estaba costando trabajo —ladea la cabeza con esa maldita sonrisa.

Me roba una risa.

Es por esto por lo que no la voy a dejar. Es por esto por lo que aquí me tendrá. Y parece que debo demostrárselo, pero primero tengo que descubrir más sobre ellos, estoy cansándome de no saber una mierda.

—Tengo que dejarlos —les sonrió a ambos—, pasen una excelente noche y hermanito —volteó a verlo— esta noche no dormirás con ella y no la tocarás —utilizo la coacción.

Ella niega con la cabeza.

Olvida quien te dio la orden —cubro mis huellas—, después de todo, me las tengo que ingeniar, ¿verdad? —porque no piensas obedecerme.

—¿Ingeniar? —pregunta Louis.

Niego con la cabeza.

—Sí, lo que te decía del entrenamiento. —Louis parece confundido, aunque termina asintiendo—, me marcho. Nos vemos.

Camino directo a la puerta, alcanzo a escuchar que Louis le pregunta algo, algo que la hace reír, su risa es preciosa, yo quiero que se ría conmigo. Ella no debería reírse con nadie más. Solo conmigo.

Aprieto el picaporte con fuerza. Tengo que salir de ahí.

Salgo con toda la fuerza de voluntad con la que cuento. Levanto la vista para observar a Belcebú, recargado en el capote del coche. Fuma un cigarrillo que esta por perecer en sus labios.

Sus ojos se posan en mí y noto la seriedad en su mirada. Llego hasta él después de unos pasos. Él consume la última calada de su cigarro.

—Vimos tu coche así que decidí esperarte. —menciona ya más jovial, pero con cierta amenaza implícita.

—¿Estabas con Louis? —enarco una ceja, saco la llave del coche de mi bolsillo, aprieto el mando para quitar los seguros.

—Oh sí, teníamos unos cuantos asuntos que tratar, nada serio, aún —se hunde de hombros.

Bota la colilla del cigarrillo, toma la manija de la puerta del coche para abrirla. Se introduce sin ningún cuidado. Así que supongo que ahora es mi turno de hablar con él.

Entro al coche con rapidez, volteo a verlo, el juguetea con la guantera del coche, revisa lo que encuentra en ese cajón.

Enciendo el coche para dar marcha.

—¿Cómo está la pequeña Amelia?

Aprieto mis manos en el volante. Mi ceño se frunce de inmediato. No quiero hablar de eso. No quiero hablar de las cosas que yo sí puedo perder.

—Excelente, hasta donde sé —contesto sin ganas.

—¿Sigue al cuidado de Daphne? —siento como va metiendo los cuchillos, como me va llenando de advertencias.

—Y Vikter —le recuerdo con una voz que raspa.

Acoplo el coche a la avenida, los coches pasan presurosos y yo no me quedó atrás.

—Sí, es verdad —asiente—, pero y Daphne —repite—, ¿sigue igual de preciosa? —me pregunta.

Suspiro con fuerza.

—Ve al grano, no me gustan los rodeos —gruño acelerando el coche.

—Solo te recuerdo, Ezra, te recuerdo por quien has hecho todo lo que has hecho y de paso, te recuerdo el papel de Daphne en tu vida —sonríe.

—¿Y a qué se debe este amable, recordatorio? —sigo esquivando los coches con toda la rapidez que el motor me puede conseguir.

—Es solo eso, Ezra, un recordatorio de quién eres y de qué quieres.

—Todo eso lo tengo muy claro —lo digo con la voz ronca.

Belcebú se ríe.

—Harías bien en alejarte de las faldas de Chantrea... esa mujer, de verdad es un peligro —comenta con razón de saberse poseedor de toda la información. Sus moscas le cuentan todo. No hay nada que no se le escape.

—¿Crees que es peligrosa?

Belcebú suelta una risa estruendosa.

—Tienes que averiguar más sobre ella, por tu propio bien —les da palmadas a mis hombros—, ¿qué crees que opine de Daphne?

Freno en seco, ocasionando demasiados toques de claxon tras de mí. Belcebú sonríe divertido.

—No —respondo tajante.

La sonrisa se le ensancha a Belcebú.

—Tu madre cree que es buena idea —me regala un guiño de ojo.

Chantrea

Me encuentro al lado de Louis, recargada en su hombro mientras vemos una película o al menos lo intentamos. Me gustan las películas de Disney y me divierte verlas con Louis. Es divertido cantarlas juntos. Es difícil de creer que un demonio como él esté viendo Mulán por enésima vez, ya que la considera su favorita.

—¿Cómo van las cosas con Ezra? —pregunta cuando Mulán deja la muñeca sobre la espada y el casco.

—El plan va de maravilla —le confieso.

Louis asiente. 

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