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Capítulo 11

Chantrea

Louis detiene el coche en el edificio que se determinó para el entrenamiento. Se trata de un edificio grande, de verdad bastante grande, especializado en todo tipo de deportes, sé que tiene una pista de atletismo profesional, una pista de hielo, una piscina, entre otras muchas cosas. Recuerdo haber asistido en el pasado a alentar a algunos amigos en sus carreras de relevo, recuerdo haberme perdido, aunque tienen sus mapas y gente dispuesta a ayudarte, lo que lo hizo menos bochornoso.

Tengo entendido que pertenece a una familia multimillonaria que gusta de potencializar el deporte, sé también que a los que les va de maravilla, logran hacerse de becas que les ayuda a sostener el enorme gasto que consiste en ser un deportista.

Siento la mano de Louis en mi muslo, es ahí cuando regreso a tierra. Sé que no está contento con la situación, que odia que vea a Ezra en un entorno que Louis no puede controlar, porque a él le fascina controlar todo lo que puede, también sé que no quiere que nada me pase...

Pero sé que Ezra no me va a hacer daño. Soy lo suficiente lista para hacerle daño primero.

Louis toma mi mano, la lleva a sus labios para darle pequeños besos.

—De verdad siento que tengas que pasar por eso —insiste de vuelta.

Mi mano va a su mejilla, mi pulgar repasa su piel fría.

—Ten más fe en mí, Louis, estaré bien.

—Preciosa —sonríe a medias, sus ojos ven los míos con tanto detenimiento—, yo tengo fe en ti, confió en ti ciegamente, pero no confió en él —su sonrisa parece dolorida—, te ve de una manera tan salvaje —niega con la cabeza—, como si deseara hacerte tantas cosas —sus manos aprisionan mis mejillas—, no puedo permitir que nadie siquiera toque un cabello tuyo —murmura y siento su aliento golpear mis labios.

Y lo besó. Soy yo quien da inició. Él abre los ojos con sorpresa, como si no entendiera que está sucediendo, pero eso es solo unos segundos, en los que siento sus manos resbalar por mi cintura, escuchó el sonido del asiento del coche al hacerse hacia atrás. Carga mi cuerpo con una habilidad impresionante, me acomoda con cuidado a horcajadas sobre él y yo tengo que prestar atención de no patear nada.

Louis se separa unos segundos para verme, coloca su frente contra la mía, jadea, siento sus manos, apretar mi cintura, siento su erección bajo mis piernas.

—Perdona —murmura recuperando el aliento—, sé que no debo. —suelta una risita seca. Una de sus manos se pasea por su cabello rubio, alborotándolo.

Y no sé por qué sus palabras me hacen daño. Y no sé por qué vuelvo a besarlo, porque mis brazos se enredan en su cuello.

Siento sus manos volver a mi cintura, él no necesita apretarme contra su cuerpo, yo estoy demasiado cerca, tanto para sentir su creciente erección bajo mi centro, entre mis piernas. Comienzo a moverme con suavidad sobre él. Siento sus manos bajar temblorosas por mi trasero, tocarlo, sentirlo, apretarlo. Gruñe en pleno beso.

—Mi Antrea, preciosa —susurra sobre mis labios.

Y me obligo a ver sus ojos azules, no grises, azules.

—Louis —jadeó su nombre volviendo a sus labios.

Siento sus manos apretar con más fuerza mi cuerpo hacia él.

Está bien esto, está bien sus labios sobre los míos, está bien su lengua jugando con la mía, está bien sus manos sobre mí... porque él es mi prometido. Porque es el hombre con él pasaré el resto de mi vida. Él está bien.

Ezra

Llevan casi veinte minutos de retraso, sé que el estúpido de Louis se iba a poner bastante sensible e iba a intentar postergar el momento, pero tenía la esperanza de que al menos mi ángel lo hiciera recapacitar, pero veo que no ha funcionado.

Diez minutos, llevan diez minutos en el estacionamiento, ninguno de los dos sale del coche, afuera solo están los estúpidos guardias que Louis le ha puesto a la cosita violenta. ¿Acaso ha pensado que ella de hecho puede matar a esos grandullones sin ningún problema?

¡Suficiente!

Al parecer tendré que ir por ella. Salgo de la sala de seguridad donde estaba observando las cámaras, agradezco que sea de las primeras salas, está cercana a la puerta de cristal, que se abre automáticamente dejándome salir.

Veo el coche, veo a los grandullones en sus trajes negros, observarme y no decir nada, puedo sentir el nivel de demonio que son, y por primera vez agradezco que mi querido hermano no escatimara en la seguridad del pequeño ángel.

Suspiró con fuerza cuando estoy a punto de llegar al coche. Y lo veo... los veo.

No puedo pensar con claridad, solo veo rojo cuando las asquerosas manos de ese idiota están sobre el trasero de Chantrea, cuando Chantrea está encima de él, besándolo, estando para él.

Claro, con él aprendió todo lo que sabe.

La ira me carcome, mis manos se vuelven puños con una facilidad que me sorprende. No estoy pensando.

¡No puedo pensar cuando el desgraciado de Louis tiene sus manos sobre mi ángel, cuando el muy imbécil se atreve a poner los labios en los de mi ángel!

¡Ella me pertenece!, ¡Es mía!, ¡Es mi puto ángel! ¡Mío!

Detengo el paso cuando estoy a punto de dejar correr mi furia. No puedo, no puedo, me repito en mantra.

Creo que aquí hay dos personas que deben aprender algo; mi adorado ángel debe aprender que es mío y el estúpido de mi hermano debe aprender a no meterse con lo que es mío.

Abro la puerta del coche con una facilidad increíble que me sorprende no haberla arrancado. No puedo sonreír, no hay modo de que yo les sonría. Y no hay modo de que me dirija a Louis sin golpearlo.

Ellos voltean a verme. Louis sigue cegado, embriagado por la pasión que sé que Chantrea destila. No sonríe, solo parece intentar recomponerse o entender lo que está sucediendo. ¡Maldito cabrón!

Las ganas que tengo de cortarle las putas manos, manos que no volverá a poner sobre ella.

Chantrea me ve sin ganas, pero no retira las manos del cuello de Louis. Niego lentamente.

Alguien desea ser castigada y por esto claro que va a ser castigada.

Mi mano aprisiona el brazo de Chantrea, me sorprende la facilidad con la que la saco del coche, ella da unos brinquitos para encontrar su propia estabilidad.

—Llegas tarde —le gruñó—, no vuelvas a llegar tarde —sé que mi voz está fría.

Veo su rostro, veo sus labios, hinchados, destrozados y no por mí.

—Llegué, es lo que te debería importar —contesta sin ganas. Sé suelta de mí agarré con facilidad, cruza sus brazos.

¡Maldito demonio!

—Está a tiempo —se atreve a abrir la boca.

Chantrea

Lo veo apretar su mandíbula, veo sus ojos grises, distantes, fríos, me ven, se niegan a voltear. Parece realmente molesto. Su mano vuelve a tomar mi brazo con la misma fuerza que uso a penas un momento.

—Es hora de tu entrenamiento —gruñe. No ve a Louis, no le contesta, solo comienza a jalarme.

Volteó a ver a Louis que ya está saliendo del coche con una cara de pocos amigos.

No, por favor, no quiero comprobar cuanta testosterona pueden derramar cada uno.

—Te veo a la salida —le grito para mantenerlo en calma.

Él detiene su caminar, asiente, pero no deja de observarme con evidente preocupación. El idiota de Ezra está haciendo toda una escena que sé que va a causarme bastantes cuestionamientos más tarde.

—Deja de ser un idiota —le escupo en un susurro.

Él no contesta, sigue concentrado en arrastrarme adentro del lugar.

Veo a los guardias que me ha puesto, seguir a toda prisa, mi caminar, no tardan en alcanzarnos con una facilidad sorprendente.

Observo a Louis quedarse de pie, observándome, asiente con lentitud y yo me obligo a sonreírle.

... Y es aquí donde el remordimiento me golpea con ganas. Sí, Ezra no hubiera intervenido, ¿qué habría pasado entre Louis y yo?

La realidad me golpea de la misma forma. No hubiera hecho nada para detenerlo, yo lo hubiera dejado seguir. Y esa realidad, de alguna forma, me aterra.

No soy consciente cuando entramos al recinto, solo soy consciente cuando él abre una puerta, me avienta sin cuidado hacia dentro del sitio. Tengo que hacer uso de mí, no tan buena agilidad para no caerme de bruces al piso, alcanzo a detenerme con la pared llena de espejos y las barras de ballet que se encuentran en el sitio.

—Ustedes no entran —les ordena, les advierte a los guardias.

Cierra la puerta con el portazo que le propino. Veo la magia, su magia, envolver el picaporte y desaparece. Abro los ojos con sorpresa, ¿puede desaparecer cosas?, ¿es lo que le hizo a la puerta del sitio donde me capturo?

Suelta una risita juguetona.

—¿Sorprendida? —pregunta melosamente.

Se acerca a paso cuidadoso, lo veo acercarse como si se creyera el cazador, como si me creyera la maldita presa. Que equivocado esta.

No me muevo, lo espero, espero a que venga hasta mí. Veo su rostro oscurecido, veo su sonrisa ladina, veo su mandíbula tan apretada. De verdad que parece furioso.

—Oh, ángel, has cometido un error —repite cuando está cerca de llegar a mí.

Ladeo la cabeza, mantengo una sonrisa, cruzo mis brazos con indiferencia. Enarcó una ceja.

—¿De verdad, qué error cometí, Ezra? —Sonrío—, ilumíname.

Sonríe secamente mientras niega con la cabeza, pero solo es por segundos cuando su rostro se vuelve a ensombrecer, cuando veo la furia en su rostro, en su cuerpo.

Sus manos toman con fuerza mi cintura, me obligan a voltear hacia los espejos, aprisiona mi cuerpo contra la maldita barra que se encaja en mi estómago, siento su cuerpo grande y fuerte tras de mí.

Una de sus manos no duda en tomar mi mano y estrellarla contra el espejo que por fortuna no se rompe.

Me tiene atrapada. Veo la ferocidad en sus ojos y parece que estoy viendo a otro Ezra.

Su mano libre va hasta mi barbilla, la sujeta con fuerza, intentó moverme, zafarme de su agarré, pero no lo logró, de verdad me tiene prisionera.

—Deja de moverte, ángel, solo te harás daño —parece tan calmando, aunque su rostro es el de un maldito psicópata—. No quiero lastimarte, no de esa manera —embarra sus labios a mi oído. Absorbe mi aroma. Lo veo por el espejo.

Pero él no entiende que mi maldito problema es que nunca dejaré de pelear, cueste lo que me cueste.

Gruñe sobre mi oído cuando se da cuenta de que no dejo de moverme.

—No tienes una idea de las ganas que tengo de destrozarte, ángel, de ver esa carita tuya empapada en sudor, tu carita llena de mí, tu boca llena de mí, quiero escucharte gritar mi nombre una y otra vez porque tal parece que has olvidado que eres mía —muerde el lóbulo de mi oreja con fuerza, haciéndome gritar. Sonríe—, amo tus gritos, ángel, pero al menos que quieras que tus guardias escuchen todo, debes ser silenciosa, ángel —propina otro mordisco en mi cuello.

Muerdo el carrillo de mi labio para no gritar. Intento darle un codazo encontrándome sin espacio, Ezra me absorbe por completo.

—Ya hemos pasado por esto, Ezra, suéltame y aléjate —le ordeno.

Él se ríe y niega con la cabeza.

—No, ángel, te he dejado tener el control y mira lo que hiciste —chasquea la lengua—, dejaste que alguien más te tocará y eso no puedo permitirlo —jala mi mano que tiene en el espejo hasta tenerla detrás de mi espalda, agarra la otra para tomarlas en un fuerte agarre—, ahora verás quien tiene el control.

Sonrió ante el espejo. De verdad no me puedo mover. Siento su maldita erección apretar contra mi trasero.

—Ezra, creo que has olvidado algo muy importante —suelto con melosidad.

Él sonríe, ladea la cabeza, pero no suelta el agarre ni por un segundo.

—¿Qué olvide, ángel? —pregunta.

Y presiento que después de esto va a intentar usar la coacción... una lástima, por él. Una lástima por mí, es una carta que me gustaba usar.

Ezra

Me quiere joder, este pequeño ángel de verdad quiere joderme. De verdad no logra entender que no estoy jugando, que esta vez voy demasiado en serio.

—Qué Louis es mi prometido y que tú eres un juego de una sola vez —sonríe con dientes.

Niego con la cabeza a la par que me rio de su estupidez. ¿De verdad cree que con eso me va a detener?

Ella no entiende que es mía y punto. Este angelito es mío, pero tal parece que es hora de demostrárselo.

La volteó hacia mí con facilidad y me sorprende ver su estatura, pero no me detengo en admirarla, subo su trasero a la barra, ella me observa con esa mirada salvaje que tanto me encanta. No le digo nada, no necesito decirle nada, mi mano va a su nuca, a su cabello, la obligo a ladear su rostro, y la besó. No espero su permiso, introduzco mi lengua, y la pruebo, tomo su sabor y es como si esto tranquilizará el infierno que tengo dentro. Abro los ojos para ver los suyos cerrados.

¡Es mía! ¡Es mi ángel!

Me deshago de los pantalones negros deportivos que estaban embarrados a su cuerpo, ya me arrepentiré después por no haberla admirado con ellos, lo suficiente. Lleva unas bragas rojas de encaje. No puedo evitar sonreír. Pero no diré nada, ella no sé, merece mis palabras en este momento.

Me aparto de su boca y ella sigue la mía, abre los ojos para verme, aunque tampoco dice nada. Me mantengo cerca de sus labios, no los beso. Llevó una de mis manos a su muslo, jugueteo con mis dedos cerca de su centro, ella no dice nada, pero la veo morderse el labio. Llevó mis dedos a su centro y siento su humedad a través del encaje. Sobó su hinchado centro, veo como aprieta sus manos contra la madera de la barra, veo como los dedos de sus pies se engarruñan. Tiene que entender que es solo mía, que me gusta que tome el control, pero el control es todo mío.

Al menos en este momento.

Mis dedos se introducen sin cuidado dentro de ella. Ella arquea la espalda, avienta sus caderas hacia mí, no grita, sigue mordiendo su labio. Se mueve en mis dedos, siento su jadeo, siento su temblor, continuo masajeándola por dentro, tomando su humedad. Encuentro su clítoris, comienzo a juguetear con él.

—¿De verdad, ángel? —Gruño sobre su cuello, lo beso, paso mi lengua sobre su cuello, saboreándolo, lo muerdo con gentileza—, ¿de verdad crees que esto es algo de una sola vez? —dejo que mis dedos entren más y más en ella, mientras aprieto con fuerza su clítoris, ella se balancea con mayor intensidad en mis manos—, eres mía, ángel —susurró sobre sus labios.

Abre los ojos con intensidad y deja ver ese violeta en sus ojos, el violeta que casi nunca está, el violeta que oculta tan bien. Ahí está. Abre la boca para dejar un gemido, me aprovecho para introducir mi lengua, para absorber su gemido. Ella se sigue moviendo con intensidad, la siento temblar, la siento seguir el baile con mi lengua y sé que va a llegar a su clímax, pero, aún, y aunque quiero hincarme a saborearla, si lo hago, solo creerá que ella controla la situación, pero no es así.

Saco mis dedos de su interior, llenos de ella, los meto a mi boca, me lleno de ella mientras ella intenta recobrar el aliento.

Terminó de limpiar cada rastro de ella en mis dedos, soy un jodido adicto. Adicto a ella.

Llevó mi mano a rodear su cuello, no lo aprieto, solo lo mantengo ahí.

—Dime, ángel —murmuro melosamente sobre la esquina de sus labios, Llevo mis dedos a su boca, los introduzco, dejo que los llené de saliva, de su saliva y eso hace—, ¿qué crees que piense mi hermanito de verte así? —mis labios vacilan en su boca—, tan jodidamente mía, ángel.

Me bajo el pantalón de chándal negro sin esfuerzo, dejo caer mi bóxer con él, llevo mis dedos llenos de saliva a mi glande ya erecto, lo cubro de su saliva, me colocó en su entrada. La siento de inmediato, me recibe, húmeda, lista para mí.

Mi mano se acerca asu cuello, no lo aprieta, solo la dejo ahí, hasta que entro, entro de una solaestocada, llevó mi mano a su boca para taparla, para ahogar su gemido, no puedo esperarla, no espero a que se adapte, sigo embistiéndola, una, dos, tres, cuatro, cinco, y ella sigue gimiendo con cada uno. Su humedad me llena. Sus ojos vuelven a abrirse con ese violeta... y pasa algo raro, es como si me recargará de energía, tendré tiempo para reflexionarlo después. Aprovecho la fuerza para arremeter contra ella con toda la violencia.

Dios, esta mujer se está corriendo en mí, sus gritos ahogados son pura música para mis oídos.

¡He perdido el control!

Me salgo de ella y me maldigo de inmediato, porque la extraño. La bajo de la barra, sin aviso, vuelvo a voltearla para que vea al espejo, quiero que me vea cuando la penetro, que sepa que soy yo, que sepa que no habrá nadie más. Nunca.

Abro sus piernas, entro en ella y ella vuelve a gemir, sus piernas tiemblan en el piso. Sus nalgas tan deliciosas rebotan contra mi pelvis. Como su humedad resuena contra mí. Carajo, no voy a resistir más.

—Oh, ángel —tiemblo sobre su cabello, estoy a nada de llenarla de mí—, eres mía, solo mía, ángel —gruño cuando mis estocadas se vuelven más fuertes y rápidas.

Ella no dice nada, pero no deja de jadear, veo su rostro empapado en sudor, veo sus labios abiertos gemir, veo sus manos apretadas contra el espejo.

¡Una maldita visión!

Me libero dentro de ella, me vació por completo. Ella deja caer su cabeza en mi espalda, jadeando, intentando recuperar la respiración.

—Solo yo te puedo joder así, solo yo puedo tenerte así, ángel, de verdad no me provoques, pero para evitar próximos malos entendidos —besó su cabeza, su cabello rizado—, si vuelvo a ver que alguien te toca, lo voy a matar y te voy a coger encima de su cadáver, ¿entendiste, ángel?

Ella sonríe de lado.

—No puedes matar a tu hermano, está en el reglamento —se ríe.

Niego con la cabeza. La volteó para que me vea a los ojos, y lo hace, ya no son violetas, han vuelto a ese color miel.

—¿Has visto cuantas reglas he roto por ti, ángel? —Sonrío yendo a sus labios—, no me pongas a prueba, ángel, si se trata de ti, no tengo límites —y me aterra confirmarlo en voz alta.

Confirmar que me estoy volviendo loco por ella.

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