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Capítulo 8

Chantrea

Erebos esta jugando, tengo poco de conocerlo en realidad, pero si las memorias de Alexandría, los diarios de Victoria y las cartas de las demás no mienten, él esta jugando, está jugando con Louis.

¿Pero cuál es el papel de Leibda en todo esto? ¿Por qué Erebos lo escucha?

Tengo grandes desventajas en este maldito juego. Aun me duele la mandíbula y sé por el espejo que sus marcas están ahí.

—¿Una guerra? —es Belcebú quien interviene dejando la copa de oro que tenía en sus manos sobre la mesa. Espero que sean lo suficientemente listos para saber que no deben consumir nada de lo que este idiota les dé.

—Lo harían, ¿no? —alza su barbilla para señalarme—, por ella, ¿no?

El corazón comienza a latirme con rapidez y no sé si es Alexandría o soy yo misma, solo sé que me tengo que obligar a tragar saliva, a no sentirme tan sofocada, tan... ¿expuesta?

Louis voltea a verme, sus ojos me ven con plena tristeza, sé que él quería salvarme de esto, pero al final del día, solo era cuestión de tiempo.

—Si cree que lo haríamos, que lo llevaríamos a una guerra, ¿por qué invitarnos? —pregunta Louis volteando hacia Erebos.

Las aletas de mi nariz se abren intentando contener el aire. Intento no voltear a ver a Erebos, pero lo hago, él no me ve a mí, mantiene fija su mirada en Louis.

—Porque antes de la guerra siempre hay espacio para la diplomacia —suelta Erebos, toma asiento de vuelta, cruza sus piernas y lanza esa mirada de superioridad a todos.

—¿Es diplomático haberla raptado el día de nuestra boda? —contrarresta Louis.

Erebos lo voltea a ver, de arriba abajo, con esa risa que da repelús, tiene uno de los lados de sus labios elevado, pero para nada sé ve como lo hace Eros. Él da asco, miedo...

—Tu me invitaste sobrino —y esa fue una gran idiotez de su parte.

—Creí que hacia lo correcto —veo como las piernas de Louis tamborilean con la ansiedad corriendo por sus venas.

—Oh, sí, todos creemos que hacemos lo correcto. —Erebos suelta una risita, vuelve a ponerse de pie, se acerca a Raksa, le da una orden y me sorprende el control de Ezra ante la situación. Tal vez lo he subestimado.

Raksa camina hacia mí, recorre la silla y con un poco de cuidado me obliga a estar de pie, toma mis manos sosteniéndolas con las suyas, pegándolas a su armadura y haciendo que este detrás de ellos.

Leibda me observa con horror, traga saliva. Gremorian por su parte, sé que ve a Ezra más que a mí. Louis voltea de inmediato hacia mí, veo como su mandíbula se aprieta, como sus manos se vuelve puño. Me duele el corazón, retumba dolorosamente.

—Tranquila, no dejaré que nada te pase —me dice suavemente Ezra, audible solo para mí.

Tal vez ha notado como me tiembla el cuerpo, como mi frágil careta de invencible, se rompe. Porque tengo miedo. Pero no miedo por mí. Miedo de que Erebos sepa todo.

—Pero lo correcto no es esconder a la mujer que me ha pertenecido por siglos, la única que de verdad me importa, mi Alexandría —dice cuando camina con lentitud en mi dirección.

Las náuseas se acentúan en mis entrañas. Él camina hasta donde estoy, sujeta por Ezra. Erebos posa su mano en las marcas que me ha dejado. No agacho la cabeza, no me permito sentir miedo cuando lo veo. Solo lo veo y ya. Con ese ápice de orgullo que queda dentro de mí. ¡Él no me va a tener! A mi no.

—Aunque de seguro tu padre te ha contado la mierda que ha querido, pero es él quien quiso quitarme a la mujer que tanto amaba... una lastima que haya muerto dando a luz a su hijo —quiero gritar.

¡Esa no es la maldita historia!

Erebos se aleja de mi dejándome con su tacto, con el asco, camina hacia la silla que ocupaba, toma asiento ahí y Louis voltea hacia él.

—Sácame de aquí o voy a intentar matarlo y a ninguno de los dos nos favorecerá el resultado —gruño audible solo para Ezra.

Ezra suelta un bufido por lo bajo. Si por él fuera me sacaba de aquí y ya, pero no puede, si lo hace, podrían literalmente ejecutarlo aquí mismo porque es así como funcionan ellos.

—Ves, a eso me refiero con que cada uno tiene su propia versión de lo correcto —comenta posando su mano en la rodilla de Louis cuando este se voltea.

Y es la primera vez que me estoy cuestionando el porque me ha obligado a ponerme de pie.

Trago saliva. Y siento que el aliento se me detiene. Mi vista va a Gremorian, sé que estoy intentando calmarme, que estoy intentando no parecer una desesperada, pero eso es lo que parezco. Gremorian asiente con lentitud.

—Aunque, es hora de que se sinceren conmigo —voltea rápidamente a verme a mi mientras aprieta las rodillas de Louis. Hace ese rictus de lado, que se le ve nauseabundo.

¡Lo sabe! ¡Maldita sea! ¡Lo sabe!

—¿Por qué ella tiene un vinculo con alguien que no eres tú, sobrino? —pregunta sin dejar de verme.

Intento mantener la calma, juro que lo intento, pero no lo logro.

—¿Por qué tienes un vinculo con el rey de la hueste, Chantrea? —se pone de pie, no camina hasta donde estoy, se mantiene de pie, viéndome—, quiero entender, la verdad en todo esto —comienza a caminar alrededor de los comensales, se detiene en Belcebú—, ¿por qué ella? —le pregunta al Belcebú, sigue su caminar hasta Leibda—, ¿Quién es ella en realidad? —le pregunta a Leibda. Posa sus manos en el respaldo dónde está Gremorian—, ¿te sientes atraída por ella, no es así? —le suelta a Gremorian.

Encamina sus pasos hacia donde estoy. Aguarda a unos dos metros donde estoy, lleva sus manos detrás de su espalda, ladea un poco la cabeza.

—Tal parece que a todos les ha comido la lengua el ratón, así que tal vez tu puedas responder, se te da bien responder —me sonríe.

Agacho la cabeza por unos segundos, tengo que pensar que decir, que hacer, y sinceramente estoy perdida. ¿Mentir?, ¿mentir sobre la unión?

¡Qué caso tiene!, él lo sabe, él lo sabe e irá tras de Ezra.

La maldita guerra que quería detener acaba de iniciar.

—¿Y cuál es la pregunta en concreto? —me sale antes de que siquiera pueda controlarlo.

Él suelta una risa que quiere parecer graciosa, pero no lo hace.

—¿Perteneces al rey de la hueste? —su mirada se oscurece.

El agarre de Ezra se suelta. Y espero que sea porque es una indicación y no porque hará alguna estupidez.

—No pertenezco a nadie —es la respuesta que puede obtener.

Erebos azota la copa de oro que traía en sus manos.

—¡No es la maldita respuesta, Chantrea! —gruñe—, sabes muy bien a lo que me refiero —son segundos en los que él llega a mí, en los que sus manos aprisionan mi barbilla de nueva cuenta.

—¡Erebos! —le grita Leibda.

Escucho las sillas recorrerse, de un momento a otro Leibda está al lado de Erebos, Gremorian al otro lado y Louis y Belcebú están cerca.

Erebos suelta mi barbilla, mis ojos se encienden. Tengo unas inmensas ganas de matarlo. De hacerlo mierda con mis manos.

Leibda se acerca a revisar mi barbilla, bajo el escrutinio de Erebos.

—¿Eres la consorte del rey de la hueste? —pregunta Erebos con ese tono ahumado y oscuro.

—Lo es —es Belcebú quien responde, acercándose a mí, revisa las marcas, pero ve de reojo a Ezra.

Esta esperando una orden o indicación.

Erebos camina hacia el comedor que está repleto de comida, comienza a usar sus manos para tirarlos al piso, la comida se estrella sin cuidado al igual que los decantadores caen hechos trizas con el liquido rojizo y ambarino, los platos se estrellan haciendo gran estruendo.

¿Por qué eso cambia algo? ¿Por qué la unión con Ezra lo convierte en esto?

Ezra

Mis manos están hechas puño. Sé que Belcebú y Louis están frente a mi a propósito, porque de ser por mí, mis manos estarían estampadas en el cuello de ese maldito.

He decidido que no solo le sacaré los ojos, también voy a cortar sus manos, dedo por dedo, me divertiré tanto cuando por fin pueda ponerle las manos encima. Tal vez pueda quebrar sus dedos uno a uno, metérselos por sus orificios, obligarlo a comerse a si mismo. Sonrío de pensar en todo lo que puedo hacerle. Tantas posibilidades.

Y la verdad es que no sé si haya sido buena idea que este aquí como su guardia y no como Ezra.

Él esta perdiendo la cabeza y juro que, si vuelve a tocarla una maldita vez más, yo perderé la cabeza. Aun cuando sé que actuar no solo pone una navaja en mi cuello, a su vez se la pone en el cuello de Gremorian y Chantrea.

Belcebú espera mi orden en algo que no teníamos planeado. La unión, esa unión de la que no tenía ni idea, pero que, al parecer, Chantrea si, está cagando todo esto y solo queda ver el desenlace.

¿Qué tiene que ver la unión con ser consorte? Al fin de cuentas no se hizo oficialmente. Siento que algo se me está escapando.

—Llévatela —me ordena Leibda.

¡Con todo gusto!

Me acerco para tomar a Chantrea del brazo, dispuesto a llevármela, a desaparecer de aquí. Necesito besarla, necesito que me recuerde que el mundo esta bien, que todo esta bien, que ella está bien, si no, perderé la cabeza.

—¡Alto! —Erebos regresa a donde estamos todos. Sus ojos dorados están posesos, su rostro entero.

Tal parece que ha perdido la cabeza.

—No romperé las reglas —indica.

—No soy la consorte, solo es una unión —responde Chantrea con ese desafío en la voz.

Erebos vuelve a reírse, niega con la cabeza.

—Tal parece que el peso de la unión te convirtió en su consorte —escupe con ese humo oscuro en su voz.

Reglas, reglas... reglas. Mis ojos se abren de par en par.

"Hay dos cosas intocables entre la hueste y la legión; las y los consortes son intocables, así como los primogénitos y herederos del legado".

No puede tocar a Chantrea. No si es mi consorte. 

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