Capítulo 48
Dhalin
Tuve un sueño durante mucho tiempo, un sueño que quería proteger por lo profundo que era y la fuerza con lo que lo sentía; mi sueño era este hombre frente a mi que se esta debatiendo entre si darme por perdida o luchar por la luz que quiso plantar en mí. Pero la oscuridad siempre trae oscuridad.
Mi padre me doto de oscuridad y ganas de venganza, mi madre me doto de odio puro y aquí estoy yo. Viéndolo a los ojos, buscando que lidie con la idea de lo que fue. Que la dulzura se perdió.
Dejé que creyera durante mucho tiempo que lo había logrado, que había salvado las partes más oscuras de mi alma, hasta yo misma quise creer, quise jugar su juego de artista herida, buscando transformar toda la oscuridad y dolor en arte. Y cuando le mostraba retazos de oscuridad, él los ocultaba, nos intentaba convencer a ambos de que no pasaba nada, que todo volvía a la normalidad y yo le creía.
Luche contra el impulso que me obligaba a tomar el lugar para el que fui predestinado, luche contra la oscuridad que palmeaba el ser que él deseaba ver luminoso.
Pero uno no siempre puede ir contra corriente, porque al final del día uno se cansa y las manos rápidas de la oscuridad te alcanzan y te arrastran.
Quien dijo que la oscuridad es mala es porque no conoce la oscuridad en realidad; la oscuridad no es más que la falta de luz, es ver ese ser que se esconde en las sombras y aceptarlo.
Aquel que rechaza las sombras, que le tiene miedo, es porque tiene miedo de si mismo, miedo de ver en que se convierte cuando la luz se apaga.
Sonrío hacia mi abuela que suelta un resoplido, bastante molesta de que no la deje continuar su teatro de buena bruja. No es buena y no es bruja.
Es simplemente mi abuela, la madre de Alexandría. Una de las únicas sobrevivientes de la raza Alexandría que ha sabido mimetizarse con su entorno.
—¿Alguien sabe por qué es ciega? —pregunto en vista de que nadie quiere hablar y esto se está tornando aburrido.
—Dhalin —gruñe ella a manera de regaño.
—Abuela —entorno los ojos, suelto un suspiro, vuelvo a sonreír—. Mi abuela es la madre de Alexandría, en realidad es la única superviviente de la masacre a la raza de mi madre. Es ciega porque se hechizo para quitar el característico violeta de sus ojos. No es bruja, tiene una conexión privada con los dioses que en realidad era lo que tenía las Alexandria, eso y la premonición. Ella lo ve todo, mi querida abuela —le regalo un guiño de ojo—, ella te dio los antídotos para mantenerme lejos de la oscuridad, aunque como pueden ver, cuando la oscuridad esta en uno, simplemente no se controla ni se disipa, solo esta ahí.
Bastián da unos pasos acercándose a donde estoy, pero es Belcebú quien extiende su brazo hacia su costado evitando que dé más pasos hacia donde estoy. Inteligente de su parte, pero también me ofende. Nunca podría hacerle daño a Bastián... observo las heridas en su cuello y me arrepiento. Tal vez sí puedo hacerle daño.
—Pero no estamos aquí por eso, sino porque me están buscando, no solo tú, los dioses también, algo así como que soy la llave de un cataclismo, ¿no? —doy unos pasos hasta donde esta Belcebú—, lo soy, mi muerte desataría el caos del mundo entero —sonrío con dientes—, mi papá es bastante dramático cuando se lo propone. Tal parece que los dioses pueden ser muy poderosos, pero un corazón roto los mata.
—Entonces es mejor que vuelvas a ocultarte —veo la preocupación en los ojos de Bas, el amor con el que me cuido, con el que intento borrar siglos tras siglos la huella de mi existencia para darme una nueva vida.
Bastián es el amor que no merezco y que no necesito, pero que quiero.
—Pero me canse de ocultarme, a parte —observo el reloj que tengo en mi muñeca izquierda, reviso la hora, no es demasiado tarde aun—, en este momento, la querida Trea y su perrito faldero deben estar desatando una guerra. —suelto una risita cuando veo como Belcebú gruñe.
Debo ser detestable, tanto como para que se larguen, para que me dejen seguir sin causarles daño, no quiero hacerle daño a Bastián, pero sé que, si le hago daño a Belcebú, él se pondrá como el estúpido héroe que cree que es.
—De saber que Ezra se convertiría en un perrito que mueve la cola con la dueña adecuada, lo hubiera intentado desde hace tiempo —suelto otra daga en forma de palabras y veo como la mandíbula de Bas se aprieta.
Eso es, ódiame. Tienes que odiarme.
—¿Crees llegarle a los talones a Chantrea? —es Belcebú quien arremete.
Eso es, denme material.
Un resoplido se escapa de mis labios, ladeo la cabeza, demasiado cerca ya de Belcebú, tanto para tocar sacarle algunas pelusas imaginarias de su impecable traje.
—Dan mucho por ella, cuando según mi querida abuela, tiene las horas contadas, ¿no es así, abuela? —sonrío con todo y dientes.
—Dhalin —de vuelta me reprende mi abuela.
—Es la verdad —dejo de sonreír, simplemente veo a los ojos a Belcebú, transmitiendo la visión que todas tuvimos... que Chantrea debió tener—, Chantrea y Ezra morirán en menos de 24 horas.
—Imposible —por fin Bastián habla. Sonrío ante él. Sé cuanto le duele escuchar esto.
Niego con la cabeza.
—No, es verdad, primero morirá Amelia, después Ezra y por último Chantrea, es una pena, nunca los conocí bien —me hundo de hombros.
Bastián y Belcebú chocan miradas, de esas miradas llenas de pánico. No se detienen a pensarlo mucho, simplemente salen disparados de la cueva.
Creo que se habían olvidado de la pequeña de Amelia. Una risa seca encuentra camino en mi boca.
—No debiste hacer eso, Dhalin —gruñe mi abuela.
—No debiste dejar que se llevaran a mi madre, no debiste dejar que destruyeran la raza, no debiste ocultarte, pero aquí estamos, llenos de arrepentimientos. Solo cállate y ya.
—Dhalin, sabes que la protección para ti es necesaria. —la preocupación está ahí.
Lo sé. Soy el origen del fin. Si me tocan, el juego se acaba para todos. Pero me cansé de ser una simple espectadora.
Chantrea
Ellos crearon a este monstruo. Cada muerte, cada cosa que me fue arrebatada.
Louis.
Halley.
Mi padre.
Mi vida.
Mis decisiones.
Me quitaron todo y querían que respondiera con una sonrisa. Ja. Es una verdadera lástima que me gusta transformar el dolor en venganza.
—Chan —murmura Max con cierto recelo y siguiéndome de cerca.
Me presto su camisa rosa con manchas de la sangre seca, de Halley, para que trajera algo de ropa y no anduviera caminando desnuda. Aunque en realidad en este punto no importa.
Esto es un ajuste de cuentas y el estado de mi cuerpo es algo que en realidad no me importa.
Quieren matarme, quieren acabar conmigo, adelante. Solo denme una maldita escusa para desatar el caos.
—Vayamos con Ezra —me pide.
No ha habido lágrimas, todas se convirtieron en combustible que alimenta mi ira y sed de venganza. Entiendo que Max este preocupado, puedo perder el control, como lo hice algunos años atrás, pero lo que Max no sabe es que el control en mi lo perdí hace mucho, que ahora mismo soy puro caos. Ezra mantiene mi caos a raya, pero sin Ezra. Lo lamento. La piedad y el control se terminó. Solo hay caos de inicio a fin.
Diviso a los guardias en la puerta de la habitación de Erebos, se percatan de inmediato de mi presencia, colocan sus mandobles chocando uno contra otro en un intento de equis. Un gruñido es lo único que sale a través de sus cascos que cubren todo excepto sus ojos y bocas.
—No tengo tiempo para estas mierdas —respondo suspirando.
Dejo que el fuego que me ungió recobre su lugar en mi cuerpo, tan ardiente como debe ser, es la primera vez que utilizaré el don que me fue otorgado por el fuego eterno, sé que la primera vez es más caótico. Siento el calor embargándome por dentro, canalizo el calor a donde se encuentran viendo como los huesos de sus piernas crujen y salen de sus piernas y armaduras seguidos de un grito violento.
—¿Romper huesos? —murmuro sin creerlo. Esperaba algo más... no sé. No sé en realidad que esperaba, pero me sirve.
Camino entre ellos y sus gritos agónicos, abro la puerta sin dramatismos, lo hago con lentitud para encontrarme a Erebos con uno de los cuerpos de las otras descendientes acostada en la cama. La bilis me trepa por la garganta y el ardor dentro de mí se extiende.
No es dolor, es ardor y arde más que nunca.
—Mi dulce abejita vino por mí —Erebos da un paso fuera de la cama con sus pantalones sin abrochar—, necesitaba su miel, ¿no es así abejita?
El fuego, la energía, explotan en mi ser y me es difícil encontrarla o canalizarla.
Quiero arrancarle la cabeza y quemar todo lo que hay en esta habitación, hacerla cenizas.
—¿Cuántas, Erebos? —pregunto con la voz decidida.
—Cuántas, ¿qué?, abejita —sonríe y me da asco.
Comienza a dar pasos hasta donde estoy, no me muevo, permito que llegue a donde estoy, que crea que estoy dejándolo, que caiga en la trampa. Es lo que hacen las arañas, ¿no?, una vez caes en su tela te hacen creer que no pasa nada hasta que simplemente no puedes despegarte y la araña está ahí, lista para comer.
—¿A cuantas tomaste sin su permiso? —pregunto cuando sus dedos acarician la tela de la camisa.
Comienza a rodearme con lentitud con sus dedos tocando la camisa, no reacciono, continuo inmóvil, ignorando la acidez en la boca de mi estómago. Se detiene detrás de mí, siento como sus dedos aprietan mi camisa obligando a mi espalda a chocar con su pecho desnudo, su brazo atrapa mi cuello sin ahorcar, solo manteniéndome ahí.
—Las mujeres son nada, abejita, no merecen tener un nombre, ni nada, no sirven en realidad, solo sirven para dar placer, ¿Cuántas?, no lo sé, pero puedo decir que muchas, son mías, mías para coger, mías para matar. —suelta una risita.
El fuego, siento el fuego arder en mis adentros, siento a las miles de almas convertidas en serpientes azotarse contra mi cuerpo, deseosas de salir, de devorar al hombre que cree que una mujer es nada. Carajo. No lo sabe.
—Pero sabes ¿por qué te llamo abejita? —repite cuando su otra mano se aplana en mi cintura.
Necesito que confíe en que no haré nada, en que me comportaré.
Niego con la cabeza, sin decir nada más, concentrándome, reteniendo mi caos.
—Porque las abejas son esos insectos que insertan su veneno sabiendo que eso atraerá su muerte, es lo que viniste hacer, ¿no?
Bastián
Al llegar a la casa en donde Amelia debería estar protegida por miles de guardias, la vista nos sorprende con un terrible charco rojo que cubre la alfombra que debería ser rosa en conjunto con demasiadas partes de cuerpos; dedos, brazos, pies, piernas, torsos. Pero no hay cabezas.
Los demonios que debían cuidarla, los demonios de gran nivel que debían protegerla están muertos.
Y Amelia no está aquí.
Y si lo que Dhalin dijo, no nos quedan más que 18 horas antes de la muerte de Ezra y Chantrea.
—Tu ve con Ezra —Belcebú ordena— voy por Chantrea.
—18 horas —murmuro.
Él asiente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro