Capítulo 40
Chantrea
Las velas de la iglesia están alineadas en un armatoste de fierro que simula una pequeña escalera, en cada hilera, miles de velas están encendidas y aun así hay espacio para más. Tomo la cerilla que han colocado a un lado de las velas con velas por encender y un enorme limosnero que recoge lo que la voluntad de sus feligreses les dé.
Prendo la cerilla, coloco el fuego en la vela que llevo en la mano y la coloco con cuidado en uno de los espacios vacíos que quedan en aquel armatoste. Suelto un suspiro cuidadoso mientras me acomodo la tela de encaje negro que oculta mi cabello, camino hasta uno de los reclinatorios puestos enfrente, hincándome en el incomodo material de cuero sintético.
¿Es necesario el disfraz?
En realidad, sí porque es difícil averiguar quién puede estar vigilando.
El silencio del lugar se elimina y en su lugar, las murmuraciones y exhalaciones toman lugar, no me tienen que decir que él ha llegado, lo sé por el magnetismo que se desprende en una sala tan pronto pone un pie dentro.
Volteo un poco para ser recibida por esos ojos grises que consumen mi alma y me dejan en la nada.
Lleva un traje negro con una camisa negra, es un lienzo de negro sobre negro, que a él le luce perfecto en conjunto con el alzacuello que lo distingue como sacerdote.
Se acerca a la pequeña fuente de agua que se encuentra en la entrada de la pequeña capilla. Uno de los lados de su sonrisa se eleva cuando toma con sus dedos un poco de agua, colocando un poco en la frente, llevándola al medio de su pecho y extendiéndola primero a la derecha y luego a la izquierda mientras camina con tanta soltura.
A Ezra le encanta llevar los juegos y su papel a otro nivel.
Siento las hormonas de las mujeres en el sitio ahogar la pequeña capilla en ellas, si pudieran se le pondrían como tapete.
No tarda en llegar hasta donde estoy, dobla su espalda para llegar hasta mi oído.
—Ya no tienes que rezar, Trea, ya he venido —murmura en mi oído robándome una sonrisa—. Tu demonio favorito ha venido por tu alma.
Arreglo la tela negra de encaje que cubre cuidadosamente mi cabello rizado. Me pongo de pie para verlo, la necesidad de tocarlo me consume, pero no es por eso por lo que he venido, hay cosas importantes, temas por tocar, muevo el rosario en mis manos chocando mis ojos con los suyos.
Sonríe con todo y dientes.
—No te ofendas, pero la sumisión no te sienta —murmura, da un paso para estar mas cerca de mí y las líneas de lo correcto e incorrecto se desdibujan estrepitosamente—, cuando a leguas se nota que estas ardiendo —susurra tendiéndome su mano.
Dejo que uno de los lados de mi sonrisa se eleve, tomo su mano entre las mías para plantar un beso en el dorso de su mano.
—Bueno, tal parece que hoy tú eres quien tiene la correa —la melosidad en mis palabras enciende algo en esos preciosos ojos.
Quiero morirme viendo esos ojos, no pido más, pero es algo que no le diré, porque sería expresarle que sé como acabará todo, que antes de que Alexandría me abandonará tuve una visión.
Suelto su mano justo para que el señale a un costado del templo en donde se encuentran los confesionarios.
Asiento con una sonrisa, él se adelanta, caminando frente a mí, saluda a un par de damas que estuvieron viendo toda la escena y con ese saludo es suficiente para dejarlas calladas. Sonrío, agacho la cabeza y vuelvo a acomodar el material de encaje sobre mis rizos, evitando que alguno se escape y delate más que mis ojos.
Continuo sus pisadas manteniendo la distancia. Entrando en el cajón de madera bien ornamentado que funge como confesionario, una parte esta diseñada para que él este dentro cubriéndola tras una puerta de madera hecha de rendijas mientras que el otro espacio es simplemente otro reclinatorio pequeño.
Él entra al espacio del sacerdote, me dedica una sonrisa antes de dejar correr la puerta de madera. Camino hacia el reclinatorio, el abre la ventanilla recubierta por una tela negra que cubre su rostro. Se aclara la garganta cuando mis rodillas tocan el material sintético.
—Me podría acostumbrar a verte de rodillas —escucho el ruido de su sonrisa.
—Si me das una buena razón, podría permanecer así —sonrío ante su comentario.
—El reloj corre, Trea —me hace consciente de que esto no es un reencuentro del estilo que necesito.
—Erebos —me aclaro la garganta. ¿Por dónde debería empezar?
Un resoplido sale de sus labios.
—Louis —murmuro haciendo una lista mental de las cosas que debería saber, pero que no quiero decir—, Gremorian —suelto un suspiro—, Leibda.
Y con ese ultimo nombre escucho un gruñido provenir del otro lado.
—¿Es una lista de personas con las que tengo que acabar? —pregunta del otro lado y el calor de esa pregunta se concentra en mis piernas.
Tengo que dejar de ser tan hormonal cuando él se pone tan territorial, pero es inevitable, caigo en la trampa de ese rol de hombre que haría lo que fuera por mí y lo ha demostrado.
—¿Estas celoso, Ezra? —rio desviándome del tema.
—Ven aquí y déjame mostrarme cuan celoso estoy, Trea. —gruñe y su voz se convierte en una orden que debo seguir.
No, debería ser mi respuesta, pero no tengo control, no puedo negarme a un reto. Me pongo de pie, camino hasta la puerta corrediza de madera, la deslizo encontrándome con esas cejas fruncidas y esos preciosos ojos grises.
La barba de días le queda perfecto y completa todo el combo de lo que necesito.
Me deslizo dentro del pequeño espacio, colocándome a horcadas sobre él, no hay espacio para más. Sus manos corren a las caderas de la falda de tubo negra mientras esta se sube hasta mis muslos debido a la posición.
Nuestros labios se encuentran a medio camino, chocando y siendo una explosión llena de necesidad, la humedad de su lengua penetra en la mía convirtiéndose en una lucha interminable con la mía. Gruñe en mis labios y de pronto es todo lo que necesitaba.
Mi cuerpo entero exige más de él, siento como sus manos aprietan mis nalgas para acercarme más a él. Sus labios continúan luchando con los míos.
Debería concentrarme, deberíamos hablar de lo que importa, pero aquí estoy, dejándome llevar por esta envolvente pasión que reclama todo de mí.
Su mano encuentra un camino entre mis muslos abiertos hasta mi ropa interior.
—Eres mía, Trea —no hay dulzura en su voz, solo es un reclamo y carajo, debería oponerme, pero estoy perdida en este espiral.
Sus dedos hacen a un lado la tela de encaje que cubre mi humedad, toma un poco de ella con sus dedos, juega un poco con ella repartiéndolo por mi entrada, matándome de anticipación.
Arqueo la espalda.
—Carajo, Ezra —gruño.
—Lenguaje, Trea. Estas en la casa de Dios —el brillo malévolo en sus ojos hace que me moje aun más.
Saca los dedos dando una palmada en mi centro haciéndome jadear, se lleva los dedos llenos de mis jugos a sus labios.
—Mía y aquel que quiera poner un dedo sobre ti, carajo, no sobrevivirá —regresa los dedos a mi centro, sumergiéndolos de una, absorbiendo uno de mis gemidos con mi boca—. ¿Celos?, sí, demonios —sus labios llegan a mi cuello, su barba raspa y me estremezco montando sus dedos—, celos de quien te ve, de quien se atreve a tocarte, de quien si quiera respira cerca de ti. Voy a matar a todos.
Mis manos corren a la hebilla de su cinturón, lo necesito todo, le quito el cinturón como puedo, trago saliva necesitada.
Él retira con cuidado el rosario que amarre en mi mano, lo desliza por mi mano haciendo más difícil el trabajo de liberar su erección.
—Estoy a tus pies, Trea —juega con el rosario en sus manos—, eres mi perdición, ¿ves lo loco que me vuelves? —besa mis labios—, pero aquí jugamos con mis reglas.
Sonríe, es lo que alcanzo a ver antes de que me alce en volandas, colocándome de espaldas a él aun a horcajadas, me mantengo casi de rodillas con el trasero expuesto, coloco mis manos en las rendijas de la puerta de madera intentando no irme de bruces.
Sus manos corren a mis caderas, las obliga a bajar, siento la punta de su erección en mi entrada. Su cabeza juega con mi humedad, recorriéndola, una de sus manos se queda en mi cadera obligándome a bajar mientras que la otra que trae el rosario lo lleva a mi boca, abro por puro instinto, el mete ambos al mismo tiempo ahogando el gemido que sale de mi boca cuando está dentro de mí.
—Shh, Trea, esto sigue siendo un confesionario, así que guarda silencio, no querrás que nos escuchen, ¿verdad? —siento las bolas del rosario en mi lengua y boca ahogando todo sonido mío.
Su ritmo es rápido, dirige mis caderas con maestría mientras mis dedos se cuelan por las rendijas de madera intentando buscar algo que me de estabilidad, la humedad se resbala por mis muslos mientras sigue entrando en mi con tanta intensidad.
De nuevo deja una de sus manos en mis caderas, mientras yo persigo la sensación cosquilluda que se instala en mi clítoris cada que bajo por su miembro, lo estoy tomando todo que duele.
Su otra mano corre a los botones de mi camisa blanca, los suelta, hace un camino hacia mi pecho dándose cuenta del brasier de encaje que deja expuestos mis pezones duros por él. Aprieta uno de ellos y otro gemido lucha por salir a través del ruido amortiguado. Quiero sacarme lo que me ahoga, gritar con fuerza, aun así dejo que él haga su voluntad conmigo.
—Vamos, eso —ronronea en mi oído, jalando del lóbulo con sus labios sintiendo lo rasposo de su barbilla.
Siento la humedad volviéndose mas resbaladiza cada que bajo, las rendijas se abren más cuando mis dedos aprietan, dejándome expuesta a cualquiera que abra la puerta. La energía se concentra en mi centro y se vuelve más necesitada cuando sus dedos juegan con mi botón de placer, masajeándolo, abro la boca dejando escapar un poco del rosario.
—Voltéame a ver —ordena y eso hago. Giro un poco mi cabeza hacia donde esta viéndolo como puedo.
Su mirada dominante, sus ojos grises que reclaman cada parte de mi, me hundo en él bajando, viendo como abre la boca ante el placer que esta sintiendo. Me deleito con su rostro, con sus manos, con su miembro tan dentro de mí hasta que la emoción es demasiada y me deshago en él, todo mi mundo colisiona y yo con él.
Su mano agarra mi cabello en una coleta improvisada, jalándome con fuerza, eliminando el insulso agarre que tenía sobre las rendijas de madera, mi espalda choca con su duro pecho mientras sus caderas siguen chocando con mis nalgas.
Siento como va mas rápido, como mis pechos brincan, como su jadeo se hace más notorio, como me mantiene tan pegada a él que siento el calor de su aliento chocando conmigo.
—Mía, siempre mía —exige terminando dentro de mí, el calor se extiende sobre mi humedad siendo un caos de fluidos.
Ezra
Abotono la camisa blanca de Trea con cuidado, he limpiado la mayoría de nuestro desastre.
Sus ojos violetas me atrapan, carajo, voy a ocupar mucha de esa agua para sacar su olor de mi sistema. Mis labios encuentran un camino en su mejilla, doy suaves besos.
—Perdí el control —sonrío en su mejilla.
—Perdimos el control —dice ella más relajada tomando el rosario en sus manos—, pero se nos acaba el tiempo, Ezra —dice ella pasando las manos por su falda—, Erebos esta muriendo.
Y con eso tenemos una nueva carta que podemos usar a nuestro favor. Una oportunidad de ganar la guerra más allá de perderla.
—¿Y el, pero? —enarco una ceja.
—Solo significa que él no es quien está detrás de todo esto, es un peón más. —la preocupación es evidente en sus preciosos ojos.
—Si él no es, ¿quién? —pregunto lo evidente.
Ella niega con la cabeza.
—Sabes lo que significa —muerde su labio inferior en señal de nerviosismo.
—Alguien nos traiciono —completo su oración—. Alguien nos esta mintiendo.
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