Capítulo 4
Ezra
Ella voltea con lentitud hacia mí, tiene esa sonrisa irónica plasmada en los labios. Me ve de arriba a abajo con esos terribles ojos violetas. Veo cómo cruza sus brazos. Aún trae esas malditas rosas blancas en las manos.
Ignora cada palabra que le he dicho. Estoy a punto de convertirme en una maldita bestia con ella.
Tengo que exhalar con fuerza. Ella ladea la cabeza como si no entendiera qué está sucediendo en realidad. ¿No se ha dado cuenta de qué soy yo?
—No creo que un guardia tenga permitido verme del modo en que me está viendo usted —menciona con altivez cuando se da la vuelta.
Camina hasta la pequeña coqueta de madera con el espejo, está cerca de aquella cama con cinceles y una suave tela rosada que cubre el espacio. Demasiado infantil para ella.
—Parece que está muy acostumbrada a que la vean de ese modo —comentó sin moverme de la puerta, pero siguiendo cada maldito paso que da.
La veo levantar una ceja a través del espejo de su coqueta, me observa desde ahí por unos breves instantes.
—¿Le gusta la vista? —pregunta como si estuviera flirteando con cualquiera. Mis manos se vuelven puños y de verdad que tengo que usar mucho autocontrol para no ir directamente a arrancarle el vestido.
—Supongo que no se me permite hablar del asunto —comentó intentando controlar la furia de mi voz, aunque sé que es un caso perdido. La escucho fuertemente.
Ella suelta una risita.
—¿Con asunto se refiere a mi cuerpo? —voltea completamente hacia mí.
¡Carajo como la he extrañado! ¡Cómo he extrañado estar dentro de ella!
He perdido la cabeza y la he perdido por ella.
Esta es una maldita locura, algo que no debería estar haciendo. Soy el rey, pero estoy aquí jugando a ser su maldito guardia. Jugando a trabajar para el maldito cabrón que la tiene cautiva aquí.
—¿Ve su cuerpo como un asunto? —pregunto intentando modular la voz. Siguiendo sus salvajes ojos violetas.
Vuelve a enarcar sus cejas, camina con decisión hacia donde estoy, mueve sus caderas al andar, puedo ver su cuerpo atrás de ese chiste de vestido traslúcido.
—Yo soy un asunto en concreto —me dice cuando está demasiado cerca de mí.
¡¿Por qué carajo está actuando así con un maldito guardia de cuarta?!
—Un asunto interesante —me sale la voz ronca.
Ella sonríe, como si hubiera conseguido lo que deseaba, voltea demasiado cerca de mi cuerpo y su trasero rosa la armadura. Mis manos quieren tocarla con desesperación, es casi como si fueran un ente separado de mi persona. Tengo que redoblar esfuerzos para no atrapar sus caderas en ese momento.
La veo alejarse, volver a tomar las flores blancas en sus manos, embriagarse con el aroma de las flores. ¡Ella no debería recibir otras flores que no sean las que yo le dé!
¡Ella no debería estar con otro hombre en una habitación que no sea yo!
Aunque soy yo, pero ella no lo sabe.
¡Suficiente, a la mierda! ¡Basta del estúpido jueguito!
—Quítate la ropa —gruño quitando el encantamiento de mi voz y de mis ojos para que me escuche, para que me vea. Pero ella no voltea.
Al contrario, deja las flores con cuidado en la cama, se acomoda el vestido. Suelta un suspiro.
—No estoy muy segura de que los guardias se deban comportar así —ella ronronea, cuando voltea a verme con esa sonrisilla juguetona, incitadora.
¡¿Sabía que era yo?!
Ladeo la cabeza, mi mirada se convierte en la de un predador, quiere jugar, bueno, seré el verdadero cazador y la cogeré tan fuerte como pueda.
—No juegues con mi maldita paciencia —gruño cuando voy hacia ella. Me saco el estúpido casco que cae sobre el mármol repiqueteando.
Mis manos van a sus caderas, la atraigo a mi cuerpo con fuerza y ella sonríe, pero no cualquier sonrisa, no, es una sonrisa llena de burla.
—Eres un soldado muy malo —murmura con ese tono que me convierte en su maldito esclavo.
Sus manos corren a mi pecho y sus labios toman los míos sin esperar por mí, pero soy su maldita marioneta, así que en realidad no importa lo que haga.
—Bienvenido, Ezra —dice sobre mis labios. Soy yo quien ahora se adueña de ellos, quien reclama su boca, su lengua, todo.
Y con este beso es como si recuperara mi vida.
Esta mujer me tiene en todo sentido. En cuerpo, en alma, mi vida le pertenece y punto.
—No deberías estar aquí —termina el beso, aunque su mano derecha acaricia mi mejilla.
Mis manos descansan en sus caderas, cerca de la curva de su perfecto trasero.
Sé que no puedo llevármela conmigo, sé que se va a tener que quedar aquí, pero no puedo soportar el hecho de verla usando estos insulsos vestidos y saber que todo mundo la está viendo. Que ella será vista por ese ser, que, gracias a lo que sea, no lo conozco.
—Bueno, me has enseñado a romper las reglas, Trea —beso su mejilla con suavidad, me embriago de su aroma y mi necesidad crece.
Mis labios bajan a su mandíbula perfilada, le doy un pequeño beso, bajo a su cuello para propinar otro beso, ella cierra los ojos, da un respingón embriagada en placer.
—¿Ya no soy ángel? —pregunta con la voz embriagada en placer.
Mis manos que descansan en sus caderas bajan a su trasero, lo aprieto con fuerza, rugiendo sobre su cuello, llenándome de su suave gemido.
—No, Trea, nunca lo has sido, no eres nada de la mierda que ellos son, tú eres mi reina, mi decadencia, mi perdición, eres todo lo que está bien para mí, pero también todo lo que está mal —vuelvo a sus labios con fuerza.
Los devoro, me apodero de ella. La necesidad me urge.
Mis manos abandonan sus preciosas caderas para ir a las hebillas de la estúpida armadura, dejándola caer en el piso y, del mismo modo que el casco, repiquetea en el suelo antes de quedarse estático.
Sus ojos violetas resplandecen y sé que está más que lista para mí. Mis manos vuelven a ella. La tomo de su perfecto trasero para cargar con su peso. Pesa menos. Es algo que averiguaré después. Ella enreda sus piernas en mi cintura, pegándose a mi creciente necesidad de ella.
Dejo descansar su trasero sobre la cama, ignorando el horrible rosa que no va con ella.
—Voy a destrozar tu vestido —le aviso cuando me hinco ante ella.
Sus manos van a la cama, donde hacen de soporte para que no caiga sobre la misma.
—Eso despertará muchas preguntas —murmura cuando mis manos recorren sus suaves piernas, arremangando el vestido con ellas.
Mi boca se une al camino de mis manos, besando, mordiendo, marcándola. Sé que no puedo hacerlo tan evidente, pero la tentación es demasiada.
Mi boca llega al centro de su humedad y de su necesidad; saco las malditas bragas de encaje de un tirón. Y ella suelta un gemido ante la fricción. Hundo mi boca en ella y ella abre más las piernas para permitirme saborearla. Mi lengua toma todo de ella, la deslizo en sus pliegues, mis manos corren a su trasero, elevándolos para que pueda masajearlos, tocarlos, hacerlos míos.
Ella gime con fuerza mientras se mueve, restregándose contra mi lengua, mi boca, mi nariz. Está montándome. Y yo estoy tomando todo de ella. Mi lengua va a su clítoris, lo aprisiono con mis dientes, jalo de el con una lentitud portentosa, que la hace gemir. Trea se restriega más contra mi cara, contra mi lengua llena de toda la necesidad, la misma necesidad que tengo de estar dentro de ella. Pero más necesitaba probarla.
Su sabor es una de las cosas indispensables para vivir. Es mi maldito oxígeno.
—Eso, Trea —digo hundido en su preciosa humedad. El sonido a penas sale y ella se precipita.
Tiembla en mi lengua, sus manos corren a mi cabello, lo toma en un puño, mientras sus caderas se siguen moviendo.
—Carajo, Ezra —gime y vuelvo a adueñarme de su clítoris.
Ella aprieta más mi cabello y entonces se deshace en mi lengua, en mi cara, voy a tener su olor en mi nariz por bastante tiempo. Me arrepiento de haber perdido tiempo antes y no hacerlo.
Y por fin se libera, su humedad explota en mi boca, ella explota con un gemido contenido. Con mi maldito nombre en sus labios. Tal como debe ser.
Bebo cada centímetro de ella, tomo todo lo que me pertenece. Me quedo con un poco de su sabor en mi boca.
—Cierra las piernas, Trea —le ordeno con la voz ronca.
Chantrea
Pierdo la cabeza muy fácil cuando estoy con él. Me pierdo a mí misma. No quiero aceptarlo, pero lo sé. Ezra me tiene a sus pies si así lo desea.
La jodida química sexual que tenemos me hace explotar en muchos niveles. Me toma y me deja en la nada. Es como si él curara todo lo podrida que estoy.
Cierro las piernas cuando él lo pide. Y de verdad tiene que tomarlo como una victoria.
Sus rodillas se colocan a horcajadas de mí, sus labios van inmediatamente a los míos. Siento mi sabor en su boca, lo tomo cuando nos volvemos un mar de labios, lengua y dientes.
Sus intensos ojos grises me observan. Estoy obsesionada. Se ha vuelto mi color favorito. El gris, pero no cualquier gris, solo el gris de sus ojos.
—De pie —ordena cuando se aleja de mi boca, cuando él mismo se incorpora.
Me tiende su mano, la tomo, pero sé que mis piernas son unas gelatinas incontrolables. Aun así, él aprieta mi mano con fuerza, haciendo que mi cuerpo choque contra su pecho, sus manos corren a mi cintura, me carga sin ningún problema y mis piernas acorralan su cintura, camina de vuelta conmigo así, me lleva a la puerta, recarga mi espalda contra la puerta, veo como suelta la agujeta de sus pantalones de lino negros, dejando libre por fin a su erección, me deshago y humedezco antes de que siquiera se acomode en mi entrada. Lo necesito de una vez, dentro.
Sonríe con suficiencia cuando me ve su mirada de necesidad.
—Estando tan cerca de la puerta, no puedes gemir, así que pórtate bien —me advierte con esa maldita sonrisa de lado a la que me he vuelto adicta.
Acomoda su miembro en mi entrada y tengo que morder mi labio con fuerza cuando lo siento. Mis uñas se encajan en sus hombros, es ahí cuando se desliza con fuerza.
Rompe todo dentro de mí, es tan grande que obliga a mis adentros a expandirse aún, y cuando no siento que puedan, y no espera, no espera a que me acostumbre, embiste una vez, otra vez.
Lleva su mano a mi boca para facilitarme el guardar silencio. Continúa embistiéndose, él gime, ruge, está tan lleno de necesidad como lo estoy yo.
Me deshago en su miembro, me pierdo en el color de sus ojos. Es todo lo que veo.
Ezra no deja de verme y yo no dejo de verlo.
Golpean la puerta tras de nosotros, con cierta fuerza.
—Chantrea —es Leibda.
Y los ojos de Ezra se salen de órbita. Es como si un chip se hubiera activado en sus adentros. Como si algo hubiera comenzado a arder. Y siento que no estoy frente a Ezra, que estoy frente a un demonio, al rey de la hueste.
No soy consciente de cómo lo hace, pero lo hace, sus manos corren a mis piernas apretadas contra su cintura. Las baja, sale de mí, voltea mi cuerpo sin darme tiempo a reaccionar. Pega mi mejilla a la puerta, con su mano pegada a mi otra mejilla para que se mantenga en la puerta y ahí me quede, adhiere la mayoría de mi cuerpo a la puerta y sin darme tiempo de siquiera pensar, se introduce de vuelta en mí dejando salir un gemido que sé que se escuchó.
—¿Chantrea? —pregunta Leibda.
Ezra apresura cada embestida, está furioso, está reclamando cada parte de mí y yo me tengo que obligar a callarme. Mis ojos se llenan de lágrimas por la fuerza con lo que lo hace; aun así, el placer es más. Él gruñe mientras continúa, exploto en él, me mojo de nuevo por la intensidad, por el momento. Sé que debemos parar, pero me niego a ser yo quien lo detenga.
Continúa embistiéndome hasta que para con una última embestida fuerte cuando la aldaba de la puerta comienza a moverse. Se vacía en mí. Su semen me llena, se sale de mí cuando ha hecho lo propio.
Deja que mi vestido baje por sí solo, deja que me mueva de la puerta, lo veo correr a su armadura, a su casco. Se los pone a una velocidad sorprendente y soy yo quien tiene que calmar su pulso.
Siento cómo su semen resbala por mis muslos, pero lo ignoro cuando corro a la puerta, jalo de la aldaba. Ezra toma lugar al lado de la puerta. Sus ojos han vuelto a ser marrones.
Leibda entra acompañado de Gremorian. Los ojos de Leibda están asustados. Y no sé por qué. Observa a todos lados. Como si esperara encontrar la peor escena.
—¿Está bien? —me pregunta. Asiento.
—Una disculpa, estaba aseándome un poco —y sé que me veo de todo menos aseada.
Leibda voltea a Ezra que está haciendo de un digno guardia.
—¿Cómo se llama? —le pregunta y sé que sabe que es el mismo que ha estado ocasionando desplantes.
—Raksa —contesta.
Veo el rostro de Gremorian salirse de esa nada absoluta... y creo que todo esto va a empeorar estrepitosamente.
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