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Capítulo 37


Chantrea

Leibda me otorga un asentimiento de cabeza, mientras Gremorian se levanta con su cabeza sosteniendo la corona de la legión angelical, que no es más que una enorme corona monárquica fundida en oro y diamantes de la cual se desprende un circulo lleno de piedras rojas que se incrustan en todo el ancho de la diadema, de la cual salen pequeños y delgados bastones dorados irregulares. La corona tiene brillo propio y vaya si Gremorian la sabe lucir.

Los ancianos presentes, envueltos en túnicas doradas hacen reverencias plantando un pie en el piso y el otro en un ángulo de noventa grados.

Erebos aplaude pausadamente mientras desfila con lentitud con su apariencia desnuda.

—Se perdió mi invitación, sobrina —esa voz que resuena esta recargada de puro odio.

—Eso es por qué no hubo invitación —sonríe con todo y dientes con ese aspecto lleno de mugre.

Cruzo mis brazos con lentitud, recargo mi hombro en el marco de la puerta, ladeo la cabeza cuando ella no aparta los ojos de mí. De mí solo va a obtener una sonrisa divertida mientras veo como esta mierda encuentra sentido.

Erebos suelta una risa casi irónica ante la contestación. Continúa caminando hasta donde se encuentran. Los guardias esperan a las afueras de la sala del trono con la confusión permeándoles el rostro y su buen juicio.

Por una parte, tienen a su nueva reina, coronada por el consejo de ancianos, por otra parte, tienen al semi dios de la oscuridad que por años y sin uso de coronas se proclamo el señor gobernador de todo cuanto hay.

Los ancianos se ponen de pie, haciéndole frente a Erebos e intentando frenar su paso hacia la que es la nueva reina. Los guardias cerca no saben como actuar. Tienen dos presencias que no dudaran en cortarles la cabeza por su indecisión así que rápidamente deciden tomar partido, unos colocándose del lado de Gremorian, otros del lado de Erebos.

Otra sonrisa pinta mis labios. Nunca me lo habían puesto más fácil.

—Pueden explicarme la situación —pregunta Erebos con la calma abandonando su voz y sonando más a una clara exigencia.

—Reglas —contesta Leibda, de pie al lado de Gremorian.

—Un semi dios no puede tener la corona de la legión ni de la hueste —el anciano que tomo la voz señala a Erebos en todo su esplendor—, eres un semi dios. Solo estamos haciendo lo que nos pediste en la última reunión —el anciano le mantiene la idea.

—Nos estamos ciñendo a las reglas —responde otro anciano con una sonrisa en los labios como si creyeran que esto le hará una entera gracia a Leibda.

—Si se están ciñendo a las reglas, debió existir una votación —habló revisando mis uñas sin prestar atención en ellos.

Siento las miradas de ellos encima de mí.

No te lo tomes personal, Gremorian, no lo es, pero si tengo que elegir entre mi supervivencia y la suya, obviamente elegiré la mía.

No pase todo este maldito tiempo estudiando el mapa del castillo, las reglas y el funcionamiento de la llama divina como para perderlo todo solo porque alguien quiere jugar en un juego que no le pertenece.

—Dos contendientes por la corona —elevo el rostro encontrándome con el furioso mar de ojos verdes que desearían haberme matado de una buena vez.

Una lastima por ella. Hierva mala nunca muere.

—En una votación justa, con tiempo determinado y bajo la elección del semi dios a cargo y el consejo, tal como lo ha hecho Lucifer —a veces me pregunto que sería de mi si no supiera mentir tan bien.

—¿Y quién sería la contendiente?, ¿tu? —la voz rasposa de Gremorian me toma por sorpresa.

Sonrío con todo y dientes.

—Me sorprende que creas que soy tan ambiciosa, aunque supongo que eso habla bastante bien de mi —me impulso con mi codo recargado en el marco para enderezarme, no descruzo mis brazos, sigo caminando con lentitud—. Con una corona me basta, Grem, querida, pero gracias por la oferta.

Ella gruñe y veo como aprieta sus manos mientras reprime unos pasos que en definitiva se dirigen a donde estoy.

Erebos no dice nada, pero veo por su rostro enfundado en un ceño fruncido, lo mucho que desea romper los cuellos de todos ahí y no sería mala idea, simplemente que el plan tendría que tomar otro rumbo con más tiempo encima y justo tiempo es lo que no tenemos.

—Pero sucede que hay alguien en este castillo que podría tomar parte de la votación —sonrío con todo y dientes— y curiosamente lo conoces —no puedo sonreír más—, Louis Morningstar —anuncio.

Los ancianos dan un paso atrás y se delatan a sí mismos enviándose miradas entre sí, como si no creyeran la nueva posibilidad que tienen. Porque claro, aunque Gremorian sea mil veces más hábil que Louis, siempre va a pesar más que él es un maldito hombre.

Erebos va volteando su rostro con una lentitud casi asesina, traga saliva, gruñe. Sus manos se vuelven puño, sus dientes rechinan cuando me ve como si creyera que estoy dando la peor idea del mundo.

—Claro, supongo que tu plan es tener a todos tus amantes en el poder, ¿te convertirás en regente de los dos reinos? —Gremorian se quita la corona, se la entrega a Leibda y la veo enfilarse hacia donde estoy.

El consejo se cierra en un círculo al que se le une Leibda mientras la preciosa exreina llega hasta donde estamos.

Erebos gruñe a su querida sobrina, sus ojos dorados van perdiendo ese dorado convirtiéndose en dos bolas negras. Vaya que esta furioso. Eso es porque no ha visto las ventajas de tener a una persona tan sumisa como Louis en el poder.

—¿Vas a golpearme? —sonrío con todo y dientes.

—Te gusta sacar a las personas de sus casillas y arruinar todo, ¿no?, para ti todo es un chiste, un maldito juego, haces y deshaces a tu conveniencia —gruñe—, ¡carajo!, en algún momento piensas en alguien que no seas tu.

Mi mano se posa en su mejilla, llena de hollín y salinidad del lugar donde estuvo, ella no me retira, simplemente porque no puede. Las serpientes la tienen inmovilizada.

—Si no te gusta que te quite tus preciadas cosas, vuélvete más fuerte —le regalo un guiño de ojo y una pequeña palmada en su mejilla.

La mano de Erebos toma la muñeca que sostiene el rostro de Gremorian, los gruñidos se han vuelto su especialidad en el lenguaje, aunque siento que estoy a punto de verlo en su estado natural. Jala de mi con fuerza y yo dejo que me saque del sitio junto a él.

Louis

El dorado está en todos lados a donde voltees, no hay un espacio que no resplandezca. Es demasiada luz, demasiada apariencia, demasiados lujos innecesarios.

Tomo el dije en forma de serpiente del collar que escondo tras mi camisa. Lo único que quedo de Vienne.

Ella me contaba una historia sobre como sus padres se lo habían regalado, como le habían enseñado a no temerles a las serpientes, a trabajar con ellas de forma cooperativa. Era el símbolo que haría que no se perdería en el mar de magia negra y, aun así, su sangre mancha mis manos.

Dejo que mis manos tiemblen, que el pánico y dolor me encuentren, tomándome como rehén de mis propias emociones, de mi culpa.

Cierro los ojos hundiéndome en la miseria de cada una de mis malas decisiones, sin tener una idea clara de quien soy.

Las puertas de la habitación se abren sin previo aviso dejándome ver a un par de guardias que entran sin mediar palabra. Alcanzo a ocultar el dije antes de que vengan por mí. Me toman por los brazos casi arrastrándome fuera del lugar y dejo que lo hagan, porque así era el plan.

Los ángeles son más corruptibles de lo que se puede esperar y lo demostraron cuando Max pudo contactar con un ángel allegado a las grandes ligas, que con tal de asegurar su supervivencia en la guerra que evidentemente se aproxima. Cedió información. Como la futura coronación de Gremorian, siendo un secreto a voces que nadie se atrevía a decir en voz alta o cerca de Erebos.

Así que el plan tuvo que tomar otro rumbo, no solo venía como acompañante de Chantrea, Antrea no ocupa acompañante, vine porque tenía que tomar parte del reclamo de la corona y tenía que verse como una simple coincidencia.

Si Antrea es acertada con lo que dijo, mi destino es frente a Erebos, si ella se equivoca, bueno, mi lugar será un duelo con mi querida hermana.

Nunca he sido bueno con las palabras y tomando las mejores decisiones, suelo alejar a las personas, suelo tropezar con la misma piedra, pero en esta ocasión, el plan iba a salir como Chantrea lo planeo, aunque me llevará la vida en eso.

—Alto —es la voz de Gremorian la que me encuentra.

Levanto la vista para chocar con esos ojos tan familiares, esos ojos que se parecen a los míos.

Gemelos. Somos gemelos.

—Grem —sonrío cuando los guardias se detienen.

Se acerca con una sonrisilla en los dientes para enredar sus brazos en mi cuello en un intento de abrazo. Hasta acá puedo oler la sal y las cenizas del lugar donde Ezra la tuvo.

—Ella lo planeo todo, ¿verdad? —susurra en mi oído.

—¿De qué hablas? —contesto jugando el papel que me toca cumplir.

Siento la sonrisa de Gremorian, la escucho a través de su sonrisa.

—Sabes que no voy a dudar en matarte, ¿verdad? —me amenaza y no me sorprende que sea la misma línea que Ezra uso. Hay demasiado de él en mi propia hermana.

—No espero menos —palmeo su espalda.

Ezra

Sus ojos dorados me observan de arriba abajo una y otra vez mientras camina rodeándome, inspeccionando cada parte de mí.

—Semi dios —su suave voz arrulladora me toma por sorpresa.

—Nyx —sonrío con dientes.

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