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Capítulo 34

Ezra

Trea está revisando unos últimos detalles con Max y Halley en la sala, llevan un rato discutiendo sobre el mismo "déjame ir", "Louis no te servirá de nada", y la verdad es que coincido con ellos, pero también sé que al hacer esto, al mantenerlos lejos, mantiene sus debilidades fuera de la vista de Erebos. Si Erebos supiera de la existencia de ellos, muy posiblemente ya los hubiera usado y obligado a Trea a tomar una decisión sobre su vida.

Por su parte, tengo a Louis frente a mí, sentado en la silla frente al escritorio negro, ladeo la cabeza para verlo. Algo parece diferente en él, no sé que sea y tal vez si prestara un poco más de atención podría darme cuenta, sin embargo, Louis me es indiferente, solo lo arrastre al despacho para dejar las cosas claras antes de su partida. Él también tiene un papel que jugar y es proteger a Trea, de ser necesario hasta con su propia vida, que para el caso importa menos que nada.

—¿Debo recordarte tu deber? —pregunto desde mi asiento de cuero.

No sonríe, sus ojos se levantan y chocan con los míos.

—No necesitas decirme una y otra vez que la proteja, la amo lo suficiente para no dejar que nada le haga daño. —replica.

Un resoplido sale de mi boca.

—Permíteme reírme de tu insolencia, pero espero que de verdad lo lleves a cabo, Louis, no quiero sorpresas, no me gustan. —advierto y amenazo entre las palabras.

Uno de los extremos de los labios de Louis tironea hacia arriba.

—¿Miedo, Ezra? —pregunta con ese tono burlón.

—¿De qué debo temer? —lanzo mi cuerpo hacia adelante, poniendo mis codos sobre el escritorio, enlazo mis manos y descanso mi barbilla ahí.

—De que te quite a Chantrea. —sonríe completamente.

La risa me gana.

—¿De verdad? —niego con la cabeza. Me pongo de píe.

—Claro, después de todo fue mía primero —sube su pierna izquierda a su rodilla derecha con esa sonrisa cínica.

—Claro, claro —me pongo de pie—, solo que has olvidado un detalle, hermano —le regalo un guiño de ojo cuando recargo mi trasero en el escritorio frente a él—, yo soy irremplazable —sonrío con todo y dientes—, tú, bueno, eres nada. Estas en esta posición porque no supones un riesgo. —ladeo la cabeza—, si te perdemos a ti, no perdemos nada en realidad, pero tómalo como un halago de parte de mi mujer, una pequeña consideración por matar a Vienne. —sonrío aún más.

—¡Fue mi mujer primero! —la furia le gana y gruñe cuando se pone de pie.

—Curioso, también fue mi mujer cuando era tu mujer —le regalo un guiño de ojo.

La puerta se abre cuando Louis está a punto de decir algo dejando entrar a Trea tan maravillosa y hermosa como ella solo pueda hacer. Entra sin prestar atención a lo que está pasando, camina como una diosa hasta llegar a mí, presiona sus labios contra los míos y con eso es suficiente para demostrarle a Louis, que, en este juego, el único perdedor es él.

—Te veo en un par de días —murmura sobre mis labios y quiero encadenarla para que no se vaya.

—Cuídate, Trea —vuelvo a besar sus labios.

Chantrea

La ciudad de plata se abre majestuosa ante nuestros ojos, destellante con sus cristales, sus tonos plateados y dorados que deslumbran ante la brillante luz del sol que cubre todo a su paso.

Los guardias de las puertas del castillo abren la puerta dorada con un león grabado sobre las mismas en oro puro. Dentro, la alfombra roja lleva a un camino largo hacia las escaleras en forma de caracol.

He escuchado que el castillo de la ciudad de plata es un laberinto intrincado, hecho así para brindarle seguridad a los habitantes, de este modo tendrías que saber de memoria cada recoveco para poder salir por tu propia cuenta. Pero en este castillo hay tres personas que hemos aprendido de memoria los planos de tal e inmensa estructura y esas personas son Erebos, su guardia mayor y ahora yo.

Sé que el castillo cuenta con pasillos escondidos que llevan a lugares que nadie a explorado y casi puedo adivinar que el espacio adjunto a la enorme de habitación de Erebos debe ser un harem o algo por el estilo.

Louis y yo nos detenemos en la entrada, esperando a que nos indiquen a donde seguir.

Estamos entre imponentes pilares y paredes labradas con oro además de pinturas de estilo barroco que plasman hazañas en batallas; sangre, oscuridad, cabezas, hombre tomando mujeres. Vaya un encanto.

—Pero si es mi preciosa abejita —su voz envía electricidad a mi sistema que se convierten en arcadas que mantengo bajo mi piel.

Volteo con lentitud y mi rostro de póker para verlo. Viene saliendo de una de las puertas que esta al inicio y que, según el mapa, llevan a la ciudad y otra lleva a un pequeño lago de agua manantial que, según algunos, es mágico y regenera la salud, en teoría, era una fuente milenaria ocupada para todos los ángeles de la legión, a modo de mantenerlos sanos y listos para las peleas, pero tras la toma de poder de Erebos, este se restringió a un uso casi personal. Vamos, para Erebos, solo es importante Erebos.

Pasa sus ojos de mí a Louis soltando un resoplido.

—¿Ahora ocupas escolta, abejita? —ladea la cabeza—, no me importa, abejita, tu y yo tenemos asuntos que tratar —se para cuando llega hasta donde estamos—, solo nosotros —hace hincapié viéndome directamente a los ojos.

—No me gustan los rodeos, Erebos, querías que viniera a la ciudad de plata, sin la protección que supone Leibda así que aquí estoy. Ve al grano —me cruzo de brazos.

—Deja de ser una maldita perra, no me gustan las mujeres que creen que pueden controlar a todo y todos a su paso —toma un mechón de mi cabello observándome con esa mirada de furia que me advierte que dice la verdad.

Tal vez Alexandría ya no esta conmigo, pero conozco sus reacciones.

—Yo no creo que pueda controlar todo y a todos —doy un paso hacia él con la barbilla en alto—, yo lo controlo todo —le doy un manotazo a su agarre— ¿o debo recordarte que estas hablando con la reina del inframundo?

Sonríe, pero se de inmediato que no es una sonrisa genuina.

—Sus habitaciones están listas —continua con esa sonrisa o intento de ella—, nos vemos en la cena, abejita —sus dedos tocan mi nariz con suavidad y de nuevo tengo que aguantar las arcadas—, los dejo.

Dice cuando unas chicas desnudas encuentran el camino hasta donde estamos, guiándonos por las escaleras de caracol que aguardan en el sitio a lo lejos mientras que Erebos sale del castillo.

—Puedes dejar de provocar a todo el mundo —sisea Louis.

—No te molestaba antes —la risa seca sale de mis labios.

Estoy intentando controlar todo de mi para no volcar el contenido del estómago, porque por más que quiera hacerme la fuerte, tengo más que perder de lo que quiero admitir y una pieza mal enfocada hará que pierda.

—Antes no estabas en peligro —murmura hundiéndose de hombros.

—Sigo sin estar en peligro —digo, pero ni siquiera lo creo.

—Escucha, Chantrea —y es suficiente. Sé lo que dirá, vendrá aquí a decirme que me cuidará y protegerá hasta con su vida y eso es algo que no deseo. No de él.

—Limítate a seguir lo acordado —murmuro más bajo.

Gremorian

Debo oler peor que un indigente. De hecho, no sabía que podía llegar a oler tan mal, pero después de pasar un par de días sumergida en estas capas de sal y cenizas, mi olor al igual que mi humor; solo han empeorado.

El odio que se arraiga en mis adentros es diferente, sabe a dolor y me siento como una estúpida porque eso sea así. La traición se enraíza como un malestar oscuro por todo mi cuerpo que me hace seguir buscando minuto tras minuto ese estúpido grano de sal, el grano elegido.

No me voy a rendir ni pedir ayuda porque no soy de las que se tiran a llorar. He convertido cada lagrima en una gota de sangre que mancha mis manos y este no será el golpe que me hará tambalearme y caer como una maldita mocosa llorona.

Cuando salga de aquí, cuando encuentre ese estúpido grano de sal, habrá dos cosas distintas que llevaré a cabo; me vengaré de Ezra por la maldita ofensa cometida y dos: me convertí en el peor dolor de muela de Chantrea. Mi dolor se enfocará en sacarlo de ese modo.

Estoy harta de que ella crea que se pueda salir con la suya, que simplemente quiera que todos hagan lo que ella ordena, que todos besen el maldito suelo por el que pasa. No lo haré. Yo no la venero. Ella no merece ser venerada.

—Vaya, tu odio vibra muy fuerte —es la voz de Leibda la que irrumpe mis pensamientos violentos.

Me paralizo en cuanto escucho su voz, porque en este maldito lugar todo te puede jugar en contra. He escuchado que es muy probable sufrir de alucinaciones y yo no pienso caer en ningún estúpido juego que tengas planeado para mí.

—He venido por ti y no me das ni un hola, niña testaruda —mis ojos se abren ante el mote.

Volteo buscando el sonido de voz para toparme con la amable sonrisa plasmada en los rasgos faciales preciosos de Leibda. Un nudo en la garganta me atora la saliva, las palabras. Dejo que la sal que llevo en mis manos se caiga y la inminente necesidad de llorar repiquetea en mis ojos haciéndolos arder. Niego lentamente más como una nota mental personal.

No debo llorar. No lloro. Yo no lloro. Me lo repito como nota mental mientras siento como el liquido rueda por mis mejillas.

Los ojos de Leibda sonríen con tanta comprensión y amor que hace que más lagrimas caigan a raudales por mis mejillas.

No me puedo mover, me siento incapaz de decir o hacer algo, pero es él quien se mueve, comienza a correr hacia mi para envolverme en un abrazo fuerte y reconfortante.

—¿De verdad creíste que te dejaría aquí? —dice con esa voz tan enternecedora mientras posa sus labios en mi cabello.

Su abrazo busca todas las piezas que he estado buscando de mí en todo este tiempo y las une. Las lágrimas no ceden, me deshago y me vuelvo a hacer en sus brazos.

—Deja de ser una testaruda y causar problemas —comienza a reprenderme mientras que su mano comienza a acariciar suavemente mi cuero cabelludo—, siempre te elegiré a ti, Gremi, eres mi niña, nunca dejaré de elegirte, los demás no importan, solo tú, ¿lo entiendes? —dice las palabras que quiero oír y los sollozos salen abruptos de mi boca.

Carajo, de verdad me he de ver como un maldito chiste.

—Es hora de ir a casa, Gremi —sus manos soban mi espalda de un modo reconfortante y calmante—, que hay una corona que debes reclamar.

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