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Capítulo 32


Chantrea

Dantia esta cambiando las gasas que puso sobre mi herida y que en la noche con todo lo que paso entre Ezra y yo, se termino soltando, pero mi sorpresa fue grande al ver que la herida esta a nada de cerrarse. Si fuese una humana normal esto no podría ser posible y probablemente seguiría debatiéndome entre la vida y la muerte en alguna sala de hospital.

Aunque sé que no fue cualquier cosa, era una maldita flecha llena de veneno para ángeles, al final del día la parte ángel en mi sistema estuvo jugando en contra de mi recuperación, pero Dantia es buena en lo que hace y todo lo que estuvo utilizando me ayudo demasiado a poderlo sobre llevar a tal punto que ayer por la noche, me encontraba en perfectas condiciones.

—Así que lo convertiste en semi dios —es Max quien habla.

Esta recargado en la pared frente a la cama, tiene sus brazos cruzados en conjunto con esa mirada de desaprobación.

Esta molesto al igual que esta Halley, pero ella se esta encargando de algunos asuntos con Ezra. Es Max el que se queda aquí como mensajero de ambos y cuidador en extremo. A veces desearía que no se preocuparan tanto por mí, que siguieran su vida con la libertad y el rango de demonios que le he regalado tras mi ascensión como reina del inframundo.

—Es la única forma —comento con seriedad.

Dantia niega, sin embargo, no dice nada más, se mantiene en ese silencio mientras continúa colocando ungüentos sobre la herida que queda. Creo que es la primera vez que la he visto fuera de sus dominios, pero ese será un pensamiento para otro día.

Todo lo que estoy haciendo realmente tiene un porque, sé que estoy cavando una tumba bastante profunda con mi nombre, aun así, sigo huyendo y corriendo de ese maldito destino que me acosa. Pero para que yo pueda seguir actuando a mis anchas y llevando acabo cada maldito plan, tengo que proteger a los que me importan.

El rango de semi dios a Ezra no solo le otorga más poder, sino que lo deja en el inframundo en un escalón cercano a Lucifer y obviamente superior a mí regencia. Es lo que necesito. Ezra es la clave que me puede abrir ese lugar que pocos conocen: Devas, el sitio de descanso de los dioses, oculto hace mucho cuando Erebos perdió la razón, se convirtió en semi dios tras derrocar a su propio padre, desde aquel momento, Nyx, compañero de Erebos, decidió que era mejor escapar para mantener las habilidades de los dioses a salvo, aunque sabemos realmente que no fue solo para defender a los dioses, sino que fue para mantener los poderes de esos dioses lejos de las manos sucias y ambiciosas de Erebos.

Solo que a Nyx se le olvido un pequeño detalle y ese era su descendiente; Vienne, la dama de las serpientes, serpientes que son capaces de robar la esencia de cualquiera y llevarla a manos de quien ella deseara. Se mantuvo trabajando en las sombras diciendo ser una bruja negra cuando realmente tenía más poder... sin embargo, el amor la devasto y su poder ahora es mío.

El amor nos hace débiles, pero si es el correcto, nos da fuerza.

—Terminaste con la vida de Vienne, te quedaste con su poder, con sus malditas serpientes, llevaste a Lucifer al extremo para robar su poder y si no fuera suficiente lo dejaste en descanso profundo para darle lo que robaste de él a Ezra. —Max enlista todo lo que he estado haciendo—, Erebos ya debe ser consciente de toda esta situación y creo que te está esperando tranquilamente.

—Para este momento Erebos ya debe ser consciente de la presencia del nuevo semi dios oscuro y es probable que Nyx este próximo a llegar simplemente para satisfacer su curiosidad. —comenta Dantia interviniendo por primera vez.

Max resopla.

Todo eso ya lo sé.

—Si Nyx o Erebos se enteran de que fuiste tu quien le otorgo tal poder robándoselo del mismo Lucifer, no creo que las cosas terminen bien —la molestia de Max es notoria en cada nota de su voz.

—Es por eso por lo que este es mi ultimo día aquí —tomo una bocanada de aire.

Dantia coloca una gasa sobre lo que queda de la herida que ya casi es nula.

—¿Lo sabe Ezra? —Max relaja el tono sentándose en la cama.

Asiento, tiene que volver antes de que me vaya. Esta deberá ser la despedida para que cada uno tome el papel que necesita, al menos si queremos sobrevivir.

—No quiero dejarte ir —Max toma mi mano entre las suyas, su ruego es evidente.

Tampoco quiero irme, no quiero que mi vida se derrumbe, pero si no hago esto, Erebos ganara.

—Tienes que jurarme que te mantendrás con vida —Max aprieta mi mano.

—Lo juro —sonrío para tranquilizarme, aunque de verdad es la primera promesa que siento que no podré mantener.

Ezra

Bastián deja tranquilamente a Dhalin que descansa sumergida en un sueño profundo, acomoda un mechón de su cabello con demasiado cuidado.

Bastián, el ángel del destino que debía cuidar de la primogénita de Lucifer para en un momento dado entregarla a su destino; la muerte, el ángel que se enamoró de quien no debía.

Las personas creen que él renuncio a su cargo porque el encargo era acabar con mi vida en mis primeros años cosa que no era cierta, estaba aquí para cuidar de Dhalin. Ambos nos metimos en su vida, él como su dulce romance adolescente y yo como el maldito antagonista que no desea verla feliz.

—No la vas a tocar —me advierte sin voltear a verme. Sigue arropando a Dhalin, pasa el dorso de su mano por su frente, cuidando su temperatura corporal.

—Sabes que no puedo tolerar que la lastimen, así como tu no puedes dejar que yo la toque yo tampoco puedo dejar que ella se quede sin un castigo, sin que ella sufra lo que Trea sufrió —mi voz es neutra.

—Dhalin sufre lo suficiente —la voz de Bastián se oscurece. Aun así, humedece un pequeño trapo y lo coloca sobre su frente—, he luchado por ella, Ezra, así que si eso significa que es hasta aquí donde llega nuestra amistad, lo aceptaré. —voltea a verme, sus manos hechas puño, su rostro ensombrecido y tan duro como el mío—. Quieres castigar a alguien, castígame a mí.

El resoplido sale de mi boca sin que lo pueda controlar, llevo mis manos a los bolsillos del pantalón de casimir gris, dejo que el saco cubra mis manos.

Sabía que la amistad incondicional que teníamos tenía una fecha de caducidad, él es consciente de lo que tengo que hacer, él es un ángel del destino y mi destino desde siempre fue quitarle la vida a Dhalin.

—Entonces, ¿es todo? —niego con la cabeza. Otro resoplido abandona mi boca.

Los recuerdos se empujan como imágenes furiosas que atraviesan mi mente. Mi versión de adolescente sale a flote, encontrando a Bastián por primera vez en un bar, un tipo estaba acosando a unas chicas que bebían tranquilamente, les ofrecí mi ayuda y cuando el tipo en cuestión quiso causar problemas, Bastián intervino con ese humorístico carácter y presencia, haciéndolo retractarse de intentar continuar.

Bastián a estado ahí en cada maldito paso de mi vida, tenemos más de diez años juntos, pero eso no importa ahora porque cada año que tuvimos se pierde en la inmensidad de un adiós...

—Esta claro la posición de ambos —la mirada de Bastián se oscurece—, tú no dejarás que nada le pase a la enana —se ríe amargamente— y yo no pienso dejar que le hagas daño.

Pero el peso del destino puede más que todo. La suerte esta echada y el final de Dhalin esta pactado con sangre. Nada puede revertir el final, ni siquiera los dioses.

El nudo en mi garganta crece y de pronto siento que no hay nada más por decir, que ya sobran las palabras y que lo único que queda es el terrible destino que ambos sabíamos que llegaría.

—Cuando nos volvamos a ver —advierto extendiendo mi mano—, será el final, ¿lo sabes?

Él no duda en tomar mi mano, la aprieto con fuerza para jalarlo hacia mí terminando en un abrazo fuerte, su mano golpea mi espalda con fuerza. No necesitamos palabras.

—Estaré listo —suelta una risa seca.

Ambos nos soltamos, pero nos quedamos cerca. La única persona a parte de Amelia que puedo considerar hermano es Bastián, la única persona que ha estado en mis días más grises, mi amigo, mi hermano.

Él sabe que ni él ni yo estaremos listos para el final.

—Mantenla a salvo —susurro—, mantente a salvo.

—Ustedes, manténganse con vida —un intento de sonrisa se dibuja en sus labios, pero no llega a nada.

Asiento, no hay más que nos podamos decir, simplemente, tiene que ser así. Doy la media vuelta para retirarme. Desde este momento Bastián tiene que llevarse a Dhalin lejos del alcance de todos, del mismísimo Erebos. No puede complicar más las cosas.

—Ezra —detengo mi caminar cuando me llama Bastián, pero no volteo, me quedo ahí—, siempre serás mi hermano —asegura y una fractura en mi corazón cansado golpea con fuerza.

Trago saliva.

—Somos hermanos —aseguro.

No puedo quedarme ahí. Salgo de la casa tan rápido como puedo. Halley espera al lado de la puerta, voltea a verme con ese rostro sin emociones, se hunde de hombros, suelta un suspiro.

—Si ella vuelve a intentar matar a Chantrea, seré yo quien venga, sin benevolencia y de paso te lastimaré a ti por permitirlo —amenaza.

—Si algo le pasa a Trea a causa de Dhalin, vendré aquí con la espada desenfundada —replico.

—Igual te lastimaré —asiente para comenzar a caminar delante de mí.

—Pienso tomármelo como que ya soy parte de tu familia —sonrío.

—Chantrea te ha hecho mucho daño para que creas que el que alguien te lastime significa que te quiere —se burla con ironía.

—Digamos que fue amor a la primera puñalada —dejo que la risa me brote.

—No la dejes ir —voltea deteniendo nuestro caminar para suplicar.

—Nunca la dejaré ir, Halley, ella es mía tanto como yo soy suyo, nos pertenecemos, si tengo que seguirla al maldito cielo, ahí estaré, no pienso dejarla. Nunca. —hago énfasis en la última palabra.

—Sabes a lo que me refiero —replica y lo sé.

Sé que no quiere que la deje ir en este momento y yo tampoco deseo dejarla ir, pero Trea siempre ha tenido sus propios planes, no pienso oponerme, no pienso ser una piedra en su maldito zapato. Simplemente voy a apoyarla.

—Tenemos que dejarla ir —admito.

Aunque no es lo que pienso ni mucho menos lo que quiero. 

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