Capítulo 29
Chantrea
El dolor está pudriéndome por completo, mi cuerpo arde como si alguien estuviera rociando la herida con algo más fuerte que el alcohol.
—Muerde esto —Dantia me pone algo en la boca, pero ni siquiera puedo abrir los ojos.
Siento cierto sabor en mi boca, no lo logro distinguir, tengo el penetrante sabor de la sangre en la boca.
—Va a doler —avisa ella.
Aprieto la cosa que tengo en la boca mientras mis manos aprietan el cuero de la camilla donde me encuentro. Carajo es demasiado, esto es demasiado doloroso hasta para mí. Siento como unas manos me mantienen de lado y hago puños mis manos. Por dios, ya paren con este maldito dolor.
—Todo estará bien, Trea, aquí estoy —esa es la inconfundible de Ezra.
Dios, él no debería estar aquí viendo como estoy perdiendo una batalla desastrosamente.
Algo dice Dantia y otra cosa le contesta Ezra, pero los sonidos ya están demasiado lejos para que siquiera pueda entenderlos del todo. Siento como pierdo fuerza, como mi respiración se va mellando, como ya ni siquiera puedo apretar mis manos.
Tienen que pagar, los que me hicieron esto tienen que pagar, es lo que pienso cuando un dolor me atraviesa, es crudo. Grito con fuerza, me desgarro las cuerdas vocales, el ardor me consume, el dolor me traga, no deja nada de mí.
—Despierta, Trea, por favor, Trea, no te vayas, ¡Trea! —es Ezra, pero no puedo moverme. Estoy consumida.
El sabor a sangre me llena por completo, un zumbido se apodera de mi cabeza, mi visión se vuelve borrosa y el dolor me paraliza... hasta que todo se vuelve negro y no veo nada más.
Ezra
Mis manos están llenas de su sangre, sangre que no debería estar en mis malditas manos.
La veo descansar en la cama, con la herida bien curada, su respiración esta estable y Amelia coloca con cuidado otro paño húmedo en su frente. La ha estado cuidando desde que la traje a casa.
—Deberías limpiarte —dice Amelia con ese tono neutro.
Tiene una toalla húmeda en su mano que comienza a pasar por el cuello de Trea, se esta encargando de mantenerla fuera de un estado febril.
Por fortuna su padre esta mejor, aunque por poco perdía la vida, esa flecha estuvo peligrosamente cerca de su pecho, sin embargo, es un ángel natural, aunque las flechas contenían veneno para ángeles, su padre es más fuerte y resiliente, así que por lo menos él ya está despierto.
Vuelvo a ver la sangre de Trea sobre mis manos, mi ropa y la furia que he estado manteniendo sumergida brota con toda su fuerza, dispuesta a cobrar las vidas de quienes le hicieron esto.
—Cuídala —le pido a Amelia—, que nadie entre y nadie es nadie —advierto—, mátalos de ser necesario.
—Ezra —advierte Amelia.
—Es una orden —reclamo mi posición y ella no dice nada más, no tiene por qué.
—¿Qué le digo si despierta? —pregunta en un tono más bajo.
Me pongo de pie, ladeando la cabeza.
—Que he ido a matar a todos sus demonios —no pienso permitir que le hagan daño y salgan impunes, sean quienes sean.
Salgo de la habitación, Max y Halley están en el pasillo, esperando, ambos me ven, no necesitamos mediar palabra, ellos la seguirán ciegamente a donde sea y este ataque es un ataque para ellos también. Comienzan a ir tras de mi sin decir absolutamente nada. No los necesito, pero los dejare tomar parte.
Bajamos las escaleras de manera rápida, alcanzo a divisar a Belcebú y a Louis en la sala, Louis esta a punto de ponerse de pie y a hablar, pero es Belcebú quien lo vuelve a sentar a su lado. Muy bien pensado de Belcebú, si lo deja suelto en el estado en el que me encuentro, su cabeza ya no estaría pegada a su cuerpo.
—Consigan la ubicación de Bastián y Dhalin —les pido a Max y Halley.
Ellos asienten desapareciendo tras una ráfaga de fuego. Vuelvo mi vista a Belcebú, ignorando en su totalidad a Louis y de verdad espero que lea la indirecta.
—¿Y bien? —le pregunto a Belcebú.
—Lucifer esta en un sitio seguro e imposible de rastrear, el ángel está en el limbo, de tu otro encargo, esta donde le gusta estar —da todo en clave evitando que Louis entienda una mierda.
Asiento. No agradezco, no digo nada, simplemente salgo del lugar. Invoco el mismo fuego que Halley y Max invocaron para desaparecer, dejo que me envuelva mientras camino para aparecer donde quiero.
El fuego baja de intensidad y las cenizas del limbo comienzan a golpear mi rostro. Los lamentos se escuchan por todos lados. Y ahí, cerca de una torre de sal roja, esta mi querida hermana, la preciosa Gremorian, luchando con los grilletes que atoran sus piernas y que la obligan a moverse. Tiene que cumplir una condena, contar toda la sal que hay en esa torre y por eso sus cadenas le exigen cumplir con su sentencia.
—Hola —saludo con la voz tan fría.
La quiero, de verdad que la quiero, es una buena hermana... pero no puede ir por ahí intentando si quiera hacerle daño a Trea y es algo que le debe quedar bien claro.
—Sácame de aquí —gruñe mientras lucha con la cadena.
—Me encantaría —comento con sorna cuando mis manos van a los bolsillos de mis pantalones.
—¡No le hice nada! —gruñe.
—No, pero estuviste a punto de hacerlo —lo severo de mi voz la obliga a abrir los ojos y detener la lucha con las cadenas.
—¿Tu me pusiste aquí? —la incredulidad toma el poder de su voz.
Asiento. Tomo uno de los granos de sal que conforman la torre, lo observo entre mis dedos, lo rojo que se ve es gracias a la sangre de los inocentes, digamos que este tipo de sitios es para recordarle a algunas personas cuanta sangre corre por sus manos.
—¡Tienes que sacarme de aquí! —exige.
Suelto un poco de aire.
—Abre la mano —le ordeno.
Gremorian se niega hacerlo, pero las cadenas que la atan obligan a los condenados a obedecer a sus amos, orillándola a abrir la mano derecha, su mano tiembla cuando lucha por cerrarla. Dejo caer el grano de sal sobre su mano, ella lo ve.
—Obsérvalo bien —ordeno y ella lo hace.
Lo vuelvo a tomar, lo tiro en la torre.
—Encuéntralo y hablaremos de tu libertad —sonrío cuando sus manos se vuelven puño.
—¡Ezra! —la frustración la atrapa.
—Te quiero, Gremorian, pero ni tu ni nadie debe siquiera pensar en hacerle daño... así que la próxima vez que se te meta la retorcida idea, no seré tan aburrido como esta mierda, acabaré con tu vida, te lloraré un par de días, sí, pero será todo, ¿entendido? —le regalo una sonrisa con todo y dientes—, harás bien en recordar que mis amenazas y promesas las cumplo al pie de la letra.
No digo más, simplemente vuelvo a invocar al fuego para ir a la siguiente parada mientras veo el rostro de incredulidad de Gremorian.
Repito, tiene que aprender.
El fuego borra mi visión sobre ella dejándome en el siguiente sitio. El culpable de que Dhalin allá terminado con esas malditas flechas envenenadas. El fuego se mengua poco a poco hasta que me deja caminando por la alfombra roja, el olor a lilas e incienso golpea mis sentidos, intento adaptarme rápidamente al sitio, acomodo el alzacuellos de mi sotana negra mientras sigo caminando por la sede eclesiástica.
Algunas personas están en las bancas, orando, pidiendo con fervor a una figura que hace años abandono a la humanidad, a los mismos ángeles y a los mismos demonios. Los dioses son un buen mito que se perdió en la historia, pero los humanos ocupan creer en algo si no su vida pierde total sentido.
Llego cerca del altar, hago una pequeña reverencia para seguir con mi papel del sacerdote decente que funjo ser, beso la cruz de madera que cuelga de mi cuello. Giro hacia la derecha, veo la imagen en bulto de dos hombres sentados, uno más viejo que el otro con una paloma encima. Continuo el camino hasta lo que parece un intrincado camino que rodea un jardín. Hay varias mujeres haciendo fila cerca de una capilla dentro de la iglesia.
Y bingo, he dado con el sitio. Sonrío a las personas que esperan impacientes su turno para entrar al confesionario.
Los humanos encuentran cierto placer en confesar sus pecados o lo que creen son sus pecados a personas que no los conocen para que les den penas como "reza tanto de esto y tanto de aquello", pero solo con eso logran el alivio a sus males.
Que sencillo. La vida no es así y es por eso por lo que los infiernos están llenos. Camino pasando a todas las personas de la fila hasta llegar a la que esta próxima a entrar a la cabina de madera, poso mi mano sobre su hombro y ella voltea con furia, posiblemente enojada de que interrumpan su querida expiación, pero no es su momento.
No dice nada, simplemente enrojece, da unos pasos atrás y mueve las manos en señal de dejarme pasar. Agradezco que los humanos sean así de básicos en cuestiones que tienen que ver con la religión que los adoctrino a través de diversos métodos de tortura, convirtiéndolos en sus mansos borregos.
Le sonrío de regreso entrando en el confesionario. Estoy muy consciente de que sabe quién carajos soy y que yo sé que ama jugar aquí.
Pongo mis rodillas en cojín acolchado, sonrío con dientes. Es hora de jugar.
—Perdóneme padre porque he pecado.
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