Capítulo 24
Chantrea
La única cadena que me une a Erebos es la de ser una de las descendientes de Alexandria, una de muchas que ya hubo... un cadáver que él desea poseer y guardar en ese armario lleno de cuerpos, con todas mis versiones.
He tenido pesadillas en donde él me encierra en un enorme ropero, en donde cada una de ellas está ahí... todas hermosas, todas jóvenes. No hay registro alguno de que alguna de ellas haya sobre pasado los 30 años. Hay al contrario un registro donde la más joven es una pequeña de solo quince años. Simplemente han muerto por su mano. Es un lugar del que no puedo salir. No hay forma. Grito, pero nadie escucha hasta que me canso y me hundo en la realidad de que no podré escapar.
Así es mi vida cada día con él... cada día lejos de él.
No le tengo miedo a él, tengo miedo de que logre destruirme, destruir todo lo que he logrado construir.
Alejo el pensamiento, no puedo permitirme sentir miedo en este momento cuando tengo más enemigos que aliados y el juego claramente esta muy lejos de terminar y en este momento tengo todas las cartas que me hacen perder.
—¿A qué debo tu valiosa e inoportuna visita? —es la odiosa y desagradable voz de Vienne la que me regresa al momento donde estoy.
Esbozo una sonrisa, ladeo la cabeza y acomodo el vestido rojo cuando cruzo las piernas. Me sigue dando el mismo asco de siempre y es algo que no puedo quitar.
—En algún tiempo fuiste la bruja más importante, todos acudían a ti cuando ocupaban algo, tienes almas por montones y gracias a Louis sigues teniendo un repertorio importante de ellas, todas convertidas en eso —señalo los miles de serpientes que andan por el suelo de su mansión—, pero ¿de qué sirvió si lo perdiste todo por Louis? Y mira como te pago —sonrío aún más.
Los músculos de su mandíbula se tensan, su cuerpo se aprieta, sus manos se vuelven puños firmes y un gruñido se queda atorado en su garganta, pero en sus ojos de reptil se refleja el odio puro que me tiene.
—La bruja que perdió su poder por salvar al príncipe del inframundo —descruzo las piernas mientras sigo observándola sin ganas.
No me da pena, me da asco y mucha lastima.
—Lo envenenaron, le habían dado a beber una especie de bebida de amatista, sales, una pizca de fuego eterno y obsidiana. No iba a sobrevivir —ya he dejado de sonreír, simplemente estoy repitiendo las muchas cosas que sé.
Estoy soltando cartas que esperaba nunca sacar con el fin de conseguir tiempo, de llamar la atención correcta, de conseguir una especie de ayuda antes de que mi tiempo se agote.
He aprendido durante mucho a guardar silencio, el silencio trae más cosas buenas de las que uno cree, con el silencio he logrado escuchar historias que el viento susurra hasta llegar a la verdad.
Es cuestión de analizar, de ver en que momento la persona guarda silencio, si lo hace es porque eso le esta doliendo, incomodando, algo le esta ocasionando y eso ya es suficiente respuesta, después solo es cuestión de indagar, hacer las preguntas correctas aquí y allá y ya tienes la respuesta, la única que necesitas.
Y Vienne es mi primera parada... porque no estoy segura de poder regresar a este mundo. Ni siquiera si podré regresar al inframundo. Es un volado al aire.
Ezra y yo estamos en una carrera. Él esta dentro y esta jugando en mi equipo, arriesgando tanto como yo estoy arriesgando.
—Solo tu podías salvarlo en ese momento y lo sabías, que conveniente para ti, ¿no? —dejo caer mis cartas con la precisión letal que me asegura que ganaré.
Ella no es nada. Hace mucho tiempo fue mi inseguridad, mi pesadilla, hoy solo es nada.
Algo que debo pisar antes de continuar. Una pieza que tengo que quitar.
—¿Qué estas insinuando? —gruñe ella poniéndose de pie.
Tan alterada como se suele poner.
Suelto un suspiro lento, sonrío de nuevo. He ganado. Su actitud solo me demuestra lo que ya sé.
—Tú creaste el veneno, tú lo envenenaste porque sabías que Lucifer lo había destinado para mi y no querías que te dejará, tenías que someterlo a ti y que mejor forma que ceder todo tu poder para salvarlo. Eso generaría una cadena que lo uniría a ti de por vida —me pongo de pie. Me sacudo el vestido sin verla, pero escucho el chirrear de sus dientes.
—No tienes pruebas —gruñe desesperada.
—No las necesito, pero sabes, Vienne, hay algo poético en morir por la mano de tu amado, ¿no es así, Louis? —no le quito la mirada de encima a ella.
Me gusta ver la conmoción en los rostros de las personas.
Sus ojos se abren tanto como pueden, sus serpientes sisean todas a la par en un llanto terrible de advertencia. Que mala suerte que sean solo almas que pueden cambiar de dueño.
Su cuerpo comienza a temblar, traga saliva cuando los pasos de Louis se hacen resonar en la madera vieja.
Una lagrima recorre la mejilla de Vienne cuando Louis se coloca tras de ella con la misma daga que recoge almas pegada a su cuello. Ella no va a luchar. No puede, no contra Louis.
Los ojos azules de Louis chocan con los míos. Una lagrima también cae de su mejilla, pero no la escucha a ella, solo me ve a mí.
—¿En qué te has convertido? —dice ella entre sollozos.
—En la villana que ustedes crearon —respondo acercándome a ella. Quiero verla irse de este mundo.
Ella suelta una risa y eso hace que su sangre comience a correr pues Louis no despega el filo de su garganta.
—No creamos nada, tú siempre fuiste así, el monstruo que es capaz de todo con tal de vengarse —sisea.
Ladeo la cabeza. No sonrío, no me duele, no hay asco. Hay realidad.
—Me has descubierto —sonrío con dientes.
—Te veré pronto en el infierno —me advierte.
Una risa se escapa de mi boca mientras la mano de Louis comienza a temblar. Aun así, él lo hará. Lo hará por mí.
—Claro, seré la que tenga la corona —le guiño el ojo—, hazlo —ordeno a Louis.
Las mejillas de Louis se llenan de lagrimas cuando la daga corta poco a poco el cuello de Vienne, ella no grita, lo acepta con dignidad.
Sus serpientes se alebrestan, trepando nuestras piernas hasta que lo dejan de hacer, hasta que el cuerpo de ella queda flácido en los brazos de Louis que se desploma junto con ella.
El poder de Vienne es valioso y ahora pasa a mí. Las serpientes pasan a mí.
Ezra
Lucifer arremete contra Aidhen y veo como lo estampa contra las bancas del pequeño templo, destrozándolas casi de inmediato. Suelto un suspiro lento.
Esto no estaba en los planes y de seguro si regreso con mi suegro muy golpeado, Trea se enojará bastante conmigo, tanto como para hacer cualquier berrinche que me saque de mis casillas. Así que no puedo quedarme de brazos cruzados, por mucho que este disfrutando que le den una paliza que bien se merece, no puedo permitirlo.
Pero puedo esperar solo un poco más.
El pequeño lugar se cimbra en nuestras piernas, el cristo de la pequeña capilla se cae de sus ataduras rompiéndose.
Lucifer vuelve a arremeter contra Aidhen, esta vez azotándolo contra la pared haciendo que los pedazos de cemento caigan a su lado, pero eso no es suficiente para hacer mella en el buen animo de mi suegro que sigue sonriendo. Sangrando, pero sonriendo.
—¡¿QUÉ LE HICISTE?! —la voz gutural de Lucifer cimbra el lugar y se expande rápidamente.
—Lo que no te atreviste a hacer tú —contesta Aidhen con esa media sonrisa limpiándose la sangre de su labio con el dorso de su mano.
¿Qué carajos está haciendo?
Sacudo un poco de los restos de cemento y polvo que cayeron sobre mi traje, suelto otro suspiro lento.
Otro gruñido se cierne sobre el lugar, cada uno más catastrófico y alarmante. Aquí esta la furia del inframundo. El rey de reyes ha entrado en un estado de colera.
¿Qué tan poderoso es el padre de Trea, qué tanto podrá soportar?
Aidhen sacude sus manos con fuerza, lleva su cabeza de un lado a otro como quien se prepara para una pelea. Reacomoda sus hombros haciéndolos girar hacia atrás.
—Vamos, muchacho, que no te traje de adorno —voltea a verme y una sonrisa sale inesperadamente de mis labios.
Lucifer está envuelto en una capsula de arena negra, pero sus risas se escuchan. No se ve ni inicio ni fin de él. Simplemente esta ahí siendo una masa negra de arena. No hay forma. Lo que acaba de hacer ha lastimado su forma gracias a las cadenas.
—Él no puede hacer nada contra mi —gruñe Lucifer.
Y posiblemente estaría en lo correcto.
Las reglas me impiden tocarlo. Nadie en la hueste puede hacerle daño o tocarlo, es por eso por lo que Bastián me tuvo que ayudar con el proceso de su encierro, pero yo ya he roto demasiadas reglas, ¿no?
—Bueno, si intentas volver a atacarlo, puede que te lleves una sorpresa —me hundo de hombros—, padre —sonrío.
Ojos rojos se hacen presentes a través de la masa negra en donde se encuentra.
Pronto una porción de la arena dentro comienza a revolverse saliendo con rapidez en forma de cadenas contra mi querido y provocador suegro.
—No digas que no te advertí —dejo en claro.
No suelo ser muy fanfarrón con mi poder. No me gusta que lo sepan, pero cuando debo hacerlo, cuando no me queda de otra. Simplemente lo hago.
Utilizo un poco de mi magia para transportarme frente a mi suegro, extiendo mi mano para que la masa negra choque contra mí, volviéndose ceniza negra acompañado de un grito dolorido de Lucifer.
O sí, esto duele demasiado, después de todo estas arenas y masas son parte de lo que es, si la tocas, la deshaces o la quemas, le duele a su cuerpo real.
—¿Sabes lo que has hecho? —gruñe con demasiada fuerza.
Las arenas arrecian envolviéndolo hasta explotar, dejándolo en su figura humana. Esta sucio, desnudo, lastimado, lleno de sangre y hay lagrimas cayendo por esos ojos suyos. Puro dolor. Tal como lo pinto en una ocasión ese amante suyo.
—Técnicamente no te ataque, solo me defendí —quito otro poco del polvo negro que ha caído sobre mi traje.
Niega con la cabeza y una risa dolorida sale de sus labios.
—Quitaré la protección que había puesto sobre ella —amenaza.
Y bueno, desde que Aidhen le dijo tal cosa, solo estaba esperando para que eso sucediera.
—Hazlo y la daga que esta en el cuello de tu querida hija se moverá tan rápido que no serás capaz de hacer nada —soy yo él que lo amenaza en esta ocasión.
Esto solo nos compra un poco de tiempo, pero es lo que hemos estado haciendo todo este tiempo. Comprando tiempo. Lo que sea.
—¿Sabes que estas firmando tu muerte con todo lo que estas haciendo por ella? —me advierte.
—Lo sé. —admito sin ningún tapujo.
Lo he sabido desde aquella vez que me apuñalo. Porque sé que soy capaz de morir en sus manos y no sufriría y porque si ella muere, me iría inmediatamente tras de ella.
Lucifer se ríe.
—La pregunta es, ¿ella haría lo mismo por ti? —escupe con amargura.
—Lo haría. —escucho su voz resonar en la capilla.
Volteo para verla, lleva puesto un hermoso vestido rojo con unas zapatillas negras, esta recargada en el marco de la puerta con una preciosa sonrisa cínica.
Viendo sus ojos, viéndola a ella, tengo razón de volverme loco.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro