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Capítulo 23


Ezra

La capilla se hace nada ante las dos presencias que tengo. Fue muy difícil dejar a Trea detrás y seguro que cuando se entere querrá venganza por mentirle y llevarme a su preciado padre. Bueno, estoy listo para recibir su venganza, sea cual sea.

Tengo que ganar la bendición de mi suegro de algún modo y viendo lo idéntico que es a Trea, seguro que llevarle la contraría le fascinaría y le enojaría en la misma medida.

Aunque si lo ponemos en balanza, no le mentí realmente, le deje una nota en nuestro cuarto que espero que encuentre a tiempo donde le explique la situación y para asegurarme de que no llegue a tiempo lo he cambiado de sitio. En un nuevo convento que de la misma forma es cerrado al público y las monjas de aquí han cumplido con un voto de silencio.

¿Esta mal que piense en cómo Trea podría castigarme y me excite demasiado?

Mierda, llevo demasiado tiempo sin ella y bueno, esta su padre aquí así que no sé que tan buena idea sea ceder a mis instintos primitivos que desean poseerla en cuerpo y alma. Después de todo es mi reina.

—Has vuelto —es la voz demoniaca de Lucifer.

Continua en su estado demoniaco para mantener su energía todo lo que pueda, está guardándose para el momento en que sea necesaria su presencia. El momento en que su hija de verdad lo necesite, mientras dejará que todos juguemos su juego. Que seamos sus malditos peones.

Su cuerpo ya no tiene forma, es una sombra que se hace y deshace, pero que no lo muestra en realidad, es un torrente de arena negra con intensos ojos rojos. Lucifer en persona, el rey de demonios, el ángel caído en todo su esplendor. En su verdadera forma.

—¿No esperabas que me quedará de brazos cruzados mientras hacías lo que querías con mi niña?, ¿o sí? —el padre de Chantrea comenta en un tono neutral.

Esta sentado en una de las bancas de madera, tiene sus brazos extendidos sobre el respaldo de la banca. Tiene las piernas cruzadas. Parece desinteresado. Aunque si él pidió venir aquí es porque tiene piezas que mover.

No dudo que, aunque estuvo en las sombras, haya sabido que hilos jalar y que información obtener para meter en aprietos a Lucifer.

—Tu niña ha hecho lo suyo para meterse solita en toda esa mierda —sisea con cierto desprecio al mencionarla.

Chantrea no es la niña sumisa que todos esperaban, ella se ha caído y se ha levantado cuantas veces sean necesarias, se ha levantado más cínica, más poderosa... menos temerosa.

Soy yo el que teme por su actitud temeraria, soy yo quien teme por su vida. Soy yo quien se desvena los sesos cuando no esta conmigo pensando en que maldita mierda le estará haciendo ese sujeto, en sí de verdad podrá escapar de él, si no será otro cadáver en ese armario del que ella habla.

No, no, nunca dejaría que ella fuera una más.

Su padre ríe orgulloso y me regresa a la realidad.

—¿Te ha dado problemas mi criatura? —comenta su padre con sorna.

—Ha querido venir a jugar juegos que no debe y a amenazarme —gruñe Lucifer.

Su padre resopla.

—Vaya, la he criado bien —dice con todo orgullo.

Chantrea fue amada, Trea es así por él, si Trea ha salido adelante ha sido por él.

—Pero no estamos aquí para alabar a mi princesa —su voz se torna más sería.

Baja sus manos y acomoda su saco, se coloca de pie quedando frente a Lucifer.

—¿Qué quieres? —sisea lucifer.

Al padre de Trea se le dibuja una sonrisa perfecta, poco a poco hasta que casi le llega a las orejas.

Tan imprudentes ambos.

—¿Sabías que tu hija dibuja precioso? —suelta sin interés acomodándose los puños de su camisa debajo del saco.

Trago saliva.

Él sabe de la existencia de ella.

Lucifer suelta un gruñido que hace temblar la pequeña abadía. De seguro las monjas están afuera rezando con ahincó para mantener la presencia demoniaca a raya. Lastima que nada de eso funciona. Es un buen circo, pero hasta ahí.

—¿Sabes que puedo quitar el hechizo que puse sobre tu hija para que nuestro hermano la tome? —replica Lucifer con las arenas negras que lo rodean totalmente descontroladas. Envueltas en la furia en la que esta.

Su padre vuelve a sonreír, esta vez con más detenimiento, ladea la cabeza y cruza los brazos.

—No lo haces por mi hija, lo haces por Alexandría, así que te invito a hacerlo —le regala un guiño de ojo.

Y me dan ganas de intervenir.

¿Cómo puede?

Me calla antes de que siquiera pueda renegar.

—Acaso crees que no estaba enterado que tu plan de casarla con Louis era un mero rito para eliminar su alma y dejar solo la de Alexandría —chasquea la lengua.

Y trago saliva.

¿Qué haría qué? ¡Carajo!

Niego con la cabeza, esto es algo que de seguro Trea sabía, pero que el idiota de Louis que fue la marioneta no sabe.

—Es una pena que el alma de Alexandría ya no exista, ¿no crees? —el rostro serio de su padre confronta a Lucifer.

¡Carajo! ¡¿Qué?!

Las arenas de Lucifer que lo rodeaban detienen su incesante movimiento, es como si alguien hubiera parado el mismísimo tiempo.

—Mi hija, después de todo, es mas lista que tú —reta.

Y las arenas negras que componían el cuerpo de Lucifer estallan en todo el sitio cubriéndonos por completo, envolviéndonos en un mar oscuro y furioso.

¡Maldita sea!

Chantrea de verdad tiene que aprender a no dejarme fuera del juego.

Gremorian

El consejo ha vuelto a convocar a Leibda y como es costumbre, estoy esperando fuera, en esta ocasión no solo están los ancianos, sino que también esta Erebos.

No sé cuales sean los planes. Leibda se ha encargado de mantenerme lejos de cualquier futuro plan y eso me tiene con los nervios de punta. No sé qué esperar, no sé si me colgarán por traición, pero me importa una mierda, no soy una cobarde y no huiré a ponerme bajo la protección de Ezra y sé que Ezra entiende que, si lo vuelve a sugerir, va a ser mi puño con quien tendrá esa futura conversación.

Leibda sigue molesto y con toda la razón del mundo. Él ha sido como un padre bondadoso y cariñoso que ha estado ahí, que me tendió la mano cuando vio mi oscuridad y la ayudo a florecer, pero eso no quiere decir que podía intervenir cuando los demás me molestaban. Para eso estaba Ezra, para enseñarme todo lo que sabía, para darme poder. Todo lo que necesitaba.

Si me piden elegir. No puedo elegir a ninguno. Mi lealtad no es con la legión ni la hueste. Mi lealtad es con ellos dos; con Leibda y Ezra.

Me importa un carajo si lo entienden o no.

Las puertas de plata del salón del consejo se abren y es Erebos el primero en salir. Tal parece que las cosas no salieron como quería pues se carga una cara de pocos amigos que estoy seguro de que la ira a pagar con cualquiera que se le ponga en frente.

Se detiene frente a mí. Oh mierda. Soy quien se le puso enfrente.

Su mano corre a uno de mis cortos rizos dorados, lo toma con delicadeza, observa mi armadura de forma lasciva y quiero vomitar.

—Un desperdicio lo que haces con tu cabello y tu cuerpo —juzga.

Le saco la mano de encima de un manotazo.

—Yo diría que tu vida es un entero desperdicio, pero eso ya lo sabes, ¿no?

Gruñe. Sus manos corren a mi barbilla que aprieta con una fuerza descomunal. Duele hasta los dientes.

—Maldita mierda, debí matarte desde hace mucho tiempo —gruñe sobre mi boca.

Vaya, si que no está de humor.

—Suéltala, sabes que es mi protegida —es la voz de Leibda la que escucho entre los zumbidos que su agarre fuerte esta ocasionando.

Erebos me suelta con lentitud, pero es Leibda quien me toma para arrebatarme de su agarre.

—Y mi protegida no se toca, Erebos —gruñe Leibda en advertencia.

Últimamente Leibda a dejado de ser amable y gentil. Ahora siempre esta molesto y creo que esta en todo su derecho.

—Sabes, Leibda —Erebos se cruza de brazos con esa presencia tan arrogante—, debes empezar a decidir, ¿quién de verdad será tu protegida?, ¿ella o mi abejita? —suelta una risa asquerosa que hace que se me revuelva el estómago—, voto por mi abejita —regala un guiño de ojo.

Mis ojos se abren de par en par... para eso era el consejo.

Para ver cual de las dos es más descartable.

El aire se me corta, pero logro aparentar que no estoy cayendo en un mar de caos... de miedo. No le tengo miedo a él. De ser necesario moriré luchando y de ser posible me inmolaré... me da miedo no ser elegida como toda mi maldita vida.

—Tic, tac, tic, tac —se burla Erebos.

Dhalin

Pintar me relaja demasiado, pero últimamente no he podido parar de dibujar a esa mujer de cabellos negros y ojos violeta. Me persigue noche y día y cada que la veo, veo rojo, rojo sangre brotar. Siento como mi aliento se corta, como mi vida me abandona.

No sé quien sea. No sé si exista.

He doblado la maldita medicación para las estúpidas visiones, pero no han logrado más que aumentarlas. No hay nada que las detenga y temo estar perdiendo el control.

El otro día dibuje un cuadro entero de negro y unos ojos rojos penetrantes. No le tuve miedo, de alguna forma me dio paz verlo y debo estar mal por eso.

—Dal —la voz de Bas me regresa a la realidad.

Dejo el pincel a un lado para evitar volver a ese lugar donde mi mente es presa y yo solo puedo dibujar... últimamente sucede más.

—Bas, regresaste —corro a abrazarlo y él no duda en tomarme en brazos.

Lo amo. Lo amo demasiado.

—Si, Ezra me regalo un día de descanso —no evito el respingón que su nombre me causa y Bas solo se ríe ante el gesto.

No es ningún secreto que Ezra y yo nos llevamos mal. A él no le agrada nadie y a mi no me agrada como trata a Bastián.

—¿Has dormido preciosa? —me pregunta llevando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

No, la respuesta es no. Sí duermo tengo esas pesadillas de las que siento que no puedo escapar. Esas donde me ahogo.

Chantrea

Dantia le pasa un pequeño frasco oscuro a Amelia y a mi me pasa otro verde azulado. Lo tomo sin saborearlo, es mejor así a sentir el líquido viscoso pasar por mi lengua.

Amelia hace lo mismo.

—La transfusión de almas ha quedado completada. —anuncia Dantia.

Asiento viendo como los ojos de Amelia luchan por mantenerse grises y no volverse rojos, negros o violetas. 

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