Capítulo 20
Chantrea
He cambiado mi ropa y me he puesto algo más "recatado", dentro de la ropa que tengo aquí, es un vestido de gaza negro que cubre más de mi cuerpo que otros de los que aquí están. Tiene una cinturilla y un escote en V profundo resaltando mis pechos y clavícula. La falda es circular y tiene tantos girones de ropa que por lo menos no se ve transparente. Lleva algunos detalles bordados en dorado que lo hace hermoso y encantador. He dejado mi cabello suelto y sé que huelo a él, pero no es como si tuviera el tiempo para ducharme.
Raksa, o Ezra para efectos inmediatos está de pie detrás de mí, cumpliendo con su papel de guardián y protector. Por mi parte, me encuentro sentada al lado de Leibda mientras el padre de Daphne está enfrente viéndome con esas muy sinceras ganas de arrancarme la cabeza.
Gremorian esta a su lado y su mirada cumple con la misma intención solo que no esta dirigida a mí, si no a su querido hermano; Ezra.
El general Cryther era el regente de la ciudad de cristal antes de que se hiciera publico el puesto de Erebos y su regente. ¿Qué por qué?, bueno. Porque, aunque Erebos le gusta el poder, detesta estar en todo el ámbito de la burocracia. Él manda y ya. Es totalitario.
Aunque nadie sabe realmente que paso con él y porque Erebos ya no lo considera y prefiere mandar a su regente antes que él.
—Es una sorpresa tu visita —Leibda comenta con ese intento de tono neutral y cálido que tiene, sin embargo, él no está bien.
No ha querido voltearme a ver. No ha querido hablar conmigo. Y lo entiendo.
—¿Sorpresa? —una risa seca y burlona le llena la boca—, esperabas que no viniera cuando sé que tienes a esta aquí —me señala como si no fuera nada.
Tengo que aguantar las ganas de hablar. En este momento no me conviene contestarle. No conozco la posición de Leibda y no sé que tanto pueda estar arriesgando a Raksa y Gremorian si suelto algún comentario insolente.
Leibda se toca el cuello jalándolo como si algo le molestará, se aclara la garganta.
—Ella no es la culpable de la situación que tu mismo elegiste para condenarte —el tono de Leibda es frio y cortante. Me recorre un escalofrió y hago un esfuerzo. Es la primera vez que habla de ese modo y ahora no sé si temer.
—¡¿Qué yo mismo elegí?! —sus manos encima de la mesa se vuelven puño. La rabia es notoria en cada musculo apretado de su cuerpo.
—Tu dirigiste en contra de Erebos y en contra mía un ataque a su persona que por fortuna fue detenido por la gente del rey Ezra, porque si hubiera procedido como lo tenías planeado, créelo, no existirías en este plano de vida —la frialdad con lo que lo suelta, la mirada llena de esquirlas de hielo que si tocas te cortaran me hace soltar un suspiro bajo y corto.
—Ella desplazo y ataco a mi hija —dice como escusa.
Y aquí, antes de que a Ezra se le ocurra decir algo, debo se yo quien habla.
Me aclaro la garganta y Leibda me dedica una mirada de soslayo. Me hundo levemente de hombros solo para él.
—Yo no desplace ni ataque a nadie —me defiendo—, fue su hija quien intento atacarme, fue la vida de uno de los príncipes la que estuvo en peligro. Ella enfrenta esos cargos en la corte, es por eso por lo que ha sido encarcelada y es ahí donde cumplirá su condena.
Sus ojos saltan, las venas en su cuello son notorias, el entrecejo se le frunce y esta poniendo todo de si para no arremeter contra mí.
—Desplazaste a una chica destinada a ser la esposa de ese rey, ¿crees que los de aquí no conocemos la historia real?, ¿el como traicionaste a tu prometido?, eres una puta en toda regla y al parecer, de las caras. —suelta una risa asquerosa.
Mi sonrisa se ensancha. Llevo mi mirada a mis perfectas uñas de color rojo oscuro. Vuelvo mi vista a él para ver como Leibda ya se ha puesto de pie a su lado. Raksa está detrás de él esperando la orden y Gremorian se mantiene neutral.
¿Quiere ver como puedo manejar esta situación y salir triunfante?, adelante.
—No puedes venir a mi territorio a insultar a mi invitada —le advierte Leibda.
Solo ocupo unas cuantas palabras para que él se ponga la soga al cuello. Bueno, más apretada.
—No se preocupe, general, como la nueva reina, vigilare personalmente el proceso de su hija para que sea lo más claro posible, nada le pasara en mis manos —sonrío más cuando dejo la amenaza implícita.
Él se pone de pie con la rabia haciéndolo temblar, pero recupera la compostura, comienza a reír y entonces activa su poder. Parte de lo que había estado esperando.
El poder de este ángel es duplicarse, porque él sigue frente de mi y otra copia suya está tomándome el cuello. Así que sus poderes no tienen que ver con los elementos, tienen que ver con otros temas mágicos. ¿Será parte de la manipulación mental, algo como hipnotismo?
—Suéltala —pide Leibda con una tranquilidad aterradora, mientras Raksa y Gremorian tienen sometido a el original o copia.
—Tan fácil que es cortar su cuello —los amenaza y siento el filo tocando mi cuello y el aire abandonarme debido a su agarre.
—No lo repetiré otra vez —comenta Leibda. Sus ojos miel comienzan a destellar—, suéltala.
Veo los ojos de Raksa verme con esa desesperación, tiene sometido a la otra figura, Gremorian tiene su daga dispuesta sobre su pecho, lista para actuar de ser necesario.
Solo necesito hacer una provocación más.
—No se preocupen —intento decir con la voz estrangulada. Volteo para acercarme al oído del general. Siento el ardor de la daga cortando mi cuello y aguanto el dolor—, es una pena que haya educado una hija para ser algo que nunca lograra ser —murmuro como puedo mientras su agarre me deja más sin oxígeno.
—Puta —grita y es lo ultimo de lo que soy consciente.
Lo siguiente es que tengo pedazos de su carne, sangres, sesos, pegados a mi cuerpo.
¿Exploto?, ¿acaba de explotar?
Mis ojos se abren de par en par porque este poder es impresionante, ¿también es el poder de un ángel?
Volteo con lentitud evaluando la situación. Raksa y Gremorian están bañados en sangre, están viéndome porque sinceramente no se que aspecto es el que tengo. Busco a Leibda. Intacto, con su ropa blanca prístino, limpio, con sus manos abiertas... y es ahí donde sé que él lo hizo. Su poder.
—¿Es el poder de un ángel? —pregunto con la voz extraña. Ni siquiera yo me reconozco.
—No soy un ángel —su voz sigue tan fría como desde hace un momento.
—Es un dios —murmura Raksa.
¡¿Es un Dios?!
Gremorian
Cuando era pequeña y se me anuncio que quedaría al cargo de un hombre llamado Leibda y que el seria mi tutor legal a toda regla además de que claro, tenía el cargo de regente de la ciudad de cristal.
Recuerdo que cuando lo conocí, me regalo una amplia sonrisa, algo que no todos hacían comúnmente. Desacomodo mi cabello en un tierno gesto, se agacho hasta quedar en mi altura que no era más allá de 45 o 50 cm. Recuerdo sus palabras.
"Pero que precioso angelito llego a mi vida".
Él ha sido la figura paterna que toda la vida me ha hecho falta y no he necesitado más que él, en realidad.
Descubrí que no era un ángel cuando no se comportaba como uno. No tendía al estado bélico que tanto adoraban los ángeles. Él simplemente se mantenía al margen. Pero cuando lo descubrí, fue cuando uno de los muchos ángeles que solía molestarme, exploto.
Leibda uso un poder anormal. Uno que no conocía el fuego eterno. El poder de los ángeles tendía más a ir por poderes que tuvieran que ver con el fuego mental, pero nada físico en realidad.
Fue ahí cuando él me lo confeso, lo hizo como un secreto, a través de un cuento y es algo que siempre atesorare.
—Gremorian —la voz fría de Leibda me consume.
Sé que le he fallado. Él ya había hablado de lealtades conmigo, y al parecer la mía a quedado clara, aunque no es del todo cierta. Sin embargo, no me pueden poner a elegir entre Ezra y Leibda.
—¿Por qué lo permitiste? —me pregunta directamente.
Sorbo el aire por la nariz y creo que el olor a hierro, viseras y cierto olor a cenizas me consume.
—No le di opción —es Ezra quien sale en mi defensa. No es necesario.
—No solo dejaste entrar al enemigo, Gremorian —ignora a Ezra—, sino que has dejado que tengan cierto tipo de contacto... ha y lo más importante —sus ojos caen con juicio pesado a mi—, me mentiste.
Lo sé, sé que lo hice. Trago saliva y mis manos se vuelven puños.
Una maldita idiotez. Las ganas de golpear a Ezra, a la maldita Chantrea se apoderan de mí.
—Leibda —Chantrea tantea terreno y soy yo quien le lanza una mirada de advertencia y odio, que claro, ignora.
Leibda voltea a verla y de alguna forma su mirada se suaviza. Una maldita encantadora de serpientes, eso es ella.
La forma en la que Leibda parece suavizarse me da cierto coraje, una chispa quiere gestarse como incendio en mi interior.
—Acepto mi culpa —reclamo su atención. Él regresa su mirada a mi—, pero no quise mentirte, no fue mi intención, es solo que.
—Lo hiciste, Gremorian, independientemente de si lo planeaste o no, si lo pensaste o no, si tienes la mejor escusa o no, me mentiste y eso es lo que importa —evidencia.
—Leibda —habla Ezra—, entiendo tu juicio, pero si alguien debe pagarla, soy yo. —Leibda se cruza de brazos, prestándole toda la atención—. Debes entender. Me la quitaron, la secuestraron, necesitaba saber que estaba bien —los ojos de Ezra se ven desesperados—, saber que no la habían tocado —noto ese dolor. El dolor que vi ese día que me vino a rogar.
—Nuestra intención, Leibda, nunca, nunca fue engañarte... —Chantrea se acerca a Leibda y él se suaviza más—, todo fue por mi protección.
—Estas protegida conmigo, él no necesita estar aquí —parece amenazar a Ezra.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro