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Capítulo 2



Ezra

El sonido del crujir de huesos vuelve a sonar como música para mis oídos. Trueno un cuello más antes de dejar caer el cuerpo con un golpe seco al piso. Me pasé de fuerza con este último, puesto que su hueso ha salido de su cuerpo. Bueno, en mi defensa, estoy demasiado enojado.

¿Cuántos he matado ya?

No lo sé y no me interesa en realidad. Aun si acabo con todos los demonios de la hueste, no me interesa. Gobernaré huesos y cenizas.

El chico que sigue ya está arrodillado, pidiendo clemencia. Nadie obtendrá clemencia hasta que escuche la verdad. Y si la verdad no sale de sus labios, bueno. Nadie vivirá.

Me pongo en cuclillas para verlo. Solo quiero que me digan quién orquestó la maldita mala broma de enviarme esa legión de ángeles y descarnados.

Odio a los descarnados, como su nombre lo dicen, son cosas que en algún momento fueron humanos, solo que se han convertido en seres de bajo astral. Su piel es gris, su cuerpo está incompleto y buscan magia y dolor, se alimentan de eso, recibieron mucha de mí en mi intento por acabar con los ángeles. Claro, que esos ángeles no hubieran podido llegar a mí de no ser que alguien les haya dejado entrar.

Tal vez, solo tal vez, estoy desquitándome con estos antes de ir con los verdaderos culpables.

—Te escucho —le sonrió cuando la daga que he sacado de mi tobillo está en mis manos. Comienzo a jugar con ella—, me disculparás, me he cansado de romper huesos, ahora quiero algo de sangre. —Sonrió aún más y consigo el temor en sus ojos.

Como me gusta ver el terror y que sepan que su peor pesadilla es quien les quitó la vida.

—¿Quién los dejó entrar? —pregunto una vez más.

Suelta un suspiro tembloroso. Y sé que es él quien me dirá todo. Malditos infelices.

Aún me quedan algunos ángeles por despellejar, es una fortuna que sean inmortales y que pueda quitarle la piel pieza a pieza, que tengan que vivir cada tortura que les puedo conceder.

—Asmodeo —indica con la voz temblorosa.

Así que fue él. Una risa se escapa de mis labios porque no es él quien orquesto esto. No, claro que no, fue mi madre.

Asiento con lentitud, poniéndome de pie.

—Suficiente por hoy —indico pidiendo que se lo lleven, que se lleven los cuerpos y los que aún quedan vivos.

Claro que no vivirán, pero me gusta hacérselos creer, así cuando llega la muerte me regalan su temor real.

Las armaduras vivientes entran llevándose los cuerpos y a los vivos también, los arrastran dejando el rastro de sangre a su paso. La puerta se cierra cuando ellos terminan de pasar a la vez que Belcebú se desliza para entrar. No pierde detalle de los cuerpos y del estado sangriento del salón.

—Veo que has perdido la razón —me indica cuando ve cada detalle en mí.

¿Cómo debo verme?

No lo sé, de seguro estoy lleno de sangre. Tengo sangre de los ángeles, de los descarnados, los demonios, de ella, de Louis, tengo sangre de todos en mi cuerpo.

Han pasado cinco días y cada maldito día pesa más que el otro sin ella. Estoy intentando encontrar el sentido a todo. Y no hay sentido.

No solo Chantrea ha desaparecido, también lo ha hecho Amelia. La gente está buscándola en todas partes, pero es como si la tierra se la hubiera tragado y como si fuera poco, ahí, entre todos los ángeles que maté, estaba ella. No supe cómo, no supe cuándo fue, yo le quité la vida. Maté a Lira, quien al parecer estaba viva y había venido a atacarme. Un muy buen chiste de quien haya sido.

—Deberías darte un baño —comenta Belcebú con cierta tranquilidad en su voz. Aprieta mi hombro para darme un poco de confort. Confort que no quiero y que no necesito.

—No hasta tenerla aquí. —suelto tajante.

Escucho el suspiro de Belcebú.

—No tienes el poder, Ezra —me recuerda con esa voz de calma.

Siento la rabia, rehelear por mi cuerpo, andar por mis venas. La maldita impotencia. Gruño con fuerza. Aprieto mis manos volviéndolos puños, no soy consciente de la daga hasta que veo las gotas de mi propia sangre manchar el piso.

—¡Crees que no lo sé! —mi furia contenida sale como vientos capaces de destruir todo—. ¡Crees que no sé qué, si voy por ella en este preciso momento solo encontraría mi muerte y la suya por consiguiente!

Es algo que supe desde el momento en que llegué al estúpido templo en donde nunca debí dejarla. Bastián me observó con cierta nostalgia golpeándole los ojos.

"Ella estará bien" fue lo que me dijo y sé que ella estará bien. Soy yo quien la necesita aquí.

Soy yo quien no puede permitir que la toque, que él la haga suya para utilizar su poder.

—¿Sabes quién si la puede traer? —Belcebú usa su fuerza para voltearme hacia él, obligándome a verlo de frente—. Tú, Ezra, pero no está bazofia vengativa. Tú eres el rey, el rey de la hueste y ella es tu mujer, la quieres aquí, es hora de que tomes el maldito papel.

Y siento sus palabras. Sé quién soy. Siempre he sabido lo que puedo llegar a ser. El demonio sin sentimientos tan metódico y estratégico que me hizo ser acreedor a esta posición.

—Ellos quieren saber qué es el verdadero infierno —veo a Belcebú a los ojos—, entonces ellos arderán.

Belcebú asiente. Y tomo su palabra. Para continuar con mis planes, necesito estar limpio. Necesito retomar mi papel.

—Pero antes, hay un sitio al que te tengo que llevar —es Bastián quien aparece por una de las puertas traseras.

—¿Piensas contarme la verdad? —me detengo a su lado.

Él suelta un suspiro. Sé que no puede revelar algo que comprometa la línea temporal. Es un desertor, sí, pero eso no quita sus grandes temores de corromper las líneas de vida que cada uno debe seguir. Él ha visto cuando estas líneas se han irrumpido, aunque no ha deseado hablar de ellos, sé que las muertes de quienes no debían morir han tomado el lugar de quienes sí debían. Y no estoy dispuesto a perderla a ella o a perder mi propia vida.

—No puedo —suelta un suspiro.

Sé que siente una tremenda culpa. Pero el que Chantrea no esté aquí no es su culpa, es una línea temporal que debía pasar y ya. Sí él me decía lo que iba a suceder, la hubiera raptado, alterado la línea temporal y con eso, posiblemente hubiera ocasionado la muerte de ambos.

—Lo sé, Bas —palmeo su hombro. Intento sonreírle, sin embargo, no lo logro.

Belcebú nos sigue de cerca, atento de todo lo que pasa a nuestro alrededor.

—No puedo decirte, pero si puedo mostrarte un sitio y tú puedes armar tus propias teorías —me concede.

Le sonrío porque sé que esto va contra las reglas que tanto idolatra.

—Ezra —me llama Belcebú y siento su tono un poco estrangulado.

Volteó a verlo parando en seco. Él está viendo hacia el trono.

Ah sí, eso. Lo había olvidado. Bastián también voltea, suelta una especie de quejido.

—Dime que no está muerto —suelta, Bas, pasando saliva.

—No lo sé —y de verdad no lo sé.

Cuando lo vi, cuando supe la gran idiotez que hizo, lo molí a golpes. Recuerdo haber corrido hacia él, recuerdo encestarle el primer golpe, haberlo visto destantear su equilibrio e intentar contestarme. Pero era demasiado tarde para él, yo ya había perdido el sentido de todo, así que volví a golpearlo, una y otra vez. No paré, no me detuve en ningún momento, bueno, hasta que Max me jaló y él decidió que sería buena idea clavarlo al trono. Sé que usó clavos envenenados.

Me hundo de hombros cuando Bastián corre al cuerpo de Louis en el trono.

—¿Dónde está Lucifer? —me pregunta Belcebú en un tono bajo.

Intenta mantenerse calmado, pero sé que se acaba de asustar y temé que le haya hecho lo mismo a Lucifer. Pero no pienso decir su paradero ni estado en que su cuerpo esté, aún no. Todavía tengo cierta información que sacar.

—¿Sabes que esto se puede tomar como sublevación y tu reclamo al trono puede ser inválido, así como tu nombramiento?

La sonrisa me invade el rostro. Veo cómo Bastian se da cuenta de que el grandísimo idiota en el trono sigue vivo.

—¿Estás diciéndome que mi reinado está en riesgo solo porque he decidido sublevarme? —enarco una ceja.

He perdido la razón. No me importa realmente. La sonrisa me gana, la risa me sale casi natural. Bastián voltea a verme cuando lo escucha.

—Ya era hora de un nuevo orden —palmeo su espalda—, ¿qué tipo de rey sería si dejo que se burlen de mí? —niego con la cabeza—, aún sí, son los malditos dioses del mundo, todos caerán ante mí y ante mi reina.

Doy media vuelta para irme. Estoy cansado y tengo que ir a ver eso que mencionó Bastián.

La mano de Belcebú toma mi brazo para hacerme voltear a verlo. Su mirada está tallada en roca, con rasgos serios y furiosos.

—Estás jugando con fuerzas que no creo que seas capaz de manejar —advierte.

Ladeo la cabeza, suelto un suspiro con lentitud.

—Mírame ser el propio caos, ahogarme en él y aun así no morir —tomo su mano, la que sostiene mi brazo, la suelto con suavidad—, eso es lo que soy, ¿no, padre?, ¿acaso no es por eso por lo que mi madre decidió deshacerse de mí? —pregunto y él se congela.

Siento la mano de Bastián apretar mi otro brazo. Marcándome límites, diciendo cuando ha sido suficiente.

—Debemos irnos —jala.

Tomo un poco de aire. Volteó dándole la espalda a Belcebú, listo para marcharme, listo para ver aquello que Bastián me mostrará.

—No te preocupes por tu hermanito, está sano y salvo, por ahora, aunque harías bien en advertirle a mi madre que mi siguiente visita es ella —le suelto antes de abandonar la sala.

Escucho el resoplido de Bastián al lado mío. A él no le gusta verme de este modo. Convertido en el demonio que soy. Pero después de todo, no puedo negar quién soy.

Bastián se adelanta a mis pasos, soltándome, me hace frente. Veo pura seriedad en su rostro.

—No puedo decirte la verdad, pero puedes descubrirla... pero, Ezra, esta información es delicada y la decisión que tomes después de ver lo que te estoy por mostrar, debe ser igual de delicada, de lo contrario, solo lograrás condenar a Chantrea. —Sus ojos titubean cuando me ve. Pasa saliva y siento que no es nada bueno lo que está por mostrarme—, ¿lo entiendes? —pide.

—Lo entiendo —admito. Aunque no puedo hablar por el caos que ya se ha desatado en mí.

El caos que probablemente encuentre la cura en los labios de Chantrea.

Bastián elabora un signo en medio de ambos con uno de sus dedos, y este símbolo destella y explota en una luz grisácea que se engrandece lo suficiente para consumirnos, dejándonos en medio de una luz blanca cegadora que desaparece. Dejándonos en otro sitio. De pronto no soy capaz de sentir mi magia ni la de Bastián ni la de nadie. Cuando mis ojos se adaptan de la luz a la oscuridad, logro ver esa puerta de metal que se ve pesada.

—Rompe el cerrojo —pide Bastián y ordeno a las sombras que lo hagan. Tuercen el cerrojo haciendo que la puerta se habrá en un ruido sordo.

Bastián suelta un suspiro tembloroso, termina de abrir la puerta y entonces me deja entrar.

Lo primero que veo es una pared llena de nombres, nombres de mujeres. El lugar está tapizado, demasiadas letras, demasiados nombres. Y no sé por qué, pero siento náuseas.

Pegado a una pared de roca hay un escritorio con una luz amarilla titilante, hay demasiados papeles, cartas, pequeños pedazos de papel. Camino embelesado por algo que me llama. Tomo el primer resquicio de papel en mis manos.

"Abusó de mí", dice el primer papel y tengo que soltarlo.

"Sé que hoy voy a morir, pero no me importa, no quiero que siga usando mi cuerpo" dice otra hoja amarilla con una letra cursiva. Suelto el papel.

"Dejo que cinco hombres me desnudaran e hicieran lo que quisieran conmigo, dijo que era mi castigo" el papel se cae de mis manos y la furia comienza a reverberar en cada vena de mi cuerpo.

Levanto mi vista a los nombres. A los cientos de miles de nombres que hay ahí. Es como si cada nombre me susurrara su historia. Lo que él les hizo.

Dejo caer la hoja y tomo otra más.

"He sido todo lo que desea que sea... pero al parecer no he sido suficiente, mi muerte, él ha pedido que me decapiten mientras utiliza mi cuerpo tanto como puede"

Se me revuelven las entrañas. ¿Con qué clase de monstruo está Chantrea?

La locura y el dolor me invaden. Siento que no puedo dejarla ahí, tengo una necesidad increíble de correr hacia ella. De protegerla a pesar de que sé que no lo necesita.

Dejo el papel y veo una libreta. La letra de Chantrea está ahí. Me da miedo leerla, aun así, lo hago.

—No te va a gustar leer lo que hay ahí —es la voz de Amelia la que me sorprende.

Y tal parece que la he encontrado. 

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