Capítulo 18
Chantrea
La ciudad de plata, la infame ciudad de plata, plagada de oro, de cosas divinas y un sol naciente eterno que ilumina todo, naturalmente.
De alguna forma, la ciudad de plata es enorme, es majestuosa, lujosa, en este lugar no hay un solo espacio impío. Todo es simplemente... solemne. De buena manera.
Alcanzo a divisar la ciudad desde la torre donde me encuentro. No llegamos como se llegaría normalmente que es atravesando la muralla y la ciudad en si, simplemente aparecimos en la sala del trono gracias al poder de Erebos, mismo que me dirigió a una de las torres más altas del palacio para que pudiera vislumbrar el sitio.
Lo que sé es que la ciudad es enorme y bien estructurada, sus calles siguen los patrones de la geografía sagrada. Envuelta en una gran muralla de plata, que prácticamente parece indestructible.
El castillo, por otra parte, esta alto y alejado de la ciudad. Se alza gracias a un montón de torres de cristal puro que lo mantienen lejos del lago que supongo es el que alimenta las cascadas de los jardines de la ciudad de cristal. Todo brilla ante el cegador brillo del sol. Uno creería que quema, que hace calor, pero el sitio esta helado y lleno de viento.
Hay un puente que conecta al castillo con la ciudad, largo y vigilado por cientos de guardias, y el castillo en si es un intrincado laberinto de oro, cristal y plata.
Tan majestuoso. Resuma puro poder.
No es diferente del castillo del inframundo. Mientras que este esta erigido sobre plata y oro, el del inframundo este hecho a base de obsidiana. Igual de frio. Oscuro, austero. Lleno de misterio.
Pero este castillo es tan luminoso, el aura de maldad, de que algo no esta bien, te deja un mal sabor de boca. Te hace querer huir y correr.
—¿Te parece lo suficientemente bonito? —pregunta Erebos llegando con un comité de guardias tras de él.
La luz le da fijamente en su piel bronceada. En sus ojos dorados y estos estallan dando un espectáculo.
Nadie puede negar que es guapo, que rezuma poder a donde quieras que mires. Sus brazos musculosos están llenos de pequeñas cicatrices que seguro se hicieron en batalla. Sus rasgos son una suma de belleza letal.
—Bonito es una palabra muy simple para esto —contesto sin parecer impresionada.
La única razón por la que estoy aquí es para descubrir las habilidades del centro de entrenamiento que se encuentra en una montaña más allá del castillo. De ese modo obliga a las personas a pasar por la alta seguridad del castillo para llegar hasta allí. No iré de inmediato y si lo planteo, será sospechoso. No puedo hacer nada, simplemente seguir mi plan.
—Siempre que quieras podrías rechazar la corona de tu consorte, anular su unión y venir a mis brazos —comenta en ese tono que intenta ser juguetón.
No lo veo y reprimo todo este montón de sentimientos caóticos que he estado sintiendo desde que lo deje. No he querido sentir. Me he orillado a convertirme en nada.
No voy a mostrarle nada de este interior dolorido.
—¿Y podría obtener tu corona? —volteo a verlo con toda la decisión del mundo.
Ladeo la cabeza intentando seducirlo, mi mano se posa en su pecho y noto como contiene el aliento.
—No soy tu títere —su sonrisa se ensancha—, mi corona es MÍA.
El poder es su necesidad más grande. Esa fue una de las razones por la que se quedo con Alexandria porque no podía permitir que nadie más tuviera el poder que él tenía.
Es lo mismo que quiere hacer conmigo. Es lo que hizo con todas. Las debilito, las dejo sin opciones. Una lástima. Hace tiempo que yo no tengo opciones ni nada que cuidar.
El dolor en el pecho me atormenta y la idea de hablar con Ezra, de haber hablado con él todas las veces que vino. Pero no puedo. No puedo después de lo que hizo.
Un lugar dentro de mi me consume, me dice que es mi culpa. Pero lo ahogo. Basta.
Le sonrió mientras mi mano se posa en su mejilla. Ahogo las arcadas, evito las ganas de temblar y salir corriendo. Un hombre apuesto que me da asco.
Un cascarón vacío.
—¿Qué es más importante; el poder o tu corona? —su mano tambalea en mi cintura y de vuelta vuelvo intento no moverme. No reaccionar.
—Ambas, son lo mismo —agacha su rostro y su aliento me golpea de inmediato.
Las ganas de huir me hieren por dentro y tengo que correr. Solo que no lo hago, porque estoy congelada.
—Señorita —esa voz. Trago saliva como auto reflejo—, he venido a escoltarla de vuelta.
Volteo sobre el brazo que me sostiene, con una sonrisa que no es la mejor, pero sirve. Y ahí está. Raksa. El fiel guardián. El estúpido de Ezra.
—Tal parece que nuestro tiempo se acabó, ¿puedo venir mañana? —veo esos ojos dorados y esa sonrisa oscura. Asiente.
—Tendré todo preparado —asegura cuando su mano baja de mi cintura.
Ezra
Acorralarla es una buena opción. Apretar su cuello es buena idea.
Ella sigue meneando sus caderas frente a mí. Ignorándome. Por primera vez este silencio es tormentoso. Y no puedo tocarla porque los otros guardias siguen a mi lado.
Me está castigando. Pero este castigo está pasando los límites de mi paciencia y el limite de sus niñerías.
Va caminando con una calma que esta matando todos los intentos de hacer las cosas bien.
No entiendo como es que se puso esa maldita e insulsa falda negra que nada le cubre. Que deja entre ver las líneas que mi cola le dejo como marcas. Son de un tono morado, negro, rojizo.
Y parece no importarle ocultarlas. Eso es algo bueno. Son las marcas que avalan que siempre será mía, aunque el otro imbécil tenia sus manos encima.
Atravesamos el pasadizo oscuro que une una ciudad con otra, usada únicamente por la realeza y agradezco que me lo enseñen. Servirá en futuras ocasiones.
Los guardias a mi lado hacen aparecer orbes de fuego en sus manos que nos alumbran el lugar. Hace un rato me cuestionaron la falta del mío y Gremorian tuvo que hablar en esa lengua de dioses, diciéndoles algo como "el es un ángel especial y tiene de esos poderes que son ocultos".
Así que hay magia oculta. Necesito averiguar más. Tengo que saber a que nos enfrentaremos.
La luz nos toma de repente. Los guardias se dispersan y me dejan para que la lleve a su habitación como es la indicación. Continuo el camino tras de ella, pero ella no va hacia su habitación en la torre.
Las aletas de mi nariz se abren. Mis manos se abren y cierran. Hay varios guardias y personal pasando de un lado a otro por lo que no puedo acercarme y ella lo sabe.
—¿Qué carajos estas haciendo? —modulo mi tono de voz. Mis manos insisten en que deberíamos ahorcarla.
No, no, control.
Ella no me contesta siguiendo con su maldito berrinche. Mi nariz se abre de vuelta y un grito entero de frustración se atora en mi garganta. Sigo viendo como la gente pasa a nuestro alrededor, consciente de quien es ella. Inconscientes de quien soy yo.
Me acerco peligrosamente a ella. Veo a donde va. Va a la habitación del maldito de Leibda y no puedo permitirme verla con otro maldito hombre que se muere por ella porque mi autocontrol ya esta tambaleando.
Aprovecho cuando estamos cerca de llegar a esa habitación, la meto a dentro de una puerta bajo las escaleras, cierro la puerta tras de ella, mis manos corren a su cuello. Todas las ganas que tenia de hacerle daño afloran. Ella no se inmuta, abre un poco la boca, pero no dice nada. Se mantiene con la barbilla levantada, como si no le importará.
—Estas colmando mi paciencia, Chantrea —gruño sobre sus labios, deseando comerlos, besarlos, tenerlos—, suficiente de la niña malcriada.
—¿Terminaste? —se le sale con la voz a penas audible ya que mis manos le quitan el aliento.
—¿Terminaste tu de hacer tu berrinchito?
Sus manos se posan sobre mi muñeca cuando sus ojos arden, sus uñas se encajan con fuerza en mi muñeca. Y la dejo, dejo que me retire de su cuello. Porque al parecer esta a punto de hablarme y eso es algo que he rogado.
—¿Berrinche? —pregunta con una voz firme. Niega con la cabeza—. Púdrete, Ezra. Hemos terminado. —abre la puerta corrediza de un tirón dispuesta a salir.
¿Hemos terminado?
Oh, no. Esa mierda ni en un millón de años. Salgo detrás de ella. Continúa caminando con el enfado saliendo de cada parte de su cuerpo. Esta vez ya no va a la habitación de él. Va a su preciada torre. La gente comienza a verla. Me ve a mi y me vale una maldita mierda estar haciendo una escena.
Camina hasta las escaleras oscuras de su torre cuando la alcanzo. Vuelvo a golpear a acorralar su cuerpo contra la pared reducida de las escaleras, mi brazo esta sobre su cuello deteniéndola.
—No hemos terminado. Ni en un millón de años vas a terminar conmigo. —gruño aspirando su aroma. El aroma que tanto he extrañado.
Ella pelea poniendo sus manos sobre mí, intentando alejarme de ella. Busca patear, pero inmovilizo sus piernas metiéndome entre ellas.
—Soy tu demonio, Trea, ni en un millón de años te dejaré ir. Soy tu maldita condena y tu eres mi maldita perdición, —mis labios le arrancan un beso a los suyos que ella no responde—, eres tan mía como yo soy tan tuyo, ¿has entendido? —gruño sobre sus labios.
Ella suelta una risa seca.
—Ezra... —dice sobre mis labios—, ¿acaso no has entendido que he dejado de usarte?, tengo lo que quiero, tu corona. Ahora, apártate.
Duele... algo dentro de mi duele.
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