Capítulo 17
Gremorian
La princesita arribo al palacio y con ello, las aguas intranquilas llenas de ira, por parte de mi tan amado tío, se calmaron. Aun y cuando acaba de arribar casi a escasos minutos, la paz y calma se respiran en el ambiente que antes estaba lleno de hostilidad.
Pero hay algo diferente en esta Chantrea que tengo enfrente. Sus ojos están... distantes, apagados. De alguna forma. Dan miedo. Es como la calma antes de la tormenta. Es como si la que tuviera enfrente fuese una chica que esta dispuesta a acabar con el mundo. Y conociéndola. Claro que puede.
Cabe mencionar también que quien la trajo a las puertas de la Legión fue Louis. Tuvieron una despedida sosa en donde se abrazaron. Y ella sonrío. No de buena nota, aunque no hubo burla ni nada.
Aun así, tras esa calma en sus ojos, hay una maldad creciente que bien nos podría tragar a todos enteritos.
Leibda camina con ella y Erebos en su recorrido por los jardines flotantes, ella continua el camino, distante a ellos, no distante físicamente ya que esta en medio de ellos, es más bien distante mentalmente. Es como si los estuviera escuchando y a la vez, no. Y ni siquiera parece importarle aparentar.
La razón por la que no la tolero es porque yo veo en ella lo que todo el mundo parece ignorar. Veo el caos en ella y el maldito infierno que está dispuesta a desatar. Y sí, sé que no soy quien debería estar hablando exactamente del caos, siendo una de las personificaciones de este. Sin embargo, mi caos es distinto al suyo. El mío tiene una meta y puedo controlarlo a voluntad. El de ella solo parece creciente, incontrolable y muchas veces irreconocible.
Leibda recorre el asiento de una mesa de cristal que esta puesta en el jardín, tras una cascada cristalina que cae dando una luz perfecta. Solo hay tres asientos hechos de metal garigoleado, intentan ser flores. Al medio de las sillas se encuentra una mesa de cristal cortado en un tono verde musgo que combina con el tinte de las sillas de metal.
Chantrea se sienta con singularidad, con la pericia de una serpiente; resbaladiza, elegante, hipnotizante. Erebos la sigue frente a ella con esa sonrisa maliciosa, Leibda se queda en medio de ellos.
—Bienvenida abejita —le dice Erebos.
Chantrea no sonríe, no se enoja, pero veo ese fuego en sus ojos, ese fuego lleno de tormenta.
—¿Por qué abejita? —pregunta cruzándose los brazos frente a su pecho, con ese tono cortante que nadie debería tener con Erebos.
Erebos suelta una risa ronca.
—Me preguntaba cuando lo preguntarías. —parece contento de la elección de palabras de Chantrea.
Ella pone los ojos en blanco y veo como Erebos aprieta sus manos en puño, veo su furia. Eso es algo que no le gusta, aun así, por ella, parece aguantar.
—Las abejas son insectos muy inteligentes —comienza su perorata.
De hecho, las abejas son el equilibrio del planeta tierra y una especie protegida por todas las buenas cosas que hace por la tierra y los humanos... aunque bueno, mueren trágicamente porque tengo la impresión de que no saben distinguir cuando alguien realmente los está atacando y cuando alguien los está cuidando, así que mal gastan su vida atacando para morir después.
Tal vez Chantrea si se parece a una abeja.
—Lo son —contesta ella bebiendo un poco del vino blanco y burbujeante que le han servido en una copa.
—Y detectan el peligro antes que cualquiera, así que son inteligentes, guardan sus reservas, hacen lo que tengan que hacer y de ser necesario, pelean. —suelta mientras desliza su mano por la mesa de cristal hasta tocar la mano de Chantrea que sostiene la copa de vino—. Después de todo, tu viniste aquí por tu propia voluntad, ¿no?, Chantrea.
Chantrea
Sonrío, su mano esta encima de la mía, me la saco de encima sin importarme si se cae en la misma mesa, cruzo mis piernas, llevo la copa a mis labios, sin beber realmente. Solamente viéndolo.
—¿Entonces tu te crees peligroso? —enarco una ceja.
Bebo un poco del vino blanco viéndolo directamente a los ojos. Observo como aprieta su mandíbula, pero lucha por mantener la sonrisa y no parecer tan enfadado como se ve, aunque sé que, por dentro, quiere matarme.
Claro, es un ególatra que cree que puede causar el fin del mundo, y sí, tendrá mucho poder, pero causar el fin del mundo, no, no tiene el poder.
¿Quiere ver el fin del mundo?, bueno, lo verá, verá arder su propio mundo. Porque he regresado y he regresado para hacerlo caer.
Sin ataduras, sin nada y con una corona, dispuesta a conseguir otra.
—Lo soy, Chantrea, lo soy, una cosa es que decida ser la persona más accesible y buena contigo, claro, dentro de mis limites —Erebos cruza sus brazos, me observa con esos ojos dorados y esa sonrisa asquerosa.
—Claro —sonrío lanzando mi cuerpo hacia adelante, dejando la copa en la mesa—. Dentro de tus limites —ensancho mi sonrisa.
—¿No lo crees? —él lanza su cuerpo adelante.
—Creo en lo que veo, Erebos, y tú, con el pasar de cada reencarnación, solo me has demostrado... —acerco más mi cuerpo a él, descansando mi pecho sobre la mesa— miedo.
Sus ojos saltan y esa vena que se le nota en la frente, salta también, haciéndome notar su enfado, sus manos toman con fuerza el filo de la mesa y me sorprende que no lo haga explotar.
—Creo que —intenta mediar Leibda notando como el demonio de Erebos esta a punto de salir.
Pero hoy no.
—¿Miedo? —Erebos lo ignora también.
—¿Por qué la encerraste... por qué has encerrado a cada una de las versiones de ella, por qué me quieres aquí?
—Porque me gusta que lo mío se mantenga siendo mío.
La risa me gana. Me pongo de pie porque no me va a estar de pie.
Veo a Leibda pararse a mi lado, veo a Erebos ponerse de pie.
Por el rabillo del ojo veo como Gremorian y Raksa se acercan precavidos. Así que aquí esta... después de todo.
No es tiempo de distracciones.
Uno de los lados de mi sonrisa tironea hacia arriba, camino a paso lento, dejando a Leibda en donde esta hasta llegar a Erebos.
—Siéntate —le pido. Pero él niega con la cabeza.
—¿Por qué debería obedecerte? —agacha su cuerpo para que su cara quede cerca de la mía.
—¿Por qué no deberías hacerlo? —sonrío.
Él me ve primero analizando mis ojos, mi mirada, hasta que termina sentándose. Sonrío con todo y dientes. Camino hasta colocarme tras de él. Mis manos van a sus hombros, ahí se quedan, ladeo mi cabeza para acomodar mis labios en su oído.
—El miedo actúa de formas diferente... a veces viste la cara del enojo, después de todo, si eres explosivo nadie se acercará a donde no quieres, ¿verdad? —murmuro—, pero seamos honestos, Erebos —cambio de lado, moviéndome a su otro oído—, siempre has tenido miedo de no ser elegido... de que alguien tenga más poder que tu y para tu mala suerte, Alexandria tenia un poder que te igualaba... que triste que no eras tu a quien elegia, ¿verdad? —me retiro de su oído, dejo que mis manos den unas palmaditas en sus hombros.
Comienzo por caminar para regresar a mi lugar, evitando mirar a Raksa y Gremorian que ahora están más cerca de nosotros. Pero es la mano de Erebos la que envuelve mi muñeca para detener mi caminar. Escucho como su silla cae y sé que se ha puesto de pie. Volteo con calma y tranquilidad hacia él.
Él ya esta de pie, con sus ojos envueltos en esa ira descomunal.
—No tengo miedo, Chantrea —su voz suena fuerte y gruesa—, justo ahora no estas siendo una abeja muy inteligente.
Al contrario. Estoy siendo muy inteligente. Los riesgos están calculados al igual que el maldito resultado.
—Entonces, Erebos, ¿qué hago aquí y no en la ciudad de plata? —y la semilla ha sido plantada. La destrucción inicia aquí—, espera, ya sé, crees que podre quitarte la corona.
La risa de Erebos retumba en el lugar.
—¿Tú te crees capaz de portar la corona de la ciudad de plata? —parece incrédulo. Perfecto. Mi ventaja esta en que los demás me subestimen.
—¿Tu no? —sonrío zafándome de su agarre—, yo digo que me luciría perfecta.
—Quieres conocer a la ciudad de plata, entonces lo harás. —me ofrece su mano—, vamos.
—Erebos —interviene Leibda.
Tomo la mano de Erebos, de nueva cuenta, ignorando a Leibda.
—Vamos.
—Chantrea —pide Leibda en busca de raciocinio que no encontrará.
Ezra
La vi irse con él. No solo la vi irse con él si no que la vi tocarla. No solo la vi tocarlo, la vi reírse con él. No solo la vi reírse con él. Vi lo que es malditamente capaz de hacer, como puede tomar a alguien y manipularlo. Vi su poder, lo que hace... lo que me hizo. Lo que puede hacer... pero no hizo conmigo.
Las veces que estuve a punto de arrancarla de su maldito lado. Las veces que quise mandar todo a la mierda. Pero ella lleva ignorándome toda la maldita semana. No solo se fue con Louis y él muy maldito evito que me acercará a toda costa. No solo eso, uso sus malditos poderes diplomáticos como reina para mantenerme alejado. Eso y a sus malditos "amigos".
Y ahora hace esto. Se viene y se pavonea frente a ese tipo, juega con él, lo usa como su maldito trapo y él se deja.
—¿Qué esta pasando aquí? —pregunta Gremorian que no deja de verme con el ceño fruncido.
—¿Qué esta pasando de qué? —contesto sin dejar de ver la maldita mesa donde estaban.
—Esta fuera de control, ¿verdad? —su mano soba el mango de su espada religiosamente como si pensara que puede matarla.
—Yo lo arreglo. —gruño dando la vuelta.
Gremorian suelta una risa seca, no tarda en llegar a mi lado.
—No lo entiendes, ¿verdad? —niega con la cabeza—, ¿qué le hiciste? —pregunta tan seco.
—¿De qué hablas?
—¡¿Qué. Le. Hiciste?! —gruñe.
—Un ligero desacuerdo. —Niega con la cabeza.
—Lo que hiciste, Ezra. La desato. —afirma algo que me he querido negar.
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