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Capítulo 16



Chantrea

Trago saliva sintiendo espinas en la garganta, mi cuerpo tiembla, se contrae, se deshace, no me siento bien.

La ira bulle en mi interior con una fuerza que amenaza en tomarme completa, llevarme a mi limite y romperme y romperlo.

Veo como Lucifer se levanta de la esquina, es ahí cuando entiendo porque ha estado oculto todo este tiempo. Esta en su forma demoniaca que dista mucho de la figura de Ezra que acabo de conocer. Él dobla el tamaño a todos en general. Cuando se yergue su cabeza choca con el techo y tiene que doblarla para poder caber en este espacio minúsculo. Su cabeza y cuerpo son enormes, su piel tiene ese rojo sangre que cubre cada uno de sus músculos, es como si su piel no dejara de sangrar. Hay unas llamas que recorren su piel como haciendo pequeñas erupciones, soltando chispas de donde sea. Sus patas son de cabra, pero una cabra enorme, están gruesas, revestidas de un pelillo negro. Su cabeza es del mismo tono, tiene unas facciones afiladas en conjunto con unos muy grandes y retorcidos cuernos. Sus ojos son dos orbes negros que, si pudieran, te tragarían en esa enorme oscuridad.

Es inquietante verlo. No tengo miedo, pero es inquietante.

De repente me siento minúscula ante tal presencia. No es la misma que Ezra de ninguna forma.

—¿Me tienes miedo? —suelta una risilla que retumba.

Suelto un suspiro. Esa voz despierta a Alexandria de su aletargado sueño. Me insta a estar alerta. Pero no a temer.

Niego con la cabeza cuando él se mueve por la habitación inundándolo con ese olor a azufre. Él es la encarnación del infierno.

—No —contesto con la misma voz monótona con la que he estado contestando.

No me he movido de mi sitio ni de la posición, siento que si me muevo explotaré y es algo que no quiero.

—¿De qué color eran sus ojos cuando te tomo? —Lucifer me ve a los ojos y veo como sus garras se vuelven puño.

Son los ojos de Alexandria, es el símbolo, no es a mi quien me ve y no es por mi que ha hecho toda esta maldita mierda de intentar salvarme. Aunque se agradece.

—Grises —elevo mi cabeza para verlo. Sin miedo.

Sus labios hacen un espacio de movimiento, parecido a una sonrisa, pero ni a eso llega, es diferente y raro.

—Si algún día se vuelve negros —baja el tono de voz—, ese día lo habrás perdido... para siempre —suena a advertencia.

—¿De qué hablas? —deslizo mis piernas por el catre para que estas bajen y poderme poner de pie.

—Ustedes dos dicen amarse, pero no le confías tus peores secretos y él no te confía los suyos —sonríe ahora si y muestra esos dientes filosos. Esta convertido en una máquina de matar.

Pero, si él se ve de ese modo, ¿cómo demonios la legión pudo ganarles?

—Él hizo un pacto —su lengua se relame los labios.

¿Un pacto?

—¿Ves que no eres la única que sabe jugar sus cartas? —la risa vuelve a resonar en el sitio—, un alma que había muerto a cambio de poder, inmortalidad... y un alma que tarde o temprano será de ese demonio con el que hizo el pacto —suelta otra risa. Sus piernas hacen un rato movimiento para quedar de rodillas o en un intento frente a mi—. Mi hija —susurra.

Mis ojos se abren de par en par. Trago saliva, creo que mi cabeza niega con la cabeza o es una imaginación.

Esto arruina todo, lo arruina demasiado. Nos deja sin opciones, me deja sin una opción viable.

Ambos volteamos a la puerta cuando esta se abre. Es Bastián.

—Te escoltaré a casa. —me informa.

La presión en mi pecho crece con cada paso que doy.

No solo Ezra tendría que sacrificar la vida de quien quiere mucho sino también su propia vida. El balde de agua vuelve a caer sobre mi cuando llego hasta Bastián.

¿Dispuesto a perderse por mí?

¡Esto es una mierda!

Bastián desliza una capa negra sobre mis hombros. Se mueve frente a mi con ese rostro serio. Une los lazos de la capa, uno en el cuello, otro en el pecho, otro en la cintura. No paso por alto que observa las marcas visibles.

Toma la capucha de la capa con ambas manos. La acomoda sobre mi cabeza. Y de ese modo cierra la puerta de lo que se ha convertido en la celda de Lucifer.

Las ganas de hablar no están ahí así que solo sigo a Bastián en silencio convirtiéndome en una sombra.

Ezra

Louis esta sentado en la silla del comedor frente a la mía. No me hace caso, solo continúa comiendo lo que sea que esta comiendo. Bebé un poco de vino en esa copa transparente.

—No entiendo porque te enfadas —dice el muy idiota.

Y tengo que recurrir a todo mi auto control para no transformarme y matarlo aquí mismo.

Una risa seca se escapa de mi boca. Mis ojos chocan con los de él y quiero deshacerlo.

—El plan era sencillo —corta un pedazo de su carne—, que la vieras aquel día en el bar, que ella llamara tu atención y tal parece que lo hizo.

—¿Chantrea sabia? —aprieto el mango del cuchillo con el que he estado jugando.

No contesta solo niega con la cabeza.

—Ella supo de ti hasta la fiesta, de ahí inicio el plan que era diferente al que termino siendo. —acepta cortando más de su carne.

—¿Cuál era? —encajo el cuchillo en la mesa.

Louis enarca una ceja ante mi descarada violencia, pero sigue comiendo.

—Usar tu debilidad para poder utilizar tu poder y hubiera funcionado si Antrea no tuviera sus propios planes —masca de nueva cuenta.

Suelto un suspiro fuerte.

Así que, si había un plan, uno que se distorsiono.

—¿Cuál es el plan contra Erebos?

Louis suspira, deja sus utensilios en la mesa. Toma su copa para beber el contenido.

—No lo sé —acepta con esa preocupación brillándole en los ojos—, pero si hay algo que puedo decir... es que Antrea esta acostumbrada a ir por su cuenta, no se detiene, hace lo que tiene que hacer y punto porque es necia... —otro suspiro—, solo hay una persona en este mundo que puede hacerla recapacitar.

—¿Y esa es? —pregunto ante su silencio.

Él sonríe. No me lo dirá. No tiene porque yo sé que prefiere morir a decírmelo.

—Es mejor que te retires, Ezra, tengo otros asuntos que tratar —se levanta recorriendo su silla—, dime cuando ocupes mis servicios de niñera —me sonríe.

Chantrea

He limpiado cada parte de mi en la ducha, he visto cada marca, cada moretón, cada arañazo. Todos y cada uno cuentan una historia.

Enojo.

Engaño.

Dolor.

Aun así, no soy yo quien debería tener todas.

Vuelvo mi mirada a la cama de Ezra, tan vacía como cuando llegue.

No ha dormido aquí, no se ha pasado por aquí y la aprensión en mi pecho crece cada día más en conjunto con el miedo.

El amor desaparece después de la traición y tal vez esto sea el comienzo. La presión me consume, no quiero aceptar que duele. No quiero aceptar que lo amo y que es posible que lo este perdiendo.

No pienso mucho las cosas cuando me visto, cuando salgo de la casa ignorando a los estúpidos demonios que ha puesto tras de mi. No me interesa si son o no almas inocentes. Soy la reina y ellos me deben su respeto.

—¡No me sigan! —ordeno cuando salgo de la casa de Ezra.

Cuando salgo para no volver.

Ezra

—Ezra —llama de vuelta Bastián quien ha estado en un estado de furia absoluta.

Gruñe cuando no le hago caso, así que volteo a verlo sin ganas.

—Dime.

—La lastimaste —me lo recuerda. Esa es una de las muchas razones por las cuales no he ido a visitarla. No quiero ver la obra de mi descontrol.

No digo nada, continúo leyendo los malditos libros de magia oscura que Send me ha facilitado. Buscando algo, lo que sea.

—¡Ezra! —llama con más enojo—, ¿sabes que ha de estar pensando ella en estos momentos? —se pone frente a mi en el escritorio. Choca sus palmas contra la madera.

—Que la he utilizado tal como lo hizo ella.

Bastián gruñe lo que me anima a bajar el libro. Pocas veces él reacciona.

—¡Ponte en sus malditos zapatos! ¡¿La vas a utilizar cómo la han utilizado todos?!

Mis ojos se abren de par en par. El corazón se me comprime.

—La reina ha desaparecido —dice uno de los guardias cuando entra sin pedir permiso.

Louis

Abro la puerta del departamento cuando suena. Es muy raro no tener anuncio de quien es.

Mis ojos se abren de par en par cuando veo a Antrea frente a mi con los ojos anegados en lágrimas... hace mucho que no la veía llorar.

Se lanza a mi sin esperar a que hable, sus manos envuelven mi cintura y su rostro se esconde en mi pecho.

—Antrea —me sale seco cuando mis manos la rodean.

Ella tiene tanto sin llorar que se me hace imposible verla de este modo. Tiemblo con ella cuando tiemblo. Y tal vez ya es hora de traerlo. 

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